35 Minutos y 5 Personajes + Coro y extras. Este drama presenta a grandes rasgos la vida de Jozabad, mesonero judío. Caracteriza al protagonista la dureza de corazón, su inconformidad con la vida, su amor excesivo por el dinero y sus dudas respecto de Dios. Su esposa, Ruth, es una mujer sensible y temerosa de Dios. Ella lucha con Jozabad debido a su ceguera espiritual que lo lleva a dudar, inclusive de que Jesús es el enviado de Dios. Jozabad posee un mesón pequeño y humilde, igual que su casa y sin darse cuenta de lo que sucede, tiene el privilegio de hospedar a José y a María en el establo de su casa. Su esposa le pide a Dios que le abra los ojos a su esposo. Treinta y tres años después, Jozabad llega por casualidad a Jerusalén el propio día en que Jesús es crucificado. El no da mayor importancia a lo que sucede, pero se hospeda en un cuarto que está en el mismo piso del aposento alto. Cuando los apóstoles llegan, Jozabad tiene la oportunidad de dialogar con Mateo, quien lo pone al tanto de lo que acontece. Una vez que Mateo le va relatando, Jozabad comprende que ese Jesús que ha sido crucificado es el mismo que nació en su humilde establo. Luego, a solas, tiene un encuentro con Dios.
EL PRIMER REGALO
PERSONAJES
JOZABAD, mesonero judío.
RUTH, esposa del mesonero.
MARÍA, madre de Jesús.
MATEO, uno de los apóstoles.
JOSÉ, esposo de María.
CORO
ESCENA 1
(La escena se realiza en una habitación humilde, de paredes agrietadas y desteñidas. Se nota que pertenece a una familia de escasos recursos económicos. Hay pocos muebles: una mesa con una vela encendida, unos asientos sencillos, un canasto y algunos utensilios sobre la mesa. Debe haber una puerta que dé al exterior y otra que dé a los cuartos. La luz debe ser suave, dando la imagen de quietud y silencio. La noche ha llegado. La esposa permanece sentada, tejiendo.)
JOZABAD. (Entra a la casa con una bolsa en sus hombros y con un marcado gesto de cansancio en su rostro.) ¡Uf! ¡Qué día más cansado y largo! Si seguimos así, yo no sé a dónde vamos a parar. Cada día la situación se complica más y más. Mientras sigamos siendo dominados por el imperio romano, no podremos superarnos ni prosperar. La pobreza no deja de azotarnos.
RUT. (Deja de tejer para escuchar lo que su esposo le dice.) ¡Oh, Jozabad! ¿Hasta cuándo dejarás esa forma tan negativa de expresarte? Te he dicho cientos de veces que no debemos preocuparnos por esas cosas. Debemos confiar en Dios. Estoy segura de que él hará lo mejor para su pueblo. Él nunca nos ha abandonado. ¿Por qué habría de hacerlo ahora? Además, ya te he dicho que...
JOZABAD. (Con gesto de violencia y voz fuerte y cortante.) ¿Cuántas veces te he dicho que no me hables de esas cosas? Perdona que sea brusco contigo, pero es que ya me tienes cansado con esas fantasías tan absurdas que se te han metido en la cabeza. No sé cómo puedes creer que Dios nos enviará un Salvador. ¿Es que no te das cuenta? Somos nosotros los que tenemos que luchar. No podemos esperar que Dios nos envíe el tan esperado Salvador. Somos nosotros quienes debemos sacudirnos este yugo. Tenemos tres hijos que cuidar, y mientras sigamos con esta pobreza no tendremos qué ofrecerles.
RUT. (Con rostro de ternura y comprensión.) Lo sé. Yo te entiendo Jozabad pero... ¿No crees que es mejor dejar que Dios haga las cosas a su modo? Estoy segura de que Él librará a nuestro pueblo pero estoy aún más segura de que Él proveerá lo necesario para que podamos vivir. Además, no son las riquezas las que valen. Podemos criar a nuestros hijos con lo poco que tenemos. Es mejor que crezcan en un lugar humilde pero lleno de amor, que en un palacio lleno de odio. Ya verás que Dios nos mostrará su amor. Él es fiel, sólo debemos tener paciencia.
JOZABAD. (Con gesto burlesco y de desaprobación.) ¡Paciencia! ¡Ya! ¿Crees que debemos aguardar hasta que no tengamos nada? Es más, si Dios en verdad nos amara, ya habría hecho algo, pero se ha demorado. Seguro que ya no nos ama.
RUT. (Reacciona de inmediato por lo que ha dicho su esposo.) ¡Oh, no! Jozabad, por favor, no digas esas cosas. Me da miedo cada vez que dices eso acerca de Dios. Si Él no nos amara, no tendríamos ni abrigo ni comida.
JOZABAD. ¡Exacto! ¡Tú lo has dicho! ¿No te das cuenta? Abre los ojos. Mientras que unos pocos tienen riquezas en abundancia, a nosotros apenas nos alcanza para abrigarnos y vivir. ¿Crees que esto es vida? Me casé contigo y tuve hijos; ahora quiero darles un hogar digno y no las miserias en que hasta ahora hemos vivido.
RUT. (Con voz dulce apoyándose en el hombro de su esposo.) Y nos lo has dado, Jozabad. No tienes por qué decir esas cosas. Soy feliz de ser tu esposa y nuestros hijos se sienten orgullosos de ti, ¿qué más le podemos pedir al Altísimo? Él nos ha dado un hogar humilde, pero lleno de amor y esto es lo que podemos y debemos ofrecer a nuestros hijos.
JOZABAD. (Más calmado y con voz más suave.) Quisiera pensar como tú, mi amada Rut, pero no puedo comprender tu calma, tu pasividad y tu paciencia tan extremadas. Admito que Dios nos debe amar, pero... no he visto nada hasta ahora que nos lo haya manifestado. Si al menos tuviera una prueba tangible de su amor, aceptaría la verdad de su amor sin más ni más. Pero hasta ahora...
RUT. (Con cariño.) Nunca cambiarás, Jozabad. Toda la vida has sido un hombre incrédulo, te cuesta abrir los ojos para ver las cosas que suceden a nuestro derredor. Ojalá algún día llegues a creer y confiar en Dios. Sabes muy bien que eso sería lo más grande para mí.
JOZABAD. (Colocando ambas manos sobre los hombros de su esposa y mirándola a los ojos.) Y para mí, lo más grande sería ofrecerte un hogar digno de una familia tan comprensiva y cariñosa. Sabes que eso me haría muy feliz. Cada noche sueño con que vivimos en una casa más cómoda, más espaciosa; es decir, una verdadera casa. Claro, quién sabe cuándo mi sueño se hará realidad. No sueño con un palacio, no, eso sería mucho pedir, además, ningún príncipe o rey gustaría de hospedarse en el palacio de un pobre. ¡Ya! Mucho menos lo haría en esta casucha que está a punto de caerse.
RUT. Algún día, algún día se hará realidad, Jozabad. Algún día Dios te proveerá de lo que siempre has soñado. Es más, aunque no lo creas podría suceder que un gran rey se hospede en tu humilde casa. Para Dios no hay nada imposible. Además, tú no eres tan pobre. Tienes un mesón que, aunque pequeño y humilde, sirve para dar abrigo a los fatigados viajeros. Y en estos días recibirás más ganancias porque muchas personas han venido a empadronarse, acatando el edicto de Augusto César.
JOZABAD. (Sentado con las manos en la frente en actitud pensativa.) En eso tienes razón. Todos los cuartos de nuestro mesón están ocupados pero aún así, no ganaremos mucho porque además de ser un simple mesón, la gente que se hospeda aquí es muy pobre y no puede pagar mucho. Si al menos se hubiera hospedado alguien importante, la cosa iría mejor, pero todo parece indicar que la mala suerte no piensa apartarse de nosotros.
RUT. Será un simple mesón pero al menos ofrece descanso y abrigo a estas personas. ¿Ni siquiera te alegra saber que estás ayudando a gente necesitada? No tienes idea de lo difícil que se me hace comprenderte.
JOZABAD. Si tú fueras hombre y tuvieras la responsabilidad que yo tengo entonces me comprenderías.
RUT. ¡Ah! ¿Entonces piensas que no me preocupo por nada? ¿Crees que la vida es difícil y dura sólo para ti?
JOZABAD. (Reacciona inmediatamente.) ¡No, no! Disculpa, no quise decir eso. Es simplemente que...
RUT. ¿Qué?, ¿qué, Jozabad? Dímelo, necesito saberlo, tengo derecho.
JOZABAD. Sí, claro que lo tienes, pero dudo que puedas comprenderme. Nunca logramos ponernos de acuerdo en este asunto además, los niños ya están dormidos y es injusto que les quitemos el sueño por estar discutiendo.
RUT. (Con gesto de conformidad.) Está bien, si quieres dejarlo así no me opongo pero recuerda que...
(En ese momento Rut se calla porque alguien llama a la puerta. Jozabad se dirige a abrirla. Se trata de José y María que buscan hospedaje.)
JOSÉ. Disculpe, señor, que lo molestemos a tan avanzada hora de la noche pero sucede que hemos venido desde lejos, somos de Galilea. Estamos agotados por lo duro del trayecto y quisiéramos que nos alquilara un cuarto en su mesón. Además, mi compañera está encinta y los días de su alumbramiento se han cumplido y no quisiera exponerla al frío de la noche.
JOZABAD. (Decepcionado.) Comprendo la situación de ustedes pero todos los cuartos están ocupados, más bien tuvimos que acomodar gente en los pasillos y no contamos con el más mínimo espacio. Quizá en otro de los mesones encuentren lugar. En esta aldea hay varios mesones. ¿Por qué no preguntan en alguno de ellos?
JOSÉ. Lo hemos hecho, señor. Casi todos están llenos y los demás piden mucho dinero. Nosotros somos de escasos recursos y no podemos pagar mucho. Por favor, se lo suplico, cualquier lugar que nos ceda será suficiente para pasar la noche.
JOZABAD. Lo siento pero no tenemos lugar. Créame que con gusto les cedería mi cuarto pero sucede que mis hijos ya están acostados y todos dormimos juntos. Como verá, somos una familia muy pobre.
JOSÉ. (Con voz suave.) Eso no importa, señor, cuando hay amor, la pobreza pasa desapercibida. Por favor, haga todo lo que esté a su alcance, por lo menos deme un lugar para ella (señala a María). Yo puedo dormir en cualquier parte, pero María, no.
(La esposa del mesonero ha permanecido dentro de la habitación escuchando la conversación y ha hecho señas a su esposo para que oiga lo que ella quiere decirle.)
JOZABAD. (Haciendo señal de espera.) ¿Qué quieres, Rut?
RUT. Tengo una idea. Sé que no es muy buena pero algo es mejor que nada. Esa pareja necesita un lugar donde pasar la noche y creo que podemos ofrecerles aunque sea el establo. Sé lo que piensas pero no podemos dejar a esa mujer encinta expuesta al frío de la noche.
JOZABAD. ¡Imposible! ¿Me crees capaz, Rut, de ofrecer el establo? Si me da vergüenza ofrecer los cuartuchos del mesón, más vergüenza me daría dar ese establo. ¿Quién va a querer acostarse encima de una paja en la que duermen los animales? ¡No! Olvida esa idea.
RUT. Pero, Jozabad, por Dios...
JOZABAD. (Con firmeza.) He dicho que no y es definitivo. Así que no pienso discutirlo. ¡No, es no!
(El mesonero se dirige a la puerta para dar la mala noticia a José y a María.)
JOZABAD. (Con gesto de lástima.) Disculpe, señor, créame que lo siento pero realmente no tengo qué ofrecerles.
JOSÉ. Perdone mi intromisión pero me pareció escuchar que podrían hospedarnos en el establo.
JOZABAD. ¡Oh, no! Fue una idea tonta de mi esposa, pero no hagan caso.
JOSÉ. No importa si la idea es tonta; si usted nos permitiera el establo le estaríamos muy agradecidos.
JOZABAD. Creo que no me ha entendido. No puedo ofrecerles el establo porque la paja huele mal y, además, es incómodo dormir entre los animales.
JOSÉ. No importa. Por favor, alquílenos aunque sea el establo; es el único lugar que nos queda, compréndanos.
JOZABAD. (Pensativo y asombrado por la súplica de José. Después de una pausa, habla.) Está bien, si así lo quieren, pueden dormir ahí. (Rut, dentro de la casa, refleja su alegría por la decisión de su esposo.) No se preocupen por el dinero; me daría vergüenza cobrarles por tan mal servicio. Los animales son mansos, así que no les tengan miedo.
JOSÉ. (Con mucha alegría.) Gracias, señor, muchas gracias. No tiene idea de la enorme ayuda que nos brinda. Dios se encargará de pagárselo.
JOZABAD. (Vuelve la vista hacia su esposa.) Espera aquí, Rut, ahora vuelvo. Quiero llevarlos hasta el establo. (Se dirige a José y a María.) Vamos.
(Jozabad sale y cierra la puerta. Rut se sienta y permanece pensativa en silencio. Al rato regresa su esposo, toca a la puerta y ella se levanta para abrirle.)
JOZABAD. ¡Ya! Al fin se acomodaron. De veras que necesitaban un lugar porque para dormir en ese establo uno tiene que estar muy desesperado. Pero, bueno... al menos no pasarán frío. (Breve pausa.) Ahora tú y yo descansaremos. Este día ha sido muy agotador y debemos reponer energías para el día de mañana. Vamos.
RUT. (Abrazando a su esposo.) Vamos, querido. ¿Sabes? Me siento muy contenta de ver que has ayudado a esas personas. Y como dijo el hombre, Dios se encargará de pagártelo.
(Salen del escenario abrazados y caminando, buscando el lugar en que dormirán, colocan la vela dentro del canasto que está en el suelo. No debe caer el telón. Durante un minuto el escenario permanece solitario. De pronto empieza a escucharse un coro. Este puede ser el coro de la iglesia, un disco o una cinta grabada. El sonido debe ir aumentando poco a poco pero nunca muy fuerte. De pronto Jozabad entra despacio y extrañado. Trae en su mano una candela. Permanece unos breves instantes en silencio y con gesto de querer escuchar de dónde provienen los cantos.)
JOZABAD. (Caminando despacio de un lugar a otro.) ¡Qué extraño! ¿Estaré soñando? No puede ser cierto, pero... parece que es tan real. Han estado pasando cosas muy extrañas, lo siento en el ambiente. ¿Qué será? Tengo miedo de salir, no sé de dónde provienen esas voces que cantan... ¡Dios mío! ¿Qué está pasando? No entiendo absolutamente nada. Creo que todo empezó desde que esa pareja llamó a la puerta para solicitar hospedaje. No sé, pero había algo extraño en ellos: el ambiente cambió. (Pausa.) ¡No! Deben ser imaginaciones mías, quizá porque estoy cansado.
(El mesonero sigue pensativo se sienta y pone sus manos sobre la cabeza. Después de una breve pausa entra Rut. La música ha cesado.)
RUT. ¿Qué pasa, cariño? Oí que hablabas y no pude soportar la tentación de averiguar lo que sucedía. Además, me pareció escuchar que alguien cantaba pero eso debe haber sido producto de mi imaginación.
JOZABAD. (Asustado.) ¡Espera! ¿Has dicho que alguien cantaba?
RUT. Sí, pero eso me lo imaginé.
JOZABAD. ¡No! No fue tu imaginación. Yo también lo he escuchado; por eso me levanté. Me da miedo todo esto, por eso no he salido a investigar. ¿Qué crees que puede estar sucediendo?
RUT. No podemos darnos cuenta a menos de que salgamos a averiguarlo. Vamos, estoy segura de que no hay por qué temer.
JOZABAD. ¿Estás segura de que quieres averiguarlo?
RUT. ¡Sí! ¿Por qué? ¿Acaso tienes miedo?
JOZABAD. No, no. ¿Cómo podría tener...?
RUT. Vamos, no hay por qué temer.
JOZABAD. Pero, es que... ¿No sientes algo extraño en el ambiente? ¿Algo diferente? Es algo que nunca antes había sentido. Por eso me da miedo.
RUT. ¿Miedo? ¿Te da miedo sentir la presencia de Dios?
JOZABAD. (Intrigado.) ¿A qué te refieres con eso de la presencia de Dios?
RUT. Tienes miedo y no comprendes nada porque nunca has sentido la presencia de Dios en tu vida. Yo la he sentido muchas veces y de muchas maneras, y te aseguro que ahora mismo la siento con mayor fuerza, como nunca antes la había sentido.
JOZABAD. Ya vienes con tus inventos. Es que no desperdicias ni un instante para hablarme de tu Dios. ¿Cuándo dejarás esa costumbre, Rut, cuándo?
RUT. Bueno, ahora no es momento para discutir. ¿Quieres que salgamos para averiguar lo que sucede? ¿Sí o no?
JOZABAD. Está bien, está bien, pero no tienes que hablarme así. Salgamos.
(Ambos salen por la puerta que da a la calle. Llevan la vela en sus manos. Nuevamente el escenario queda solo. No debe cerrarse el telón. Nuevamente empieza a escucharse el coro. El escenario permanecerá así durante uno o dos minutos. De pronto, entran por la puerta el mesonero y su esposa. Sus rostros deben marcar muy bien las emociones que sientes. Él entra asombrado y ella con el rostro iluminado de alegría.)
RUT. (Con suma alegría.) ¿Lo ves? ¿Comprendes ahora lo que te decía? Estaba segura de que era la presencia misma de Dios. Te lo dije, Jozabad. ¿Por qué no me creías? Al fin ha llegado la salvación a Israel.
JOZABAD. ¡No! No puede ser. Me niego a creerlo. Y no insistas porque me niego a creer que ese niño que acaba de nacer es el Mesías enviado por Dios. Jamás creeré tal absurdo.
RUT. (Continúa extasiada.) ¡Oh, Jozabad! ¡Qué ciego eres! ¿Cómo es posible que no creas que ese niño es el enviado de Dios? Esto es el colmo. Entonces, ¿cómo explicas todo lo que contemplamos? ¡Ah! Explícame entonces, ¿qué ha significado para ti el canto de los ángeles, la adoración de los pastores? ¿Ni siquiera ha palpitado tu corazón más aprisa cuando nos acercamos al niño? Jozabad, tienes que aceptarlo, las profecías se han cumplido. Dios está con nosotros.
JOZABAD. ¡Imposible! Me niego a aceptarlo así de fácil. Además, ¿cómo iba a permitir Dios que su enviado naciera en ese pesebre? Si Dios es tan grande como tú me lo describes, entonces el Mesías nacería en un palacio y no aquí en un humilde establo rodeado de míseras viviendas.
RUT. Pero, Jozabad... las profecías... ¿no comprendes?
JOZABAD. ¡Basta! No creo en esas profecías y mucho menos creeré que ese niño es el enviado de Dios para salvarnos. Así que, por favor Rut, no insistas.
RUT. Pero...
JOZABAD. (Con voz cortante.) ¡Basta ya! Te he dicho que no insitas. No quiero oír ni una palabra más al respecto. Si tú quieres creer esas tonterías créelas pero no me molestes a mí con eso. Ya he oído bastantes, estoy cansado de tus creencias. Así que no quiero que comentes nada más. Mañana será otro día y por lo tanto será mejor descansar.
(El mesonero sale por la puerta que da al cuarto. Su esposa permanece en el escenario. Se sienta en una silla y coloca sus manos en actitud de oración sobre su rostro. Luego habla.)
RUT. (Con mucho dolor.) ¡Oh, Dios mío! Hoy he contemplado tu presencia; mis ojos te han visto y mis manos te han palpado. Sé que no merecíamos que tu enviado naciera en nuestro humilde y pobre establo pero así lo has querido Tú. Mil gracias por esto. Ahora, Señor, permite que mi esposo Jozabad abra sus ojos. Quítale la ceguera espiritual. Haz que él te acepte como Dios que eres y acepte que Tú enviaste ese hermoso niño. Te lo suplico como sierva tuya que soy. Que así sea.
(Rut apoya su rostro sobre la mesa y lo cubre con sus manos. El telón se cierra lentamente.)
ESCENA II
(Esta escena sucede en una habitación del aposento alto, Jozabad ha llegado a Jerusalén y se hospeda en el mismo edificio en que los discípulos del Señor llegan a consolarse después de que Jesús ha sido crucificado. Es un cuarto sencillo: cama, mesa, candela, canasto, dos sillas y una vasija con agua.)
JOZABAD. (Sentado sobre la cama.) ¡Ah! ¡Qué día más agotador! Hace varios años hacer este viaje de Belén a Jerusalén no me cansaba pero ahora con sesenta y siete años sobre mis espaldas no es lo mismo.
¡Uf! Ya mis huesos se están gastando por completo. Así es la vida; uno nace, crece y muere y luego los hijos toman el lugar que dejamos y los nietos tomarán el lugar de mis hijos. Uno no puede hacer nada por cambiar esta situación; es inútil querer vivir más años de los que la vida nos da. De por sí que sería muy duro. He llegado a los sesenta y siete años y aunque mi vida ha sido dura creo que ha valido la pena caminar por el mundo. Ojalá que mi querida Rut no tenga problemas con los muchachos. Aunque la verdad es que son muy buenos. Han salido buenos para el trabajo no sólo de la casa y el ganado sino que también han sabido administrar el mesón. ¡Ay!, creo que será mejor descansar, de lo contrario voy a morir ahora mismo.
¡Qué barbaridad! Qué viaje más cansado y no me cansó tanto el viaje como ese tumulto de gente en las calles. ¡Cómo me costó abrirme paso entre esa multitud! Qué gente más desconsiderada; no les importó que yo fuera un anciano, no se daban cuenta de que yo necesitaba espacio; pero bueno, el caso es que ya he llegado y ahora, a descansar. (Breve pausa en la que permanece en actitud pensativa.) Por cierto, ¿por qué habrá tanta gente en las calles? He venido varias veces a Jerusalén para la Pascua y nunca antes había observado tantas personas en las calles. ¿Qué ocurrirá? Lo único que escuché fue que iban a crucificar a tres tipos pero... ¿Por qué tanto alboroto por una simple crucifixión? Debe haber algo más. Quizá mañana pueda enterarme, no sé por qué me preocupo por lo que no me interesa. Por desgracia no traje a Rut, la pobra ya estaría averiguando qué pasa. Nunca va a cambiar; siempre ha sido así. Parece que vive en otro mundo.
(Jozabad se levanta, se dirige hacia su bolsa de la cual saca sus mantas para abrigarse durante la noche. Después se desata el calzado y se acuesta sobre la cama con la misma ropa que tiene puesta. Oculta la candela bajo el canasto. No se cierra el telón. El escenario y el hombre permanecen así aproximadamente treinta segundo. De pronto se escuchan voces. Hay movimiento dentro de la casa donde él duerme. Las voces demuestran que hay confusión, dolor, tristeza. Jozabad se despierta, inmediatamente se pone en pie y descubre la vela.)
JOZABAD. (Mientras se ata el calzado.) ¿Qué estará sucediendo? ¿Qué habrá pasado? Alguna tragedia debe haber ocurrido. Ya me parecía a mí que algo extraño circulaba en el ambiente. Lo mejor será investigar qué ha ocurrido porque de lo contrario no podré dormir en paz pensando en esto que me intriga.
(Una vez que se ha puesto las sandalias toma el candelero y se dirige a abrir la puerta. Sale de su habitación pero no por mucho tiempo. El escenario está solo; se escucha que Jozabad está hablando.)
JOZABAD. (Fuera de escena.) Por favor, señores, ¿podría alguno de ustedes explicarme lo que sucede? Por favor, ¡no se queden callados! Necesito que alguien me diga lo que ha ocurrido. ¿Por qué están tan tristes y asustados? ¿Qué han visto? ¿Qué les han contado? Vamos, señores, no me dejen con esta intriga. ¡Ayúdenme! ¡Ustedes! Mire, usted, ¡sí, usted! ¡Venga aquí, por favor, venga! (Pausa.) ¿Podría explicarme qué ha sucedido?
(En ese momento se escucha otra voz que habla con Jozabad todavía fuera de escena.)
MATEO. (Con voz triste.) El Maestro, el Maestro, lo han crucificado, ¡lo han matado! Ahora, ¿qué vamos a hacer? Sin Él todo será diferente. Apenas ayer estábamos juntos y, ¡ahora! ¡Ahora lo han matado! ¿Por qué, Dios mío? ¿Por qué ha muerto?
JOZABAD. Perdón, señor, no lo comprendo, no entiendo lo que me ha dicho. ¿Quién ha muerto? ¿Quienes lo han matado? ¡Por favor, explíquemelo! Venga a mi habitación, desde aquí no puedo escuchar nada, venga y cuénteme.
(Ambos aparecen en el escenario. Jozabad trayendo asido del brazo a Mateo.)
JOZABAD. (Acercando a Mateo una silla. Siéntese. Le sirve un poco de agua.) Tome, le hará bien beber esta agua, al menos le calmará para que pueda contarme lo que ha sucedido.
MATEO. (Que ya se ha bebido el agua y está más sereno.) Bueno, no puedo contárselo todo porque debe reunirme con mis compañeros para orar. Necesitamos orar mucho para recibir consuelo y fuerzas de Dios. (Leve pausa en la que se nota que toma aire.) Mire, señor... (Reacciona y con cierta duda.) Perdone pero, ¿quién es usted? ¿Cómo se llama? Así no puedo hablarle, nuestras vidas corren peligro; a partir de hoy seremos drásticamente perseguidos. Así que no podemos hablar con cualquier individuo y mucho menos si es desconocido.
JOZABAD. (Se levanta de su silla, se dirige hacia Mateo, pone su mano sobre su hombre.) ¡No, hombre! ¡No se preocupe! ¿Cómo puede pensar que va a estar en peligro si me cuenta lo que ha sucedido? ¿No se ha fijado en mi rostro? ¿Cómo se le ocurre que con estas facciones y esta ropa pueda hacerle daño? Tenga confianza. Tengo derecho a enterarme de lo que ha sucedido. ¿Por qué sus compañeros están llorando?
MATEO. Está bien, te lo contaré y espero que realmente seas digno de confianza y no un espía.
JOZABAD. (Interrumpiendo inmediatamente a Mateo y con gesto de asombro.) ¿Yo espía? ¡Por Dios! ¿Cómo se te ocurre?
MATEO. Está bien, creo en ti. Después de todo, el Maestro nos enseñó a no juzgar a nuestros semejantes y así debo hacer contigo.
JOZABAD. (Intrigado) ¿Maestro? ¿Qué maestro?
MATEO. Jesús, nuestro Maestro y Señor. Él fue quién nos enseñó todas las cosas. Por eso estamos tristes, hoy lo han matado. Primero lo humillaron, se burlaron de Él, le escupieron, le pusieron una corona de espinas y lo clavaron sobre una cruz. ¡Oh, no! ¡Por favor! No quiero recordarlo. (Ambas manos cubren su rostro.) Fue tan horrible todo lo que tuvo que pasar y sufrir por darnos vida eterna...
JOZABAD. (Muy intrigado) ¿Vida qué? No entiendo, hablas de cosas muy extrañas: Maestro, cruz, vida... ¿cómo has dicho?
MATEO. Vida eterna, eterna y abundante. Todo lo que sufrió fue para que todos fuéramos hechos hijos de Dios, menos Él que ya lo era.
JOZABAD. ¿Que era qué?
MATEO. Hijo de Dios.
JOZABAD. ¡Verdaderamente no te entiendo! ¿Quieres decirme que ese hombre a quien tú llamas Maestro, es el Hijo de Dios?
MATEO. En efecto. Él es Jesucristo, el Hijo del Dios viviente. Él, siendo Dios, se hizo hombre para darnos salvación de nuestros pecados.
JOZABAD. Pero, ¡hombre! ¿Cómo te atreves a decir que un hombre que es humillado y muerto en una cruz es el Hijo de Dios? ¡Tienes que estar loco!
MATEO. No me importa que me digas que estoy loco. Sólo sé que Jesucristo es el Hijo de Dios y que Él nos ama. Por eso murió en la cruz; por nuestros pecados. También murió por los tuyos.
JOZABAD. ¿Por los míos? Pero... yo ni siquiera lo conozco. ¿Cómo iba a morir por mis pecados? Además, yo no tengo pecados, pues cumplo con todo lo que me pide la ley.
MATEO. La ley no es mala, pero tampoco salva. Jesucristo nos dijo que Él es el único camino para llegar al cielo, la ley no te puede salvar, sólo Jesucristo puede hacerlo. Además, no importa que tú no le conozcas, porque Él sí te conoce a ti.
JOZABAD. Lo que no entiendo es por qué lo mataron si era Hijo de Dios. Me imagino que sería un hombre grande y poderoso en conocimientos y riquezas. ¿Cómo, pues, lo iban a matar?
MATEO. Te equivocas. Él era un hombre humilde, no poseía riquezas materiales. En lo único que era rico era en su amor por los pecadores. Precisamente por eso lo mataron. ¿Quién iba a creer que Él era el Hijo de Dios? Si Él no tuvo casa, no recibía ningún salario, vestía humildemente, comía lo que comen los pobres, era carpintero, se relacionaba con la chusma del pueblo... es más, no tuvo lugar decente donde nacer.
JOZABAD. ¡No, no, no, no! Mira, me puedo creer todo, menos que no tuviera lugar decente en donde nacer. Si verdaderamente era el Hijo de Dios, ¿cómo iba a permitir su Padre que Él naciera en cualquier lugar? Eso sí que no me lo creo.
MATEO. Pero es que a él no le importó nacer en un lugar humilde, más bien a través de eso Él le mostraría al mundo entero que su reinado y su misión eran de humildad. Así, todos, aunque no seamos ricos, podemos pertenecer a su reino de paz y amor.
JOZABAD. Realmente me suena muy extraño eso que dices...
MATEO. Lo sé. A mí también me costó creer que Él, siendo el Hijo de Dios, naciera en un pesebre, rodeado de paja y animales. Es más, no nació en una gran ciudad, vino a este mundo en el pueblecito de Belén, esa pequeña e insignificante aldea que no tiene mayor importancia.
JOZABAD. ¿Qué dices? ¿Que nació en un pesebre?
MATEO. Sí, en un pesebre; porque no había lugar para sus padres en el mesón. Su familia era muy pobre y tuvieron que viajar desde Nazaret hasta Belén para ser empadronados, pues así lo dispuso el emperador Augusto César. Al llegar a Belén no encontraron lugar en ningún mesón y tuvieron que pasar la noche en un establo y ahí nació nuestro Señor. En un lugar humilde, pero glorioso, porque recibió la adoración de los pastores, de las huestes celestiales y de tres sabios del Oriente.
JOZABAD. (Ha escuchado atentamente lo que Mateo le ha relatado. Permanece boquiabierto, pues está asombrado de lo que ha oído. Se ha percatado de que Jesús nació en su pesebre aquella fría noche hacia 30 años. Pausa más o menos extensa, luego se lleva las manos a la cara y empieza a caminar por el cuarto. Luego habla.) ¡Oh, Dios! ¡Dios mío! ¿Qué he hecho? ¿Por qué yo? ¿Por qué?
(Mateo no comprende lo que sucede y aprovecha que Jozabad se sienta sobre la cama con el rostro cubierto para salir suavemente de la escena, como no queriendo ser descubierto. Jozabad se queda solo en el cuarto.)
JOZABAD. (Con dolor.) ¡Oh, Dios mío! ¿Por qué actué así? ¿Por qué te traté tan mal? Ahora comprendo, Dios mío, ahora comprendo que tu Hijo fue quién nació aquella fría noche en mi establo. (Pausa.) ¡Señor, perdóname! Tú sabes que si hubiera sabido que era tu Hijo el que necesitaba el cuarto, le habría cedido el mío con todo gusto. Señor, tantos años con aquella noche dando vueltas en mi cabeza para venir a comprender eso el día que tu Hijo ha muerto. (Pausa.) Tantos años sin comprender todo lo que mis ojos contemplaron y mis oídos escucharon aquella noche cuando nació tu Hijo. ¡Tenía razón mi esposa! ¡Todo aquello no era otra cosa que tu presencia entre nosotros! ¡Qué necio he sido! Ahora es tarde para entender, ahora es tarde para abrir mis ojos y mis oídos. ¡Señor, tu Hijo acaba de morir en forma humillante, y yo ni siquiera me preocupé porque al menos naciera decentemente. ¡Oh, Señor! Castígame si quieres, no soy digno de tu compasión. ¡Ya! Toda mi vida he deseado tener un mesón digno de ofrecer alojamiento a gente importante, siempre he cargado ese complejo y ahora me doy cuenta de que tuve el privilegio de hospedar al más importante del mundo, tu Hijo y ni siquiera fui capaz de ofrecerle un cuarto decente. ¡Oh, Dios mío! ¡Perdóname!
(Jozabad cae de rodillas con las manos sobre su rostro, apoyado sobre la cama. Se nota y se escucha que está llorando. Por unos segundos permanece así. El silencio es total. De pronto se escucha una voz fuerte pero dulce que proviene desde fuera del escenario. Esta puede ser grabada o leída.)
VOZ: “No te preocupes, hijo mío. No tienes por qué llorar, seca tus lágrimas. Lo que hiciste pertenece al pasado; es más, yo ni lo recordaba. Nunca he sentido odio ni resentimiento contra ti. Yo te amo, y mi amor se eleva por encima de los errores humanos. Además, quiero que sepas una cosa, tú fuiste el único hombre sobre todo el mundo que le ofreció a mi Hijo un lugar en el cual nacer. Ningún otro mesonero pensó en ofrecerle su humilde pesebre, pero tú lo hiciste y al menos tuvo un lugar abrigado en el cual venir a este mundo. Los primeros en rendirle adoración no fueron los pastores, el primero fuiste tú. Tú fuiste quien le dio el primero regalo, le diste tu humilde pesebre. Ahora, no pienses que es tarde; no, aún estás a tiempo. Hoy le crucificaron; murió, mas no se quedará entre los muertos. Pasado mañana, tal como decía, resucitará. ¿Sabes una cosa? Quiero pedirte que le des un lugar en tu corazón, pero no quiero que sea un rincón, quiero que le des el lugar más importante de tu corazón, de tu vida. Ahí quiere vivir Él y no por una noche sino por la eternidad.”
(Después de escuchar estas palabras, se pone música navideña con no mucho volumen. El hombre permanece en actitud de oración y el telón se cierra lentamente.)
JOZABAD, mesonero judío.
RUTH, esposa del mesonero.
MARÍA, madre de Jesús.
MATEO, uno de los apóstoles.
JOSÉ, esposo de María.
CORO
ESCENA 1
(La escena se realiza en una habitación humilde, de paredes agrietadas y desteñidas. Se nota que pertenece a una familia de escasos recursos económicos. Hay pocos muebles: una mesa con una vela encendida, unos asientos sencillos, un canasto y algunos utensilios sobre la mesa. Debe haber una puerta que dé al exterior y otra que dé a los cuartos. La luz debe ser suave, dando la imagen de quietud y silencio. La noche ha llegado. La esposa permanece sentada, tejiendo.)
JOZABAD. (Entra a la casa con una bolsa en sus hombros y con un marcado gesto de cansancio en su rostro.) ¡Uf! ¡Qué día más cansado y largo! Si seguimos así, yo no sé a dónde vamos a parar. Cada día la situación se complica más y más. Mientras sigamos siendo dominados por el imperio romano, no podremos superarnos ni prosperar. La pobreza no deja de azotarnos.
RUT. (Deja de tejer para escuchar lo que su esposo le dice.) ¡Oh, Jozabad! ¿Hasta cuándo dejarás esa forma tan negativa de expresarte? Te he dicho cientos de veces que no debemos preocuparnos por esas cosas. Debemos confiar en Dios. Estoy segura de que él hará lo mejor para su pueblo. Él nunca nos ha abandonado. ¿Por qué habría de hacerlo ahora? Además, ya te he dicho que...
JOZABAD. (Con gesto de violencia y voz fuerte y cortante.) ¿Cuántas veces te he dicho que no me hables de esas cosas? Perdona que sea brusco contigo, pero es que ya me tienes cansado con esas fantasías tan absurdas que se te han metido en la cabeza. No sé cómo puedes creer que Dios nos enviará un Salvador. ¿Es que no te das cuenta? Somos nosotros los que tenemos que luchar. No podemos esperar que Dios nos envíe el tan esperado Salvador. Somos nosotros quienes debemos sacudirnos este yugo. Tenemos tres hijos que cuidar, y mientras sigamos con esta pobreza no tendremos qué ofrecerles.
RUT. (Con rostro de ternura y comprensión.) Lo sé. Yo te entiendo Jozabad pero... ¿No crees que es mejor dejar que Dios haga las cosas a su modo? Estoy segura de que Él librará a nuestro pueblo pero estoy aún más segura de que Él proveerá lo necesario para que podamos vivir. Además, no son las riquezas las que valen. Podemos criar a nuestros hijos con lo poco que tenemos. Es mejor que crezcan en un lugar humilde pero lleno de amor, que en un palacio lleno de odio. Ya verás que Dios nos mostrará su amor. Él es fiel, sólo debemos tener paciencia.
JOZABAD. (Con gesto burlesco y de desaprobación.) ¡Paciencia! ¡Ya! ¿Crees que debemos aguardar hasta que no tengamos nada? Es más, si Dios en verdad nos amara, ya habría hecho algo, pero se ha demorado. Seguro que ya no nos ama.
RUT. (Reacciona de inmediato por lo que ha dicho su esposo.) ¡Oh, no! Jozabad, por favor, no digas esas cosas. Me da miedo cada vez que dices eso acerca de Dios. Si Él no nos amara, no tendríamos ni abrigo ni comida.
JOZABAD. ¡Exacto! ¡Tú lo has dicho! ¿No te das cuenta? Abre los ojos. Mientras que unos pocos tienen riquezas en abundancia, a nosotros apenas nos alcanza para abrigarnos y vivir. ¿Crees que esto es vida? Me casé contigo y tuve hijos; ahora quiero darles un hogar digno y no las miserias en que hasta ahora hemos vivido.
RUT. (Con voz dulce apoyándose en el hombro de su esposo.) Y nos lo has dado, Jozabad. No tienes por qué decir esas cosas. Soy feliz de ser tu esposa y nuestros hijos se sienten orgullosos de ti, ¿qué más le podemos pedir al Altísimo? Él nos ha dado un hogar humilde, pero lleno de amor y esto es lo que podemos y debemos ofrecer a nuestros hijos.
JOZABAD. (Más calmado y con voz más suave.) Quisiera pensar como tú, mi amada Rut, pero no puedo comprender tu calma, tu pasividad y tu paciencia tan extremadas. Admito que Dios nos debe amar, pero... no he visto nada hasta ahora que nos lo haya manifestado. Si al menos tuviera una prueba tangible de su amor, aceptaría la verdad de su amor sin más ni más. Pero hasta ahora...
RUT. (Con cariño.) Nunca cambiarás, Jozabad. Toda la vida has sido un hombre incrédulo, te cuesta abrir los ojos para ver las cosas que suceden a nuestro derredor. Ojalá algún día llegues a creer y confiar en Dios. Sabes muy bien que eso sería lo más grande para mí.
JOZABAD. (Colocando ambas manos sobre los hombros de su esposa y mirándola a los ojos.) Y para mí, lo más grande sería ofrecerte un hogar digno de una familia tan comprensiva y cariñosa. Sabes que eso me haría muy feliz. Cada noche sueño con que vivimos en una casa más cómoda, más espaciosa; es decir, una verdadera casa. Claro, quién sabe cuándo mi sueño se hará realidad. No sueño con un palacio, no, eso sería mucho pedir, además, ningún príncipe o rey gustaría de hospedarse en el palacio de un pobre. ¡Ya! Mucho menos lo haría en esta casucha que está a punto de caerse.
RUT. Algún día, algún día se hará realidad, Jozabad. Algún día Dios te proveerá de lo que siempre has soñado. Es más, aunque no lo creas podría suceder que un gran rey se hospede en tu humilde casa. Para Dios no hay nada imposible. Además, tú no eres tan pobre. Tienes un mesón que, aunque pequeño y humilde, sirve para dar abrigo a los fatigados viajeros. Y en estos días recibirás más ganancias porque muchas personas han venido a empadronarse, acatando el edicto de Augusto César.
JOZABAD. (Sentado con las manos en la frente en actitud pensativa.) En eso tienes razón. Todos los cuartos de nuestro mesón están ocupados pero aún así, no ganaremos mucho porque además de ser un simple mesón, la gente que se hospeda aquí es muy pobre y no puede pagar mucho. Si al menos se hubiera hospedado alguien importante, la cosa iría mejor, pero todo parece indicar que la mala suerte no piensa apartarse de nosotros.
RUT. Será un simple mesón pero al menos ofrece descanso y abrigo a estas personas. ¿Ni siquiera te alegra saber que estás ayudando a gente necesitada? No tienes idea de lo difícil que se me hace comprenderte.
JOZABAD. Si tú fueras hombre y tuvieras la responsabilidad que yo tengo entonces me comprenderías.
RUT. ¡Ah! ¿Entonces piensas que no me preocupo por nada? ¿Crees que la vida es difícil y dura sólo para ti?
JOZABAD. (Reacciona inmediatamente.) ¡No, no! Disculpa, no quise decir eso. Es simplemente que...
RUT. ¿Qué?, ¿qué, Jozabad? Dímelo, necesito saberlo, tengo derecho.
JOZABAD. Sí, claro que lo tienes, pero dudo que puedas comprenderme. Nunca logramos ponernos de acuerdo en este asunto además, los niños ya están dormidos y es injusto que les quitemos el sueño por estar discutiendo.
RUT. (Con gesto de conformidad.) Está bien, si quieres dejarlo así no me opongo pero recuerda que...
(En ese momento Rut se calla porque alguien llama a la puerta. Jozabad se dirige a abrirla. Se trata de José y María que buscan hospedaje.)
JOSÉ. Disculpe, señor, que lo molestemos a tan avanzada hora de la noche pero sucede que hemos venido desde lejos, somos de Galilea. Estamos agotados por lo duro del trayecto y quisiéramos que nos alquilara un cuarto en su mesón. Además, mi compañera está encinta y los días de su alumbramiento se han cumplido y no quisiera exponerla al frío de la noche.
JOZABAD. (Decepcionado.) Comprendo la situación de ustedes pero todos los cuartos están ocupados, más bien tuvimos que acomodar gente en los pasillos y no contamos con el más mínimo espacio. Quizá en otro de los mesones encuentren lugar. En esta aldea hay varios mesones. ¿Por qué no preguntan en alguno de ellos?
JOSÉ. Lo hemos hecho, señor. Casi todos están llenos y los demás piden mucho dinero. Nosotros somos de escasos recursos y no podemos pagar mucho. Por favor, se lo suplico, cualquier lugar que nos ceda será suficiente para pasar la noche.
JOZABAD. Lo siento pero no tenemos lugar. Créame que con gusto les cedería mi cuarto pero sucede que mis hijos ya están acostados y todos dormimos juntos. Como verá, somos una familia muy pobre.
JOSÉ. (Con voz suave.) Eso no importa, señor, cuando hay amor, la pobreza pasa desapercibida. Por favor, haga todo lo que esté a su alcance, por lo menos deme un lugar para ella (señala a María). Yo puedo dormir en cualquier parte, pero María, no.
(La esposa del mesonero ha permanecido dentro de la habitación escuchando la conversación y ha hecho señas a su esposo para que oiga lo que ella quiere decirle.)
JOZABAD. (Haciendo señal de espera.) ¿Qué quieres, Rut?
RUT. Tengo una idea. Sé que no es muy buena pero algo es mejor que nada. Esa pareja necesita un lugar donde pasar la noche y creo que podemos ofrecerles aunque sea el establo. Sé lo que piensas pero no podemos dejar a esa mujer encinta expuesta al frío de la noche.
JOZABAD. ¡Imposible! ¿Me crees capaz, Rut, de ofrecer el establo? Si me da vergüenza ofrecer los cuartuchos del mesón, más vergüenza me daría dar ese establo. ¿Quién va a querer acostarse encima de una paja en la que duermen los animales? ¡No! Olvida esa idea.
RUT. Pero, Jozabad, por Dios...
JOZABAD. (Con firmeza.) He dicho que no y es definitivo. Así que no pienso discutirlo. ¡No, es no!
(El mesonero se dirige a la puerta para dar la mala noticia a José y a María.)
JOZABAD. (Con gesto de lástima.) Disculpe, señor, créame que lo siento pero realmente no tengo qué ofrecerles.
JOSÉ. Perdone mi intromisión pero me pareció escuchar que podrían hospedarnos en el establo.
JOZABAD. ¡Oh, no! Fue una idea tonta de mi esposa, pero no hagan caso.
JOSÉ. No importa si la idea es tonta; si usted nos permitiera el establo le estaríamos muy agradecidos.
JOZABAD. Creo que no me ha entendido. No puedo ofrecerles el establo porque la paja huele mal y, además, es incómodo dormir entre los animales.
JOSÉ. No importa. Por favor, alquílenos aunque sea el establo; es el único lugar que nos queda, compréndanos.
JOZABAD. (Pensativo y asombrado por la súplica de José. Después de una pausa, habla.) Está bien, si así lo quieren, pueden dormir ahí. (Rut, dentro de la casa, refleja su alegría por la decisión de su esposo.) No se preocupen por el dinero; me daría vergüenza cobrarles por tan mal servicio. Los animales son mansos, así que no les tengan miedo.
JOSÉ. (Con mucha alegría.) Gracias, señor, muchas gracias. No tiene idea de la enorme ayuda que nos brinda. Dios se encargará de pagárselo.
JOZABAD. (Vuelve la vista hacia su esposa.) Espera aquí, Rut, ahora vuelvo. Quiero llevarlos hasta el establo. (Se dirige a José y a María.) Vamos.
(Jozabad sale y cierra la puerta. Rut se sienta y permanece pensativa en silencio. Al rato regresa su esposo, toca a la puerta y ella se levanta para abrirle.)
JOZABAD. ¡Ya! Al fin se acomodaron. De veras que necesitaban un lugar porque para dormir en ese establo uno tiene que estar muy desesperado. Pero, bueno... al menos no pasarán frío. (Breve pausa.) Ahora tú y yo descansaremos. Este día ha sido muy agotador y debemos reponer energías para el día de mañana. Vamos.
RUT. (Abrazando a su esposo.) Vamos, querido. ¿Sabes? Me siento muy contenta de ver que has ayudado a esas personas. Y como dijo el hombre, Dios se encargará de pagártelo.
(Salen del escenario abrazados y caminando, buscando el lugar en que dormirán, colocan la vela dentro del canasto que está en el suelo. No debe caer el telón. Durante un minuto el escenario permanece solitario. De pronto empieza a escucharse un coro. Este puede ser el coro de la iglesia, un disco o una cinta grabada. El sonido debe ir aumentando poco a poco pero nunca muy fuerte. De pronto Jozabad entra despacio y extrañado. Trae en su mano una candela. Permanece unos breves instantes en silencio y con gesto de querer escuchar de dónde provienen los cantos.)
JOZABAD. (Caminando despacio de un lugar a otro.) ¡Qué extraño! ¿Estaré soñando? No puede ser cierto, pero... parece que es tan real. Han estado pasando cosas muy extrañas, lo siento en el ambiente. ¿Qué será? Tengo miedo de salir, no sé de dónde provienen esas voces que cantan... ¡Dios mío! ¿Qué está pasando? No entiendo absolutamente nada. Creo que todo empezó desde que esa pareja llamó a la puerta para solicitar hospedaje. No sé, pero había algo extraño en ellos: el ambiente cambió. (Pausa.) ¡No! Deben ser imaginaciones mías, quizá porque estoy cansado.
(El mesonero sigue pensativo se sienta y pone sus manos sobre la cabeza. Después de una breve pausa entra Rut. La música ha cesado.)
RUT. ¿Qué pasa, cariño? Oí que hablabas y no pude soportar la tentación de averiguar lo que sucedía. Además, me pareció escuchar que alguien cantaba pero eso debe haber sido producto de mi imaginación.
JOZABAD. (Asustado.) ¡Espera! ¿Has dicho que alguien cantaba?
RUT. Sí, pero eso me lo imaginé.
JOZABAD. ¡No! No fue tu imaginación. Yo también lo he escuchado; por eso me levanté. Me da miedo todo esto, por eso no he salido a investigar. ¿Qué crees que puede estar sucediendo?
RUT. No podemos darnos cuenta a menos de que salgamos a averiguarlo. Vamos, estoy segura de que no hay por qué temer.
JOZABAD. ¿Estás segura de que quieres averiguarlo?
RUT. ¡Sí! ¿Por qué? ¿Acaso tienes miedo?
JOZABAD. No, no. ¿Cómo podría tener...?
RUT. Vamos, no hay por qué temer.
JOZABAD. Pero, es que... ¿No sientes algo extraño en el ambiente? ¿Algo diferente? Es algo que nunca antes había sentido. Por eso me da miedo.
RUT. ¿Miedo? ¿Te da miedo sentir la presencia de Dios?
JOZABAD. (Intrigado.) ¿A qué te refieres con eso de la presencia de Dios?
RUT. Tienes miedo y no comprendes nada porque nunca has sentido la presencia de Dios en tu vida. Yo la he sentido muchas veces y de muchas maneras, y te aseguro que ahora mismo la siento con mayor fuerza, como nunca antes la había sentido.
JOZABAD. Ya vienes con tus inventos. Es que no desperdicias ni un instante para hablarme de tu Dios. ¿Cuándo dejarás esa costumbre, Rut, cuándo?
RUT. Bueno, ahora no es momento para discutir. ¿Quieres que salgamos para averiguar lo que sucede? ¿Sí o no?
JOZABAD. Está bien, está bien, pero no tienes que hablarme así. Salgamos.
(Ambos salen por la puerta que da a la calle. Llevan la vela en sus manos. Nuevamente el escenario queda solo. No debe cerrarse el telón. Nuevamente empieza a escucharse el coro. El escenario permanecerá así durante uno o dos minutos. De pronto, entran por la puerta el mesonero y su esposa. Sus rostros deben marcar muy bien las emociones que sientes. Él entra asombrado y ella con el rostro iluminado de alegría.)
RUT. (Con suma alegría.) ¿Lo ves? ¿Comprendes ahora lo que te decía? Estaba segura de que era la presencia misma de Dios. Te lo dije, Jozabad. ¿Por qué no me creías? Al fin ha llegado la salvación a Israel.
JOZABAD. ¡No! No puede ser. Me niego a creerlo. Y no insistas porque me niego a creer que ese niño que acaba de nacer es el Mesías enviado por Dios. Jamás creeré tal absurdo.
RUT. (Continúa extasiada.) ¡Oh, Jozabad! ¡Qué ciego eres! ¿Cómo es posible que no creas que ese niño es el enviado de Dios? Esto es el colmo. Entonces, ¿cómo explicas todo lo que contemplamos? ¡Ah! Explícame entonces, ¿qué ha significado para ti el canto de los ángeles, la adoración de los pastores? ¿Ni siquiera ha palpitado tu corazón más aprisa cuando nos acercamos al niño? Jozabad, tienes que aceptarlo, las profecías se han cumplido. Dios está con nosotros.
JOZABAD. ¡Imposible! Me niego a aceptarlo así de fácil. Además, ¿cómo iba a permitir Dios que su enviado naciera en ese pesebre? Si Dios es tan grande como tú me lo describes, entonces el Mesías nacería en un palacio y no aquí en un humilde establo rodeado de míseras viviendas.
RUT. Pero, Jozabad... las profecías... ¿no comprendes?
JOZABAD. ¡Basta! No creo en esas profecías y mucho menos creeré que ese niño es el enviado de Dios para salvarnos. Así que, por favor Rut, no insistas.
RUT. Pero...
JOZABAD. (Con voz cortante.) ¡Basta ya! Te he dicho que no insitas. No quiero oír ni una palabra más al respecto. Si tú quieres creer esas tonterías créelas pero no me molestes a mí con eso. Ya he oído bastantes, estoy cansado de tus creencias. Así que no quiero que comentes nada más. Mañana será otro día y por lo tanto será mejor descansar.
(El mesonero sale por la puerta que da al cuarto. Su esposa permanece en el escenario. Se sienta en una silla y coloca sus manos en actitud de oración sobre su rostro. Luego habla.)
RUT. (Con mucho dolor.) ¡Oh, Dios mío! Hoy he contemplado tu presencia; mis ojos te han visto y mis manos te han palpado. Sé que no merecíamos que tu enviado naciera en nuestro humilde y pobre establo pero así lo has querido Tú. Mil gracias por esto. Ahora, Señor, permite que mi esposo Jozabad abra sus ojos. Quítale la ceguera espiritual. Haz que él te acepte como Dios que eres y acepte que Tú enviaste ese hermoso niño. Te lo suplico como sierva tuya que soy. Que así sea.
(Rut apoya su rostro sobre la mesa y lo cubre con sus manos. El telón se cierra lentamente.)
ESCENA II
(Esta escena sucede en una habitación del aposento alto, Jozabad ha llegado a Jerusalén y se hospeda en el mismo edificio en que los discípulos del Señor llegan a consolarse después de que Jesús ha sido crucificado. Es un cuarto sencillo: cama, mesa, candela, canasto, dos sillas y una vasija con agua.)
JOZABAD. (Sentado sobre la cama.) ¡Ah! ¡Qué día más agotador! Hace varios años hacer este viaje de Belén a Jerusalén no me cansaba pero ahora con sesenta y siete años sobre mis espaldas no es lo mismo.
¡Uf! Ya mis huesos se están gastando por completo. Así es la vida; uno nace, crece y muere y luego los hijos toman el lugar que dejamos y los nietos tomarán el lugar de mis hijos. Uno no puede hacer nada por cambiar esta situación; es inútil querer vivir más años de los que la vida nos da. De por sí que sería muy duro. He llegado a los sesenta y siete años y aunque mi vida ha sido dura creo que ha valido la pena caminar por el mundo. Ojalá que mi querida Rut no tenga problemas con los muchachos. Aunque la verdad es que son muy buenos. Han salido buenos para el trabajo no sólo de la casa y el ganado sino que también han sabido administrar el mesón. ¡Ay!, creo que será mejor descansar, de lo contrario voy a morir ahora mismo.
¡Qué barbaridad! Qué viaje más cansado y no me cansó tanto el viaje como ese tumulto de gente en las calles. ¡Cómo me costó abrirme paso entre esa multitud! Qué gente más desconsiderada; no les importó que yo fuera un anciano, no se daban cuenta de que yo necesitaba espacio; pero bueno, el caso es que ya he llegado y ahora, a descansar. (Breve pausa en la que permanece en actitud pensativa.) Por cierto, ¿por qué habrá tanta gente en las calles? He venido varias veces a Jerusalén para la Pascua y nunca antes había observado tantas personas en las calles. ¿Qué ocurrirá? Lo único que escuché fue que iban a crucificar a tres tipos pero... ¿Por qué tanto alboroto por una simple crucifixión? Debe haber algo más. Quizá mañana pueda enterarme, no sé por qué me preocupo por lo que no me interesa. Por desgracia no traje a Rut, la pobra ya estaría averiguando qué pasa. Nunca va a cambiar; siempre ha sido así. Parece que vive en otro mundo.
(Jozabad se levanta, se dirige hacia su bolsa de la cual saca sus mantas para abrigarse durante la noche. Después se desata el calzado y se acuesta sobre la cama con la misma ropa que tiene puesta. Oculta la candela bajo el canasto. No se cierra el telón. El escenario y el hombre permanecen así aproximadamente treinta segundo. De pronto se escuchan voces. Hay movimiento dentro de la casa donde él duerme. Las voces demuestran que hay confusión, dolor, tristeza. Jozabad se despierta, inmediatamente se pone en pie y descubre la vela.)
JOZABAD. (Mientras se ata el calzado.) ¿Qué estará sucediendo? ¿Qué habrá pasado? Alguna tragedia debe haber ocurrido. Ya me parecía a mí que algo extraño circulaba en el ambiente. Lo mejor será investigar qué ha ocurrido porque de lo contrario no podré dormir en paz pensando en esto que me intriga.
(Una vez que se ha puesto las sandalias toma el candelero y se dirige a abrir la puerta. Sale de su habitación pero no por mucho tiempo. El escenario está solo; se escucha que Jozabad está hablando.)
JOZABAD. (Fuera de escena.) Por favor, señores, ¿podría alguno de ustedes explicarme lo que sucede? Por favor, ¡no se queden callados! Necesito que alguien me diga lo que ha ocurrido. ¿Por qué están tan tristes y asustados? ¿Qué han visto? ¿Qué les han contado? Vamos, señores, no me dejen con esta intriga. ¡Ayúdenme! ¡Ustedes! Mire, usted, ¡sí, usted! ¡Venga aquí, por favor, venga! (Pausa.) ¿Podría explicarme qué ha sucedido?
(En ese momento se escucha otra voz que habla con Jozabad todavía fuera de escena.)
MATEO. (Con voz triste.) El Maestro, el Maestro, lo han crucificado, ¡lo han matado! Ahora, ¿qué vamos a hacer? Sin Él todo será diferente. Apenas ayer estábamos juntos y, ¡ahora! ¡Ahora lo han matado! ¿Por qué, Dios mío? ¿Por qué ha muerto?
JOZABAD. Perdón, señor, no lo comprendo, no entiendo lo que me ha dicho. ¿Quién ha muerto? ¿Quienes lo han matado? ¡Por favor, explíquemelo! Venga a mi habitación, desde aquí no puedo escuchar nada, venga y cuénteme.
(Ambos aparecen en el escenario. Jozabad trayendo asido del brazo a Mateo.)
JOZABAD. (Acercando a Mateo una silla. Siéntese. Le sirve un poco de agua.) Tome, le hará bien beber esta agua, al menos le calmará para que pueda contarme lo que ha sucedido.
MATEO. (Que ya se ha bebido el agua y está más sereno.) Bueno, no puedo contárselo todo porque debe reunirme con mis compañeros para orar. Necesitamos orar mucho para recibir consuelo y fuerzas de Dios. (Leve pausa en la que se nota que toma aire.) Mire, señor... (Reacciona y con cierta duda.) Perdone pero, ¿quién es usted? ¿Cómo se llama? Así no puedo hablarle, nuestras vidas corren peligro; a partir de hoy seremos drásticamente perseguidos. Así que no podemos hablar con cualquier individuo y mucho menos si es desconocido.
JOZABAD. (Se levanta de su silla, se dirige hacia Mateo, pone su mano sobre su hombre.) ¡No, hombre! ¡No se preocupe! ¿Cómo puede pensar que va a estar en peligro si me cuenta lo que ha sucedido? ¿No se ha fijado en mi rostro? ¿Cómo se le ocurre que con estas facciones y esta ropa pueda hacerle daño? Tenga confianza. Tengo derecho a enterarme de lo que ha sucedido. ¿Por qué sus compañeros están llorando?
MATEO. Está bien, te lo contaré y espero que realmente seas digno de confianza y no un espía.
JOZABAD. (Interrumpiendo inmediatamente a Mateo y con gesto de asombro.) ¿Yo espía? ¡Por Dios! ¿Cómo se te ocurre?
MATEO. Está bien, creo en ti. Después de todo, el Maestro nos enseñó a no juzgar a nuestros semejantes y así debo hacer contigo.
JOZABAD. (Intrigado) ¿Maestro? ¿Qué maestro?
MATEO. Jesús, nuestro Maestro y Señor. Él fue quién nos enseñó todas las cosas. Por eso estamos tristes, hoy lo han matado. Primero lo humillaron, se burlaron de Él, le escupieron, le pusieron una corona de espinas y lo clavaron sobre una cruz. ¡Oh, no! ¡Por favor! No quiero recordarlo. (Ambas manos cubren su rostro.) Fue tan horrible todo lo que tuvo que pasar y sufrir por darnos vida eterna...
JOZABAD. (Muy intrigado) ¿Vida qué? No entiendo, hablas de cosas muy extrañas: Maestro, cruz, vida... ¿cómo has dicho?
MATEO. Vida eterna, eterna y abundante. Todo lo que sufrió fue para que todos fuéramos hechos hijos de Dios, menos Él que ya lo era.
JOZABAD. ¿Que era qué?
MATEO. Hijo de Dios.
JOZABAD. ¡Verdaderamente no te entiendo! ¿Quieres decirme que ese hombre a quien tú llamas Maestro, es el Hijo de Dios?
MATEO. En efecto. Él es Jesucristo, el Hijo del Dios viviente. Él, siendo Dios, se hizo hombre para darnos salvación de nuestros pecados.
JOZABAD. Pero, ¡hombre! ¿Cómo te atreves a decir que un hombre que es humillado y muerto en una cruz es el Hijo de Dios? ¡Tienes que estar loco!
MATEO. No me importa que me digas que estoy loco. Sólo sé que Jesucristo es el Hijo de Dios y que Él nos ama. Por eso murió en la cruz; por nuestros pecados. También murió por los tuyos.
JOZABAD. ¿Por los míos? Pero... yo ni siquiera lo conozco. ¿Cómo iba a morir por mis pecados? Además, yo no tengo pecados, pues cumplo con todo lo que me pide la ley.
MATEO. La ley no es mala, pero tampoco salva. Jesucristo nos dijo que Él es el único camino para llegar al cielo, la ley no te puede salvar, sólo Jesucristo puede hacerlo. Además, no importa que tú no le conozcas, porque Él sí te conoce a ti.
JOZABAD. Lo que no entiendo es por qué lo mataron si era Hijo de Dios. Me imagino que sería un hombre grande y poderoso en conocimientos y riquezas. ¿Cómo, pues, lo iban a matar?
MATEO. Te equivocas. Él era un hombre humilde, no poseía riquezas materiales. En lo único que era rico era en su amor por los pecadores. Precisamente por eso lo mataron. ¿Quién iba a creer que Él era el Hijo de Dios? Si Él no tuvo casa, no recibía ningún salario, vestía humildemente, comía lo que comen los pobres, era carpintero, se relacionaba con la chusma del pueblo... es más, no tuvo lugar decente donde nacer.
JOZABAD. ¡No, no, no, no! Mira, me puedo creer todo, menos que no tuviera lugar decente en donde nacer. Si verdaderamente era el Hijo de Dios, ¿cómo iba a permitir su Padre que Él naciera en cualquier lugar? Eso sí que no me lo creo.
MATEO. Pero es que a él no le importó nacer en un lugar humilde, más bien a través de eso Él le mostraría al mundo entero que su reinado y su misión eran de humildad. Así, todos, aunque no seamos ricos, podemos pertenecer a su reino de paz y amor.
JOZABAD. Realmente me suena muy extraño eso que dices...
MATEO. Lo sé. A mí también me costó creer que Él, siendo el Hijo de Dios, naciera en un pesebre, rodeado de paja y animales. Es más, no nació en una gran ciudad, vino a este mundo en el pueblecito de Belén, esa pequeña e insignificante aldea que no tiene mayor importancia.
JOZABAD. ¿Qué dices? ¿Que nació en un pesebre?
MATEO. Sí, en un pesebre; porque no había lugar para sus padres en el mesón. Su familia era muy pobre y tuvieron que viajar desde Nazaret hasta Belén para ser empadronados, pues así lo dispuso el emperador Augusto César. Al llegar a Belén no encontraron lugar en ningún mesón y tuvieron que pasar la noche en un establo y ahí nació nuestro Señor. En un lugar humilde, pero glorioso, porque recibió la adoración de los pastores, de las huestes celestiales y de tres sabios del Oriente.
JOZABAD. (Ha escuchado atentamente lo que Mateo le ha relatado. Permanece boquiabierto, pues está asombrado de lo que ha oído. Se ha percatado de que Jesús nació en su pesebre aquella fría noche hacia 30 años. Pausa más o menos extensa, luego se lleva las manos a la cara y empieza a caminar por el cuarto. Luego habla.) ¡Oh, Dios! ¡Dios mío! ¿Qué he hecho? ¿Por qué yo? ¿Por qué?
(Mateo no comprende lo que sucede y aprovecha que Jozabad se sienta sobre la cama con el rostro cubierto para salir suavemente de la escena, como no queriendo ser descubierto. Jozabad se queda solo en el cuarto.)
JOZABAD. (Con dolor.) ¡Oh, Dios mío! ¿Por qué actué así? ¿Por qué te traté tan mal? Ahora comprendo, Dios mío, ahora comprendo que tu Hijo fue quién nació aquella fría noche en mi establo. (Pausa.) ¡Señor, perdóname! Tú sabes que si hubiera sabido que era tu Hijo el que necesitaba el cuarto, le habría cedido el mío con todo gusto. Señor, tantos años con aquella noche dando vueltas en mi cabeza para venir a comprender eso el día que tu Hijo ha muerto. (Pausa.) Tantos años sin comprender todo lo que mis ojos contemplaron y mis oídos escucharon aquella noche cuando nació tu Hijo. ¡Tenía razón mi esposa! ¡Todo aquello no era otra cosa que tu presencia entre nosotros! ¡Qué necio he sido! Ahora es tarde para entender, ahora es tarde para abrir mis ojos y mis oídos. ¡Señor, tu Hijo acaba de morir en forma humillante, y yo ni siquiera me preocupé porque al menos naciera decentemente. ¡Oh, Señor! Castígame si quieres, no soy digno de tu compasión. ¡Ya! Toda mi vida he deseado tener un mesón digno de ofrecer alojamiento a gente importante, siempre he cargado ese complejo y ahora me doy cuenta de que tuve el privilegio de hospedar al más importante del mundo, tu Hijo y ni siquiera fui capaz de ofrecerle un cuarto decente. ¡Oh, Dios mío! ¡Perdóname!
(Jozabad cae de rodillas con las manos sobre su rostro, apoyado sobre la cama. Se nota y se escucha que está llorando. Por unos segundos permanece así. El silencio es total. De pronto se escucha una voz fuerte pero dulce que proviene desde fuera del escenario. Esta puede ser grabada o leída.)
VOZ: “No te preocupes, hijo mío. No tienes por qué llorar, seca tus lágrimas. Lo que hiciste pertenece al pasado; es más, yo ni lo recordaba. Nunca he sentido odio ni resentimiento contra ti. Yo te amo, y mi amor se eleva por encima de los errores humanos. Además, quiero que sepas una cosa, tú fuiste el único hombre sobre todo el mundo que le ofreció a mi Hijo un lugar en el cual nacer. Ningún otro mesonero pensó en ofrecerle su humilde pesebre, pero tú lo hiciste y al menos tuvo un lugar abrigado en el cual venir a este mundo. Los primeros en rendirle adoración no fueron los pastores, el primero fuiste tú. Tú fuiste quien le dio el primero regalo, le diste tu humilde pesebre. Ahora, no pienses que es tarde; no, aún estás a tiempo. Hoy le crucificaron; murió, mas no se quedará entre los muertos. Pasado mañana, tal como decía, resucitará. ¿Sabes una cosa? Quiero pedirte que le des un lugar en tu corazón, pero no quiero que sea un rincón, quiero que le des el lugar más importante de tu corazón, de tu vida. Ahí quiere vivir Él y no por una noche sino por la eternidad.”
(Después de escuchar estas palabras, se pone música navideña con no mucho volumen. El hombre permanece en actitud de oración y el telón se cierra lentamente.)
2 comentarios:
Wow! me encantó esta obra porque es como la historia no contada... El mesonero, que personaje!!! De seguro me encantará poder hacer esta obra =)
Hermosaaa historia :')
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