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2012 - España

¿A quién obedecerás?

22 Minutos y 8 Personajes. Unos niños acuden a su abuelo para resolver un dilema: obedecer antes a Dios o a los padres. El abuelo les sorprende con una historia familiar que desconocían.


¿A QUIÉN OBEDECERÁS?


PERSONAJES

DON ALFREDO LÓPEZ
BEATRIZ
ROBERTO
ALFREDO LÓPEZ
ZULMA
VALENTINA
RICARDO
RECEPCIONISTA
DOCTOR



ACTO N° 1

(Escena: Casa de la Familia López, Don Alfredo López es abuelo y está con sus nietos jóvenes Beatriz y Roberto. Están discutiendo sobre una tarea de la iglesia.)

BEATRIZ. Roberto, ¿qué versículo te dio el profesor para explicar en la iglesia?

ROBERTO. Difícil es este versículo.

BEATRIZ. Dime, ¿cuál es? Quizás pueda ayudarte.

ROBERTO. Está en Hechos 5:29,”respondiendo Pedro y los apóstoles dijeron: es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres”.

BEATRIZ. ¡Qué difícil es tu versículo! Pero yo te ayudaré si tú me ayudas con el mío.

ROBERTO. ¿Y cuál te dieron a ti? Claro que te ayudaré.

BEATRIZ. Está en Colosenses 3:20. ”Hijos obedeced a vuestros padres en todo porque esto agrada al Señor”.

ROBERTO. ¡Ah! Ahora entiendo lo que quiere el profesor con estos dos versículos.

BEATRIZ. ¿Qué es, hermano?

ROBERTO. El profesor quiere saber si un padre te pide hacer algo que está mal, ¿qué vamos a hacer? ¿Obedecer a Dios o a los padres? La desobediencia es pecado.

BEATRIZ. ¡Qué inteligente eres! Tiene razón, pero vos, ¿qué harías si nuestro padre te pide hacer algo malo? ¿Qué harías?

ROBERTO. Bueno, yo oraría primero a Dios pidiendo perdón y bueno, trataría de dar un buen testimonio de obediencia.

BEATRIZ. ¡Qué vivo que sos! No podés hacer eso, tenés que elegir a quién obedecer, ¿a Dios o a nuestro padre?

ROBERTO. ¡Es difícil elegir! Si elijo a Dios, estaré pecando por desobedecer a mis padres.

BEATRIZ. Y si yo elijo obedecer a mis padres, estaré pecando por no obedecer a Dios.

ROBERTO. ¿Qué hacemos entonces? Es difícil nuestra tarea.

BEATRIZ. Hermano ¿quién nos aconseja cuando papá está en su trabajo?

ROBERTO. Nuestro abuelo Alfredo.

BEATRIZ. Llamémosle y expliquémosle el trabajo que tenemos que hacer.

ROBERTO. Vení, abuelo, te necesitamos.

DON ALFREDO. ¿Qué pasa, Roberto?

BEATRIZ. Abuelo, tú siempre nos aconsejas bien. Queremos que nos ayudes en un trabajo que tenemos para presentar en la semana la semana que viene.

DON ALFREDO. Bueno muéstrenme los versículos y el tema a desarrollar (Beatriz y Ricardo le muestran a su abuelo el cuaderno) ¡Qué difícil es! “¿A quién obedecer: a Dios o a los padres?”

BEATRIZ. Es cierto, no podemos elegir ninguno de los dos lados porque los dos son pecado.

DON ALFREDO. Tenés razón, Beatriz, pero, ¿su papá no les contó cómo murió su tía Valentina?

ROBERTO. No, abuelo, nadie nos lo ha contado.

DON ALFREDO. Siéntense acá a mi lado y yo les contaré cómo ella murió.

ROBERTO. Abuelo, ¿qué tiene que ver la muerte de mi tía Valentina con nuestro trabajo de la iglesia?

DON ALFREDO. Escúchame, Roberto, y después tú quitarás la conclusión con Beatriz para el trabajo que les han encargado.

BEATRIZ. Ya, calláte hermano, yo quiero saber cómo murió la tía Valentina. Abuelo, cuéntanos, por favor.

DON ALFREDO. Escuchen, esto pasó cuando yo era joven. Yo había sido creyente pero estaba alejado de Dios, sabía muchos versículos de la Biblia, pero los usaba para mi conveniencia. Era un dictador. Todo sucedió un día antes del cumpleaños de Ricardo; fue en esta casa; su abuela Zulma estaba preparándole cosas para una fiesta con sus amigos de la Sociedad de Jóvenes y yo…



ACTO N.2

(Escena: Don Alfredo joven, en la cocina con su esposa Zulma, un día antes del cumpleaños de Ricardo. De fondo música cristiana.)

ALFREDO. (Enojado, blasfemando contra Dios.) El mundo está un desastre, ¿dónde está tu Dios? ¿No es un Dios de amor? ¿No será como los políticos? No creo que exista Dios, este mundo está cada vez peor y Dios está sentado en su trono sin hacer nada para mejorar este mundo.

ZULMA. No digas esas cosas contra Dios, Él te puede castigar en donde más te duela. El mundo está así por la desobediencia del hombre.

ALFREDO. ¡Ja, ja, ja! ¿Dios me va a castigar¿ ¿Cómo? Si no existe. ¿Por qué estás preparando tantas cosas? ¿Y esta música de porquería? No quiero que la escuches.

ZULMA. Estamos en democracia en este país, pero en casa existe la dictadura. ¿Acaso te olvidaste de que mañana es el cumpleaños de tu hijo Ricardo? Quiero hacerle una reunión con sus amigos de la Sociedad de Jóvenes.

ALFREDO. (Gritando.) ¿Yo estoy aquí de adorno? ¿Por qué no me consultaste? Yo soy el jefe del hogar, acuérdate, mujer, de eso.

ZULMA. ¡Viva la democracia, abajo la dictadura! Yo te pregunté, pero tú nunca me escuchas, siempre estás tan ocupado en tus negocios.

ALFREDO. ¡Se suspende la reunión! Esos amigos de la Sociedad de Jóvenes son muy aburridos. En sus fiestas no hay alegría, nadie se divierte, no hay baile, ni cerveza. Yo le llevaré a un lugar donde realmente se divertirá, donde se hará hombre de verdad.

ZULMA. Claro, vos le querés llevar a esos lugares donde hay mujeres fáciles y que nuestro hijo se contagie de sida u otra enfermedad, ¿verdad?

ALFREDO. Tonta, para eso existen los preservativos, para cuidarse. No quiero que tenga esa reunión con los aburridos de la Sociedad de Jóvenes. Es mi última palabra, yo soy el jefe de la casa y se hace lo que yo digo.

ZULMA. ¡Qué dictador que sos! Y muy egoísta, nunca hablas con tu hijo para saber lo que él quiere.

ALFREDO. Yo sé lo que le conviene a mi hijo, no necesito preguntarle.

ZULMA. Nunca vas a cambiar, le pido a Dios en oración que tenga un encuentro personal contigo para que tu vida cambie. Suspenderé la reunión pero, ¿puedo hacer una cena familiar con tu permiso “jefe de la casa”?

ALFREDO. Sí, podés hacerlo, simpática.

ZULMA. Gracias, me voy al Hipermercado apurada para hacer las compras porque está por cerrarse.




ACTO N.3

(Escena: Sale Zulma para irse a comprar. Alfredo plageando de su esposa, Ricardo le escucha.)

ALFREDO. Esta mujer está mal, parece una loca. Anoche la oí hablar sola y de rodillas, sí que está loca.

RICARDO. ¡Papá, no le faltes el respeto a mi madre! Si le viste arrodillada es porque ella estaba orando, conversando con Dios para que tengas un encuentro con el Señor y Salvador Jesús y le aceptes en tu corazón.

ALFREDO. ¡Ja, ja, ja! Hablando con Dios, pero si no existe…

RICARDO. Entonces tú no existís papá, si Dios no existe, tú tampoco.

ALFREDO. ¿Por qué decís que no existo? Si vos me ves y me estás hablando.

RICARDO. Tenés razón, papá, estás presente porque Dios te creó, Él existe.

ALFREDO. Mejor cambiemos de tema, te quiero preguntar algo.

RICARDO. Dime, papá.

ALFREDO. En la Biblia hay un versículo que dice “Hijos, obedeced a

vuestros padres en todo porque esto agrada al Señor”,¿verdad?

RICARDO. Sí, papá, eso dice, ¿por qué preguntas?

ALFREDO. Pues yo decidí cuál era la mejor celebración para tu cumpleaños. Mañana te voy a llevar a un lugar para que puedas conocer hermosas chicas y para que así te hagas un hombre de verdad, ¿qué te parece?

RICARDO. Lo siento, papá, no podré acompañarte porque mañana tengo un compromiso con mis amigos de la Sociedad de Jóvenes.

ALFREDO. Yo suspendí esa reunión con tus aburridos amigos así es que podrás.

RICARDO. ¿Cómo pudiste, papá? Sin decirme nada…

ALFREDO. Yo soy el jefe de la casa y hago lo que quiero. Vos tenés que obedecerme, es mi última palabra.

RICARDO. ¡En la Biblia también dice que “Es necesario obedecer a Dios ante que a los hombres”!

ALFREDO. (Enojado.) ¡No me importa, tenés que obedecerme igual!

RICARDO. Lo siento, primero hay que obedecer a Dios (sale apresuradamente a la calle. Entra Valentina.)

VALENTINA. ¿Qué pasa, papá? Cálmate, te hará mal al corazón.

ALFREDO. ¡Ese hijo desobediente! Pero me tendrá que hacer caso porque yo soy su padre y el jefe de esta casa.

VALENTINA. Sí, papá, ya verás que sí pero, yo te quería pedir un consejo, ayúdame, por favor.

ALFREDO. Sí, mi pequeña, te voy a ayudar, ¿cuál es el problema?

VALENTINA. (Plageando.) Papá tengo una enemiga, se llama Mónica. Es una víbora, ¿sabes que me quitó a mi novio Julio? Y lo que es peor, le contó muchas mentiras sobre mí. No sé qué hacer papá, sólo quiero vengarme, ayúdame, estoy desesperada.

ALFREDO. Cálmate hija, yo te voy a dar una buena idea, sólo tiene que obedecerme....

VALENTINA. Sí, papito, ¿qué tengo que hacer con Mónica?

ALFREDO. ¿Acaso vos no sos la jefa de la pandilla del barrio? ¿Por qué no reunís a tus amigas y le das un escarmiento a esa Mónica? Mañana es sábado y seguramente irá a la discoteca. A la salida le esperan y le das un susto, ¿qué te parece?

VALENTINA. Papito, sos un genio. Me voy a reunir con mis amigas para planear lo que vamos a hacer (Le da un beso a su padre y sale).

ALFREDO. (Contento) ¿Por qué mi hijo Ricardo no es tan obediente como su hermana?




ACTO N°4

(Escena: Valentina sale apurada y le atropella a Ricardo, que estaba escuchando la conversación.)

VALENTINA. ¿Por qué no salís de mi camino? ¡Estoy apurada!

RICARDO. Hermana, ¿qué le vas a hacer a Mónica?

VALENTINA. Le daré el peor susto de su vida, se arrepentirá de haberme quitado a mi novio.

RICARDO. No hermana, la Biblia dice:”No paguéis a nadie mal por mal, procurad lo bueno delante de todos los hombres”.

VALENTINA. (Molestándose.) Vos siempre estás pensando en tus versículos de la Biblia, déjame en paz, la idea que me dio papá es muy buena y le voy a obedecer.

RICARDO. No, hermana, tenemos que obedecer a Dios antes que a los hombres, aunque esos hombres sean nuestros padres.

VALENTINA. No seas metiche. Déjame salir. (Le hace un lado y sale.)




ACTO N° 5

(Escena: El día del cumpleaños de Ricardo estaba toda la familia alrededor de la mesa, menos Valentina, la madre está sirviendo la comida y Alfredo mirando un diario.)

ZULMA. Y Valentina, ¿no va a cenar con nosotros el día del cumpleaños de su hermano?

ALFREDO. Yo le di permiso, tiene un asunto importante que arreglar, luego vendrá a cenar con nosotros.

ZULMA. Entonces vamos a esperarle para que así esté toda la familia.

ALFREDO. Vamos a cenar los hombres de la casa porque después iremos a divertirnos. Vos podes esperar a Valentina y cenar con ella.

RICARDO. (Menea la cabeza con enojo, haciendo señales a su madre.) Te dije papá, que yo no iré a esa fiesta, yo voy a obedecer a Dios, no puedo obedecerte en esto.

ALFREDO. ¡No seas desobediente con tu padre! (Le da una trompada a su hijo).

ZULMA. (Se acerca a su hijo para ayudarle a levantar, se dirige a su esposo.) ¿Cómo puedes tratar así a nuestro hijo? No te entiendo.

ALFREDO. Yo soy el padre y puedo hacer lo que quiera con él.

ZULMA. Te equivocas, no puedes maltratarle así.

ALFREDO. Ya salió la abogada defensora de su hijo consentido (en forma burlona, en eso suena el teléfono y Alfredo contesta.)

ALFREDO. ¡Hola! Sí es la casa de mi hija Valentina, ¿con quién hablo? ¿La recepcionista del hospital? ¿Qué pasa? ¡No! ¡Mi muñeca herida! ¡No puede ser que esté moribunda, salgo para allá!

ZULMA. (Desesperada.) ¿Qué dices, Valentina está moribunda?

ALFREDO. (Grita.) ¡Eso fue lo que oíste!

RICARDO. Ya, dejemos de hablar y vamos al hospital.

(Salen todos apurados.)




Acto N°6

(Escena: Entran todos a la sala de espera del hospital y preguntan a la recepcionista.)

ALFREDO. (Desesperado.) Señorita, ¿cómo está mi hija Valentina, Valentina López?

RECEPCIONISTA. (Revisando.) Valentina López sigue grave. El doctor le está operando en este momento. Siéntense, señor, pronto saldrá a conversar con Ud.

(Alfredo se sienta con su familia en la sala.)

ZULMA. ¿Qué te dijeron? ¿Cómo está nuestra hija?

ALFREDO. Está grave y la están operando. El doctor vendrá pronto a conversar con nosotros.

RICARDO. Yo iré a la cafetería y le traeré un té, papá, para calmar los nervios. ¿Vos mamá te quedas con papá?

ZULMA. Sí, hijo, gracias.

(Ricardo sale, y después de un rato, entra el doctor buscando a los padres de Valentina.)

DOCTOR. Los padres de Valentina López, ¿dónde se encuentran?

ZULMA Y ALFREDO. (Dicen a coro saltando del asiento.) ¡Nosotros somos, doctor!

DOCTOR. Buenas noches. Me temo que tengo malas noticias: su hija ha fallecido, no pudimos hacer nada, lo siento mucho.

ZULMA. No...Nuestra hija muerta...

ALFREDO. ¿Por qué nuestra hija? ¿Quién hizo esto, doctor?

DOCTOR. Los paramédicos de ambulancia dijeron que a la salida de una discoteca comenzó una pelea entre dos pandillas juveniles. Hubo varios heridos. A su hija le dieron una cuchillada en la espalda; ella no aguantó la operación porque perdió mucha sangre y estaba muy débil, lo siento.

(El doctor sale lentamente de la escena, Alfredo y su esposa se sientan en la sala de espera, destrozados.)

ALFREDO. Yo fui el culpable, yo maté a mi hija. Fui yo el que le dijo que comenzara esa pelea.

(Zulma permanece en silencio. Ricardo entra con dos tazas de té.)

RICARDO. ¿Cómo está Valentina? ¿Qué han sabido de ella?

ALFREDO. Tu hermana falleció. Fue mi culpa, yo le di un mal consejo y ella me obedeció. ¡Cómo pude! ¡Qué arrepentido estoy! ¿Cómo pueden perdonarme ustedes? ¿Y Dios?

RICARDO. Papi, cómo lo siento. Nosotros te perdonamos porque eso nos manda Dios. Él también puede perdonarte si tú se lo pides: papi, acepta a Cristo como tu Señor y Salvador. Si tú quieres orar ahora, nosotros te acompañaremos.

ZULMA. Vamos, habla con Dios, sólo Él puede quitarte ese sentimiento de culpa. (Oran todos juntos con lágrimas en sus ojos.)

ALFREDO. ¡Oh! Realmente me siento perdonado por Dios.

RICARDO. Tomen esta taza de té, yo haré los preparativos para llevar el cuerpo de mi hermana.




ACTO N°7

(Escena: Aparecen Alfredo siendo Abuelo, y sus nietos Beatriz y Roberto.)



ROBERTO. ¡Qué historia tan impresionante, abuelo!

BEATRIZ. Ahora entiendo, abuelo: hay que obedecer primero a Dios antes que a los hombres aunque los hombres sean nuestros padres.

DON ALFREDO. Tenés razón, Beatriz.

ROBERTO. Bueno, vamos a terminar el trabajo de la iglesia pues ya sabemos lo que debemos responder. Luego iremos a comprar un regalo para la abuela Zulma. Acordate abuelo, que mañana está de cumpleaños.

ALFREDO. Gracias, Roberto. No sé qué haría sin ustedes porque me olvidé del cumpleaños de mi esposa. Voy a acompañarles para comprarle un regalo también.

(Los tres se ríen.)

BEATRIZ. No hay problema, abuelo. Vamos todos juntos.

(Salen todos, se cierran el telón.)

Camino al monte

5 Minutos y 2 Personajes. Jesús explica el significado de su sacrificio en la cruz.

CAMINO AL MONTE

PERSONAJES

CRISTO
HOMBRE


(Jesús entra por un costado, el hombre sale a su encuentro.)

HOMBRE. Disculpa, Señor, ¿dónde vas?

CRISTO. Voy hacia aquel monte.

HOMBRE. ¡Al monte! ¿Pero tú sabes? Allí sólo van los que han hecho mal, aquellos que han robado, matado o no sé que cosas; pero tú....

CRISTO. Sí, yo iré... Tengo que subir, es importante. Yo no he hecho mal, sin embargo, sobre mis espaldas cargo la maldad de todo el mundo, y también la tuya... Si no subo morirás tú y todos los demás. Sólo mira a tu alrededor, gente asesinada, matanzas por ideales que nadie entiende; otros se suicidan al no encontrar esperanza en sus vidas.... ¿Entiendes por qué subir, si mi Padre sufre y yo también? Por eso me envió...

HOMBRE. ¿Cómo tu Padre te envió? No, no, no entiendo... Allí morirás y... tu Padre te envía. ¿Qué Padre podría hacer eso? La verdad es que no comprendo... Tu padre te envía y tú obedeces, ¡qué locura! No lo puedo creer.

CRISTO. Obedecer, ese es el problema del hombre: Adán, Caín, desde el principio hasta hoy han desobedecido... y tú también lo has hecho.

HOMBRE. Bueno, sí, trato de ser...

CRISTO. Si entendieras la trascendencia de Dios en tu vida, si yo estuviera realmente en tu vida, no sólo tratarías, sino que lo harías.
¡Cuánto dolor evitarías para tu vida!

HOMBRE. Me doy cuenta del dolor, del sufrir. Y estas cadenas que me tienen atado, necesito la libertad, la limpieza, la tranquilidad...

CRISTO. La paz, el amor de Dios que te protege, bendice, que te considera tu Creador, y lo principal, tu perdonador.
Por eso tengo que subir al monte, morir injustamente, derramar mi sangre como sacrificio de expiación y clavar en esa cruz la carga que hoy oprime tu vida y la de todo el mundo.... Hombre, ven conmigo.

HOMBRE. Señor, mi Señor, no quiero que me dejes solo...

CRISTO. Estás cansado y trabajado, los muchos pecados han producido un sufrir constante... Ven y yo te haré descansar.

HOMBRE. ¿Cómo descansaré, Señor, si tú vas rumbo al monte de la muerte?

CRISTO. ¿De la muerte? Dirás de la victoria. El poder de Dios se hará sentir en toda la tierra, y el mal será herido de muerte. Tú podrás decir: “libre soy y tengo paz”. Entonces, la muerte ya no será más y la victoria se elevará en el infinito del cielo... ¡Ven sígueme!... (El hombre lo sigue y salen juntos.)

La visita

6 Minutos y 2 Personajes. Una anciana está siempre esperando las visitas de su hija.

LA VISITA
Escrito por Judy Sadler y traducido con permiso por Loida Somolinos

PERSONAJES
Emilia (anciana)
Nuria (hija)

ATREZZO
Dos sillas (una de ellas es un balancín), un plato de galletas, una pequeña mesa con un espejo, maquillaje, un par de sombreros y dos tazas de café.



EMILIA. Oh, Dios mío, espero estar lista antes de que llegue. Así –un toque perfecto- quiero tener las mejillas bien sonrosadas- unas mejillas con color se miran mucho mejor. Creo que me pondré el sombrero verde, no, el rojo me queda mucho mejor... aunque quizá el verde.... para mi edad no estoy nada mal, ¿eh? Espero que a Nuria le guste este vestido y ojalá traiga galletas. Las galletas que hace están buenísimas, mucho más que esas que me traen de la tienda. Y quizá traiga esa crema tan buena para el café en lugar de la horrorosa leche descremada que tomo. Bueno, parece que todo está preparado. No puedo esperar a verla.

(Nuria entra con un plato de galletas. Abraza a Emilia y la besa en la mejilla.)

NURIA. ¡Hola, mamá!

EMILIA. Nuria, ya estás aquí... ¡Cuánto me alegro de verte! Sabía que vendrías hoy... tenía tantas ganas de verte. Me he puesto este vestido especialmente para ti.

NURIA. Te ves muy bien, mamá. ¿Cómo te encuentras?

EMILIA. Bueno, tengo unos achaques por aquí y por allá pero nada grave. En general me encuentro bien, y más aún desde que has venido a verme. Y poco más que contar, ¿cómo estás tú?

NURIA. Oh, mamá, he estado muy ocupada, no he parado… Creo que me tendría que multiplicar por tres. El sermón del pastor del otro día se centró en las prioridades que tenemos en la vida y me hizo pensar en lo ocupada que estoy y en el poco que me cunde. Necesito parar un poco y reflexionar en lo que verdaderamente es importante en esta vida.

EMILIA. Creo que todos tenemos que hacer un autoexamen de nuestras vidas de vez en cuando. Y, ¿qué es eso que llevas en ese plato? ¡Oh, galletas! Tenía tantas ganas de verte como de probar tus galletas.

NURIA. ¿Te acuerdas cuando me enseñaste a hacer estas galletas? ¡Qué nombre tan tonto! Garaballetas...

EMILIA. Había masa de garaballetas en todas partes. Cuando hacíamos galletas pensaba que nunca íbamos a terminar de limpiar la cocina.
(Se ríen las dos.)

NURIA. Tú siempre fuiste muy paciente con nosotros. No sé cómo lo hacías...

EMILIA. Es fácil ser paciente con alguien que quieres. A veces me gustaría volver a esos tiempos otra vez. Cuando erais niños, erais una joya, un verdadero tesoro. Me manteníais joven, de veras. Ahora me siento aquí y recuerdo aquellos años. Creo que los recuerdos más gratos que tengo son de cuando íbamos al zoo. ¡Qué bien que nos lo pasábamos! Regresábamos a casa y vosotros estabais completamente sucios y con restos de dulce de algodón de la cabeza a los pies. ¿Te acuerdas de aquella vez que tu hermano se cayó del árbol y pensábamos que se había muerto? ¡Bendito sea el Señor! ¡Qué susto nos dio! ¿Y esa vez que en tercero tuviste un campeonato de natación? Estabas tan orgullosa. Aún me acuerdo de las tres niñitas que competisteis. Y qué elementa estabas hecha... mira que cambiar tu nombre por el de Susi en segundo grado. Menos mal que te entró el conocimiento y te lo volviste a cambiar al de Nuria en tercer curso. Podría pasarme todo el día recordando historias de cuando erais pequeños... cuando una se pone a contar estas historias parece que afloran otros pequeños detalles que creía olvidados.

NURIA. Sí, mamá, esos son recuerdos maravillosos, pero lo más importante que hicimos juntos fue asistir a la iglesia. Sin la fuerza que Jesús me da cada día, tendría una vida muy dura. No puedo imaginar lo que sería de mí si Jesús no fuese mi salvador.

EMILIA. Vas a pensar que estoy loca, pero a veces cuando me siento aquí balanceándome, me siento como si estuviera en los brazos del salvador, como si fuera un pequeño bebé. Y pensar que algunas personas consideran la iglesia algo pesado. No saben lo que se están perdiendo.

NURIA. Mamá, he pasado un rato estupendo contigo pero me tengo que marchar. Cuídate mucho. (Pausa.) Por cierto, ¿cómo sabías que iba a venir hoy aquí?

EMILIA. ¿Cómo? Nuria, cariño, ¿no te lo imaginas? ¡Te espero todos los días!

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Copyright Judy Sadler, todos los derechos reservados. Esta obra se puede representar gratuitamente con la condición de que no se haga ningún cargo para asistir a su representación. A cambio la autora agradecería que se le notificara cuándo se va a poner en escena. Se puede contactar con ella en
judy@allegiance.tv o visitar su página web http://www.angelfire.com/ok/originalpoetry/index.html

El buen samaritano de este tiempo

10 Minutos y 8 Personajes. Historia moderna de la parábola del Buen Samaritano.

EL BUEN SAMARITANO DE ESTE TIEMPO

Obdulia Alvarad


PERSONAJES


NARRADOR

NIÑA

HIJA
MAMÁ

NIÑO 1

NIÑO 2

CHÓFER

ACOMPAÑANTE


NARRADOR.
"Hubo un intérprete de la ley que se levantó un día y dijo a Jesús, para probarle: Maestro, ¿haciendo qué cosa heredaré la vida eterna?
Jesús le dijo: “¿Qué esta escrito en la ley? ¿Cómo lees?”

El intérprete de la ley respondiendo dijo: "Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas, y con toda tu mente y a tu prójimo como a ti mismo."

Jesús le dijo: “Bien has respondido. Haz esto, y vivirás”.

(Se abre la cortina o se enciende la luz.)



PRIMERA PARTE

(Una niña entra por un lado del frente, montando una bicicleta, y llega hasta el medio y simula un repentino mareo, deja caer la bicicleta y poco a poco se deja caer como muerta. A un costado del altar se encuentra una ventana en la cual se encuentra asomando una mamá. Un poco atrás de ella se encuentra su hija hablándole en forma impaciente.)

HIJA. ¡Mamá! Hazme caso. Hace rato que te estoy llamando. ¿Qué tanto miras por la ventana?

MAMÁ. Me parece que alguien se cayó en la calle, pero no miro si se mueve.
¡Sabrá Dios si está con vida! Pero no te preocupes, hija. ¿Para qué me llamabas? Discúlpame, no te había escuchado. ¿Ya terminaste tu tarea? ¿Quieres que te ayude?

(Se cierra la cortina.)

NARRADOR. En muchas ocasiones nos damos cuenta de que alguien necesita ayuda pero nuestras ocupaciones nos hacen indiferentes al mal que está sufriendo nuestro prójimo.

Quizás podemos preguntar, como aquel intérprete de la Ley, que queriendo justificarse a si mismo, dijo a Jesús: “¿Y quién es mi prójimo?”

Jesús le respondió de esta manera: "Un hombre descendía de Jerusalén a Jericó, y cayó en manos de ladrones, los cuales le despojaron e hiriéndole, se fueron dejándole medio muerto.

Pero, ¿qué está pasando en nuestra historia? No muy lejos viene alguien: una o dos personas que pueden auxiliar a esta niña que está desmayada. Veamos que pasa...


SEGUNDA PARTE:

NIÑO 1. ¡Mira! La bicicleta que tanto quiero.

NIÑO 2. Ahora es tu oportunidad. Está como caída del cielo. ¡Corre y llévatela! Apúrate, antes que te vean.

NIÑO 1. No me atrevo...Ahí, junto a ella hay alguien. Seguro que no me va a dejar llevármela. Debe ser de ella.

NIÑO 2. Tú no te fijes. ¡Es tuya! ¿No ves que ni siquiera se mueve? Si está dormida peor para ella. Ni cuenta se va a dar.

NIÑO 1. ¿Y si se despierta?

NIÑO 2. Pues la vuelves a dormir. ¡Ándale, apúrate! Así me llevas a mí también a mi casa cómodamente en bicicleta.

(Se suben a la bicicleta y dejan tirada a la niña que está inconsciente. Se cierra la cortina y continúa hablando el narrador.)

NARRADOR. ¿Con qué facilidad las cosas materiales nos ciegan para no darnos cuenta de que hay un Dios que nos está mirando? La actuación de estas dos personas es como la de aquellos ladrones de los que Jesús estaba hablando al intérprete de la ley. ¡Malvados ladrones!

Claro que no todas las personas son así. Me recuerdo que Jesús continuó su historia al intérprete de la ley así: "Aconteció que descendió un sacerdote por aquel camino y viéndole, pasó de largo. Asimismo un levita, llegando cerca de aquel lugar, y viéndole, pasó de largo....



TERCERA PARTE

(Aparecen por un lado del frente un carro con chofer y acompañante escuchando la radio en la estación cristiana y vienen comentando sobre la predicación que están escuchando, caminan hasta donde está la niña en el suelo.)

CHÓFER. ¿En verdad crees que la venida del Señor está tan cerca como dicen? ¿O será que sólo tratan de asustarnos para tenernos todo el tiempo metidos en la iglesia?

ACOMPAÑANTE. Pues, hay muchas señales, tú sabes... De lo que sí estoy segura es de que nadie puede saber el día ni la hora. Debemos ser muy, pero muy cuidadosos de llevar una vida buena y agradable a los ojos de Dios.
¿No crees?

Lo que pasa es que muchas veces nos asustamos porque no estamos preparados para ese gran día.

¡Espera!...Hay alguien tirado en la acera. Vamos a ayudarle.

CHÓFER. ¡Ah! ¡Será un borracho! Ya se levantará.

ACOMPAÑANTE. No, no... Está con la cara al sol y hace mucho calor. Detente, vamos a ver si podemos hacer algo para ayudarle.

CHÓFER. No, no nos corresponde. Además, ya nos pasamos.

ACOMPAÑANTE. Pero es alguien necesitado. No importa su situación. Dios también le ama y debemos ayudarle.

CHÓFER. Ya habrá quien le ayude. No te preocupes.

ACOMPAÑANTE. Vamos a llamar al 911 . . .

CHÓFER. Te digo que no. Podemos meternos en problemas. Los que viven ahí cerca son los que deben llamar a la policía. Nosotros... ¡como que no vimos nada!

ACOMPAÑANTE. No creo que esté bien, por favor, vamos a regresarnos. ¿Por qué no me contestas? Ah, ya sé... tú corazón se ha endurecido... ¡Qué triste! Yo me siento mal por no haberme bajado a ayudar a mi semejante.

(Acompañante se muestra cabizbaja mientras el narrador continúa hablando.)

NARRADOR. Todo cristiano puede ser movido a compasión, pero no actuamos. No obstante, en su relato, Jesús le dice al intérprete de la ley que un samaritano que iba de camino se acercó al herido y viéndolo fue movido a misericordia.



ULTIMA PARTE

ACOMPAÑANTE. (Levanta la cara al cielo.) Dios, no puedo ser yo quien le ayude a esta persona. Perdóname. Pero te pido que envíes pronto tu ayuda, envía ángeles, o... Sí, sí señor, ¡envía un buen samaritano! ¿Quién será ese buen samaritano?

(A este punto se unen todos los participantes y repiten, dirigiéndose al público y al mismo tiempo.)

TODOS. ¿Hay aquí entre ustedes un buen samaritano?

NARRADOR. ¿Quién es ese buen samaritano? Jesús dijo que ese samaritano, acercándose, viendo sus heridas, echándoles aceite y vino y poniéndole en su cabalgadura, lo llevó al mesón, y cuidó de él. Otro día al partir, sacó dos denarios, y los dio al mesonero, y le dijo: “Cuídamelo y todo lo que gastes de más, yo te lo pagaré cuando regrese”.

Le preguntó Jesús al intérprete de la ley: “¿quién, pues, de estos tres te parece que fue el prójimo del que cayó en manos de los ladrones?”

El intérprete de la ley le contestó: “El que usó de misericordia”.

Entonces Jesús le dijo: “Ve y haz tú lo mismo”.

(Aquí van de dos en dos los participantes a atender a la persona lastimada y devolverle su bicicleta. La levantan de la mano y se unen todos los participantes tomados de las manos y a lo largo del escenario y bajan sus cabezas en señal de terminar el drama).

Donde hay amor, Dios está ahí

15 Minutos y 7 Personajes. Un zapatero escucha de noche que el Señor le va a visitar al día siguiente. Muchas personas pasan por su tienda, ¿pero cuándo llegará el visitante esperado?

DONDE HAY AMOR, DIOS ESTÁ AHÍ
Traducción y adaptación de Darío Dorsch. Basado en cuento de Leo Tolstoi

PERSONAJES

NARRADOR
JUAN
VOZ
BARRENDERO
MUJER
NIÑO
VENDEDORA


NARRADOR. En un pueblo pequeño de nuestras Misiones, vivía un viejo zapatero, muy querido y honrado por sus vecinos, que lo apodaron Don Juan. Una vez, en una víspera de Navidad, don Juan estaba sentado en su pequeña zapatería y leía en la Biblia la historia del nacimiento de Jesús.

JUAN. Si mañana fuese la primera navidad y Jesús naciese aquí, yo sé lo que le regalaría. Yo le daría estos zapatitos, los mejores que hice hasta hoy.

(Juan apaga la vela, y se dispone a dormir. De repente oye una voz.)

VOZ. Juan.

JUAN. ¿Qué pasa?

(Va hasta la puerta pero no ve a nadie. Intenta dormirse nuevamente.)

VOZ. Juan, Juan. Mañana pasaré por tu puerta. Si vos me ves venir y me invitas, entraré a tu casa y me quedaré con vos.

(Don Juan permaneció unos segundos espantado y se levantó en la mañana. Tomó su desayuno y comenzó a trabajar en la zapatería con los pensamientos dirigidos a lo que sucederá a lo largo del día.)

JUAN. ¿Qué fue lo que pasó anoche? ¿Fue un sueño, o realmente escuché una voz?

NARRADOR. A través de la ventana de la oficina, Don Juan observaba a todos los que pasaban por el camino. De repente, vio aproximarse al barrendero de las calles, que paró ante la ventana de su negocio y se frotaba las manos para calentarse un poco.

JUAN. Es un viejo que no tiene más fuerzas, apenas puede juntar la basura. ¡Pobre hombre! Le voy a ofrecer una taza de te, así se calienta un poco.

(Juan deja de hacer una costura, abre su ventana y le hace señas al barrendero para que entre.)

JUAN. Entre, venga a calentarse un poco y tome una taza de te bien caliente. Siéntese, aquí.

(Mientras Juan le ofrece el te, pega una miradita por la ventana esperando ver algo.)

BARRENDERO. Don Juan, ¿usted está esperando a alguien? ¿Por qué está mirando tanto para afuera?

JUAN. Para decirle la verdad, sí. Quiero decir, estoy y no estoy esperando a alguien. Anoche, cuando dormía, escuché algunas palabras. Tal vez soñé, tal vez no... Oí una voz que me decía: “Juan, Juan, mañana pasaré por tu puerta. Si vos me ves y me invitas, entraré en tu casa y me quedaré con vos”. Pero hasta me parece una tontería, y en todo momento estoy esperando a mi huésped divino.

NARRADOR. El hombre escuchó aquellas palabras y sus ojos se llenaron de lágrimas. Después se levantó agradeció por la hospitalidad y se despidió.

BARRENDERO. Muchos gracias, don Juan, por haberme invitado a entrar en su casa y haberme servido un te. Ahora me siento mucho mejor y con nuevas fuerzas.

JUAN. Vuelva siempre, será bienvenido.

(Se sentó en la ventana para continuar con su trabajo pero siempre echaba una miradita hacia fuera)

NARRADOR. Una hora después, Don Juan vio una mujer muy mal vestida, con una pequeña criatura. Ella se detuvo en la puerta de don Juan para refugiarse del viento frío que soplaba a la mañana temprano. El corazón del viejo zapatero se conmovió y rápidamente abrió su puerta.

JUAN. Señora, entre, por favor, que aquí adentro está calentito. Y de paso descanse un poco. Usted parece que está enferma, está pálida. Siéntese que le preparo algo calentito para comer y tomar. Su hijito debe tener hambre.

(La mujer comió y bebió y le contó su historia.)

MUJER. Estoy camino al hospital y espero que haya lugar para mí y para mi hijo. Soy viuda y estoy enferma y sin dinero.

JUAN. Pobre criatura. Déjeme servirle una taza de leche calentita. ¡Qué carita linda tiene! Pero... ¿Por qué no le puso zapatos con el frío que hace?

MUJER. ¡No tengo zapatos para ponerle!

JUAN. Entonces él va a tener este hermoso par de zapatitos que terminé hoy. Son los zapatitos más lindos que hice hasta ahora. Yo se los iba a poner al niñito Jesús si hoy fuese la primera navidad y Jesús hubiera nacido aquí.

MUJER. (Emocionada.) Don Juan, yo le agradezco en nombre de Jesús. Dios le pagará toda su bondad. Realmente fue Dios quien me mandó aquí y que lo llevó a mirar a usted por la ventana.

JUAN. No fue sin razón que yo miré por la ventana (Le cuenta su sueño...)

NARRADOR. Después que la mujer se retiró, Don Juan comenzó nuevamente su trabajo. Trabajaba sentado en su banquillo, y no dejaba de mirar por la ventana. Pasaba gente conocida y desconocida, pero él no notó nada especial.

(Don Juan ve una hermosa vendedora por su ventana. La mujer llevaba una canasta con tortas. Ella puso el canasto en la vereda para descansar un poco. De repente. Un niño salió de la nada, agarró unas tortas y salió corriendo. La mujer reacciona rápidamente y lo toma de un brazo y luego del otro. El niño comienza a gritar y la mujer le recrimina por las tortas robadas.
Don Juan sale corriendo de su zapatería mientras toda esta escena continúa. La mujer dice que lo llevará a la policía.)

NIÑO. (Gritando.) ¿Por qué la señora me grita así y me agarra tan fuerte? Yo no robé. (Don Juan intenta separarlos.)

JUAN. Déjelo señorita, y perdónelo, en nombre de Cristo.

VENDEDORA. Mi perdón será darle un castigo que le servirá de lección para toda su vida. Voy a llevar a este atorrante a la policía.

JUAN. (Suplicando.) Déjelo, señorita. Él no va a hacer más eso. Por favor, déjelo.

(La mujer lo suelta. El niño quiere huir, pero Juan lo retiene.)

JUAN. Usted tiene que pedirle perdón a la señorita y prometer que no robará más.

(El niño llorando pide perdón. Juan toma una de las tortas y se la da al chico.)

JUAN. Esta torta es para vos. (A la señorita.) Yo le pagaré a usted esta torta.

VENDEDORA. ¿Por qué usted protege a un muchacho que es un ladrón? Es necesario castigarlo para que se acuerde de eso, por lo menos una semana.

JUAN. Mire, señorita, desde el punto de vista humano tal vez sea justo castigarlo, pero ésta no es la voluntad del Señor. Él nos mandó perdonar a los culpables.

(La señorita toma su canasta y se va, pero el niño corre hacia ella.)

NIÑO. Señorita, deje que le ayude a llevar este canasto hasta su casa. Yo voy por el mismo camino.

NARRADOR. La mujer se conmovió y ambos se pusieron a caminar. El zapatero se quedó mirando a los dos cómo se iban conversando. Juan retornó a su lugar de trabajo y seguía mirando por la ventana hasta la nochecita. Muchas personas pasaron por el camino, y muchos necesitados recibieron su hospitalidad. Con todo esto, el esperado huésped divino no apareció. Y comenzó a anochecer...

JUAN. Y bien, el día está llegando a su fin. Nada especial sucedió. Ahora necesito preparar la zapatería para mañana (se saca el delantal, guardas las herramientas y barre un poco el piso).
Estoy teniendo un poco de hambre (Se prepara algo para comer, saca la Biblia. Abre y comienza a leer. Piensa un poco y recuerda la visión que tuvo la noche anterior.)

VOZ. Mañana pasaré por tu puerta. Si vos me invitas, entraré en tu casa y me quedaré con vos.

NARRADOR. Don Juan tuvo la impresión de notar un movimiento detrás de él. Como si alguien viniese en su dirección. Miró a su alrededor, y vio en una esquina sombras que parecían figuras... Figuras de personas de pié (el barredor, la señora con su hijo, la vendedora y el niño.)

VOZ. Don Juan, Don Juan, ¿usted me conoce?

JUAN. ¿Quién es usted?

VOZ. Yo mismo, heme aquí, soy yo.

(Aparece el barredor sonriendo y desaparece, Pausa, música clásica de fondo.)

VOZ. Heme aquí, soy yo. (Aparece la señora con su hijo y ambos sonríen y desaparecen, música de fondo.)

VOZ. Heme aquí, soy yo. (Aparece la vendedora y el niño quien tiene una tortita en la mano. Ambos sonríen y desaparecen. Música de fondo.)

NARRADOR. Don Juan sintió una gran alegría. Se puso sus anteojos y comenzó a leer la Biblia en el Evangelio de Mateo 25:41-42 donde el Señor Jesús dice:

JUAN. “Yo estaba con hambre y ustedes me dieron de comer, yo estaba con sed y ustedes me dieron de beber agua, yo no tenía lugar y ustedes me recibieron en sus casas, yo estaba desnudo y ustedes me vistieron, yo estaba enfermo y ustedes me cuidaron, yo estaba apreso y me fueron a ver”.

NARRADOR. Leyendo este texto don Juan tenía la certeza de que el sueño no era un engaño, el Señor realmente había estado en su casa y él le había dado un lugar donde quedarse.

La hija que se había perdido

7 Minutos y 4 Personajes. Historia moderna de la hija pródiga.

LA HIJA QUE SE HABÍA PERDIDO
PERSONAJES

PADRE
RUT
GEMA
DON RAÚL


PRIMER ACTO

PADRE. He ordenado todo, hijas, tenemos sobre ruedas: en el aspecto financiero nada nos va a ocurrir, hemos superado todos los obstáculos.

RUT. Papi, mañana mismo nos iremos a depositar la cantidad que te dije, nuestra empresa es una de las más fuertes en el medio.

PADRE. (Abrazándolas.) Gracias a Dios, hijas (mirando a su hija menor). Gema, hija, te veo muy preocupada, ¿es que no te sientes bien?

GEMA. (Tomando silencio.) Papá, deseo hablar contigo algo muy personal y como es personal creo que Rut sobra.

RUT. Bien, los dejo, no quiero estorbar.

PADRE. (Sentándose trata de calmar los ánimos.) Gema, ¿qué tienes que decirme?

GEMA. No sé si te habrás dado cuenta; yo no me siento feliz acá, papa, y aunque no lo creas, sí me afecta no tener a mamá al lado; desde que ella murió, nada ha vuelto a ser igual. Sé que te amo, padre y que tú también me amas, pero eso no llena mi vida. Padre, quiero irme de la casa, quiero mi libertad, sé que esto te parecerá absurdo pero creo que para mí será lo mejor, además, con mi hermana Rut peleo a cada rato y tú a mí me sobreproteges una canción, me esclavizas, me tratas como una niñita y no te das cuenta de que soy una mujer, así que, papá, lo siento y me voy.

PADRE. (Pensativo.) Hija, no sé qué te está pasando, no lo comprendo, que es una mala idea, no sé por qué te vas de casa; aquí lo tienes todo, siempre tuviste todo.

GEMA. (Interrumpiendo.) No todo, papa.

PADRE. Está bien, hijita, está bien; Sé que el cariño que te tengo ha hecho que me comporte como un padre protector, quiero que recapacites hija, yo te amo y siento (intenta abrazarla, Gema le interrumpe).

GEMA. Quiero que me des lo que me pertenece, dame mi herencia, te mostraré que yo también sé hacer dinero, no quiero más tus consejos, padre, déjame ir.

PADRE. (Mira tristemente a su hija.) Está bien, hijita, ahora mismo te firmaré este cheque; aquí está todo lo que te pertenece, y no te preguntaré en qué lo invertirás, puedes hacer lo que quieras con el dinero; una cosa más, aquí en casa, siempre te estaré esperando.

(Gema toma el cheque, lo mira y se sorprende. Se va sin despedirse. El papá se queda solo y apenado.)




ESCENA DOS

(Gema se fue a la capital y se juntó con amigas de mala fama.)

ROSA. Muy bien, Gema, lo hiciste bien, tienes que hacer sufrir a estos sinvergüenzas.

GEMA. Rosa, tengo un problema y quiero compartirlo: cuando salí de casa le dije a mi papa que yo también sabía hacer dinero ¿Por si acaso no conoces un lugar que pueda trabajar y ganar dinero?

ROSA. (Riendo a carcajadas.) ¿Trabajar? ¡Ja, ja! ¿Tú, trabajar? Me das risa, yo te voy a enseñar dinero fácil, muy fácil. (Señalando con el dedo.) ¿Ves aquel lugar?

GEMA. Sí.

ROSA. Es un casino y también tragamonedas; la gente muy a menudo viene por aquí, invierte un poco de dinero y sale millonaria. Gema, con mucha suerte ganarás más dinero de lo que padre ganaría en veinte años. ¿Tú tienes un capital?

(Gema asiente.)

ROSA. Entonces, ven conmigo.

(Gema en un solo día perdió todo lo que tenía; entonces vago por las calles hasta que una persona tuvo misericordia y le dio trabajo.)




TERCER ACTO

(Gema vestida de basurera empieza a trabajar.)

DON RAÚL. Gema, toma las escobas y barre todas las calles que aquí te he señalado, hazlo bien, por favor. ¡Ah...! Recuerda que la paga es quincenal.

GEMA. Don Raúl, pero no tengo nada.

DON RAÚL. Mira niña lo que estoy haciendo por ti, yo no te puedo tener en mi casa. Sé que hago algo, pero no hago mucho (tomando sus bolsillos saca dinero), para tu almuerzo de hoy, mañana veré si te doy algo más pero no te lo aseguro. Lo siento, Gema.

GEMA. (Se pone a barrer y llora, y llora de hambre, no había comido en dos días) ¡Cuántos trabajadores en la casa de mi padre tienen que comer y yo soy su hija y aquí perezco de hambre! ¡Ya sé! Me levantaré e iré a la casa de mi padre, y le diré a mi PADRE. “he pecado contra el cielo y contra ti, ya no soy digna de ser llamada tu hija, hazme trabajadora de tu empresa”.




CUARTO ACTO

(Gema regresa a su casa con el uniforme de barrendera y cuando su padre la ve, fue movido a misericordia).

PADRE. (Conmovido) Hija mía, Gema, hija de mi corazón, al fin te veo.

GEMA. Padre, he pecado contra el cielo y contra ti, ya no soy digna de ser llamada tu hija, hazme como una trabajadora de tu empresa.

PADRE. (Le corta, la calla.) Amelia, Rocío (gritando a sus sirvientas) venid, saquen el mejor vestido, y vestidle; pongan un anillo en su mano y un calzado en sus pies. Vayan a la carnicería y compren un toro entero, comamos y hagamos fiesta, porque ésta mi hija muerta era y ha revivido, se había perdido y ha sido hallada.

¿Estuviste hoy en la presencia del Señor?

13 Minutos y 3 Personajes. Una joven cristiana no encuentra tiempo en su jornada diaria para dedicárselo a Jesús.


¿ESTUVISTE HOY EN LA PRESENCIA DEL SEÑOR?


PERSONAJES

JESÚS
DEMONIO
KATY


(Llega Katy de la universidad, entra a su casa, al lado derecho del escenario está Jesús, y al lado izquierdo está el demonio. A estos dos personajes Katy no los ve, solo escucha sus voces cuando ellos le hablan pero en su interior. Estos personajes están siempre al lado de Katy. Jesús debe estar vestido de blanco y el demonio de negro.)


KATY. (Hablando sola.) Oh! Por fin llegué, ¡qué mal día! Todo me ha salido mal hoy, tengo que estudiar para los parciales, finales y ya está bastante tarde… me perdí la novela de las 9 ¡qué fatal!

(Katy mira la Biblia que está en la sala.)

KATY. ¡Oh! La Biblia... (Le sacude el polvo.)

JESÚS. Katy, lee mi palabra, tengo algo nuevo que decirte hoy… He preparado algo hermoso para ti.

KATY. ¡Huy! Sí, tengo que leer la Biblia, pero lo haré en la cama cuando me prepare para dormir…

DEMONIO. (Actitud arrogante.) ¡Qué va, Katy! No leas ese libro… es aburrido, recuérdalo… Mira que ya es tarde y tienes que descansar, son la 9:30 de la noche, y tienes que levantarte temprano.

JESÚS. Katy… Recuerda que tienes que leer mi palabra, hija. Tengo algo nuevo para ti hoy.

KATY. La leeré en la cama, eso haré.

(Katy se acuesta en la cama, toma la Biblia y empieza a hojearla…. El demonio se acerca a ella y con sus manos le empieza a acariciar el cabello para dormirla.)

DEMONIO. Duerme, duerme, bella durmiente… Dulces sueños…

(El demonio bosteza y al mismo tiempo bosteza Katy y se queda profundamente dormida con la Biblia en las manos. Jesús la mira con tristeza.)

(Al día siguiente Katy se levanta bien temprano al sonar el despertador. Jesús sigue en pie mirándola, el demonio se levanta junto a Katy bostezando. El demonio la mira y se asusta al verla.)

DEMONIO. ¡Huyyy! ¡Qué fea eres cuando te levantas!

(Ella se para de la cama y se va al baño.)

KATY. ¡Oh, Dios! ¡Las 5 de la mañana!... Tengo tiempo para todo…

(Al mirarse al espejo…)

DEMONIO. Katy, estás gorda y fea, mírate nada más, pareces una choncha…. Eres una floja de primera, deberías hacer dieta y ejercicio… ¿Crees que así Pedro se va a fijar en ti?

KATY. ¡Huy! Sí, estoy gorda… Me veo muy mal, ¡tengo que hacer algo pronto! … ¡Huy! No he leído la Biblia… Lo haré ahora.

DEMONIO. No… ¡Qué tonterías dices! ¡Leer la Biblia! Con el tiempo que necesitas para hacer ejercicio... La puedes leer después, anda, ve a trotar, floja.

KATY. Creo que iré a trotar, es temprano, aún podré leer la Biblia cuando venga… tengo tiempo.

(Katy sale a trotar y el demonio sale con ella también a trotar.)

JESÚS. Hija, espera por favor, tengo un regalo para ti… espera… ¡Oh, no! Se ha ido… la esperaré.

DEMONIO. Corre, floja… ¡Corre! ¡Ja, ja, ja! (Se burla de ella.)

KATY. ¡Ya no puedo más! ¡Estoy cansada y aún no llego a casa!

DEMONIO. ¡Apúrate! ¡Dale! ¡No seas floja, gorda!

(Al llegar a casa, Katy extenuada y respirando muy profundo entra y se sienta rápido en la sala muy cansada.)

DEMONIO. ¡Hummm! ¿Tienes hambre? ¡Qué rico serían unos huevitos fritos y pan con mantequilla… chocolatito…! ¡Hummmmm!

KATY. ¡Oh, no, Dios! Tengo un hambre que me devoraría la nevera… bueno, me lo merezco, ¿no? Después de esta gran trotada es lo mínimo que puedo hacer… Se está haciendo tarde también para la escuela… pero si no voy, no pasa nada.

JESÚS. Hija amada, te he estando esperando toda la mañana para que hablemos tú y yo… tengo tanto que enseñarte...

(Katy tira la toalla que tiene en la mano hacia donde está Jesús y se para. Detrás de ella sigue el demonio… se dirigen a la cocina.)

KATY. Tengo que leer la Biblia… se me había olvidado… ¡Qué memoria! Y para saber donde la dejé… ese es otro dilema… ¡Qué ricos estos huevos… el panecito…! ¡Hummm!

DEMONIO. Tienen muy poca sal y grasa… Ponles más para que te dé colesterol… ¡Ja, ja, ja!

KATY. Le hace falta margarina… y más sal (Le pone bastante sal.)

DEMONIO. ¿Te das cuenta, Katy? ¡Ja, ja, ja! No te sirvió de nada la corrida. Estás en la olla. ¡Ja, ja, ja! ¡Engordarás! ¡Ja, ja, ja!

(Suena el teléfono.)

KATY. ¿Hola? ¿Pedro? Sí, claro que estoy bien y tú ¿cómo estás? ¿Esta noche? Claro que puedo… ¡Claro! A las 8 p.m. estaré lista…. ¡Bye!

DEMONIO. ¡Aja!… ¿Con que Pedro, no?

KATY. (Grita.) ¡Por fin, Dios mío! Por fin Pedro me invitó a salir… ¿Qué me pondré?

DEMONIO. ¿Qué Dios? Si yo fui el que te hice el arreglo...

JESÚS. Katy, tenemos que hablar tú y yo antes de que salgas con Pedro, hija… Lee mi Biblia, por favor...

KATY. ¡Huyyy! ¡Dios mío! ¡Perdón!

(Mientras termina de desayunar mira el reloj.)

KATY. ¡Ohhh! Son las 10 de la mañana... La novela se está pasando. (Dice el nombre de la novela de moda de la ciudad y prende el televisor.)

(El demonio debe hacer el papel de televisor… se pone en frente de Katy y habla del lado derecho como una mujer… luego cambia al lado izquierdo y habla como un hombre…. Haciendo la representación de la novela de moda.)

(Katy lo mira y suspira viendo su novela favorita. Después de apagar el televisor.)

JESÚS. Katy, hija mía, hablemos. Toma la Biblia que quiero hablarte.

KATY. ¡Huyyy! La Biblia… ¿Dónde fue que la dejé? (Comienza a buscarla.)

DEMONIO. ¡Ja, ja, ja! ¡La esconderé! (La esconde.)

KATY. Estoy segura que la puse en algún lado…

(Después de tanto buscarla y no encontrarla… se recuesta un rato… y se va al salón de belleza a arreglarse.)

KATY. Tengo que ir al salón de belleza… No puedo dejar que Pedro me vea así como estoy.

(Sale y entra con el demonio. Jesús nunca sale del escenario.)

(Entra al salón y el demonio hace el papel de un estilista amanerado.)

KATY. Hola Samy, ¿cómo estás? Vengo a que me dejes linda. ¡Tengo una cita con mi amorzote!

DEMONIO. (Aquí habla con ella.) ¡Sí, claro, Katy!... ¡Te dejaré linda! ¡Linda, linda, linda!

(Katy sale del salón de belleza, llega a su casa y se mira al espejo.)

KATY. ¡Vaya! Valió la pena… ¡Soy otra definitivamente!

DEMONIO. ¡Eso crees tú! ¡Ja, ja, ja!

KATY. ¡Es hora de arreglarme ya! ¿Qué me pongo? ¿Qué me pongo...? (Revisando el guardarropa.)

JESÚS. Katy, no has abierto mi palabra, tampoco has hablado conmigo... Quiero enseñarte cosas muy lindas, hija, lee mi palabra.

DEMONIO. ¡Ja, ja, ja! ¡Está ocupada!

(Katy se pone una falda larga y se mira al espejo.)

DEMONIO. ¡No seas tonta! (Le dice gritando.) ¡Tienes unas pintas de cateta…! Súbete la falda, nena.

KATY. Creo que esta falda está anticuada. Mejor una más corta.

(El demonio se ríe.)

KATY. Bueno, esta mini sí me queda bien y este escote, ¡es perfecto! ¡Huuuy! ¡El perfume! Se me estaba olvidando...

(El demonio debe salir del escenario. Suena el timbre y Katy abre la puerta… el demonio entra haciendo el papel de Pedro.)

DEMONIO. Katy… ¡Estás preciosa!

KATY. Gracias, Pedro.

(Salen.)

(Al regresar a casa Katy entra soñando y diciendo...)

KATY. ¡Estoy enamorada! Pedro es divino….

(El demonio entra con ella.)

DEMONIO. ¡Ja, ja! Estas mujeres... Sé cómo tratarlas… En especial, estas cristianas... ¡Ja, ja! Uno les da lo merecido.

Jesus: Katy, hija, quiero hablarte, estoy esperándote…

KATY. Tengo que buscar mi Biblia, quiero que Dios me hable hoy.

(Katy empieza a buscar la Biblia no la encuentra… luego de un rato la encuentra tirada en la tina del baño... trata de secarla con el secador de cabello.)

KATY. ¡Oh, no! ¡Dios mío! La Biblia está mojada… ¿Cómo pude dejarla aquí...? Y ahora, ¿qué leo?

DEMONIO. Te tengo una revista mejor, de farándula. ¡Ja, ja, ja!

KATY. Dios mió, ¿y ahora?

(Se va a su cuarto a orar... El demonio se le pone detrás y le empieza a cantar “Duérmete mi niña, duérmete ya”.)

KATY. Tengo tanto sueño... Señor, te prometo que mañana que tengo tiempo, después de que venga de la universidad, paso a la librería cristiana, la que está al lado de la pizzería y compro una Biblia para poder leer tu palabra, te lo prometo (lo dice bostezando.)

DEMONIO. Dulces sueños, princesa.

(Katy queda profundamente dormida.)

JESÚS. (Se dirige al público.) ¿ESTUVISTE TU HOY EN LA PRESENCIA DEL SEÑOR?

Amor irreflexivo

8 Minutos y 4 Personajes + Extra. Una joven se siente indecisa frente a las proposiciones de un joven que tiene mala fama.

AMOR IRREFLEXIVO

PERSONAJES

NARRADOR
MADRE
MARÍA
RODOLFO


NARRADOR. Esta es una historia común, de una joven que desperdició los consejos que había recibido. Y se dejó llevar por sus sentimientos. Aunque esta historia es imaginaria puede ocurrir en la vida diaria como una realidad.
Tiene su parte jocosa, pero tiene no solo el propósito de entretenernos sino también de ayudar a pensar con seriedad, en el asunto tan vital en la vida juvenil. AMOR, NOVIAZGO Y MATRIMONIO HOGAR.

La historia comienza cuando María un día va por la calle con el fin de realizar unas cuantas gestiones y compras que su mamá le encargó que hiciese. Hacía un poco de sol y por lo tanto se sentía un poco de calor. María había caminado ya varias cuadras y aun le faltaba más, se sentía cansada y decidió detenerse en uno de los bancos que había en aquella larga calle, al sentarse nota que... Rodolfo, un joven que hace algún tiempo la galanteaba y aun demostraba sus intenciones amorosas… Pero, veamos lo que sucede.

MARÍA. Es verdad que hace un calor enorme, estoy un poco cansada y me quedan unas cuántas cuadras por caminar todavía... ah... deja sentarme en este banco un ratico nada más... (Se sienta y queda pensativa. De pronto se pone nerviosa al ver quien se aproxima, se pone en pie, se sienta de nuevo, se vuelve a poner en pie.) ¡Ah, mi madre! ¡Qué susto! Ese que viene por ahí es Rodolfo. No sé qué voy a hacer... ¿Qué me dirá? ¿Y yo qué le contestaré? En realidad él es tan elegante, tan apuesto, tan agradable, tan distinguido... Él es muy semejante al ideal que yo he estado soñando.
Pero, tengo que actuar con seriedad y astucia para que él no se dé cuenta que me impresiona con su presencia.

RODOLFO. Buenas tardes, María, ha sido una grata sorpresa para mí encontrarte aquí. Te confieso que no lo esperaba, me siento feliz de verte y saber cómo estás. Ahora podemos charlar un rato aquí, ¿no lo crees así?

MARÍA. Oh, sí, sí, pero... no... no... no.

RODOLFO. Pero, ¿qué te pasa? ¿Estás nerviosa?

MARÍA. Este... que... no... no... Pero mira, no puedo conversar porque tengo que hacer unos mandados para mi mamá y me encargó que no me demorara.

RODOLFO. Pero María, tú sabes que yo soy todo un caballero, si no pues ahora será en otra oportunidad, ¿verdad? Pero recuerda que estoy esperando una respuesta tuya. Tú lo sabes, ¿verdad, María?

MARÍA. Sí, sí, yo lo sé, pero... será en otro momento como tú dices, ahora debo irme, hasta luego.

RODOLFO. Hasta luego, bella flor del jardín de mis sueños.

(Se separan y cuando están algo lejos miran hacia atrás y se dicen adiós con las manos, el joven se pierde mientras María habla sola.)

MARÍA. No sé pensar... ¿Cómo voy a pensar? No puedo, es verdad que es tan apuesto... es muy agradable... pero me han dicho que es un picaflor. Dicen que es como una mariposa que va de flor en flor, pero yo creo que en todo caso que eso sea cierto, yo puedo hacerlo cambiar. Mi amor, mi buen comportamiento, mi cariño, lo puede atraer tanto que olvide a todas las demás y dé un paso de seriedad en este asunto.
Pero... Si continúa así... será él un desgraciado y habrá desdichado muchos corazones. Estoy indecisa, no sé qué hacer, necesito un buen consejo. Según he aprendido, la persona indicada es mi mamá... pero, ¡qué va! Temo que ella se oponga y en verdad sentiría mucho perder a Rodolfo. En segundo lugar podría ver al Pastor de mi iglesia. Pero... no... no... él tampoco, sé qué me diría algunas cosas que no quiero que me diga. ¿Quién entonces? Bueno déjame hacerle los mandados a mi mamá... Por cierto, creo que no recuerdo ni la mitad de las cosas que ella me encargó... Después resolveré de buscar un consejo... (Sigue caminando hasta que desaparece.)

NARRADOR. Después de realizar algunos mandados de los que su madre le había encargado, María regresó al hogar un poco preocupada, su madre la estaba esperando impacientemente.

MARÍA. (Entra y le da un beso a la madre.) Ay, mamá, ¡cómo he caminado! Eso ha sido horrible... Pero te resolví todo... Digo... Menos... Bueno, creo que... que todo, no. (Habla dudando.)

MADRE. Hija, creo que te has demorado más de lo debido... Ya yo estaba impaciente... pero con tal de que hayas resuelto todo... aunque yo no sé qué está pasando que últimamente se te olvidan las cosas, y eso no me gusta porque no estás enferma, ¿verdad que no te sientes mal de salud? A veces si no hacemos lo correcto la mente no trabaja bien y hace días que te noto que todo se te olvida.

MARÍA. (Volviendo el rostro.) Todo menos...

MADRE. ¿Qué dices, hija?

MARÍA. No, no, nada, mamá.

MADRE. Bueno, vamos a ver por fin lo que trajiste... María, no veo el hilo de la señora Macías para el vestido que se mandó hacer.

MARÍA. ¡Ay, mamita! Se me olvidó, eso sí que se me olvidó.

MADRE. Pero tampoco veo aquí la tela de la Sra. Ramos. ¿No estaba ella en su casa o es que tampoco fuiste?

MARÍA. (Haciendo una mueca de dolor.) No sé cómo no me di cuenta de llegar pues pasé cerca de su casa.

MADRE. Hija, vuelve y te repito que todo se te olvida.

NARRADOR. La hija está atónita sin saber qué hacer o decir, está con el rostro serio y una mirada como viendo algo imaginario. ¡Cuántos pensamientos pasan por su mente ahora en blanco! Rodolfo, sus palabras, su nerviosismo.

MADRE. ¿María, en qué piensas? Eso que te pasa no es normal en ti, anda hijita, ¿por qué no me dices qué es lo que te pasa?

MARÍA. Nada, mamá, nada, estaba pensando que mañana yo te prometo hacer todos los mandados que hoy olvidé. Perdona mi descuido, mamá.

MADRE. Está bien, hija.

NARRADOR. Al llegar al día siguiente, la joven se arregla y sale para la calle, para cumplir esta vez con lo que la madre le había pedido. Pero automáticamente, y sin darse cuenta, estaba caminando por la misma calle donde ayer se encontró con su galán apuesto. Ahora no está cansada, no siente calor, pero... sí deseos de sentarse aunque sea un ratito solo para recordar a...

MARÍA. Déjame sentarme aquí, aunque hoy no voy a ver a Rodolfo, ni quiero verlo tampoco… Se me olvidarían los mandados de nuevo.

NARRADOR. María estaba pensativa, mira a uno y otro lado como si esperara a alguien pero de pronto sus ojos ven algo, algo que no puede creer.

MARÍA. No, no puede ser, no lo creo, pero... si es él, es cierto lo que mis ojos ven, Rodolfo... Pero... viene con una joven cogido de la mano.

NARRADOR. Rodolfo pasa muy cerca de donde está María, finge no verla. María está clavada en el banco de mármol donde permanece sentada. Ve cómo Rodolfo se aleja, con su acompañante. Ahora sí, que se le han olvidado todos los mandados de su mamá. María, la pobre y desplomada María, sin darse cuenta y sin saber de dónde sacar fuerzas y echarse a andar hacia la casa.

MARÍA. (Llama.) Mamá, ¿dónde estás?

MADRE. Aquí, ven hija, pero por favor, ¿qué té pasa, mi hijita? Te noto nerviosa y preocupada, ¿qué te ocurre, hija mía? Dime, ¿me hiciste los mandados?

MARÍA. No, mamá, no pude, ven conmigo acá, mamá, tengo que conversar contigo.

MADRE. Vamos a sentarnos, te veo mal hace días, pero desde ayer más y hoy todavía más, dime, anda ¿qué te pasa?

NARRADOR. Y María le contó a la madre todo lo ocurrido, su actuación equivocada, su chasco y el fin de aquel episodio triste de su vida y terminó diciendo:

MARÍA. Te aseguro mamá que he aprendido una gran lección: desde hoy con la ayuda de Dios no actuaré tan neciamente, seguiré el consejo de Dios para no fracasar en mi vida y sobre todo serás tú, madre mía, después de Dios, mi primera y única consejera en todas las cosas de la vida, porque me he dado cuenta que tú eres una madre cristiana y quieres lo mejor para mí. Nunca más dejaré de honrar a mi Dios. Y a ti también, madre querida.

MADRE. Me alegro mucho de lo que has acabado de decir hija mía, y quiero que sepas que para una madre inteligente, nunca pasan inadvertidos los problemas y las preocupaciones de sus hijos. Yo estaba estudiando tu caso, pues veía algo anormal en ti, pero ahora solo queda olvidar esta terrible pesadilla por la que hemos pasado y que esta lección te ayude a ti y a todos los que como tú se creen sabios en sus opiniones. Ojalá que desde ahora en lo adelante siempre busques consejos de personas prudentes y así lograrás ser una verdadera cristiana.

Sala de espera

1 hora y 14 Personajes. En la sala de espera de una estación de tren, se encuentran varios personajes que a medida que vayan presentándose y relatando su historia personal, reflexionarán sobre el sentido de sus vidas.


SALA DE ESPERA
V. Ruíz Iriarte, adaptación Roberto Badenas


PERSONAJES

VOZ
PROFESOR
JEFE DE ESTACIÓN
LARRY
MADAME
PRÍNCIPE
BETY
ESTUDIANTE
OBRERO
ANCIANO
MUJER
NIÑO
ELLA
ÉL



ESCENA I

(Sala de espera de una estación pequeña. Estufa antigua con tubo visible. Bancos para los viajeros. Un cartel que dice: “Sala de espera”. Luz pobre y ruidos propios de una estación. Se oye el silbido de una locomotora que se acerca.)

VOZ. El tren cuatrocientos diez procedente de Roma acaba de efectuar su entrada en la estación, andén número dos. Los viajeros que han de continuar el viaje a París, pasen, por favor, a la sala de espera.

(Entra el profesor Cantina. Gabardina, sombrero, cartera de documentos y un periódico en la mano.)

PROFESOR. ¿Qué estación será esta? ¿Por qué se ha parado aquí el tren? No sé cuándo legaremos a París. Son las doce menos cinco. Espero no tener que pasar aquí toda la madrugada…

(El profesor deja su cartera con cuidado. Se sienta y entra el jefe de estación.)



ESCENA II

JEFE. Buenas noches, señor.

PROFESOR. Buenas noches. ¿Es usted el jefe de estación?

JEFE. Para servirle, señor.

PROFESOR. Dígame, por favor. ¿Qué ha pasado? ¿Por qué se ha detenido aquí el tren? Tengo prisa, mucha prisa…

JEFE. Me hago cargo, señor. Pero la espera será muy breve. Un pequeño accidente, ¿sabe? Una avería en el coche-cama en que viaja el señor, precisamente. Pero la van a arreglar en pocos minutos y el expreso llegará mañana a Paría a la hora prevista o un poco más tarde. Esté usted tranquilo, señor profesor.

PROFESOR. ¿Cómo me conoce usted?

JEFE. Tengo ese placer, señor. Estoy hablando con el señor Héctor Cantini, profesor de física de la Universidad de Roma. Todo un sabio, ¿no es así?

PROFESOR. ¡Oh, un sabio! ¿Qué es ser sabio?

JEFE. Estábamos advertidos de su paso por esta estación. Por lo visto es muy importante que llegue el señor profesor sano y salvo mañana a París. En la estación hay varios policías. Por ahí andan como fantasmas los pobres, entre las sombras del andén…

PROFESOR. ¡Ah! Con que me vigilan…

JEFE. ¡Oh, no! Todo lo contrario. Le custodian, señor profesor. No es lo mismo, ¿sabe?

PROFESOR. ¿De veras?

JEFE. Naturalmente. ¿Usted cree que Dios nos vigila o nos custodia?

PROFESOR. Bueno… Pues, no sé, no comprendo. Pero le advierto querido amigo, que en realidad, esos policías lo que custodian como un tesoro no es a mí, sino a mi cartera con documentos.

JEFE. ¡Ah, su cartera..!

PROFESOR. Sí, ¿no lo sabía? Pues ahí está el secreto…

JEFE. ¿Es un secreto?

PROFESOR. Así es. Tres pequeños pliegos de papel llenos de números y fórmulas, guardados en esta cartera. ¿Qué le parece?

JEFE. Me parece terrible, señor…

PROFESOR. ¿De veras? ¿Por qué?

JEFE. No lo sé. Pero a un pobre hombre como yo los secretos de los sabios siempre le dan miedo.

PROFESOR. (Serio y pensativo.) Tiene usted razón, buen hombre. Yo también estoy asustado, muy asustado. Porque esta vez no se trata de una bomba más. Es la última, la más terrible de todas, la definitiva. Es la destrucción total. Bastará pulsar un pequeño botón para que toda vida de la tierra desaparezca. Y he sido yo quien ha descubierto ese poder monstruoso. ¡Yo, Héctor Cantina! Es horrible, ¿verdad?

(Silencio.)

JEFE. ¿Por qué me mira usted así, señor?

PROFESOR. (Reaccionando.) ¡Oh, por nada, disculpe! Quizá me ha caído usted simpático.

JEFE. ¿Me permite usted una pregunta, señor profesor?

PROFESOR. Diga.

JEFE. ¿Y le ha llevado a usted mucho tiempo, mucho trabajo inventar esa arma mortífera?

PROFESOR. Todo mi tiempo, todo mi trabajo, toda mi vida… Ahí está la obra de mi vida…

JEFE. La obra de su vida… Gracias, buenas noches, señor profesor…

PROFESOR. ¿Por qué se marcha?

JEFE. Disculpe. Tengo trabajo…

PROFESOR. ¿Y podría decirme en qué consiste su trabajo?

JEFE. Es muy sencillo, pero exige una atención muy continuada. Debo procurar que todos los trenes, que todos los viajeros, lleguen a su destino.

PROFESOR. Y dígame, ¿le gusta a usted su trabajo? ¿Le parece bastante importante?

JEFE. Me gusta, es cierto. Y en cuanto a su importancia… sólo sabría decirle que me parece un trabajo que me permite hacer algún bien a la humanidad, salvo en contadas ocasiones… (Mira sin querer a la cartera.)

PROFESOR. ¿Qué me ha dicho?

JEFE. No vale la pena. Buenas noches, señor profesor.



ESCENA III

(El profesor se queda pensativo. Lentamente se sienta, coge su cartera, la mira y la vuelve a dejar al lado. Saca un periódico y se pone a leer.)

PROFESOR. Siempre los mismo remordimientos. Soy incorregible. ¿Soy un sabio o un sentimental? Dejémonos de historias… Me gustaría descansar un poco. Mañana la reunión con la comisión técnica de París va a ser larga y difícil. Muy difícil. (Coge el periódico y se pone a leer.) Veamos qué ha pasado hoy en el mundo… (Va leyendo y de vez en cuando comenta en voz alta.) ¡Vaya! Ha muerto Larry Hudson, aquel viejo actor que tanto me gustaba en mis años mozos. ¡Qué ocurrencia a su edad! Dice que murió interpretando un papel de payaso para la película “El mayor circo del mundo”. Quiso rodar sin doblajes un número peligroso y perdió el equilibrio al intentar andar sobre un alambre. ¡Pobre viejo loco!... Parece que hoy está muy nutrido el capítulo de sucesos. “Aparece muerta en su lujoso piso de París, Madame Floor, rodeada de joyas, oro y millones. Se desconocía que poseyera tan inmensa fortuna”. Y yo que siempre creí que Madame Floor era una de las mayores benefactoras de la humanidad. ¿De dónde sacaría tanto dinero? ¿Y para qué lo quería si no tenía más familia en el mundo? ¡Qué gente más extraña hay por ahí! “¡El Príncipe Sergio de Burgulia, asesinado por un estudiante revolucionario! El estudiante sucumbe acribillado cuando huía perseguido por los oficiales de la guardia del palacio de la capital del reino”. ¡Qué horror, no se dónde vamos a ir a parar! ¡Vaya! Ha muerto la hija del famoso multimillonario Rochefield. La hija del famoso multimillonario de la Costa Azul ha sufrido un accidente cuando conducía su coche por las estribaciones de la costa a una velocidad de 200 Km. por hora. ¡Qué barbaridad! Esta gente millonaria no tiene límite de prudencia. Dice que estaba probando un coche nuevo que le había regalado su padre. ¡Bonita manera de disfrutar! Un viejo payaso, una anciana benefactora de caridad, el príncipe Sergio de Burgulia, un estudiante y una muchacha multimillonaria, todos terminaron ayer su vida, de un modo inesperado. ¡Qué curioso mundo! La vida es como un viaje fascinante y maravilloso. Pero la muerte, debe ser algo así como la llegada a la última estación… ¿Qué habrá realmente al otro lado de la estación término? ¿Habrá algo más allá de la última sala de espera? No puedo más. Me caigo de sueño… (Se acomoda y se duerme.)



ESCENA IV

(Cambia la luz de modo que todo lo que ocurre tenga una apariencia extrañamente irreal. Se oyen los mismos sonidos que al principio.)

VOZ. Atención, atención, el tren ha entrado en la estación término. Los viajeros procedentes de todos los lugares del mundo, pasen por favor, a la sala de espera…

JEFE. Pasen, pasen por aquí, por favor.

(Entra Larry Ludeson.)

LARRY. Gracias, buenas noches. (Habla con afectació0n declamatoria, como actuando.)

JEFE. Buenas noches. ¿El señor ha tenido un buen viaje?

LARRY. ¡Oh, sí! Ha sido un viaje extraordinario. El tren volaba, ¿sabe? Me encantan los trenes que vuelan.

JEFE. ¿Le lleven donde le lleven? ¿Aunque lo traigan aquí?

LARRY. Dígame, ¿es usted el Jefe de estación?

JEFE. Así me llaman, aunque en realidad no soy mas que el guarda-agujas. Para servirle, señor.

LARRY. Encantado. Yo soy Larry Ludson, el famoso Larry Ludson. El mejor actor del mundo, ¿me conoce?

JEFE. Desde luego, señor. ¿Quién no conoce a Larry Ludson?

LARRY. Esto ya me gusta más que esa extraña pregunta…

(Entra Madame Floor.)

MADAME. Bonsoir, messieurs-dames.

JEFE. Buenas noches, señora.

LARRY. Bonsoir, Madame.

MADAME. ¡Oh, qué caballero tan galante!

LARRY. Larry Ludson para servirle, Mdame. ¿No conoce usted a Larry Ludson?

MADAME. ¡Oh, como no! ¡Qué grata sorpresa! Yo soy Madame Floor.

LARRY. ¡Oh, Madame Flor, la sin par Madame Flor!

MADAME. Madame Flor, de Pompon Chantilly y Delapierre-Doré.

LARRY. El gusto es mío, Madame Flor, de Pompon Chantilly y Delapierre-Doré.

MADAME. Merci, monsieur. Es usted un verdadero caballero. La clase, eso se ve.

LARRY. Oh, Madame…

(Entra el Príncipe.)

PRÍNCIPE. Buenas noches.

JEFE. Buenas noches, Alteza.

PRÍNCIPE. ¿Por aquí?

JEFE. Por aquí, alteza.

PRÍNCIPE. Gracias.

(Entra el estudiante.)

ESTUDIANTE. Hola.

JEFE. Hola.

(Entra Bety.)

BETY. ¿Qué tal?

JEFE. Encantado.

(Bety, después de mirar a todos se dirige hacia el príncipe.)

BETY. Buenas noches.

PRÍNCIPE. Buenas noches, señorita.

BETY. ¿Me permite?

PRÍNCIPE. Desde luego. (Se sienta a su lado.) ¿Nos vimos en el tren?

BETY. No sé…

JEFE. (Sale el jefe cerrando la puerta.) Hasta pronto. Cuando llegue el momento, ya se les llamará.

PROFESOR. ¿Cómo? ¿Qué pasa aquí?



ESCENA V

(Hay un momento de silencio embarazoso.)

MADAME. ¡Qué extraño privilegio, encontrarnos de este modo tan… tan… inesperado, querido Larry Ludson!

LARRY. ¡Oh, Madame!

PROFESOR. ¡No, no es posible! No puede ser.

LARRY. ¿Cómo?

MADAME. ¿Qué dice?

PROFESOR. Señores, por favor. ¿Qué hacen ustedes aquí? ¿Quiénes son y por qué se encuentran en este lugar?

(Todos se miran sorprendidos en silencio.)

PRÍNCIPE. ¡Oh!

BETY. ¿Qué ha dicho?

MADAME. ¡Cielos, pero qué preguntón y que mal educado es este señor!

PROFESOR. Pero es que me parece que ustedes…

LARRY. Tiene razón el señor. No nos hemos presentado unos a otros. Pues vamos a empezar por un servidor. Pero, ¡oiga! ¿Es que no me conoce? ¡Señor mío, yo soy Larry Ludson!

PROFESOR. Larry Ludson…

LARRY. El mismo. Larry Ludson. El grande, el de siempre. El mejor actor que ha pisado los escenarios y los platós del mundo en los últimos 30 años. La grande estrella de la grandiosa película “El mayor circo del mundo”. Todo el mundo conoce a Larry Ludson, Larr Ludson es famoso en París, en Berlín, en Moscú, en New York, y en el Japón. En oriente y en occidente. Su gran película estará pronto en todas partes. El éxito de su vida. No hay un gran espectáculo en el mundo en el que no aparezca un momento Larry Ludson como estrella invitada. Es el momento más importante de la función. El presentador hace silencio desde el centro del escenario, se quita su chistera y anuncia: “Atención señoras y señores, distinguido público. Tengo el honor de presentarles a ¡Larry Ludson!”, entonces, de pronto, entro yo corriendo, con mi sonrisa juvenil de toda la vida y el público estalla en una ovación… Hermoso, ¿no? Algo grande (como el profesor no reacciona, se dirige a Madame Flor). Este hombre no entiende, no comprende, no sabe apreciar nada. ¡Qué pena!

MADAME. No tiene importancia, señor Larry Ludosn. De veras. Yo le aconsejo que no dé usted ningún valor a la actitud de este caballero, que desde luego, es un señor muy raro. Rarísimo. Yo estoy segura, muy segura, de que ese momento maravilloso, cuando usted surge en escena y el público estalla en un aplauso, ese momento es sin duda muy hermoso…

LARRY. ¿Verdad que sí, Madame? Yo siempre he vivido para mi público.

MADAME. ¡Oh, sí, es tan bonito vivir para los demás!

LARRY. Yo lo he dado todo por los demás: mi público. Les he dado mi arte, mi talento, mi persona, todo. Solo he vivido para ellos, para hacerlos felices…

PROFESOR. ¿Y cree usted que lo ha conseguido?

LARRY. ¿Qué? NO he hecho otra cosa que vivir para encantar a mi público.

PROFESOR. Usted ha vivido para los aplausos. La popularidad y el dinero que le ha dado su público… Usted ha vivido, como todos los vanidosos, los orgullosos y los soberbios, para sí mismo, y solo para sí mismo. Porque la vanidad, el orgullo y la soberbia no son más que formas disfrazadas de egoísmo…

LARRY. Mentira, señor, usted es testigo. Este hombre es de los que me acusan porque piensan que soy viejo y estoy acabado. Pero mienten, Madame. Yo lo sé y usted también. Son calumnias que propagan por ahí mis enemigos. Mala gente, ¿sabe? Mucha envidia. Envidia. La verdad es que todos envidian a Larry Ludson porque es, ha sido y será siempre el primero, el mayor y el mejor. Larry Ludson es inmortal…

MADAME. Desde luego.

LARRY. Le voy a contar mi última actuación, para que vea que Larry Ludson está en plena forma. Estoy filmando la película “El mayor circo del mundo”, el mayor espectáculo jamás filmado, y hago nada menos que un número de equilibrio, sin doblajes.

MADAME. ¡No! ¡Qué horror!

LARRY. Mire. Imagine la mayor y la más bella bóveda de un circo. Todas las luces y a 15 metros de altura sobre la pista, sin red, yo solo, de pie en el alambre.

MADAME. ¡Qué locura!

LARRY. Y entonces, Larry Ludson se pone a tocar una pieza de Vivaldi con su clarinete.

MADAME. No es posible.

LARRY. Oh, sí, es un número muy peligroso, desde luego. Pero no importa. Es el número que Larry Ludson estaba necesitando para demostrar a su público que Larry Ludson no está acabado. Ayer, ensayando la prueba final, unos minutos antes de iniciar el rodaje mi empresario se me acerca y me dice muy bajito, casi llorando: “No subas, Larry, por lo que más quieras, no subas”. ¡Je, je, je! Pobre señor Rigaud, mi empresario es casi como mi padre, pero a veces parece un niño tonto. Hasta que, por fin anoche, nos lanzamos definitivamente al rodaje, yo estaba en lo más alto y…

MADAME. ¿Qué?

LARRY. La música empezó a sonar…

PROFESOR. ¿Qué pasó anoche?

LARRY. Es curioso. Ahora no me acuerdo de nada más… Dios mío, ¿qué pasó anoche?

(Todos quedan inmóviles, en silencio, mientras que sigue la melodía.)


ESCENA VI

MADAME. Déjelo, no tiene importancia. Creo que debo presentarme yo también. Soy Madame Flor de Pompom Chantilly y Delapierre-Doré. Presidente de la Sociedad Protectora de bebés canguro de Australia, Directora de la casa Retiro de perros y gatos ancianos. Vicepresidente de la compañía de repatriación de niñas huérfanas de Somalia interior. Vocal de la liga mundial contra la esterilización de las palomas de las ciudades, y un pequeño etc. A propósito, usted tiene su casa en París, Rue de la Concorde, número 22. Soy una benefactora de la humanidad, una modesta benefactora. Tengo una vida social muy intensa, aunque vivo siempre sola. Pero no me importa. Soy feliz entre mis 12 gatos. Me figuro que no será usted una de esas horribles personas que detestan a los gatos. Le daré una tarjeta después para que venga a visitarme. A pesar de nuestras grandes diferencias, los dos tenemos una cosa en común: no vivimos más que para los demás… Y ahora les toca a ustedes presentarse.

PRÍNCIPE. Bueno, empezaré yo mismo. Soy el príncipe Sergio Arturo Federico de Burgulia.

TODOS. ¡Oh!

BETTY. ¿Un príncipe? ¿Es usted un príncipe?

PRÍNCIPE. Naturalmente.

LARRY. ¡Un príncipe!

MADAME. ¡Qué emoción, un príncipe!

BETTY. Es increíble. ¡Un príncipe de verdad!

PRÍNCIPE. Bueno, no tanto. ¿Conoces ustedes Burgulia? ¿No? Lástima. Es un pequeño principado, un minúsculo país plantado en medio de la vieja Europa. Un valle fresco y verde, rodeado de montañas. Un rincón de romance que enloquece a los turistas americanos. Tenemos un bosque bellísimo plagado de leyendas. Y un lago romántico y encantador. Una catedral antigua, muy antigua. Algunas costumbres ingenuas y pintorescas. Música y danzas de otros tiempos. Y arriba, en lo alto de la montaña, en la cumbre dominando todo el valle, se alza el palacio del príncipe. De piedra, siglo XIV, creo. ¡Una joya, señores! Desde hace siglos ese palacio está siempre ocupado por un miembro de mi familia, que es el soberano de Burgulia. Yo soy el último de la dinastía. Hoy, precisamente, el principado de Burgulia está en fiesta porque celebramos el 5 aniversario de mi coronación. Esta mañana, cuando montado en mi caballo blanco pasé revista a la guardia real, el pueblo prorrumpió en gritos de júbilo. Y todos aclamaron a su príncipe. Fue algo verdaderamente hermoso. Bueno, mi gobierno es paternal, a la antigua, ¿comprende? Feudal se decía antes. Nadie discute en Burgulia las decisiones de su príncipe. Pero lo cierto es que los diez mil habitantes del principado viven felices bajo mi autoridad. No les oculto a ustedes… eso sí, que en los últimos años ha surgido una pequeña minoría disidente y revolucionaria. Parece que el jefe es un muchacho estudiante. (El estudiante se sobresalta.) Mi vida, después de todo, es amable. No me quejo. Por lo general paso los otoños en París. Es una delicia París en otoño, ¿verdad? Los teatros, las fiestas, los restaurantes, los desfiles de modas. Tengo allí algunas amistades muy interesantes. Los veranos vivo en mi casa de la Costa Azul. Tengo un pequeño yate en Montencarlo. Unos cuantos coches y sobre todo caballos. Los caballos son la pasión de mi vida… Bien, ya lo sabe usted todo señor. El príncipe de Burgulia no tiene secretos para usted (al profesor).

PROFESOR. Gracias pero…

PRÍNCIPE. Por cierto, yo también soy muy curioso. ¿Quién es usted, señorita?

BETTY. ¡Oh, alteza! Yo no soy mas que una chica como muchas.

PRÍNCIPE. En todo caso, una preciosa chica, como pocas.

BETY. (Se ríe.) ¡Oh, no!

PRÍNCIPE. Veamos. Yo pregunto y usted contesta, ¿vale?

BETY. Vale.

PRÍNCIPE. ¿Cómo se llama?

BETY. Bety.

PRÍNCIPE. Me gusta. ¿Soltera?

BETY. Naturalmente.

PRÍNCIPE. Bravo, como yo. (Se ríen los dos.) Y, ¿qué hace usted en la vida?

BETY. (Encantada.) Nada.

PRÍNCIPE. Pero, ¿nada, nada?

BETY. Nada. Bueno, procuro pasarlo fantásticamente bien. Bailo todas las noches hasta la madrugada. Monto a caballo todas las mañanas y a cualquier hora, en carretera, piso el acelerador y pongo el coche a 160.

PRÍNCIPE. ¡Soberbio! ¿Y todavía dice que no hace nada, señorita? Usted lleva una vida sencillamente terrible.

BETY. Bueno, tengo un padre millonario. Eso es todo.

PRÍNCIPE. Enhorabuena.

BETY. Un padre fabuloso, que me adora y que me dice todos los días: “Vive, hija mía. Vive aprisa, muy aprisa. No pierdas ni un solo minuto. La vida es corta. Hay que aprovecharla al máximo. Vive, vive, ja, ja, ja”.

PRÍNCIPE. Admirable filosofía.

BETY. ¿Le gusta?

PRÍNCIPE. ¡Cómo no! Es casi la mía.

BETY. ¡Fantástico! (Se ríen los dos.)

PRÍNCIPE. Señorita…

BETY. ¿Qué?

PRÍNCIPE. ¿Está usted enamorada?

BETY. Pero claro, ¿no sabe? Yo me enamora todos los días…

PRÍNCIPE. ¡No!

BETY. ¡Sí!

(Estallan en una carcajada.)



ESCENA VII

MADAME. ¡Vamos! Pero qué descarada y qué fresca es esta chica…

BETY. ¿Cómo? ¿Qué ha dicho la abuelita?

MADAME. ¿Quién? ¿Yo? ¿Abuelita yo? ¡Oiga!

BETY. ¡Váyase usted a paseo!

MADAME. ¡Descarada!

LARRY. Madame, por favor…

PRÍNCIPE. Señorita…

(Hay un embarazoso silencio.)

ESTUDIANTE. ¿Me toca a mí ahora? Yo importo poco, de veras. Además, si quieren saber la verdad les diré que ustedes no me gustan.

TODOS. ¿Cómo?

ESTUDIANTE. ¡No! No me gusta usted, señor Larry Ludson porque usted es vanidoso, un payaso grotesco que no vive más que para satisfacer su vanidad egoísta. Usted no vive para su público. Usted vive de su público, explotando la estupidez de la gente para llenar sus ridículos bolsillos.

LARRY. ¿Cómo? ¿Qué dice?

MADAME. ¡Señor! Este chico es un bárbaro.

ESTUDIANTE. No se escandalicen. Tampoco me gusta usted, señora, porque la encuentro tonta, presumida, y sobre todo hipócrita. Usted no es ninguna benefactora de la humanidad. Bajo el manto de la caridad usted es una absurda presumida.

MADAME. ¡Grosero!

ESTUDIANTE. ¡Cállese, hipócrita!

BETY. ¡Imbécil!

ESTUDIANTE. Cállese usted también, odio las coquetas frívolas e insustanciales como usted, verdadera gangrena de la sociedad.

BETY. ¡Estúpido!

ESTUDIANTE. ¡Bah!

PRÍNCIPE. No le hago caso…

ESTUDIANTE. ¡No le haga caso! Los seres más despreciables que existen son aquellos que tienen en su mano todo para hacer el bien, y solo viven para satisfacer su egoísta persona.

PROFESOR. Muchacho, ¿de veras nos odia a todos?

ESTUDIANTE. Lo peor de todo es que me odio a mí mismo con todas las fuerzas de mi alma… (cubriéndose el rostro con las manos, llora.)

PROFESOR. ¿Por qué?

ESTUDIANTE. ¿No lo sabe? Soy un asesino…

TODOS. ¿Cómo? ¿Qué?

ESTUDIANTE. (Sollozando.) Sí, he matado al príncipe de Burgulia.

TODOS. ¿Qué? (Todos miran al príncipe.)

PRÍNCIPE. ¿A mí? ¡Dice que me ha matado a mí!

MADAME. ¡Jesús!

BETY. Está loco.

TODOS. (Menos el profesor.) ¡No! ¡Ja, ja, ja!

MADAME. ¡Qué locura!

PRÍNCIPE. ¡Es un loco!

TODOS. ¡Un loco…!

(El estudiante está todo el rato con el rostro entre las manos, el profesor lo mira con afecto, y de repente se levanta.)

PROFESOR. ¡Cállense!

(Silencio total.)

(Todos murmuran contra él.)

PROFESOR. ¡Basta! ¡Cállense! ¡No se rían más! ¡Les digo que no se rían!

MADAME. ¡Oiga, aguafiestas! ¿Qué le ocurre?

BETY. Pero que impertinente es este sujeto…

PROFESOR. (Mirándolos con angustia.) Pero, ¿cómo pueden ustedes reír así? ¿Es que están locos? ¿Es que todavía no han comprendido? ¿Es que aún no se han dado cuenta? Piensen un poco, se lo suplico…

MADAME. ¡Y dale! Pero, ¿en qué tenemos que pensar?

PROFESOR. Madame.

MADAME. ¿Qué?

PROFESOR. Príncipe, señorita, Larry Ludson. Miren en torno suyo. Miren dentro de sí mismos. Mírense los unos a los otros. ¿No se dan cuenta del enorme misterio que nos rodea? ¿Por qué hemos emprendido este viaje que no sabemos dónde empezó ni adonde nos lleva? ¿Adonde vamos? ¿Dónde estamos? ¿Qué es esta sala de espera? ¿Cuál es la estación término? ¿Por qué hemos venido a parar aquí? ¿Qué habrá detrás de esa puerta?

PRÍNCIPE. ¿Por qué pregunta usted todo eso?

PROFESOR. Piense, se lo suplico. Están ciegos. Abran los ojos… Larry Ludson.

LARRY. Dígame.

PROFESOR. Piense, recuerde. Haga un esfuerzo. ¿Qué es lo último que usted recuerda?

LARRY. ¿Yo?

PROFESOR. Sí, usted, Larry Ludson, usted.

LARRY. Yo estaba filmando una película. “El mayor circo del mundo”. Hacía el papel principal, el de un famosísimo payaso. Estaba en la pista, haciendo reír, como es normal. El público estaba entusiasmado. Aplaudía y se reía como nunca. Yo me sentía fabulosamente feliz, veinte años más joven. Casi casi estaba un poco borracho de felicidad. Podía demostrar al mundo que Larry Ludson es todavía el indiscutido, el de siempre, el mejor. De pronto me llamaron para mi número. Levanté la vista hacia la gran bóveda del circo mundial de Hamburgo. Allí estaba todo dispuesto para mi actuación, que yo había exigido en directo, auténtica, y sin doblajes. El alambre tirante. La pequeña plataforma de plata con cascabeles. Y una escala de cuerdas colgando para que yo subiera hasta allá, hasta lo más alto. Era la ocasión de mi vida. O triunfaba o fracasaba para siempre. Mi apoderado, el pobre señor Rigaud me gritó: “¡No subas, Larry, no subas! ¡Por Dios te lo pido!”. Entonces yo me volví y le sacudí una tremenda bofetada. Me puso nervioso. Estaba harto de oírle y subí la escalera aprisa, aprisa, como cuando tenía 20 años. Estaba encendido de entusiasmo, de ira y de nervios. Cuando llegué a lo más alto y pisé la plataforma de plata, todos los cascabeles sonaron a la vez. Era una música maravillosa. Entonces, se hizo un gran silencio. Empecé a avanzar poco a poco por el alambre. ¡Se estaba rodando en directo mi proeza! Larry Ludson andando por el alambre, como en sus años mozos. Abajo, las cámaras y todos mis compañeros conteniendo la respiración, muertos de envidia. Y entonces, de pronto… (Se calla, se espanta.)

PROFESOR. ¿Qué?

LARRY. ¡No! ¡Cielo santo! ¿Qué ha pasado? ¿Por qué gritan? ¡No! ¡Eso no! ¡No quiero! ¡No es verdad! ¡No puede ser! (Mira a todos y se dirige a la puerta y la golpea con los puños.) ¡No quiero! ¡No quiero! (Solloza impotente.)



ESCENA VIII

MADAME. Yo estaba en mi piso de la Rue Rachel. Sola. Siempre estoy sola, como todas las noches puse un disco. ¿Qué disco era? Quizá la “viuda alegre”, ¿por qué? No sé. Los gatos iban y venían por todas partes, tengo 12 gatos, ¿saben? Ah, los gatos son unos animalitos dulces, perezosos, llenos de encanto y de misterio. Y me puse a contar el dinero. Todas las noches cuento el dinero. Es un placer que a nadie hace daño, ¿verdad? Esa noche, no sé por qué, me puse a pensar en qué había hecho de mi vida. La verdad es que he hecho mucho bien a la humanidad. No sé por qué me sentí de pronto tan insatisfecha… Quizá al pensar en el origen del destino de mi dinero. ¡Oh, perdón…! El caso es que sentí de pronto, sin saber cómo, algo así como una aguda punzada, seguida de un vahído. Y enseguida, sueño, mucho sueño, un sueño terrible. (Se calla.) Cuando desperté me encontré sola, sentadita en un departamento de ese tren que nos ha traído hasta aquí. Pero, ¿por qué? ¿Por qué he emprendido yo este absurdo viaje? ¿Por qué estoy yo aquí ahora, con ustedes? No lo entiendo. ¿O es que…?

PROFESOR. Sí, madame, ha ocurrido lo que usted se teme…

MADAME. ¡No! ¡Dios mío, ten piedad de mí! (Solloza convulsivamente.)



ESCENA IX

BETY. No entiendo nada de lo que nos pasa. Recuerdo, eso sí, que ayer cenamos en el “Astoria Club”, un restaurante nuevo que está en la playa, a la misma orilla del mar. Hacía una noche de luna maravillosa. Los otros se fueron a bailar pero yo estaba harta de bailar y conmigo se quedó Marcel. Marcel es el marido de Katy. Bueno, Katy y yo somos amigas de toda la vida, ¿saben? Desde niñas, desde que estuvimos juntas en aquel internado de Suiza. Pero yo, ¿por qué lo voy a negar? Odio a Katy con toda mi alma. No lo puedo remediar. Es tonta, vanidosa, pedante y bastante estúpida. Pero en cambio, ¡ay, sí! Adoro a Marcel. Es un hombre tan guapo, tan desenvuelto, tan fascinante. Enseguida me di cuenta que la ocasión era única para jugarle una buena trastada a Katy. Y entonces invité a Marcel a dar un paseo por la carretera en mi coche nuevo. Un coche fabuloso, rojo, brillante, estupendo que papá me había comprado justo hace unos días, para mi cumpleaños. Bueno, no sé si ya les he dicho que mi papá siempre me está regalando coches. Es una manía graciosa, ¿verdad? A Marcel, que es un pájaro, le hizo mucha gracia la idea del paseo. Y subimos al coche. Pisé el acelerador y en unos minutos me puse a 120. ¡Oh, con un coche así es fácil! Enseguida a 130 y de pronto, Marcel me quiso besar. ¡Figúrense ustedes! ¿Qué puede hacer una muchacha con un volante entre las manos y el coche a 130, si un hombre tan fuerte y tan terco, como Marcel, se empeña en besarla? Nada. Una no puede hacer nada, absolutamente nada. Yo me eché a reír con toda mi alma. No sé por qué me acordó de Katy y de su insufrible superioridad. Y cada vez me daba más risa… (se para perpleja.) Y de pronto, no sé lo que pasó, se me escapó el volante de las manos, como si alguien se lo llevara brutalmente. Oí un estrépito espantoso. Y un golpe terrible, aquí en el pecho, y luego, silencio. Y la voz de Marcel gritando: “¡Bety, Bety, di algo! ¡Di algo! ¡Bety, Bety!” (Se calla con los ojos desorbitados.) Dios mío, ¿qué pasó? ¿Por qué? ¡Papá! ¿Dónde estoy? ¡Papá! ¡Quiero vivir, quiero vivir! ¡Papá!... (Solloza.)



ESCENA X

PRÍNCIPE. El viejo palacio de piedra de Burgulia, allá en lo alto de la montaña, resplandecía como un ascua de luz en medio de la noche. Todas las antiguas lámparas de cristal de todos los salones se hallaban encendidas. Todo estaba lleno de rosas y tulipanes traídos de los más hermosos jardines del principado. Se celebraba el gran baile de gala. Habían llegado invitados de todos los lugares del mundo. Era el quinto aniversario de mi coronación. En el fantástico salón rojo de la princesa Catalina, las luces, las músicas, el perfume de tantas flores, y las risas alegres de mis invitados me hacían sentirme profundamente eufórico. Yo bailaba con mi prima Alicia, que había sido mi último amor unos meses antes en la Riviera. Recordábamos juntos mil cosas absurdas y deliciosas, porque el amor es así, absurdo y delicioso, y nos reíamos. Y entonces fue cuando en el gran salón rojo de la princesa Catalina estalló un enorme revuelo. Todos gritaban. Alicia se escapó de mis brazos y huyó no sé adonde. Me rodearon los oficiales de mi guardia y ante mí se plantó un muchacho con los ojos brillantes, como un loco, con una pistola en la mano… (Se calla y mira al estudiante.) ¿Eras tú?

ESTUDIANTE. Sí, era yo. (Pausa.) Esa misma tarde, en un café, se reunió el comité de los conspiradores, y por sorteo fui yo el elegido para matar al príncipe aquella misma noche, en el baile de gala del Palacio. Me escondí entre árboles del jardín hasta que se hizo de noche. Temblaba de piedad. Después de todo fue muy fácil, increíblemente fácil, absurdamente fácil. Apenas empezó el baile salté por un ventanal del salón de la princesa Catalina y allí estaba el príncipe; risueño, inconsciente, y alegre, como siempre, casi maravilloso, con una hermosa muchacha entre los brazos vestido con su uniforme de mariscal. Corrí atropellando todo, como un ciego, y llegué hasta él. Me miró sonriente. En aquel momento no sé por qué sentí un inmenso deseo de gritar: “¡Huye, Príncipe, escapa! ¡Corre! ¿No ves que tengo una pistola y voy a matarte? ¡Vete, por favor, vete! No dejes que te mate. ¡No permitas que yo me convierta en un asesino! ¡Sálvame, príncipe, sálvame! ¡Eres tú quien tiene que salvarme a mí! ¿No lo entiendes? ¡Huye! ¡Vete!” (Silencio.) Pero no se fue. Se quedó ahí quieto, mirándome y sonriendo. Y yo disparé. Luego ya no recuerdo nada, quise disparar, pero me cerraron el paso. Gritaban. Se oyeron muchos disparos… (Estremeciéndose.) ¡Dios mío! ¿Por qué? ¡Si yo no quería! ¡Soy un asesino y quería el bien de mi pueblo, sólo eso! Pero no quería ser un asesino. ¡Soy un asesino! (Solloza.) ¡Príncipe!

PRÍNCIPE. (Amablemente.) ¿Qué quieres, muchacho?

ESTUDIANTE. ¿Por qué no huyó cuando me vio llegar con la pistola en la mano?

PRÍNCIPE. Oh, no pude… De veras.

ESTUDIANTE. Pero, ¿por qué?

PRÍNCIPE. Porque un Príncipe de Burgulia no debe huir nunca ante el peligro. ¿No lo sabías? Es la tradición. Y créame que lo siento. Me hubiera gustado mucho hacerte ese favor…

ESTUDIANTE. Yo quería hacer algo a favor de mi pueblo. Yo creía que su alteza era inconscientemente un explotador del pueblo. Yo quería hacer algo…

PRÍNCIPE. ¿Me odiabas mucho?

ESTUDIANTE. Sí, porque su alteza tenía en sus manos el hacer el bien, y no lo hizo. Yo sufría al ver sufrir a mis padres, a los obreros…

PRÍNCIPE. Tienes razón. Yo también quería hacer mucho bien a mi país. Todos me decían que me querían mucho, que Burgulia era un país modelo. Yo creía que todos eran felices. Es cierto, mis caprichos salían de los impuestos que recaían sobre el pueblo… Y algunos se quejaban… Pero yo quería hacer el bien… Más tarde, cuando hubiere disfrutado de la vida. No sé por qué fui tan egoísta… Mi inconsciencia me ha costado la vida.

ESTUDIANTE. Lo siento. Yo también creo que me equivoqué de camino.

PRÍNCIPE. Sí. No se puede llegar a la justicia por el camino del crimen. Tú también has dado tu vida por un ideal equivocado. Pero por lo menos eras sincero. (Silencio.)



ESCENA XI

LARRY. Pero, ¿qué es esto? Entonces, ¿es que ya no vivimos? ¿Ha muerto Larry Ludson? ¡No, Larry Ludson no puede morir! Larry Ludson no quiere morir, Larry Ludson debe vivir para su público.

ESTUDIANTE. Larry Ludson no ha vivido más que para Larry Ludson. Para Larry Ludson los demás, a los que llama público, no son más que peldaños de una escalera para subir más alto, porque para Larry Ludson la vida es fama, aplausos, premios, honores, es decir, vanidad, orgullo, nada… como para todos ustedes.

LARRY. ¡Calla! No me hagas sufrir más.

MADAME. Yo he vivido para los demás. He pertenecido a todas las sociedades de beneficencia de categoría de París, y he dado mi vida para ellas.

ESTUDIANTE. Sí, para las cenas de gala, las mesas de cuestación, las conferencias elegantes… Usted ha aparentado vivir para hacer el bien. Porque eso está bien visto y le permitía llevar una vida social y mundana agradable. Pero no bastan las apariencias. En el fondo usted no amaba ni a los obreros, ni a los pobres, ni a los desgraciados, sino a las sociedades elegantes que hacen bailes de gala para la lucha contra el cáncer, pero que serían incapaces de cuidar una sola noche a un solo enfermo.

MADAME. ¡Silencio, maleducado! Oh, no quiero escucharle…

BETY. Yo no he hecho mal a nadie. Pasarlo bien. ¿Es malo? Yo creía que así es la vida. Unos son ricos y otros pobres. Unos lo pasan bien y los otros mal, mala suerte…

PRÍNCIPE. Pero no es así, señorita. Aunque no nos demos cuenta, todos somos responsables de todo. Nuestras vidas han sido todas inútiles… ¿Verdad profesor?

PROFESOR. Es curioso. Yo no me acuerdo cómo fue. ¿Qué pasó? Ni siquiera sé si me di cuenta…



ESCENA XII

(Aparece el jefe de estación.)

JEFE. A veces es así, señor profesor. Sin agonía y sin dolor. La vida se va sin ruido, de puntillas, sin avisar, casi casi a traición…

PROFESOR. ¡Hable! Siga. Usted tiene el secreto. ¿Dónde estamos? ¿Qué estación es ésta?

JEFE. Usted ya lo sabe, señor profesor. Esta es la última estación. La estación término. Aquí acaban todos los caminos de la vida…

(Gran tensión y expectación en todos.)

PROFESOR. Oiga…

JEFE. ¿Sí?

PROFESOR. Y ahora, ¿qué va a pasar? ¿Por qué estamos aquí?

JEFE. Esta es la sala de espera. Dentro de unos instantes, los viajeros serán llamados de uno en uno. Deben explicar qué hicieron de su vida. Es un trámite obligado. ¿Comprende? Y cada uno tendrá que explicarse. Algo así como una rendición de cuentas. (Un gran silencio.) Los que pueden sentirse satisfechos de su vida, no tienen nada que temer…

PROFESOR. Pero, ¿y los otros?

JEFE. (Serio.) Los otros…

BETY. ¡No! Yo no tengo la culpa. ¡Papá! ¿Por qué me has engañado? ¿Qué has hecho de mí? Por favor, déjame volver a casa. ¡Déjame volver! ¡Déjame volver!

JEFE. Para este viaje, no existen billetes de vuelta…

LARRY. Escuche, por favor. Yo soy Larry Ludson, un hombre importante, famoso, he hecho felices a los hombres con mi arte. Debe haber un error, puedo volver y repartir mi dinero entre los pobres, lo haré todo gratis. Por favor, tiene que haber una solución. Yo debo salir de aquí. ¡Por favor!

JEFE. Demasiado tarde…

MADAME. Tengo miedo. Siempre he tenido miedo. Guardaba dinero, acumulaba joyas por miedo a la vejez… Déjeme solo que arregle unas cositas. Puedo firmar estos cheques y resolverlo todo. Olvidé dejar en mi testamento que todo lo mío fuera para las fundaciones benéficas en las que colaboré. No me dio tiempo.

JEFE. Señora, su miedo a la vejez no tiene sentido. Sólo hay algo que temer… y es precisamente el que no nos dé tiempo…

PRÍNCIPE. Es así. El que no nos dé tiempo. El dejar nuestro deber para mañana.

JEFE. Esa es la gran verdad. Unos viven sólo para sus intereses egoístas (señala a Bety) ni siquiera saben que se puede vivir para los demás. Otros creen vivir para los demás y viven para su gloria (a Larry). Otros hacen creer que sirven a la humanidad; pero se contentan con aparentarlo. Otros podrían hacer mucho bien, pero lo dejan para más tarde (al príncipe) para un día que nunca llega. Otros, deseosos de vivir para un ideal son engañados y manipulados (al estudiante) estropeando así tan hermosas posibilidades de una vida fructífera y positiva…

ESTUDIANTE. ¿Y yo qué? Oiga señor, ¿qué ocurre con los asesinos?

JEFE. La vida es para los que respetan la vida. La propia y la ajena.

PROFESOR. Entonces, yo he perdido mi vida buscando la fórmula de la destrucción. Para mí será terrible, ¿verdad? (El Jefe le mira y calla.) Porque hay alguien más allá de la estación término. Alguien con quien encontrarnos, al otro lado de la sala de espera…

JEFE. Pero, ¡naturalmente! ¡Señor profesor! Si no hubiera nadie ni nada, la vida sería una estafa colosal. ¡Oiga! ¿De verdad no lo sabía? Usted tan inteligente, tan sabio, es increíble…

PROFESOR. Lo sabía. Pero no quería saberlo…

JEFE. Lo siento. ¿Por qué tanta gente se olvida de lo más importante? (Silencio.) Señores viajeros, ha llegado el momento…

(Se abre una puerta llena de luz y van entrando. Se oscurece todo.)



ESCENA XIII

(El profesor dormido en la sala de espera de la primera estación. Se sobresalta y despierta a la llegada de algunos viajeros. Entra un obrero. Se sienta fatigado, al lado del profesor, que sigue durmiendo. Entra un anciano.)

ANCIANO. Ave María purísima. Buenas.

OBRERO. ¡Hum!

ANCIANO. Qué manera de saludar. Si no digo yo que…

(Entra una mujer con unos niños.)

MUJER. Niño, estate callado y quieto. Buenas noches.

ANCIANO. Buenas noches nos dé Dios.

MUJER. Oiga, señor, ¿puede usted decirme a qué hora sale el tren para París? Es la primera vez que voy y estoy asustada.

NIÑO. Mi papá trabaja en París.

MUJER. Niño, cállate, por favor, no me dejas hablar. Usted, ¿no irá también a París por casualidad?

ANCIANO. Sí señora, a casa de mi hija casada con un francés. Rue de la Violette, n° 18, 7° Izq., París 20, Francia.

MUJER. ¡Qué suerte! Porque yo solita me veía perdida.

NIÑO. Es que mi papá ha dicho que no podría venir a esperarnos a la estación, que el patrón no le deja. Mi papá es albañil…

MUJER. Niño, cállate. No molestes a la gente.

ANCIANO. Si no me molesta. Yo ya tengo 9 nietos. ¡Ay, señor, y dos que no conozco aún! Es que yo paso un año en casa de cada uno de mis dos hijos, desde que falta mi esposa, que en paz descanse. Y va ya para 6 años. Y ahora mi hijo el pequeño le han despedido del trabajo por no sé qué asuntos: y como en casa del mayor, pues como ya tiene 5 criaturas… Total que voy a ver si puedo quedarme en casa de mi hija, aunque no me ha contestado. Yo ya le decía que se quedara, que no se fuera a París, que donde comen 3 comen 4, pero ella, erre que erre, y ¡qué le vamos a hacer! Ahora me dice que se ha casado con un francés, ¿no te digo? ¡Ay, señor, adonde vamos a parar!

(Entra una pareja de recién casados.)

ELLA. ¿Tú crees que París será bonito?

ÉL. Que sea como quiera. Eso es lo de menos.

ELLA. Me vas a hacer una foto en la Torre “Infiel”.

ÉL. Una docena.

ANCIANO. Señor, pero qué mal educados, ni siquiera saludan al personal.

MUJER. ¿Qué quiere usted? La juventud…

ANCIANO. La juventud está perdida…

(Ellos lo oyen y se callan. Silencio.)

ANCIANO. (Al obrero.) Oiga, ¿me puede decir qué hora es?

OBRERO. No tengo reloj.

NIÑO. Mi papá me va a comprar uno de verdad.

MUJER. Niño, cállate.

ANCIANO. (A él.) Oiga, joven, ¿me podría decir la hora?

ÉL. Anda, pues me he dejado el reloj en el hotel… (Mirándose.)

ELLA. ¿De veras?

ÉL. De veras. En el cuarto de baño.

ELLA. Bueno, y ¿qué falta nos hace?

ÉL. Eso, (ríen los dos.)

ANCIANO. ¡Qué cabezas! ¡Ay señora! El mundo está loco de atar.

MUJER. (Suspirando.) Son jóvenes. (Preocupada.) ¿Cuándo saldrá el tren? A ver si lo perdemos.

OBRERO. No se preocupe, que yo también voy a coger el mismo.

MUJER. Gracias, es que estoy nerviosa.

ANCIANO. Nada, y sin saber la hora. Ya podrían poner relojes en las estaciones, que con lo que nos cobran…

ÉL. ¿Salimos fuera?

ELLA. Vale.

ANCIANO. ¿Y este señor, allí, durmiendo a pierna suelta? ¡Qué frescura!

MUJER. Estará cansado.

VOZ. Señores viajeros, el tren con destino a París efectuará su salida dentro de breves minutos, en el andén n° 2.

ANCIANO. Vamos, señora, corra.

MUJER. Niños, no os soltéis de mí, vamos.

(Salen todos, el profesor sigue durmiendo.)



ESCENA XIV

(Llega el jefe de estación.)

JEFE. Vamos, señor profesor, que le están esperando.

PROFESOR. ¿Esperando? (Sobresaltado.) ¿Qué dice?

JEFE. ¡Que se ha dormido usted!

PROFESOR. ¿Que me he dormido?

JEFE. Pues claro, hale, en marcha. La avería está reparada.

PROFESOR. ¿La avería?

JEFE. Sí, la avería. El tren partirá dentro de 5 minutos.

PROFESOR. ¿Qué tren?

JEFE. Pues el tren de París, su tren. ¿Ha olvidado que dentro de unas horas le esperan unos señores muy importantes?

PROFESOR. Pero entonces… es que he estado soñando…

JEFE. ¡Ah! ¿Sí?

PROFESOR. Ha sido un sueño, un sueño nada más. Oiga, ¿qué puerta es esa? ¿Adónde lleva?

JEFE. ¿Esa puerta? Esa puerta lleva al andén.

PROFESOR. ¿De veras?

JEFE. ¡Claro! Pero, ¿le ocurre a usted algo, profesor?

PROFESOR. (Sonríe.) No, nada. No me ocurre nada. Gracias. (Se levanta.)

JEFE. Entonces, dése prisa. Tome, no olvide su cartera.

PROFESOR. (Deteniéndose.) Ah, mi cartera. (Se queda pensativo.) Buen hombre, ¿quiere usted hacerme un gran favor?

JEFE. Naturalmente, estoy a sus órdenes.

PROFESOR. Gracias. Entonces llame usted a París y diga a esos señores que no me esperen.

JEFE. ¿Cómo? ¿Y no va usted a París?

PROFESOR. No. Ya no voy a París. Acabo de decidirlo.

JEFE. Pero, señor profesor, le esperan, ¿qué van a pensar?

PROFESOR. No importa. Lo que importa es lo que voy a hacer no yendo a París. Mire, aquí se acaban 20 años de mi vida. (Saca unos papeles de la cartera y los rompe a trocitos y los echa a la estufa.)

JEFE. ¿Por qué ha hecho usted esto, señor profesor?

PROFESOR. He perdido mi vida hasta ahora, buscando un arma para destruir a la humanidad. Ahora, voy a dedicar lo que me queda de vida para ayudar a salvarla.

JEFE. Señor profesor, ¿sólo por un sueño?

PROFESOR. Bueno, quizá no sea sólo por un sueño. Quizá sea también un poco, por los ancianos que nadie puede cuidar con cariño, los obreros agotados, las esposas de los que tienen que emigrar de su tierra, los niños que todo lo preguntan y todo lo aprenden, los recién casados, que piensan que la vida es de color de rosa, los estudiantes que, buscando un ideal, sólo encuentran consignas de un partido, los jóvenes irresponsables e inconscientes, las mujeres frustradas que en ninguna parte encuentran equilibrio, esa juventud que sólo piensa en divertirse sin pensar en su destino y su mañana, los adultos vanidosos e hipócritas… Por todos aquellos que han emprendido el viaje de la vida y que yo quisiera, como usted, que llegasen todos a un mejor destino. Me quedo por eso, y por mucho más que he aprendido… en una sala de espera.