50 Minutos y 20 Personajes. Historia de la conversión del apóstol Pablo.
VOLVIÓ OTRA VEZ
PERSONAJES
SAULO DE TARSO
JOEL. El joven rico
DAFNE. Prima de Joel
CLOE. Sierva de Joel
ESTEBAN. Protomartir del cristianismo
SARA. Madre de Esteban
FABIO. Decurión Romano
VINICIO. Soldado Romano
VOZ DE CRISTO. Que habla a Saulo en el desierto
ANANÍAS. Cristiano de Damasco
DIONISIO. El areopagita
DÁMARIS. Mujer griega
Ocho Comparsas
ACTO PRIMERO
ESCENOGRAFÍA
(La sala de una casa judía. En el extremo derecho y en el primer plano aparece una mesita llena de papeles y rollos (libros). En el centro del escenario un canapé, y a la cabecera del mismo un frutero lleno. Dos taburetes más en cualquier lado completan el mobiliario. Las paredes están revestidas de ricos tapices. En el fondo a la derecha hay una cortina que sirve de puerta a las habitaciones interiores. En el primer plano a la izquierda hay unos cortinajes más gruesos que sin duda comunican a la puerta de la calle. Los términos derecha e izquierda se refieren al actor y no al espectador. Al abrirse el telón aparece un joven, Joel, recostado en el canapé, comiendo frutas y revisando cuidadosamente los escritos de un rollo. Entra Dafne, una joven como de unos veinte años. Viene de las habitaciones interiores y trae en sus manos unas telas de diversos colores. Se dirige a la calle. Los vestuarios son de la época del Apóstol Pablo.)
JOEL. ¿Adonde vas, prima?
(Dafne se vuelve.)
JOEL. Parece que te has comprado nuevos vestidos.
DAFNE. Sí, Joel, esta mañana me trajeron estas ricas telas que le había encargado a Lidia de Tiatira. Cuestan muy caras, pero son de buena calidad, ¿no te parece?
JOEL. Sí, Dafne, son muy finas (las palpa). Perdóname que no te atienda, pero es que estoy revisando estas cuentas.
DAFNE. ¿No te enfadas porque las haya comprado, Joel?
JOEL. (Volviéndose a ella.) ¡Oh, prima, qué cosas se te ocurren! ¿Por qué habría de enfadarme? Tú sabes que el dinero se hizo para gastarlo, y por mi parte, todo lo que te haga feliz a ti, siempre será muy bueno para mí.
DAFNE. Gracias, Joel, ya sé que eres todo corazón.
(Entra Cloe por las cortinas de la izquierda.)
CLOE. Hay un joven en la puerta que dice que quiere verlos.
JOEL. ¿Quién podrá ser?
DAFNE. Voy a ver. Y tú, Cloe, ve a la cocina para que sigas preparando la cena.
(Sale Dafne mientras Cloe cruza el escenario hacia las habitaciones interiores. Dafne regresa rápidamente tomada del brazo de un joven de muy buena presencia y aspecto distinguido.)
DAFNE. (Gritando todavía en el momento de trasponer las cortinas.) ¡Joel! ¡Adivina quién viene aquí!
JOEL. (Con mucha alegría.) ¡Saulo! ¡Qué sorpresa! (Se abrazan y luego se separan.) ¿Donde te habías metido en tanto tiempo?
SAULO. (Sonriente.) Sigues siendo el mismo de siempre, Joel, los años no pasan sobre ti.
DAFNE. (Solicita.) Siéntate, Saulo, y cuéntanos qué ha sido de tu vida.
SAULO. (Mientras todos se sientan.) Dafne, me alegra encontrarte con el buen humor de siempre. Cualquiera diría que ustedes dos son hermanos.
JOEL. Vamos, Saulo, ¿no nos digas que desconoces nuestra historia?
SAULO. No, Joel, aunque he estado lejos de aquí he sabido todo lo que sucedió.
DAFNE. (Con gesto de tristeza.) Mis padres regresaban felices de Roma en aquel fatídico barco, yo los esperaba con mucha alegría y cuál no sería mi dolor al recibir la noticia del naufragio.
JOEL. Desde entonces Dafne ha vivido en mi casa.
SAULO. (Dirigiéndose a Dafne.) Puedes creer que me sentí profundamente apenado por lo que les sucedió a tus padres. Y también por ti, muchacha.
JOEL. Pero no todo ha sido tristeza, Saulo: nos hemos llevado tan bien que los dos estamos muy contentos.
DAFNE. Joel es el único familiar con que contaba, y además es el albacea de todos los bienes que me dejaron mis padres al morir. Debo decirte que antes, Joel, como es joven y rico, no paraba en casa… Pero ahora como tiene que cuidarme, se esta quietecito aquí.
(Entra Cloe con una toalla y ungüento y empieza a ungir los pies de Saulo.)
JOEL. ¿Piensas quedarte mucho tiempo en Jerusalén?
SAULO. He venido porque tuve noticias de que un hombre que se decía el Cristo fue crucificado.
DAFNE. (Interrumpiendo.) ¿Te refieres al Nazareno?
SAULO. ¿Lo conocían?
DAFNE. No se habla de otra cosa en Jerusalén.
SAULO. He venido para destruir a todos los seguidores de ese hombre. Ustedes saben que como fariseo, yo soy muy celoso de mi religión.
(Joel queda pensativo)
DAFNE. ¿No nos digas que vienes a encarcelar a todos los que creen en Él?
SAULO. Precisamente. Y si es necesario estoy dispuesto a llevarlos hasta la muerte.
DAFNE. Pero, ¿por qué Saulo, si ellos no han hecho nada malo?
SAULO. ¿Es que tú también has creído en Él? ¿No te das cuenta de que es necesario cortar de tajo ese tumor maligno antes de que pueda afectar a nuestro judaísmo?
JOEL. (Recobrándose e incorporándose a la conversación.) Ciertamente, Saulo, yo te aconsejaría que dejaras todo esto a un lado.
SAULO. ¿Por qué?
JOEL. (Pensativo, como mirando al infinito.) Hará poco más de un año el Nazareno venía de Galilea con rumbo a Jerusalén. Yo regresaba de unos negocios que había arreglado cuando lo encontré. Había sabido también de Él. Conocía de sus milagros: cuando alimentó a la gran multitud. Supe de sus curaciones a paralíticos. Me contaron que sanó a endemoniados y resucitó a la hija de Jairo. ¿Conoces a Jairo?
SAULO. No, espera. Creo que he oído acerca de Él. ¿No es acaso el príncipe de la Sinagoga de...? Bueno, eso no tiene importancia. Continúa.
JOEL. La gente decía que el Nazareno había andado sobre la mar, y otros muchos milagros más; total, Saulo, que yo estaba profundamente impresionado. Ese día cuando lo vi, corrí hacia Él y le dije: "Maestro bueno, ¿qué bien haré para poseer la vida eterna?" Él entonces me dijo "¿Por qué me llamas bueno? Ninguno hay bueno, sino solo uno, Dios". Me dejó desconcertado… En realidad, nunca supe qué quiso decir.
DAFNE. Cuéntale lo que sucedió después.
JOEL. Se me quedó viendo con aquella mirada tan dulce que después llegué a conocer perfectamente… Sus ojos parecían hablarme de un amor infinito hacia los pecadores; yo no sabía qué responder… ¡Tan impresionado estaba! Él entonces me dijo: “¿Sabes los mandamientos? No mataras, no adulteraras, no defraudaras, no dirás falsos testimonio, honra a tu padre y a tu madre." Yo le dije: "Maestro, todo eso lo he guardado desde mi niñez".
SAULO. Por lo menos respetaba la Ley.
DAFNE. Si el Nazareno nunca estuvo contra la Ley. Oye lo que le dijo a Joel después.
JOEL. (Reanudando sus remembranzas.) Se inclinó hacia mí, me acarició los cabellos y me dijo: "Una cosa te falta, ve, vende todo lo que tienes y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo y ven, sígueme, tomando tu cruz."
SAULO. (Con una carcajada estrepitosa.) ¡Ja, Ja, Ja! ¡Muy listo el Nazareno! Hacía favores a los pobres, pero con el dinero de los demás.
DAFNE. Por favor, Saulo, no te rías y sigue escuchando a Joel.
JOEL. Yo al oír aquello me entristecí bastante, porque tenía demasiadas riquezas. No solo las mías, sino que tenía que cuidar las de Dafne. Me levanté de allí y seguí con mucho pesar mi camino. Al alejarme oí que decía a sus discípulos: "De cierto, de cierto os digo, ¡cual difícilmente entrará en el reino de Dios los que confían en las riquezas!
SAULO. Pero, ¿quién se cree Él?
JOEL. Según sus discípulos, el Hijo de Dios.
SAULO. (Gritando y poniéndose de pie.) Cuidado, Joel, no digas blasfemia. Nuestra Ley afirma que es blasfemia compararse con la Divinidad.
DAFNE. No te alteres, Saulo. Joel solo te está diciendo lo que creen sus discípulos.
JOEL. Óyeme, Saulo, tú fuiste mi mejor amigo y un gran orador en la Universidad de Tarso. Te respeto mucho y respeto tus ideas religiosas, pero este Nazareno era un verdadero maestro de religión. Como orador, convencía a las multitudes, porque hablaba como quien tiene autoridad y no como ustedes los fariseos.
DAFNE. Yo siempre que sabía que Él andaba en Jerusalén, salía a verle. Era majestuoso dentro de su humildad. Su rostro, hermoso, era el prototipo del Amado que relata el Cantar de los Cantares: (Soñadora.) "Mi amado es blanco y rubio, señalado entre diez mil. Su cabeza, como oro finísimo, sus cabellos crespos, negros como el cuervo. Sus ojos como palomas junto a los arroyos de las aguas que se lavan con leche, y a la perfección colocados. Sus mejillas, como una era de especias aromáticas, como fragantes flores. Sus labios, como lirios que destilan mirra que trasciende. Sus manos como anillos de oro engastados de jacintos; su vientre como claro marfil cubierto de zafiros; sus piernas como columnas de mármol fundadas sobre basas de fino oro; su aspecto como el Líbano, escogido como los cedros…
(Cloe ha terminado de ungirle los pies a Saulo y sale. Al rato entra con cualquier pretexto, parece interesada en la conversación.)
SAULO. (Impaciente.) Espero que nunca tenga que apresarlos a ustedes. Veo que están maravillados con Él. Pero les advierto que si se vuelven sus seguidores, no vacilaré en venir a buscarlos y encarcelarlos.
JOEL. ¿Harías eso con tus amigos?
SAULO. Lo haré si es necesario. Y para que no se les olvide, los invito al juicio de Esteban que se celebrará mañana en las afueras de la ciudad.
DAFNE. ¿Lo van a matar? ¿Y como lo sabes tú, si no lo han juzgado?
SAULO. Tenemos testigos preparados y nuestro juicio ya está dado de antemano. Esteban debe morir.
JOEL. (Furioso se le encara.) ¡Lo mismo que hicieron con el Nazareno! Saulo, yo siempre te he admirado. ¿Recuerdas que yo también quise ser sacerdote? (Arrastrando las palabras.) Pues me avergüenzo de ello. ¡Abomino de todas sus sucias canalladas! Tú has sido mi amigo hasta hoy, pero si sigues en ese camino, no quiero volver a oír de ti. ¡Vete! ¡Vete antes de que pierda la paciencia!
(Saulo sale y los dos primos se quedan muy contrariados. Cloe se les queda viendo interrogante.)
CLOE. Señora, yo también creo en Cristo.
DAFNE y JOEL. ¿Qué dices?
CLOE. Cuando lo crucificaron yo estaba en el Calvario entre toda la multitud. Oí sus palabras de perdón. Después, todos corrimos por la tempestad que se desató. Más adelante supe que se había roto el velo del Templo en el momento de su muerte. Días después fui a la casa de la madre de Juan Marcos porque vi mucha gente congregada afuera y quise ver qué pasaba y...
JOEL. ¿Tú eres amiga de Juan Marcos?
CLOE. Sí, él es un joven muy curioso, como yo. Me contó que la noche cuando apresaron a Cristo en el huerto de Getsemaní, él lo vio todo: los soldados ya casi lo agarraban, se les desprendió dejándoles la sábana con que iba cubierto y se fue huyendo desnudo.
DAFNE. Juan Marcos siempre ha sido muy inquieto. Cuéntanos qué pasó en la casa de él.
CLOE. Yo vi la multitud y me di cuenta de que en el aposento alto de la casa había más de cien personas orando, y sobre sus cabezas había unas como llamitas de fuego, y hablaban lenguas bien extrañas. La gente decía que estaban borrachos, pero de pronto Pedro, el pescador, se puso de pie y empezó a hablar tan limpio que la gente se quedó asustada porque conocían que Pedro era un hombre ignorante y sin letras y resultó hablando tan bien...
JOEL. ¿Y qué decían?
CLOE. Decía muchas cosas de mi Señor Jesucristo. Cuando terminó casi toda la gente se hizo creyente. Muchos le preguntaban qué debían hacer para ser salvos, y Pedro decía; "Arrepentíos y bautícese cada uno en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados y recibiréis el don del Espíritu Santo.
DAFNE. ¿Y tú qué hiciste?
CLOE. Yo también me bauticé. Juan Marcos se sintió feliz porque él también había creído en Cristo.
JOEL. (Mirando interrumpe a Dafne) ¿Qué hacemos?
DAFNE. Que no lo sepa Saulo, porque se la lleva a la cárcel. (Persuasiva.) Mira, Cleo, está bien que hayas creído en Él, pero tienes que guardar el secreto.
CLOE. (Valiente.) ¿Y por qué? Yo siempre que tengo oportunidad voy a oír a los apóstoles. Conozco a uno que era fariseo, llamado Nicodemo. Él dice que por mucho tiempo fue discípulo secreto de Jesús, pero que después ya no pudo estar callado. A Pedro lo apresaron y le dijeron que lo soltaban si dejaba de hablar de Cristo y entonces, él contestó: "Es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres. No podemos dejar de decir lo que hemos visto y oído.” No señora, yo también quiero ser valiente como ellos y si me matan o me encarcelan, ¿qué tiene de más? Después de todo a mi Maestro también lo apresaron y lo crucificaron. Yo no soy más que una humilde sierva y Él... ¡Él era el Hijo de Dios!
ACTO SEGUNDO
ESCENOGRAFÍA
(Al fondo están dibujados un arenal desértico y unos cuantos árboles a lo lejos. En el suelo habrá piedras, palos y otras cosas propias de un terreno vacío. En el extremo izquierdo y a lo lejos, se nota una parte de la muralla de Jerusalén. Cuando se abre el telón aparece por la izquierda un joven que viene siendo empujado por una multitud furibunda. Este joven es Esteban, su traje esta hecho jirones y la cara con moratones, pero su mirada es tierna y limpia y muestra decisión. Un rictus de amargura se dibuja en sus labios.)
(Para este segundo acto, deben haber más personas actuando sin hablar: unos por curiosidad y otros cristianos que llevan arrestados.)
COMPARSA 1. (Mientras empuja nuevamente a Esteban, que va a caer al extremo derecho del escenario.) ¡Vamos, habla! Sigue con tu mentido discurso.
COMPARSA. Sí, que hable, queremos oír sus mentiras antes de matarlo.
TODOS. ¡Habla, perro sarnoso!
ESTEBAN. (Sobreponiéndose y levantándose con dignidad.) Tuvieron nuestros padres el tabernáculo del testimonio en el desierto, como había ordenado Dios, hablando a Moisés que lo hiciese según la forma había visto. El cual recibido metieron nuestros padres también con Josué en la posesión de los gentiles que Dios echó de la presencia de nuestros padres hasta los días de David; el cual halló gracia delante de Dios y pidió hallar tabernáculo para el Dios de Jacob. Mas Salomón le edificó casa. Si bien el Altísimo no habita en templos de mano como el profeta dice: “El cielo es mi trono y la tierra es el estrado de mis pies". “¿Qué casa me edificareis?” Dice el Señor; o “¿cuál es el lugar de mi reposo? ¿No hicieron mis manos todas estas cosas?”
COMPARSA 1. ¡Ya basta! ¡Matad al perro creyente!
TODOS. (Recogen piedras mientras Saulo está en el primer plano a la izquierda oyéndolo todo con mucha atención.) ¡Sí, sí! ¡Hay que acabar con estos revoltosos!
ESTEBAN. Duros de Cerviz e incircuncisos de corazón y de oídos, vosotros resistís siempre el Espíritu Santo; Como vuestros padres, así también vosotros. ¿A cuál de los profetas no persiguieron vuestros padres? Mataron a los que antes anunciaron la venida del Justo, del cual vosotros ahora habéis sido entregadores y matadores. Que recibisteis la Ley por disposición de ángeles y no la guardasteis.
COMPARSA. No perdamos tiempo, quitaos las capas para que no os estorben.
(A tiempo que se quita la suya y la pone junto a los pies de Saulo, todos le imitan.)
ESTEBAN. (Tranquilo, mira al cielo y una inmensa paz inunda su rostro.) He aquí veo los cielos abiertos y al Hijo del Hombre que está a la diestra de Dios.
TODOS. (Dando gritos y tapándose los oídos.) ¡Matadle! ¡Matadle!
(Empiezan a apedrearlo.)
ESTEBAN. (Mientras va cayendo.) ¡Señor, recibe mi espíritu!
COMPARSA 1. Matadle, no tengáis compasión de él.
ESTEBAN. (De rodillas.) Señor, ¡no les tomes en cuenta este pecado! (Cae muerto.)
(Cuando Esteban cae los comparsas 1 y 2 corren a verlo.)
COMPARSA 1 y 2. Ha muerto el malvado.
(Todos se van y solo queda Saulo.)
SAULO. ¡El primero que cae en esta batalla! ¡Tendrán que caer muchos más, lo juro por el Templo de Jerusalén!
(Saulo se va. A los pocos minutos llega un grupo de creyentes acompañados por Dafne y Cloe. Todos lloran por él.)
CLOE. No llore, señora, (dirigiéndose a Dafne) él ya ha descansado en los brazos del Señor. Ahora nos toca a nosotros seguir adelante.
DAFNE. (Levantándose.) Tienes razón, Cloe, pero esta muerte quedará escrita en los anales de la historia, así como también la de todos aquellos que tengan que morir por Jesucristo.
(Se van y después de unos segundos entra Sara acompañada de tres niños. Todos se arrodillan mientras Sara llora sobre el cuerpo inerte de Esteban.)
SARA. ¡Hijo mío, hijo mío! ¿Qué te han hecho? ¡Oh, Dios de los cielos, Tú que juzgas a los vivos y a los muertos! ¡Mira este pecado!
(Los niños lloran asustados y de pronto aparece Saulo acompañado por dos soldados.)
SAULO. ¡Daos presos en nombre de Moisés!
SARA. Por favor, señor, si queréis llevadme a mí a la cárcel, pero tened piedad de mis hijos.
SAULO. ¡¡¡No!!! ¡Voto a tal! Esta maldita secta la arrancaremos de tajo, ¡no dejaremos ni siquiera a los niños! ¡Venid todos!
SARA. (Casi arrastrándose mientras suplica.) ¡Os lo ruego, señor! ¡Dejad ir a mis hijos!
SAULO. (Sin compasión.) ¡Vosotros, soldados, apresad a los niños!
FABIO. Nosotros soldados romanos somos, señor, y no debemos atropellar a gente indefensa.
VINICIO. Es cierto, señor, no queremos tener problemas con nuestros superiores.
SAULO. ¡Cobardes! Ya os enseñaré yo.
(Saulo toma a los niños por las manos y por los cabellos y los estrella a los pies de los soldados y estos los recogen.)
SARA. (Lanzando un grito y tratando de proteger a sus hijos.) ¡Llevadme a mí pero dejad a mis hijos! No temo a la muerte, soy hija de Dios...
SAULO. ¡Callad, blasfema! (Le propina un manotazo en la boca.)
(Los soldados han tomado a los niños cuando llega Cloe y se queda viendo aquella escena.)
CLOE. Señor, le ruego que deje a estos niños… ellos no son culpables.
SAULO. ¿Quién eres tú para darme órdenes a mí? ¡Ah, sí! Ya recuerdo... Tú eres la sierva de Joel, ¿no me digas que ese cobarde te ha mandado aquí?
CLOE. (Valiente.) No, señor, yo he venido sola porque he visto vuestra cobardía. Yo también soy creyente y si te place mátame, que no le temo a la muerte.
SAULO. (A los soldados.) ¡Arrestadla! Que no quede uno solo de ellos libre. Tenemos que acabar con esta plaga de sabandijas.
(Los llevan a todos casi a rastras.)
ACTO TERCERO
ESCENOGRAFÍA
(En el fondo un desierto y a lo lejos una cuidad amurallada. Algunas palmeras adornan el paisaje; en el centro del escenario, nada, excepto unas cuantas piedras y unos pequeños matorrales. Al abrirse el telón aparece Saulo de pie, en actitud reflexiva.)
SAULO. ¡Qué sol tan fuerte! Esta expedición por el desierto me está dejando exhausto. Menos mal que mi misión está llegando a su final. Con la persecución que haga en Damasco habré dado un buen golpe a esos perros creyentes.
(Se acercan soldados.)
VINICIO. Señor, vuestro caballo está ya descansando. Tú ordenas cuándo podemos continuar nuestro camino.
FABIO. Todos mis soldados se encuentran listos para cuando tú ordenes.
SAULO. Gracias, decurión Fabio, pero no tengo prisa. Ved, (señalando la muralla) estamos a menos de una hora de Damasco; cuando baje un poco la fuerza del sol proseguiremos nuestro camino.
VINICIO. Por lo visto, queréis entrar con la fresca de la tarde, señor.
SAULO. Así es, Vinicio. Voy a entrar a esa cuidad cabalgando mi corcel blanco. Quiero que todo el mundo se impresione y me tema. Así mi tarea será más fácil.
FABIO. Vuestra entrada será como la entrada de los emperadores a Roma, cuando vienen triunfantes de la batalla. ¿Te gustaría, quizá, imitar la entrada victoriosa de Julio Cesar cuando regresó triunfante de las Galias?
VINICIO. ¿O cuando Escipión el Africano venció a Anibal, el cartaginés?
SAULO. Sea como sea, mi entrada quiero que sea muy vistosa. Llevo aquí plenos poderes de los sacerdotes de Palestina para apresar a cuanto fanático de... “el Camino”, encuentre. Voy a darles un escarmiento.
FABIO. Señor, a veces pienso si no estaremos procediendo mal. Hemos andado contigo porque nos asignaron a vuestro servicio; pero nosotros siendo recios soldados romanos, consideramos indigno de nuestra profesión andar apresando a esa gente que ni se defiende...
VINICIO. A mí lo que me ha impresionado es la fe de esa gente; saben muy bien que la llevamos a la muerte y sin embargo... cantan himnos y perdonan a sus enemigos. ¿En qué consiste su poder? Todavía no consigo explicármelo.
SAULO. ¡Son fanáticos, eso es todo!
FABIO. Sin embargo, el fanatismo no puede dar nunca ese espíritu de casi resignación que hemos encontrado en ellos. Yo soy veterano de más de veinte batallas en varias partes de nuestro imperio. He visto muchos fanáticos, y os juro, señor, que no se parecen a estos.
VINICIO. El fanatismo engendra en algunos casos resignación. Pero lo que estas gentes tienen no se eso. El que se resigna muere echando maldiciones y denuestos contra sus matadores, mientras que estos no.
SAULO. Vosotros sois gente de armas y no podéis comprender estas cosas tan simples.
FABIO. ¿Tú sí las comprendes?
SAULO. Yo... sí (miente con aplomo). Regresad al oasis para que preparéis todo y partamos antes de una hora. He decidido terminar esto cuanto antes.
(Los soldados se retiran. Saulo se queda solo y más confundido que nunca.)
SAULO. Yo sí las comprendo... ¡Mentira! Yo nunca podré entender a estos fanáticos. ¿Cuál es el poder que los alienta? ¿Por qué no se resisten cuando son capturados? Sus rostros reflejan absoluta paz, confianza en algo o en alguien. Pero... Saulo, ¡despierta! Tú no puedes admitir que ellos tengan razón. Tú eres fariseo de fariseos, de la tribu de Benjamín, circuncidado al octavo día.
(De pronto una luz que ha ido en aumento llega a su clímax. Sonidos de truenos hacen retemblar la tierra mientras una voz poderosa resuena por las dunas del desierto.)
VOZ. Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?
SAULO. (Volviéndose al oír la voz a sus espaldas. Mira hacia lo alto, se cubre los ojos que ha abierto desmesuradamente, se tambalea y finalmente cae a tierra) ¿Quién eres Señor?
VOZ. (Tarda unos segundos en responder. Después habla despacio, con voz impresionante y profunda, con autoridad.) Yo soy Jesús a quien tú persigues.
(Saulo queda mudo y estupefacto ante aquella terrible declaración, se retira arrastrándose como queriendo huir de ese lugar. Se oye la voz que prosigue implacable.)
VOZ. Dura cosa te es dar coces contra el aguijón.
SAULO. (Ha quedado pasmado. Acezando mientras sigue queriendo cubrir el resplandor con la mano, y después de unos segundos de lucha consigo mismo se rinde ante la evidencia y responde) Señor... ¿Qué quieres que haga?
(Vuelve el rostro hacia el suelo, como rendido por completo y humillado.)
VOZ. Levántate y entra en la cuidad y se te dirá lo que debes hacer.
(Saulo trata de incorporarse pero por más que lucha no lo consigue; por fin se desploma como vencido.)
VOZ. Levántate y ponte sobre tus pies, porque para esto te he aparecido, para ponerte por ministro y testigo de las cosas que has visto, y de aquellas en que apareceré a ti: Librándote del pueblo y de los gentiles, a los cuales ahora te envío para que abras sus ojos, para que se conviertan de las tinieblas a la luz, y de la potestad de Satanás a Dios, para que reciban, por la fe que es en mí, remisión de pecados y suerte entre los santificados.
SAULO. (Dominándose a duras penas y ciego) Señor, Tú sabes que yo he encerrado en cárcel y he herido por las sinagogas a los que creen en ti y... cuando se derramaba la sangre de Esteban, tu testigo, yo también estaba presente, y consentía en su muerte y guardaba la ropa de los que le mataban.
VOZ. (Terriblemente autoritaria e inflexible.) ¡Ve porque yo te tengo que enviar a los gentiles!
(Poco a poco la luz va menguándose. Saulo quiere incorporarse pero no puede. Está ciego. Dos soldados y un civil corren a levantarlo.)
CIVIL. ¿Qué ha pasado, Señor?
VINICIO. Vimos un gran resplandor y oímos como un murmullo recio, pero no pudimos entender nada.
(Saulo de pie empieza a caminar.)
SAULO. Llevadme a Damasco.
SOLDADOS. ¡Señor, está ciego!
(El civil se lleva a Saulo mientras que los soldados se quedan atrás y murmuran.)
VINICIO. Pobre Saulo. Un príncipe de los fariseos que quería entrar montado en brioso caballo blanco, como un gran conquistador...
FABIO. Ahora entrará siendo llevado de la mano por nosotros, como un pobre ciego. ¿Qué sería lo que sucedió?
VINICIO. No sabría decírselo, señor. Yo también estoy desconcertado.
ACTO CUARTO
ESCENOGRAFÍA
(En el interior de una casa judía bastante modesta. Los muebles son escasos y burdos. Parece que Saulo ha querido esconder su desgracia o lo que sea, al menos mientras recobra la vista y puede reflexionar más hondamente sobre lo que le ha sucedido. Al abrirse el telón, Pablo está solo, silencioso. Tanteando por las paredes logra llegar a un pequeño banco, donde se sienta y queda con la cara hundida entre las manos. De pronto entra un hombre como de unos cincuenta años de edad.)
SAULO. (Levando la cabeza pero sin dirigirla a ningún sitio determinado.) ¿Quién anda ahí?
ANANÍAS. Hermano Saulo, el Señor Jesús que te apareció en el camino por donde venías, me ha enviado para que recibas la vista y seas lleno del Espíritu Santo.
(Le pone las manos sobre la cabeza y Saulo se frota los ojos. De pronto los abre y queda asombrado. Se ve las manos y luego se vuelve a ver a Ananías.)
SAULO. ¿Cómo te llamas?
ANANÍAS. Ananías. ¿Qué tienes en las manos?
SAULO. Son como escamas que me cayeron de los ojos... Pero dime, ¿por qué estás aquí?
ANANÍAS. Yo estaba en mi casa cuando oí que el Señor me llamaba y le respondí: "Heme aquí, Señor" Y el Señor me dijo: "Levántate y ve a la calle que se llama Derecha, y busca en casa de Judas a uno llamado Saulo de Tarso; porque he aquí él ora, y ha visto en visión a un varón llamado Ananías que entra y le pone las manos encima para que recobre la vista".
SAULO. ¿Fue entonces cuando viniste?
ANANÍAS. No, yo tenía miedo de venir pues había oído tu fama. Quise rebelarme contra aquella orden del Señor y le dije: "Señor, he oído de muchos acerca de este hombre, cuánto mal ha hecho a tus santos en Jerusalén; y aun aquí tiene autoridad de los principales sacerdotes para prender a todos los que invocan tu nombre".
SAULO. ¿Y qué respondió el Señor?
ANANÍAS. Ve, porque instrumento escogido es éste, para llevar mi nombre en presencia de los gentiles, de reyes, y de los hijos de Israel; porque yo le mostraré, cuánto le es necesario padecer por mi nombre".
SAULO. Entonces... Debo padecer.
ANANÍAS. Sí, hermano Saulo. El Señor sabe que has perseguido a su iglesia y va a usarte para que la defiendas de aquí en adelante.
SAULO. Hermano Ananías... Si el Señor así lo ha decidido, no tengo más remedio que obedecerle. No puedo ser rebelde a la visión celestial.
ANANÍAS. El Dios de nuestros padres te ha escogido para que conozcas su voluntad y veas al Justo y oigas la voz de su boca.
SAULO. No podré entender jamás su gracia maravillosa al perdonarme todos mis pecados, como tampoco podré entender por qué me escogió a mí.
ANANÍAS. Porque serás testigo suyo a todos los hombres de lo que has visto y oído.
SAULO. En verdad, su gracia es maravillosa. Yo venía a esta ciudad con el propósito de acabar con todos los que profesan su nombre. Yo odiaba a este Jesús sin siquiera conocerlo y ahora... ahora lo amo. Llegué a la casa de Judas completamente ciego y ahora Él me devuelve la vista. He estado reflexionado profundamente y he pasado estos últimos tres días sin comer ni beber.
ANANÍAS. Ahora pues, ¿por qué te detienes? Levántate y bautízate, y lava tus pecados invocando su nombre.
SAULO. Ananías... Quiero conocer todo lo que se refiera a mi Divino Maestro. Muy poco me ha interesado su persona pero ahora quiero saberlo todo.
ANANÍAS. Cristo, nuestro Señor, fue muerto por nuestros pecados y resucitado para nuestra justificación. Después ascendió a los cielos, y desde la diestra de Jehová intercede por nosotros.
SAULO. (Pensativo.) Pero eso no es todo, Ananías. Él murió, resucitó, subió a los cielos, fue glorificado Y… VOLVIÓ OTRA VEZ. Volvió otra vez cuando se me apareció a mí en el desierto.
ANANÍAS. Tienes razón, hermano Saulo, Jesucristo volvió otra vez. Creo que si fuera necesaria su presencia aquí en la tierra, no dudaría ni un momento en descender del cielo para protegernos.
SAULO. Sí, el Señor escuchó el balido de sus ovejas indefensas en Damasco y como el Buen Pastor que da su vida por sus ovejas, se interpuso en el camino del lobo, que era yo, para defenderlas.
ANANÍAS. Tienes razón. Su muerte sola basta para salvar a la humanidad, pero su amor es tan grande que si tuviera que morir mil veces y mil veces sufrir los escarnios, la burla y maldición de la gente, Jesucristo no vacilaría en volver a tomar la copa de la muerte.
SAULO. Por lo tanto, yo, preso suyo, no me avergüenzo del Evangelio, porque es potencia de Dios para salvación de todo aquel que cree.
ACTO QUINTO
ESCENARIO
(Aparece en el fondo del escenario unas columnas de los edificios propios de Atenas. En el extremo derecho hay un estrado. Al abrirse el telón hay una multitud hablando entre sí.)
COMPARSA 3. ¿Qué querrá decir este palabrero?
DEMÁS. Parece que es predicador de nuevos dioses.
COMPARSA 5. Ciertamente habla acerca de un dios llamado Resurrección. ¿Será como nuestra Afrodita, la diosa de la belleza?
COMPARSA 4. También habla de un tal Evangelio. ¿Quiénes serán esos dioses?
(Entra Saulo por la izquierda acompañado por otro grupo de personas.)
COMPARSA 4. ¿Podremos saber qué es esta nueva enseñanza que habla?
COMPARSA 5. Traes a nuestros oídos cosa extrañas.
COMPARSA 3. Queremos pues saber qué quiere decir esto.
(Pablo sube al estrado y empieza a hablar.)
PABLO. Carones atenienses, en todo observo que sois muy religiosos porque pasando y mirando vuestros santuarios hallé también un altar en el cual había esta inscripción: "AL DIOS NO CONOCIDO". A aquel, pues, que vosotros honráis sin conocerle, a ese os anuncio yo. El Dios que hizo el mundo y todas las cosas que en el hay, siendo Señor del cielo y de la tierra, no habita en templos hechos de manos humanas ni es honrado por manos de hombres como si necesitase de algo; pues Él da a todos vida y respiración y todas las cosas. (Murmullos de admiración.) Y de una sangre ha hecho todo el linaje de los hombres, para que habitasen sobre la faz de la tierra, y les ha prefijado el orden de todos los tiempos, y los limites de su habitación; para que busquen a Dios; si en alguna manera palpando le hallen, aunque ciertamente no está lejos de cada uno de nosotros. Porque en Él vivimos, y nos movemos y somos; como algunos de vuestros poetas dijeron también: "Porque linaje de éste somos nosotros también."
GENTE. ¡Cierto! ¡Tiene razón!
PABLO. Siendo pues linaje de Dios, no debemos pensar que la Divinidad sea semejante a oro, plata, piedra, escultura de arte o de imaginación de hombre.
(Todos se miran asombrados entre sí.)
PABLO. Empero Dios, habiendo pasado por alto los tiempos de esta ignorancia, ahora manda a todos los hombres en todo lugar que se arrepientan.
GENTE. ¿Por qué? ¿Por qué?
PABLO. Por cuanto ha establecido un día en el cual ha de juzgar al mundo con justicia, por aquel Varón a quien designó, dando fe a todos con haberle levantado de los muertos.
(Pablo baja del estrado y todos se arremolinan junto a él.)
COMPARSA 3. Tus dioses son muy ridículos, Pablo. ¿Quién es ese dios llamado Resurrección?
COMPARSA 4. Te oiremos acerca de esto otra vez, por ahora no nos interesa.
(Se retiran unos, mientras otros quedan ahí.)
DIONISIO. Yo soy Dionisio el encargado del areópago. He oído a muchos filósofos disertar aquí, pero ninguno ha podido ser tan claro como tú, y tampoco han dicho lo que tú has predicado. ¿Qué es necesario para ser salvo?
PABLO. Cree en el Señor Jesucristo y serás salvo.
DIONISIO. Creo firmemente.
(De pronto se acerca una mujer y cae a los pies de Pablo arrodillada.)
PABLO. (La levanta.) Levántate, mujer, yo también soy pecador como tú. Solo ante el Señor te inclinarás y a Él sólo servirás.
DÁMARIS. He vivido sola todo este tiempo. Hubo una vez que quisieron hacerme Vestal, pero me da asco. Después mi alma languideció porque no me sentí feliz nunca. He sufrido mucho, Señor, mucho... Y hoy estoy conmovida ciertamente, pero de alegría. Una enorme felicidad embarga mi alma, porque por fin he hallado la Verdad, y la Verdad es el Cristo que tú vienes anunciando.
PABLO. ¿Crees en Cristo de todo tu corazón?
DÁMARIS. Creo y siento que Cristo salva, guarda y satisface, plenamente el corazón humano.
PABLO. Vete en paz, mujer. Que la Gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo sean contigo, hermana.
(Dámaris se aleja y surge Joel de en medio de la multitud.)
JOEL. !Saulo, por fin te encuentro!
SAULO. (Poniendo cara de alegría y de asombro a la vez.) ¡Joel, qué alegría, muchacho! (Se abrazan.)
JOEL. Ha pasado mucho tiempo, Saulo, pero al fin nos hemos vuelto a encontrar.
PABLO. (Separándose con una sonrisa.) Ya no me llamo Saulo, ahora soy Pablo, el pequeño. Porque soy el ultimo de los apóstoles, el mas pequeño de todos los santos, el primero de los pecadores.
JOEL. ¡Pablo! En realidad no te conozco. ¡Has cambiado tanto, tanto! Desde que supe que te habías hecho cristiano, te he buscado por todas partes.
PABLO. ¿Cristiano?
JOEL. Sí, cristiano. O sea, pequeño Cristo. En Antioquía han empezado a llamar cristianos a los creyentes; parece que empezó como burla, pero de todos modos el nombre nos viene bien.
PABLO. ¿Nos viene? ¿Es que tú también eres cristiano?
JOEL. Desde hace bastante tiempo. Esa doctrina está cundiendo con fuerza por todo el Imperio Romano y ha llegado hasta África.
PABLO. ¿Y Dafne?
JOEL. (Con gesto de tristeza.) No la he vuelto a ver desde hace mucho tiempo. ¿Recuerdas cuando mataron a Esteban? (Pablo hace un gesto de asentimiento.) Ese día Dafne regresó profundamente impresionada a la casa. Y mi sierva Cloe no cesaba de hablarle de Cristo.
PABLO. ¿Cloe? Sí, la recuerdo. Yo mismo la mandé a la cárcel.
JOEL. Sí y allí murió víctima de los maltratos más brutales que imaginarse pueda. Dafne sufrió mucho por ella hasta que un día me dijo que iba a convertirse al cristianismo. Vendió todas sus posesiones, puesto que ya tenía edad para hacerlo, y el dinero lo llevo a los pies de los apóstoles para que sirviera de ayuda a las necesidades de los cristianos que estaban siendo perseguidos.
PABLO. (Profundamente conmovido.) Ciertamente la persecución ha sido cruel y espantosa.
JOEL. Dafne fue firme en sus creencias, y cuando fueron esparcidos, ella juntamente con todos los demás iban por todas partes predicando la Palabra.
PABLO. Es cierto, todos los creyentes a través de los años cuando mayor es la persecución, más fuerte es su congregación. Y si somos apresados eso no detiene la fuerza de este mi evangelio, porque la Palabra de Dios no está presa: es viva y eficaz, y más penetrante que una espada de dos filos, que alcanza hasta partir el alma, el espíritu, y aun las coyunturas y el tuétano.
JOEL. (Recordando.) Cuando Dafne se fue y Cloe murió, yo no pude estar tranquilo pensando en lo que podría ser de mí si esa doctrina fuera cierta y yo sin creer en ella. Muchas veces recordaba aquello de: "¿Qué aprovechará el hombre si ganare todo el mundo y perdiere su alma?” Otras veces pensaba que "El Reino de los cielos se hace fuerza, y únicamente los valientes lo arrebatan". Llegué a la conclusión de que yo tenía que ser valiente, y por fin me decidí: vendí mis posesiones, las di a los pobres y aquí me tienes.
PABLO. Ciertamente, Joel, el amor al dinero es la raíz de todos los males. Yo también me deshice de todo lo que tenía, hasta de mi título de fariseo. He reputado perdida todas las cosas, por el eminente conocimiento de nuestro Señor Jesucristo, por amor del cual lo he perdido todo y téngolo por estiércol para ganar a Cristo.
JOEL. ¿Y no has pasado hambre?
PABLO. He aprendido a contentarme con lo que tengo. Sé estar humillado y se tener abundancia; en todo y por todo estoy enseñado, así para hartura, como para hambre.
JOEL. ¿Y si te falta algo?
PABLO. Mi Dios suple todo lo que me falta conforme a sus riquezas en gloria. Todo lo puedo en Cristo que me fortalece.
JOEL. (Cambiando el tema.) ¿Sabes, Pablo? Ahora ya sé lo que quiso decir Jesús cuando me dijo: “¿Por qué me llamas bueno?” El quería sondear mi alma y probar mi fe, saber si yo creía en Él como el Hijo de Dios y no como un simple Maestro.
PABLO. En verdad, Joel, el Señor siempre nos prueba para ver qué tan acrisolada está nuestra fe.
JOEL. Dime una cosa, Pablo, ¿cómo fue que cambiaste tanto?
PABLO. Yo creía sinceramente que era mi deber exterminar el cristianismo; pero nunca imaginé que en el centro de él estaba nada menos que el Hijo de Dios; y por lo tanto, aunque hubiera removido el infierno y la tierra, jamás hubiera logrado mi propósito. Cuando Cristo me salvo, no tomó en cuenta mi maldad por cuanto lo hice en ignorancia, y como está escrito:" El justo por fe vivirá" asó yo creí y fui salvo.
JOEL. Yo también estoy justificado.
PABLO. Justificados pues por la fe tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo.
JOEL. Y ahora, ¿cuál es el rumbo de tu vida?
PABLO. Te lo diré: Después de haber reflexionado hondamente y por muchos años en lo que me sucedió en el camino a Damasco, he llegado a la conclusión de que este evangelio ha de ser predicado hasta los confines del mundo. Y así como antes serví para el mal, ahora quiero servir para el bien.
JOEL. ¿Por eso has hecho esos viajes misioneros?
PABLO. Sí, por eso. Porque está escrito que todo aquel que invocare el nombre del Señor será salvo. Pero dime, Joel, ¿cómo invocarán a aquel en el cual no han creído? ¿Y cómo creerán en aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán sin haber quien les predique?
JOEL. (Sin poderse contener.) ¡Cuán hermosos son los pies de los que anuncian el evangelio de la paz, de los que anuncian el evangelio de los bienes!
PABLO. En cuanto a mí, Joel, yo sé en quién he creído, y estoy cierto que es poderoso para guardar el depósito de mi alma hasta aquel día final, cuando venga en gloria con sus santos ángeles.
(Pablo y Joel se separan, abrazándose.)
PABLO. No te olvides, Joel: Todo lo podemos en Cristo que nos fortalece.
PERSONAJES
SAULO DE TARSO
JOEL. El joven rico
DAFNE. Prima de Joel
CLOE. Sierva de Joel
ESTEBAN. Protomartir del cristianismo
SARA. Madre de Esteban
FABIO. Decurión Romano
VINICIO. Soldado Romano
VOZ DE CRISTO. Que habla a Saulo en el desierto
ANANÍAS. Cristiano de Damasco
DIONISIO. El areopagita
DÁMARIS. Mujer griega
Ocho Comparsas
ACTO PRIMERO
ESCENOGRAFÍA
(La sala de una casa judía. En el extremo derecho y en el primer plano aparece una mesita llena de papeles y rollos (libros). En el centro del escenario un canapé, y a la cabecera del mismo un frutero lleno. Dos taburetes más en cualquier lado completan el mobiliario. Las paredes están revestidas de ricos tapices. En el fondo a la derecha hay una cortina que sirve de puerta a las habitaciones interiores. En el primer plano a la izquierda hay unos cortinajes más gruesos que sin duda comunican a la puerta de la calle. Los términos derecha e izquierda se refieren al actor y no al espectador. Al abrirse el telón aparece un joven, Joel, recostado en el canapé, comiendo frutas y revisando cuidadosamente los escritos de un rollo. Entra Dafne, una joven como de unos veinte años. Viene de las habitaciones interiores y trae en sus manos unas telas de diversos colores. Se dirige a la calle. Los vestuarios son de la época del Apóstol Pablo.)
JOEL. ¿Adonde vas, prima?
(Dafne se vuelve.)
JOEL. Parece que te has comprado nuevos vestidos.
DAFNE. Sí, Joel, esta mañana me trajeron estas ricas telas que le había encargado a Lidia de Tiatira. Cuestan muy caras, pero son de buena calidad, ¿no te parece?
JOEL. Sí, Dafne, son muy finas (las palpa). Perdóname que no te atienda, pero es que estoy revisando estas cuentas.
DAFNE. ¿No te enfadas porque las haya comprado, Joel?
JOEL. (Volviéndose a ella.) ¡Oh, prima, qué cosas se te ocurren! ¿Por qué habría de enfadarme? Tú sabes que el dinero se hizo para gastarlo, y por mi parte, todo lo que te haga feliz a ti, siempre será muy bueno para mí.
DAFNE. Gracias, Joel, ya sé que eres todo corazón.
(Entra Cloe por las cortinas de la izquierda.)
CLOE. Hay un joven en la puerta que dice que quiere verlos.
JOEL. ¿Quién podrá ser?
DAFNE. Voy a ver. Y tú, Cloe, ve a la cocina para que sigas preparando la cena.
(Sale Dafne mientras Cloe cruza el escenario hacia las habitaciones interiores. Dafne regresa rápidamente tomada del brazo de un joven de muy buena presencia y aspecto distinguido.)
DAFNE. (Gritando todavía en el momento de trasponer las cortinas.) ¡Joel! ¡Adivina quién viene aquí!
JOEL. (Con mucha alegría.) ¡Saulo! ¡Qué sorpresa! (Se abrazan y luego se separan.) ¿Donde te habías metido en tanto tiempo?
SAULO. (Sonriente.) Sigues siendo el mismo de siempre, Joel, los años no pasan sobre ti.
DAFNE. (Solicita.) Siéntate, Saulo, y cuéntanos qué ha sido de tu vida.
SAULO. (Mientras todos se sientan.) Dafne, me alegra encontrarte con el buen humor de siempre. Cualquiera diría que ustedes dos son hermanos.
JOEL. Vamos, Saulo, ¿no nos digas que desconoces nuestra historia?
SAULO. No, Joel, aunque he estado lejos de aquí he sabido todo lo que sucedió.
DAFNE. (Con gesto de tristeza.) Mis padres regresaban felices de Roma en aquel fatídico barco, yo los esperaba con mucha alegría y cuál no sería mi dolor al recibir la noticia del naufragio.
JOEL. Desde entonces Dafne ha vivido en mi casa.
SAULO. (Dirigiéndose a Dafne.) Puedes creer que me sentí profundamente apenado por lo que les sucedió a tus padres. Y también por ti, muchacha.
JOEL. Pero no todo ha sido tristeza, Saulo: nos hemos llevado tan bien que los dos estamos muy contentos.
DAFNE. Joel es el único familiar con que contaba, y además es el albacea de todos los bienes que me dejaron mis padres al morir. Debo decirte que antes, Joel, como es joven y rico, no paraba en casa… Pero ahora como tiene que cuidarme, se esta quietecito aquí.
(Entra Cloe con una toalla y ungüento y empieza a ungir los pies de Saulo.)
JOEL. ¿Piensas quedarte mucho tiempo en Jerusalén?
SAULO. He venido porque tuve noticias de que un hombre que se decía el Cristo fue crucificado.
DAFNE. (Interrumpiendo.) ¿Te refieres al Nazareno?
SAULO. ¿Lo conocían?
DAFNE. No se habla de otra cosa en Jerusalén.
SAULO. He venido para destruir a todos los seguidores de ese hombre. Ustedes saben que como fariseo, yo soy muy celoso de mi religión.
(Joel queda pensativo)
DAFNE. ¿No nos digas que vienes a encarcelar a todos los que creen en Él?
SAULO. Precisamente. Y si es necesario estoy dispuesto a llevarlos hasta la muerte.
DAFNE. Pero, ¿por qué Saulo, si ellos no han hecho nada malo?
SAULO. ¿Es que tú también has creído en Él? ¿No te das cuenta de que es necesario cortar de tajo ese tumor maligno antes de que pueda afectar a nuestro judaísmo?
JOEL. (Recobrándose e incorporándose a la conversación.) Ciertamente, Saulo, yo te aconsejaría que dejaras todo esto a un lado.
SAULO. ¿Por qué?
JOEL. (Pensativo, como mirando al infinito.) Hará poco más de un año el Nazareno venía de Galilea con rumbo a Jerusalén. Yo regresaba de unos negocios que había arreglado cuando lo encontré. Había sabido también de Él. Conocía de sus milagros: cuando alimentó a la gran multitud. Supe de sus curaciones a paralíticos. Me contaron que sanó a endemoniados y resucitó a la hija de Jairo. ¿Conoces a Jairo?
SAULO. No, espera. Creo que he oído acerca de Él. ¿No es acaso el príncipe de la Sinagoga de...? Bueno, eso no tiene importancia. Continúa.
JOEL. La gente decía que el Nazareno había andado sobre la mar, y otros muchos milagros más; total, Saulo, que yo estaba profundamente impresionado. Ese día cuando lo vi, corrí hacia Él y le dije: "Maestro bueno, ¿qué bien haré para poseer la vida eterna?" Él entonces me dijo "¿Por qué me llamas bueno? Ninguno hay bueno, sino solo uno, Dios". Me dejó desconcertado… En realidad, nunca supe qué quiso decir.
DAFNE. Cuéntale lo que sucedió después.
JOEL. Se me quedó viendo con aquella mirada tan dulce que después llegué a conocer perfectamente… Sus ojos parecían hablarme de un amor infinito hacia los pecadores; yo no sabía qué responder… ¡Tan impresionado estaba! Él entonces me dijo: “¿Sabes los mandamientos? No mataras, no adulteraras, no defraudaras, no dirás falsos testimonio, honra a tu padre y a tu madre." Yo le dije: "Maestro, todo eso lo he guardado desde mi niñez".
SAULO. Por lo menos respetaba la Ley.
DAFNE. Si el Nazareno nunca estuvo contra la Ley. Oye lo que le dijo a Joel después.
JOEL. (Reanudando sus remembranzas.) Se inclinó hacia mí, me acarició los cabellos y me dijo: "Una cosa te falta, ve, vende todo lo que tienes y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo y ven, sígueme, tomando tu cruz."
SAULO. (Con una carcajada estrepitosa.) ¡Ja, Ja, Ja! ¡Muy listo el Nazareno! Hacía favores a los pobres, pero con el dinero de los demás.
DAFNE. Por favor, Saulo, no te rías y sigue escuchando a Joel.
JOEL. Yo al oír aquello me entristecí bastante, porque tenía demasiadas riquezas. No solo las mías, sino que tenía que cuidar las de Dafne. Me levanté de allí y seguí con mucho pesar mi camino. Al alejarme oí que decía a sus discípulos: "De cierto, de cierto os digo, ¡cual difícilmente entrará en el reino de Dios los que confían en las riquezas!
SAULO. Pero, ¿quién se cree Él?
JOEL. Según sus discípulos, el Hijo de Dios.
SAULO. (Gritando y poniéndose de pie.) Cuidado, Joel, no digas blasfemia. Nuestra Ley afirma que es blasfemia compararse con la Divinidad.
DAFNE. No te alteres, Saulo. Joel solo te está diciendo lo que creen sus discípulos.
JOEL. Óyeme, Saulo, tú fuiste mi mejor amigo y un gran orador en la Universidad de Tarso. Te respeto mucho y respeto tus ideas religiosas, pero este Nazareno era un verdadero maestro de religión. Como orador, convencía a las multitudes, porque hablaba como quien tiene autoridad y no como ustedes los fariseos.
DAFNE. Yo siempre que sabía que Él andaba en Jerusalén, salía a verle. Era majestuoso dentro de su humildad. Su rostro, hermoso, era el prototipo del Amado que relata el Cantar de los Cantares: (Soñadora.) "Mi amado es blanco y rubio, señalado entre diez mil. Su cabeza, como oro finísimo, sus cabellos crespos, negros como el cuervo. Sus ojos como palomas junto a los arroyos de las aguas que se lavan con leche, y a la perfección colocados. Sus mejillas, como una era de especias aromáticas, como fragantes flores. Sus labios, como lirios que destilan mirra que trasciende. Sus manos como anillos de oro engastados de jacintos; su vientre como claro marfil cubierto de zafiros; sus piernas como columnas de mármol fundadas sobre basas de fino oro; su aspecto como el Líbano, escogido como los cedros…
(Cloe ha terminado de ungirle los pies a Saulo y sale. Al rato entra con cualquier pretexto, parece interesada en la conversación.)
SAULO. (Impaciente.) Espero que nunca tenga que apresarlos a ustedes. Veo que están maravillados con Él. Pero les advierto que si se vuelven sus seguidores, no vacilaré en venir a buscarlos y encarcelarlos.
JOEL. ¿Harías eso con tus amigos?
SAULO. Lo haré si es necesario. Y para que no se les olvide, los invito al juicio de Esteban que se celebrará mañana en las afueras de la ciudad.
DAFNE. ¿Lo van a matar? ¿Y como lo sabes tú, si no lo han juzgado?
SAULO. Tenemos testigos preparados y nuestro juicio ya está dado de antemano. Esteban debe morir.
JOEL. (Furioso se le encara.) ¡Lo mismo que hicieron con el Nazareno! Saulo, yo siempre te he admirado. ¿Recuerdas que yo también quise ser sacerdote? (Arrastrando las palabras.) Pues me avergüenzo de ello. ¡Abomino de todas sus sucias canalladas! Tú has sido mi amigo hasta hoy, pero si sigues en ese camino, no quiero volver a oír de ti. ¡Vete! ¡Vete antes de que pierda la paciencia!
(Saulo sale y los dos primos se quedan muy contrariados. Cloe se les queda viendo interrogante.)
CLOE. Señora, yo también creo en Cristo.
DAFNE y JOEL. ¿Qué dices?
CLOE. Cuando lo crucificaron yo estaba en el Calvario entre toda la multitud. Oí sus palabras de perdón. Después, todos corrimos por la tempestad que se desató. Más adelante supe que se había roto el velo del Templo en el momento de su muerte. Días después fui a la casa de la madre de Juan Marcos porque vi mucha gente congregada afuera y quise ver qué pasaba y...
JOEL. ¿Tú eres amiga de Juan Marcos?
CLOE. Sí, él es un joven muy curioso, como yo. Me contó que la noche cuando apresaron a Cristo en el huerto de Getsemaní, él lo vio todo: los soldados ya casi lo agarraban, se les desprendió dejándoles la sábana con que iba cubierto y se fue huyendo desnudo.
DAFNE. Juan Marcos siempre ha sido muy inquieto. Cuéntanos qué pasó en la casa de él.
CLOE. Yo vi la multitud y me di cuenta de que en el aposento alto de la casa había más de cien personas orando, y sobre sus cabezas había unas como llamitas de fuego, y hablaban lenguas bien extrañas. La gente decía que estaban borrachos, pero de pronto Pedro, el pescador, se puso de pie y empezó a hablar tan limpio que la gente se quedó asustada porque conocían que Pedro era un hombre ignorante y sin letras y resultó hablando tan bien...
JOEL. ¿Y qué decían?
CLOE. Decía muchas cosas de mi Señor Jesucristo. Cuando terminó casi toda la gente se hizo creyente. Muchos le preguntaban qué debían hacer para ser salvos, y Pedro decía; "Arrepentíos y bautícese cada uno en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados y recibiréis el don del Espíritu Santo.
DAFNE. ¿Y tú qué hiciste?
CLOE. Yo también me bauticé. Juan Marcos se sintió feliz porque él también había creído en Cristo.
JOEL. (Mirando interrumpe a Dafne) ¿Qué hacemos?
DAFNE. Que no lo sepa Saulo, porque se la lleva a la cárcel. (Persuasiva.) Mira, Cleo, está bien que hayas creído en Él, pero tienes que guardar el secreto.
CLOE. (Valiente.) ¿Y por qué? Yo siempre que tengo oportunidad voy a oír a los apóstoles. Conozco a uno que era fariseo, llamado Nicodemo. Él dice que por mucho tiempo fue discípulo secreto de Jesús, pero que después ya no pudo estar callado. A Pedro lo apresaron y le dijeron que lo soltaban si dejaba de hablar de Cristo y entonces, él contestó: "Es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres. No podemos dejar de decir lo que hemos visto y oído.” No señora, yo también quiero ser valiente como ellos y si me matan o me encarcelan, ¿qué tiene de más? Después de todo a mi Maestro también lo apresaron y lo crucificaron. Yo no soy más que una humilde sierva y Él... ¡Él era el Hijo de Dios!
ACTO SEGUNDO
ESCENOGRAFÍA
(Al fondo están dibujados un arenal desértico y unos cuantos árboles a lo lejos. En el suelo habrá piedras, palos y otras cosas propias de un terreno vacío. En el extremo izquierdo y a lo lejos, se nota una parte de la muralla de Jerusalén. Cuando se abre el telón aparece por la izquierda un joven que viene siendo empujado por una multitud furibunda. Este joven es Esteban, su traje esta hecho jirones y la cara con moratones, pero su mirada es tierna y limpia y muestra decisión. Un rictus de amargura se dibuja en sus labios.)
(Para este segundo acto, deben haber más personas actuando sin hablar: unos por curiosidad y otros cristianos que llevan arrestados.)
COMPARSA 1. (Mientras empuja nuevamente a Esteban, que va a caer al extremo derecho del escenario.) ¡Vamos, habla! Sigue con tu mentido discurso.
COMPARSA. Sí, que hable, queremos oír sus mentiras antes de matarlo.
TODOS. ¡Habla, perro sarnoso!
ESTEBAN. (Sobreponiéndose y levantándose con dignidad.) Tuvieron nuestros padres el tabernáculo del testimonio en el desierto, como había ordenado Dios, hablando a Moisés que lo hiciese según la forma había visto. El cual recibido metieron nuestros padres también con Josué en la posesión de los gentiles que Dios echó de la presencia de nuestros padres hasta los días de David; el cual halló gracia delante de Dios y pidió hallar tabernáculo para el Dios de Jacob. Mas Salomón le edificó casa. Si bien el Altísimo no habita en templos de mano como el profeta dice: “El cielo es mi trono y la tierra es el estrado de mis pies". “¿Qué casa me edificareis?” Dice el Señor; o “¿cuál es el lugar de mi reposo? ¿No hicieron mis manos todas estas cosas?”
COMPARSA 1. ¡Ya basta! ¡Matad al perro creyente!
TODOS. (Recogen piedras mientras Saulo está en el primer plano a la izquierda oyéndolo todo con mucha atención.) ¡Sí, sí! ¡Hay que acabar con estos revoltosos!
ESTEBAN. Duros de Cerviz e incircuncisos de corazón y de oídos, vosotros resistís siempre el Espíritu Santo; Como vuestros padres, así también vosotros. ¿A cuál de los profetas no persiguieron vuestros padres? Mataron a los que antes anunciaron la venida del Justo, del cual vosotros ahora habéis sido entregadores y matadores. Que recibisteis la Ley por disposición de ángeles y no la guardasteis.
COMPARSA. No perdamos tiempo, quitaos las capas para que no os estorben.
(A tiempo que se quita la suya y la pone junto a los pies de Saulo, todos le imitan.)
ESTEBAN. (Tranquilo, mira al cielo y una inmensa paz inunda su rostro.) He aquí veo los cielos abiertos y al Hijo del Hombre que está a la diestra de Dios.
TODOS. (Dando gritos y tapándose los oídos.) ¡Matadle! ¡Matadle!
(Empiezan a apedrearlo.)
ESTEBAN. (Mientras va cayendo.) ¡Señor, recibe mi espíritu!
COMPARSA 1. Matadle, no tengáis compasión de él.
ESTEBAN. (De rodillas.) Señor, ¡no les tomes en cuenta este pecado! (Cae muerto.)
(Cuando Esteban cae los comparsas 1 y 2 corren a verlo.)
COMPARSA 1 y 2. Ha muerto el malvado.
(Todos se van y solo queda Saulo.)
SAULO. ¡El primero que cae en esta batalla! ¡Tendrán que caer muchos más, lo juro por el Templo de Jerusalén!
(Saulo se va. A los pocos minutos llega un grupo de creyentes acompañados por Dafne y Cloe. Todos lloran por él.)
CLOE. No llore, señora, (dirigiéndose a Dafne) él ya ha descansado en los brazos del Señor. Ahora nos toca a nosotros seguir adelante.
DAFNE. (Levantándose.) Tienes razón, Cloe, pero esta muerte quedará escrita en los anales de la historia, así como también la de todos aquellos que tengan que morir por Jesucristo.
(Se van y después de unos segundos entra Sara acompañada de tres niños. Todos se arrodillan mientras Sara llora sobre el cuerpo inerte de Esteban.)
SARA. ¡Hijo mío, hijo mío! ¿Qué te han hecho? ¡Oh, Dios de los cielos, Tú que juzgas a los vivos y a los muertos! ¡Mira este pecado!
(Los niños lloran asustados y de pronto aparece Saulo acompañado por dos soldados.)
SAULO. ¡Daos presos en nombre de Moisés!
SARA. Por favor, señor, si queréis llevadme a mí a la cárcel, pero tened piedad de mis hijos.
SAULO. ¡¡¡No!!! ¡Voto a tal! Esta maldita secta la arrancaremos de tajo, ¡no dejaremos ni siquiera a los niños! ¡Venid todos!
SARA. (Casi arrastrándose mientras suplica.) ¡Os lo ruego, señor! ¡Dejad ir a mis hijos!
SAULO. (Sin compasión.) ¡Vosotros, soldados, apresad a los niños!
FABIO. Nosotros soldados romanos somos, señor, y no debemos atropellar a gente indefensa.
VINICIO. Es cierto, señor, no queremos tener problemas con nuestros superiores.
SAULO. ¡Cobardes! Ya os enseñaré yo.
(Saulo toma a los niños por las manos y por los cabellos y los estrella a los pies de los soldados y estos los recogen.)
SARA. (Lanzando un grito y tratando de proteger a sus hijos.) ¡Llevadme a mí pero dejad a mis hijos! No temo a la muerte, soy hija de Dios...
SAULO. ¡Callad, blasfema! (Le propina un manotazo en la boca.)
(Los soldados han tomado a los niños cuando llega Cloe y se queda viendo aquella escena.)
CLOE. Señor, le ruego que deje a estos niños… ellos no son culpables.
SAULO. ¿Quién eres tú para darme órdenes a mí? ¡Ah, sí! Ya recuerdo... Tú eres la sierva de Joel, ¿no me digas que ese cobarde te ha mandado aquí?
CLOE. (Valiente.) No, señor, yo he venido sola porque he visto vuestra cobardía. Yo también soy creyente y si te place mátame, que no le temo a la muerte.
SAULO. (A los soldados.) ¡Arrestadla! Que no quede uno solo de ellos libre. Tenemos que acabar con esta plaga de sabandijas.
(Los llevan a todos casi a rastras.)
ACTO TERCERO
ESCENOGRAFÍA
(En el fondo un desierto y a lo lejos una cuidad amurallada. Algunas palmeras adornan el paisaje; en el centro del escenario, nada, excepto unas cuantas piedras y unos pequeños matorrales. Al abrirse el telón aparece Saulo de pie, en actitud reflexiva.)
SAULO. ¡Qué sol tan fuerte! Esta expedición por el desierto me está dejando exhausto. Menos mal que mi misión está llegando a su final. Con la persecución que haga en Damasco habré dado un buen golpe a esos perros creyentes.
(Se acercan soldados.)
VINICIO. Señor, vuestro caballo está ya descansando. Tú ordenas cuándo podemos continuar nuestro camino.
FABIO. Todos mis soldados se encuentran listos para cuando tú ordenes.
SAULO. Gracias, decurión Fabio, pero no tengo prisa. Ved, (señalando la muralla) estamos a menos de una hora de Damasco; cuando baje un poco la fuerza del sol proseguiremos nuestro camino.
VINICIO. Por lo visto, queréis entrar con la fresca de la tarde, señor.
SAULO. Así es, Vinicio. Voy a entrar a esa cuidad cabalgando mi corcel blanco. Quiero que todo el mundo se impresione y me tema. Así mi tarea será más fácil.
FABIO. Vuestra entrada será como la entrada de los emperadores a Roma, cuando vienen triunfantes de la batalla. ¿Te gustaría, quizá, imitar la entrada victoriosa de Julio Cesar cuando regresó triunfante de las Galias?
VINICIO. ¿O cuando Escipión el Africano venció a Anibal, el cartaginés?
SAULO. Sea como sea, mi entrada quiero que sea muy vistosa. Llevo aquí plenos poderes de los sacerdotes de Palestina para apresar a cuanto fanático de... “el Camino”, encuentre. Voy a darles un escarmiento.
FABIO. Señor, a veces pienso si no estaremos procediendo mal. Hemos andado contigo porque nos asignaron a vuestro servicio; pero nosotros siendo recios soldados romanos, consideramos indigno de nuestra profesión andar apresando a esa gente que ni se defiende...
VINICIO. A mí lo que me ha impresionado es la fe de esa gente; saben muy bien que la llevamos a la muerte y sin embargo... cantan himnos y perdonan a sus enemigos. ¿En qué consiste su poder? Todavía no consigo explicármelo.
SAULO. ¡Son fanáticos, eso es todo!
FABIO. Sin embargo, el fanatismo no puede dar nunca ese espíritu de casi resignación que hemos encontrado en ellos. Yo soy veterano de más de veinte batallas en varias partes de nuestro imperio. He visto muchos fanáticos, y os juro, señor, que no se parecen a estos.
VINICIO. El fanatismo engendra en algunos casos resignación. Pero lo que estas gentes tienen no se eso. El que se resigna muere echando maldiciones y denuestos contra sus matadores, mientras que estos no.
SAULO. Vosotros sois gente de armas y no podéis comprender estas cosas tan simples.
FABIO. ¿Tú sí las comprendes?
SAULO. Yo... sí (miente con aplomo). Regresad al oasis para que preparéis todo y partamos antes de una hora. He decidido terminar esto cuanto antes.
(Los soldados se retiran. Saulo se queda solo y más confundido que nunca.)
SAULO. Yo sí las comprendo... ¡Mentira! Yo nunca podré entender a estos fanáticos. ¿Cuál es el poder que los alienta? ¿Por qué no se resisten cuando son capturados? Sus rostros reflejan absoluta paz, confianza en algo o en alguien. Pero... Saulo, ¡despierta! Tú no puedes admitir que ellos tengan razón. Tú eres fariseo de fariseos, de la tribu de Benjamín, circuncidado al octavo día.
(De pronto una luz que ha ido en aumento llega a su clímax. Sonidos de truenos hacen retemblar la tierra mientras una voz poderosa resuena por las dunas del desierto.)
VOZ. Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?
SAULO. (Volviéndose al oír la voz a sus espaldas. Mira hacia lo alto, se cubre los ojos que ha abierto desmesuradamente, se tambalea y finalmente cae a tierra) ¿Quién eres Señor?
VOZ. (Tarda unos segundos en responder. Después habla despacio, con voz impresionante y profunda, con autoridad.) Yo soy Jesús a quien tú persigues.
(Saulo queda mudo y estupefacto ante aquella terrible declaración, se retira arrastrándose como queriendo huir de ese lugar. Se oye la voz que prosigue implacable.)
VOZ. Dura cosa te es dar coces contra el aguijón.
SAULO. (Ha quedado pasmado. Acezando mientras sigue queriendo cubrir el resplandor con la mano, y después de unos segundos de lucha consigo mismo se rinde ante la evidencia y responde) Señor... ¿Qué quieres que haga?
(Vuelve el rostro hacia el suelo, como rendido por completo y humillado.)
VOZ. Levántate y entra en la cuidad y se te dirá lo que debes hacer.
(Saulo trata de incorporarse pero por más que lucha no lo consigue; por fin se desploma como vencido.)
VOZ. Levántate y ponte sobre tus pies, porque para esto te he aparecido, para ponerte por ministro y testigo de las cosas que has visto, y de aquellas en que apareceré a ti: Librándote del pueblo y de los gentiles, a los cuales ahora te envío para que abras sus ojos, para que se conviertan de las tinieblas a la luz, y de la potestad de Satanás a Dios, para que reciban, por la fe que es en mí, remisión de pecados y suerte entre los santificados.
SAULO. (Dominándose a duras penas y ciego) Señor, Tú sabes que yo he encerrado en cárcel y he herido por las sinagogas a los que creen en ti y... cuando se derramaba la sangre de Esteban, tu testigo, yo también estaba presente, y consentía en su muerte y guardaba la ropa de los que le mataban.
VOZ. (Terriblemente autoritaria e inflexible.) ¡Ve porque yo te tengo que enviar a los gentiles!
(Poco a poco la luz va menguándose. Saulo quiere incorporarse pero no puede. Está ciego. Dos soldados y un civil corren a levantarlo.)
CIVIL. ¿Qué ha pasado, Señor?
VINICIO. Vimos un gran resplandor y oímos como un murmullo recio, pero no pudimos entender nada.
(Saulo de pie empieza a caminar.)
SAULO. Llevadme a Damasco.
SOLDADOS. ¡Señor, está ciego!
(El civil se lleva a Saulo mientras que los soldados se quedan atrás y murmuran.)
VINICIO. Pobre Saulo. Un príncipe de los fariseos que quería entrar montado en brioso caballo blanco, como un gran conquistador...
FABIO. Ahora entrará siendo llevado de la mano por nosotros, como un pobre ciego. ¿Qué sería lo que sucedió?
VINICIO. No sabría decírselo, señor. Yo también estoy desconcertado.
ACTO CUARTO
ESCENOGRAFÍA
(En el interior de una casa judía bastante modesta. Los muebles son escasos y burdos. Parece que Saulo ha querido esconder su desgracia o lo que sea, al menos mientras recobra la vista y puede reflexionar más hondamente sobre lo que le ha sucedido. Al abrirse el telón, Pablo está solo, silencioso. Tanteando por las paredes logra llegar a un pequeño banco, donde se sienta y queda con la cara hundida entre las manos. De pronto entra un hombre como de unos cincuenta años de edad.)
SAULO. (Levando la cabeza pero sin dirigirla a ningún sitio determinado.) ¿Quién anda ahí?
ANANÍAS. Hermano Saulo, el Señor Jesús que te apareció en el camino por donde venías, me ha enviado para que recibas la vista y seas lleno del Espíritu Santo.
(Le pone las manos sobre la cabeza y Saulo se frota los ojos. De pronto los abre y queda asombrado. Se ve las manos y luego se vuelve a ver a Ananías.)
SAULO. ¿Cómo te llamas?
ANANÍAS. Ananías. ¿Qué tienes en las manos?
SAULO. Son como escamas que me cayeron de los ojos... Pero dime, ¿por qué estás aquí?
ANANÍAS. Yo estaba en mi casa cuando oí que el Señor me llamaba y le respondí: "Heme aquí, Señor" Y el Señor me dijo: "Levántate y ve a la calle que se llama Derecha, y busca en casa de Judas a uno llamado Saulo de Tarso; porque he aquí él ora, y ha visto en visión a un varón llamado Ananías que entra y le pone las manos encima para que recobre la vista".
SAULO. ¿Fue entonces cuando viniste?
ANANÍAS. No, yo tenía miedo de venir pues había oído tu fama. Quise rebelarme contra aquella orden del Señor y le dije: "Señor, he oído de muchos acerca de este hombre, cuánto mal ha hecho a tus santos en Jerusalén; y aun aquí tiene autoridad de los principales sacerdotes para prender a todos los que invocan tu nombre".
SAULO. ¿Y qué respondió el Señor?
ANANÍAS. Ve, porque instrumento escogido es éste, para llevar mi nombre en presencia de los gentiles, de reyes, y de los hijos de Israel; porque yo le mostraré, cuánto le es necesario padecer por mi nombre".
SAULO. Entonces... Debo padecer.
ANANÍAS. Sí, hermano Saulo. El Señor sabe que has perseguido a su iglesia y va a usarte para que la defiendas de aquí en adelante.
SAULO. Hermano Ananías... Si el Señor así lo ha decidido, no tengo más remedio que obedecerle. No puedo ser rebelde a la visión celestial.
ANANÍAS. El Dios de nuestros padres te ha escogido para que conozcas su voluntad y veas al Justo y oigas la voz de su boca.
SAULO. No podré entender jamás su gracia maravillosa al perdonarme todos mis pecados, como tampoco podré entender por qué me escogió a mí.
ANANÍAS. Porque serás testigo suyo a todos los hombres de lo que has visto y oído.
SAULO. En verdad, su gracia es maravillosa. Yo venía a esta ciudad con el propósito de acabar con todos los que profesan su nombre. Yo odiaba a este Jesús sin siquiera conocerlo y ahora... ahora lo amo. Llegué a la casa de Judas completamente ciego y ahora Él me devuelve la vista. He estado reflexionado profundamente y he pasado estos últimos tres días sin comer ni beber.
ANANÍAS. Ahora pues, ¿por qué te detienes? Levántate y bautízate, y lava tus pecados invocando su nombre.
SAULO. Ananías... Quiero conocer todo lo que se refiera a mi Divino Maestro. Muy poco me ha interesado su persona pero ahora quiero saberlo todo.
ANANÍAS. Cristo, nuestro Señor, fue muerto por nuestros pecados y resucitado para nuestra justificación. Después ascendió a los cielos, y desde la diestra de Jehová intercede por nosotros.
SAULO. (Pensativo.) Pero eso no es todo, Ananías. Él murió, resucitó, subió a los cielos, fue glorificado Y… VOLVIÓ OTRA VEZ. Volvió otra vez cuando se me apareció a mí en el desierto.
ANANÍAS. Tienes razón, hermano Saulo, Jesucristo volvió otra vez. Creo que si fuera necesaria su presencia aquí en la tierra, no dudaría ni un momento en descender del cielo para protegernos.
SAULO. Sí, el Señor escuchó el balido de sus ovejas indefensas en Damasco y como el Buen Pastor que da su vida por sus ovejas, se interpuso en el camino del lobo, que era yo, para defenderlas.
ANANÍAS. Tienes razón. Su muerte sola basta para salvar a la humanidad, pero su amor es tan grande que si tuviera que morir mil veces y mil veces sufrir los escarnios, la burla y maldición de la gente, Jesucristo no vacilaría en volver a tomar la copa de la muerte.
SAULO. Por lo tanto, yo, preso suyo, no me avergüenzo del Evangelio, porque es potencia de Dios para salvación de todo aquel que cree.
ACTO QUINTO
ESCENARIO
(Aparece en el fondo del escenario unas columnas de los edificios propios de Atenas. En el extremo derecho hay un estrado. Al abrirse el telón hay una multitud hablando entre sí.)
COMPARSA 3. ¿Qué querrá decir este palabrero?
DEMÁS. Parece que es predicador de nuevos dioses.
COMPARSA 5. Ciertamente habla acerca de un dios llamado Resurrección. ¿Será como nuestra Afrodita, la diosa de la belleza?
COMPARSA 4. También habla de un tal Evangelio. ¿Quiénes serán esos dioses?
(Entra Saulo por la izquierda acompañado por otro grupo de personas.)
COMPARSA 4. ¿Podremos saber qué es esta nueva enseñanza que habla?
COMPARSA 5. Traes a nuestros oídos cosa extrañas.
COMPARSA 3. Queremos pues saber qué quiere decir esto.
(Pablo sube al estrado y empieza a hablar.)
PABLO. Carones atenienses, en todo observo que sois muy religiosos porque pasando y mirando vuestros santuarios hallé también un altar en el cual había esta inscripción: "AL DIOS NO CONOCIDO". A aquel, pues, que vosotros honráis sin conocerle, a ese os anuncio yo. El Dios que hizo el mundo y todas las cosas que en el hay, siendo Señor del cielo y de la tierra, no habita en templos hechos de manos humanas ni es honrado por manos de hombres como si necesitase de algo; pues Él da a todos vida y respiración y todas las cosas. (Murmullos de admiración.) Y de una sangre ha hecho todo el linaje de los hombres, para que habitasen sobre la faz de la tierra, y les ha prefijado el orden de todos los tiempos, y los limites de su habitación; para que busquen a Dios; si en alguna manera palpando le hallen, aunque ciertamente no está lejos de cada uno de nosotros. Porque en Él vivimos, y nos movemos y somos; como algunos de vuestros poetas dijeron también: "Porque linaje de éste somos nosotros también."
GENTE. ¡Cierto! ¡Tiene razón!
PABLO. Siendo pues linaje de Dios, no debemos pensar que la Divinidad sea semejante a oro, plata, piedra, escultura de arte o de imaginación de hombre.
(Todos se miran asombrados entre sí.)
PABLO. Empero Dios, habiendo pasado por alto los tiempos de esta ignorancia, ahora manda a todos los hombres en todo lugar que se arrepientan.
GENTE. ¿Por qué? ¿Por qué?
PABLO. Por cuanto ha establecido un día en el cual ha de juzgar al mundo con justicia, por aquel Varón a quien designó, dando fe a todos con haberle levantado de los muertos.
(Pablo baja del estrado y todos se arremolinan junto a él.)
COMPARSA 3. Tus dioses son muy ridículos, Pablo. ¿Quién es ese dios llamado Resurrección?
COMPARSA 4. Te oiremos acerca de esto otra vez, por ahora no nos interesa.
(Se retiran unos, mientras otros quedan ahí.)
DIONISIO. Yo soy Dionisio el encargado del areópago. He oído a muchos filósofos disertar aquí, pero ninguno ha podido ser tan claro como tú, y tampoco han dicho lo que tú has predicado. ¿Qué es necesario para ser salvo?
PABLO. Cree en el Señor Jesucristo y serás salvo.
DIONISIO. Creo firmemente.
(De pronto se acerca una mujer y cae a los pies de Pablo arrodillada.)
PABLO. (La levanta.) Levántate, mujer, yo también soy pecador como tú. Solo ante el Señor te inclinarás y a Él sólo servirás.
DÁMARIS. He vivido sola todo este tiempo. Hubo una vez que quisieron hacerme Vestal, pero me da asco. Después mi alma languideció porque no me sentí feliz nunca. He sufrido mucho, Señor, mucho... Y hoy estoy conmovida ciertamente, pero de alegría. Una enorme felicidad embarga mi alma, porque por fin he hallado la Verdad, y la Verdad es el Cristo que tú vienes anunciando.
PABLO. ¿Crees en Cristo de todo tu corazón?
DÁMARIS. Creo y siento que Cristo salva, guarda y satisface, plenamente el corazón humano.
PABLO. Vete en paz, mujer. Que la Gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo sean contigo, hermana.
(Dámaris se aleja y surge Joel de en medio de la multitud.)
JOEL. !Saulo, por fin te encuentro!
SAULO. (Poniendo cara de alegría y de asombro a la vez.) ¡Joel, qué alegría, muchacho! (Se abrazan.)
JOEL. Ha pasado mucho tiempo, Saulo, pero al fin nos hemos vuelto a encontrar.
PABLO. (Separándose con una sonrisa.) Ya no me llamo Saulo, ahora soy Pablo, el pequeño. Porque soy el ultimo de los apóstoles, el mas pequeño de todos los santos, el primero de los pecadores.
JOEL. ¡Pablo! En realidad no te conozco. ¡Has cambiado tanto, tanto! Desde que supe que te habías hecho cristiano, te he buscado por todas partes.
PABLO. ¿Cristiano?
JOEL. Sí, cristiano. O sea, pequeño Cristo. En Antioquía han empezado a llamar cristianos a los creyentes; parece que empezó como burla, pero de todos modos el nombre nos viene bien.
PABLO. ¿Nos viene? ¿Es que tú también eres cristiano?
JOEL. Desde hace bastante tiempo. Esa doctrina está cundiendo con fuerza por todo el Imperio Romano y ha llegado hasta África.
PABLO. ¿Y Dafne?
JOEL. (Con gesto de tristeza.) No la he vuelto a ver desde hace mucho tiempo. ¿Recuerdas cuando mataron a Esteban? (Pablo hace un gesto de asentimiento.) Ese día Dafne regresó profundamente impresionada a la casa. Y mi sierva Cloe no cesaba de hablarle de Cristo.
PABLO. ¿Cloe? Sí, la recuerdo. Yo mismo la mandé a la cárcel.
JOEL. Sí y allí murió víctima de los maltratos más brutales que imaginarse pueda. Dafne sufrió mucho por ella hasta que un día me dijo que iba a convertirse al cristianismo. Vendió todas sus posesiones, puesto que ya tenía edad para hacerlo, y el dinero lo llevo a los pies de los apóstoles para que sirviera de ayuda a las necesidades de los cristianos que estaban siendo perseguidos.
PABLO. (Profundamente conmovido.) Ciertamente la persecución ha sido cruel y espantosa.
JOEL. Dafne fue firme en sus creencias, y cuando fueron esparcidos, ella juntamente con todos los demás iban por todas partes predicando la Palabra.
PABLO. Es cierto, todos los creyentes a través de los años cuando mayor es la persecución, más fuerte es su congregación. Y si somos apresados eso no detiene la fuerza de este mi evangelio, porque la Palabra de Dios no está presa: es viva y eficaz, y más penetrante que una espada de dos filos, que alcanza hasta partir el alma, el espíritu, y aun las coyunturas y el tuétano.
JOEL. (Recordando.) Cuando Dafne se fue y Cloe murió, yo no pude estar tranquilo pensando en lo que podría ser de mí si esa doctrina fuera cierta y yo sin creer en ella. Muchas veces recordaba aquello de: "¿Qué aprovechará el hombre si ganare todo el mundo y perdiere su alma?” Otras veces pensaba que "El Reino de los cielos se hace fuerza, y únicamente los valientes lo arrebatan". Llegué a la conclusión de que yo tenía que ser valiente, y por fin me decidí: vendí mis posesiones, las di a los pobres y aquí me tienes.
PABLO. Ciertamente, Joel, el amor al dinero es la raíz de todos los males. Yo también me deshice de todo lo que tenía, hasta de mi título de fariseo. He reputado perdida todas las cosas, por el eminente conocimiento de nuestro Señor Jesucristo, por amor del cual lo he perdido todo y téngolo por estiércol para ganar a Cristo.
JOEL. ¿Y no has pasado hambre?
PABLO. He aprendido a contentarme con lo que tengo. Sé estar humillado y se tener abundancia; en todo y por todo estoy enseñado, así para hartura, como para hambre.
JOEL. ¿Y si te falta algo?
PABLO. Mi Dios suple todo lo que me falta conforme a sus riquezas en gloria. Todo lo puedo en Cristo que me fortalece.
JOEL. (Cambiando el tema.) ¿Sabes, Pablo? Ahora ya sé lo que quiso decir Jesús cuando me dijo: “¿Por qué me llamas bueno?” El quería sondear mi alma y probar mi fe, saber si yo creía en Él como el Hijo de Dios y no como un simple Maestro.
PABLO. En verdad, Joel, el Señor siempre nos prueba para ver qué tan acrisolada está nuestra fe.
JOEL. Dime una cosa, Pablo, ¿cómo fue que cambiaste tanto?
PABLO. Yo creía sinceramente que era mi deber exterminar el cristianismo; pero nunca imaginé que en el centro de él estaba nada menos que el Hijo de Dios; y por lo tanto, aunque hubiera removido el infierno y la tierra, jamás hubiera logrado mi propósito. Cuando Cristo me salvo, no tomó en cuenta mi maldad por cuanto lo hice en ignorancia, y como está escrito:" El justo por fe vivirá" asó yo creí y fui salvo.
JOEL. Yo también estoy justificado.
PABLO. Justificados pues por la fe tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo.
JOEL. Y ahora, ¿cuál es el rumbo de tu vida?
PABLO. Te lo diré: Después de haber reflexionado hondamente y por muchos años en lo que me sucedió en el camino a Damasco, he llegado a la conclusión de que este evangelio ha de ser predicado hasta los confines del mundo. Y así como antes serví para el mal, ahora quiero servir para el bien.
JOEL. ¿Por eso has hecho esos viajes misioneros?
PABLO. Sí, por eso. Porque está escrito que todo aquel que invocare el nombre del Señor será salvo. Pero dime, Joel, ¿cómo invocarán a aquel en el cual no han creído? ¿Y cómo creerán en aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán sin haber quien les predique?
JOEL. (Sin poderse contener.) ¡Cuán hermosos son los pies de los que anuncian el evangelio de la paz, de los que anuncian el evangelio de los bienes!
PABLO. En cuanto a mí, Joel, yo sé en quién he creído, y estoy cierto que es poderoso para guardar el depósito de mi alma hasta aquel día final, cuando venga en gloria con sus santos ángeles.
(Pablo y Joel se separan, abrazándose.)
PABLO. No te olvides, Joel: Todo lo podemos en Cristo que nos fortalece.
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