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2012 - España

Camino al País de la Vida

50 Minutos y 16 Personajes + Extras. Obra alegórica en la que un peregrino avisado por la carta del Rey del País de la Vida es avisado de la destrucción que se avecina al país en el que vive: el País de Destrucción. Emprenderá el camino hacia el País de la Vida y en él se encontrará con varios personajes que le alentarán a que avandone. Al final, después de muchas vicisitudes, podrá llegar a su feliz destino.


CAMINO AL PAÍS DE LA VIDA

PERSONAJES

PEREGRINO
CRISTIANO
MUNDANO
VOLUBLE
ESPERANZA
CARIDAD
FE
ENEMIGO
FIEL
VANIDAD
CODICIA
SOBERBIA
JUEZ
LUJURIA
LOCUAZ
VIOLENCIA
Extras



PEREGRINO. ¿Qué voy a hacer? Acusado, condenado a muerte, agobiado por esta carga que me abruma. Y mi ciudad va a ser destruida y nadie me hace caso. Me tratan de loco, se ríen de mí, mis padres y hermanos se me burlan y me desprecian. Nadie quiere creer que es verdad cuanto dice, y bien claro, esta carta del rey... No me queda más remedio que marcharme, huir de mi desventura, a desahogar en la soledad la pena de mi corazón… (Solloza, sentado, con la cabeza entre las manos.)

CRISTIANO. ¿Qué tienes? ¿Por qué lloras?

PEREGRINO. Esta Carta me dice que voy a ser juzgado, que estoy condenado a muerte, y que mi ciudad, por orden del rey, va a ser destruida de un momento a otro con todo lo que contiene. Y yo, ni estoy dispuesto para el juicio, ni quiero morir, ni quisiera abandonar mi ciudad, donde está todo lo que tengo en esta vida. Pero nadie ha querido creerme, ni siquiera los míos me han escuchado.

CRISTIANO. Has hecho tu deber al advertir a los tuyos de tan grave peligro. Lo que dice la carta es verdad. Soy un emisario del Rey y te lo puedo garantizar. ¿Por qué no te pones a salvo y evitas todos esos males?

PEREGRINO. ¿Adónde voy a ir? Temo que esta carga que llevo sobre mí, y que no ha cesado de crecer desde mi infancia, me arrastre a una vida peor que la muerte. Y si no estoy dispuesto para ir al juicio, lo estoy menos para la cárcel, y muchísimo menos para el tormento. ¿No quieres pues que me desespere?

CRISTIANO. Mira, lee bien. Tu carta dice cómo librarte de todo eso. Al dorso hay un plano que te indica cómo llegar antes del juicio a la ciudad del rey. Si llegas antes de expirar el plazo, eres libre.

PEREGRINO. ¡Dios lo quiera! Eso ya lo entiendo pero, ¿dónde ir y por dónde llegar a tiempo?

CRISTIANO. ¿Ves allá a lo lejos una casa aislada con una puerta muy estrecha?

PEREGRINO. No, no veo nada.

CRISTIANO. ¿No ves allá lejos el resplandor de una pequeña luz?

PEREGRINO. ¡Ah, sí!

CRISTIANO. No la pierdas de vista. Ve derecho hacia ella y hallarás una puerta estrella. Llama y allí te dirán lo que has de hacer.

(Llegan deprisa Mundano y Voluble.)

MUNDANO. ¡Eh, peregrino, espera!

PEREGRINO. ¿A qué habéis venido?

VOLUBLE. A que te vuelvas con nosotros.

PEREGRINO. Imposible, Voluble. Estoy condenado a muerte y sólo puedo ser liberado si llego a tiempo a la ciudad de la vida. Quedarme sería una locura. Además, la ciudad en donde vivís y donde yo he vivido hasta ahora va a ser arrasada. Me consta por esta carta del rey que os he leído hasta la saciedad. Lo que debéis hacer es venir también conmigo.

MUNDADO. ¡Insensato! ¿Tú crees que nosotros vamos a dejar por una alarma como esa nuestras casas, nuestros bienes y nuestros amigos?

PEREGRINO. Todo lo que tengáis que abandonar no es nada, comparado con lo que el Rey nos promete.

VOLUBLE. ¡Lo que el Rey te promete…! A saber si será verdad. ¿Y tú eres capaz de dejarlo todo por ir a buscarlo?

PEREGRINO. ¡Oh, voluble! ¿Qué no sería yo capaz de dejar a cambio de mi libertad? Amo la vida. Y quiero disfrutarla en un país que no será jamás contaminado ni destruido. Eso dice la carta. Leedla y os convenceréis…

MUNDANO. Necedades. Déjate de cartas y de tonterías. ¿Quieres o no volverte con nosotros de una vez?

PEREGRINO. Nunca, Mundano. Mi decisión está tomada.

MUNDANO. Vámonos pues, Voluble, y dejémoslo estar. Hay una clase de locos como éste que cuando se les mete una manía en la cabeza no hay manera de hacerlos razonar. El Rey del que tú hablas, jamás vino a la ciudad en vida nuestra. Y en cuanto a sus amenazas y a tu condena… olvídate de ellas, jamás las cumplirá.

VOLUBLE. No te precipites, espera. ¿Quién sabe si será verdad lo que mi amigo Peregrino dice? Si lo fuera, vale mucho más lo que él busca que lo que nosotros poseemos, creo que me conviene seguirle. ¿Te imaginas lo horrible que ha de ser, perecer abrasados, por sorpresa, en medio de la ciudad?

MUNDANO. ¿Cómo? ¿Más necios aún? No seas estúpida y vuélvete conmigo. ¡A saber adónde te llevará este iluminado! Vámonos antes de que pierda la paciencia.

PEREGRINO. No hagas caso, Voluble. Acompáñame, y alcanzarás no sólo la vida de que te he hablado sino muchas cosas más. Y si no crees mi carta a pesar de estar firmada con la sangre de su autor, te diré que el hombre con quien os encontrasteis al verme, era un emisario suyo que me ha confirmado cuanto la carta decía.

VOLUBLE. Mundana, vete. Estoy decidida, voy a seguir a Peregrino y voy a escapar a esa horrible destrucción que tú, tan insensatamente desprecias. Pero (dirigiéndose a Peregrino) ¿sabes tú el camino que nos ha de llevar al lugar que buscamos?

PEREGRINO. Me ha indicado la dirección un enviado del Rey llamado Cristiano. Además, aquí tengo marcada, en la carta, la ruta a seguir. Debemos alcanzar antes de la noche aquella luz que se ve a lo lejos. Y allí, en la Casa de la Puerta Angosta, nos ayudarán a seguir nuestro camino.

VOLUBLE. Pues, adelante, marchemos.

MUNDANO. Necios, vais a vuestra ruina.

VOLUBLE. Adiós, Mundano. Algún día te arrepentirás de tu obstinación.

PEREGRINO. Adelante. (Se pone en marcha. Voluble se detiene y hace detenerse a Peregrino.)

VOLUBLE. Peregrino, ¿tú sabes lo que nos espera? ¿No será todo esto muy arriesgado?

PEREGRINO. No sé, pero tengo confianza en lo que dice la carta.

VOLUBLE. Pero, ¿cómo puedes saber que es verdad lo que dice ahí? ¿Y si de todos modos el Rey cambia de idea?

PEREGRINO. El rey no puede jugar con la vida de sus súbditos. Conoces la entereza de su carácter y es el Rey en persona quien la ha escrito…

VOLUBLE. Perdona, pero tengo miedo…

PEREGRINO. (Leyendo.) … Y si llegas a tiempo a la ciudad de la vida tendrás libertad para siempre y tu vida en ella no tendrá fin…

VOLUBLE. ¡Es maravilloso! ¿Será verdad? ¿Y cómo vamos a llegar a tiempo?

PEREGRINO. No hemos de hacer más que seguir adelante este camino.

VOLUBLE. ¡Oh, Peregrino! Pues sigamos y apresuremos la llegada. ¿Y si nunca encontramos ese país?

(Salen.)



ESCENA 2. EN EL PANTANO DE LA DUDA

PEREGRINO. (Cayéndose.) ¡Voluble, el terreno se hunde bajo mis pies!

VOLUBLE. ¡Dios mío! ¿Dónde nos hemos metido? (Cae también.)

PEREGRINO. Hemos caído en un pantano de arenas movedizas. No puedo salir del cieno. ¡Oh, si no fuera por esta pesada carga…!

VOLUBLE. ¡Quiero salir! ¿Es esta la felicidad que me prometías hace un instante? Si esto es lo que tenemos al principio del viaje, ¿qué podemos esperar para el final? Eso si no se termina aquí todo…

PEREGRINO. No comprendo cómo ha podido pasarnos esto…

VOLUBLE. Yo sí. Comprendo que Mundano tenía razón y que he sido una necia siguiéndote. Si salgo de aquí, puedes estar bien seguro de que gozarás tú sólo de las delicias de ese país tan magnífico con el que me has engañado.

PEREGRINO. ¡Oh, Señor, sácanos de aquí!

VOLUBLE. Por fin. Menos mal que me quedé cerca de la orilla. ¡Uf! Ahí te quedas, imbécil.

PEREGRINO. ¡Voluble, ayúdame, por favor!

VOLUBLE. Ya saldrás como puedas, maldito engañador, estúpido ignorante. ¡Que te saque tu Rey!

PEREGRINO. ¿Será posible que abandones aquí? No, no puedo pasar aquí toda la noche. No puedo avanzar ni retroceder. Este peso me arrastra cada vez más abajo. Es inútil seguir luchando. Nunca podré llegar así a la otra orilla. ¡Señor! ¿Debo aceptar que todo ha terminado?

ESPERANZA. ¿Quién va por ahí? (Entra con una linterna.)

PEREGRINO. ¡Ayúdame, por Dios!

ESPERANZA. ¿Cómo has venido a parar aquí?

PEREGRINO. Un hombre llamado Cristiano, enviado del Rey, me señaló esta dirección como la más corta para alcanzar la Casa de la Puerta Estrecha. Seguí sus consejos y caí aquí donde me ves.

ESPERANZA. Y, ¿cómo no viste que te metías en el Pantano de la Duda?

PEREGRINO. Venía hablando con mi amiga Voluble y sus palabras distrajeron tanto mi atención que no me di cuenta y no vi dónde ponía los pies. Y en esto cayó la noche.

ESPERANZA. Sí, ya comprendo. Si hubieses estado alerta o hubieses pasado de día, o en todo caso hubieses llevado una luz, hubieras visto las piedras colocadas para pasar. Forman un puente bastante sólido para cruzar sin peligro.

PEREGRINO. Era tal el temor que se apoderó de mí que sin reparar en nada eché por lo que me parece un atajo y caí en este lodazal.

ESPERANZA. Vamos, dame la mano. Estás al lado de las piedras.

PEREGRINO. Gracias, Dios mío. Y tú, ¿quién eres?

ESPERANZA. Mi nombre es Esperanza.

PEREGRINO. Esperanza… Ojalá te hubiera encontrado antes en mi camino… Dime, ¿por qué si éste es el único lugar de paso entre la ciudad de destrucción y la casa de la Puerta Estrecha, no manda el Rey cegar este pantano para evitar que caigan en él los pobres viajeros?

ESPERANZA. Es imposible. Es el lodazal adonde afluyen todas las heces e inmundicias de la ciudad de destrucción. A partir de aquí el terreno sube cada vez más alto, por lo que las aguas turbias se juntan y se estancan en este lugar. El Rey ha querido sanearlo, y sus obreros han estado trabajando aquí por espacio de muchos años. Han hecho todo lo que se podía para quitarlo. ¡Y con cuanto esfuerzo y peligro para sus propias vidas! Pero ni se ha podido lograr hasta hoy ni se logrará nunca. El Pantano de la Duda subsiste y subsistirá. Lo único que se podía hacer se ha hecho: se han colocado de una parte a otra estas grandes piedras, por donde se puede pasar sin dificultad. Pero a veces el lodazal se agita, una capa de fango cubre las rocas, y los viajeros, perdiendo de vista el camino a seguir no ven el paso y caen en el fango… Ahora, aquí al otro lado, ya no tienes nada que temer. El terreno es firme. Y mira, ¿ves esa luz? Es la casa de la Puerta Estrecha.

(Salen.)



ESCENA 3. EN LA CASA DE LA PUERTA ESTRECHA


PEREGRINO. Esta es la puerta pero está cerrada. ¿Me dejarán entrar en este estado? (Llama.)

CARIDAD. ¿Quién llama? (Desde dentro.)

PEREGRINO. Soy un pobre viajero que busca refugio.

CARIDAD. (Abriendo.) ¿Qué se te ofrece? ¿De dónde vienes?

PEREGRINO. Vengo de la ciudad de Destrucción, y me dirijo a la ciudad del Rey, en el país de la Vida, para escapar a mi condena. Un enviado del Rey me dijo que en esta casa me podéis ayudar a continuar mi viaje.

CARIDAD. ¿Llevas la carta del Rey?

PEREGRINO. Aquí está.

CARIDAD. Entra. Te informaron bien. Esta puerta se abre a todo el que quiere entrar y en especial a los fugitivos de la ciudad de Destrucción. Nuestra misión es la de acogerlos y ayudarles a llegar a salvo al país de la Vida. Pero… ¿Cómo es que vienes sólo?

PEREGRINO. Nadie ha querido seguirme, amable joven. Nadie cree que el peligro que amenaza mi ciudad es un peligro real.

CARIDAD. No conseguiste traer ni tan siquiera a tus padres o tus hermanos…

PEREGRINO. Ni siquiera a ellos. Sólo Voluble, una amiga de mi infancia, me acompañó unas horas pero ser volvió atrás al llegar al Pantano de la Duda.

CARIDAD. ¡Pobres desgraciados! No saben lo que hacen. Dichoso tú que has logrado escapar a una muerte tan segura.

PEREGRINO. Grande favor ha sido para mí el que, después de todo, me hayáis admitido en este lugar.

CARIDAD. A nadie ponemos jamás dificultades, cualquiera que sea su procedencia o su vida anterior. Ven ahora conmigo, Peregrino, y te indicaré dónde puedes descansar hasta la mañana. Ya sabes que muy pronto tendrás que ponerte en marcha. El camino a seguir es largo y el tiempo corto.

PEREGRINO. ¿Por dónde deberé continuar?

CARIDAD. Mira hacia delante. ¿Ves ese camino estrecho? Síguelo, sin desviarte ni a la derecha ni a la izquierda.

PEREGRINO. ¿No se cruza nunca con otros, de modo que pueda confundirme y perderlo?

CARIDAD. Sí. Hay muchas encrucijadas y muchas tortuosidades que se cruzan con él a cada instante. Pero la regla para distinguir siempre el verdadero sendero es ésta: el camino que lleva al país de la vida es recto y estrecho.

PEREGRINO. ¿Podéis aquí aliviarme de la carga que llevo sobre los hombros? Si no soy liberado de ella, me será imposible llegar hasta el final. Podrá conmigo la fatiga, y no llegaré a tiempo…

CARIDAD. Nosotros no podemos hacer nada para quitártela. Pero no te desanimes. Sólo tendrás que esperar a alcanzar aquella montaña. Allí cuando menos lo pienses te verás libre de ella, pues por sí misma caerá. Aquella cruz tiene un poder especial… Y ahora descansa un poco, y que el Señor te acompañe…

PEREGRINO. Él te bendiga.

(Salen.)



ESCENA 4. AL PIE DE LA CRUZ

(Peregrino avanza con mucha dificultad, como fatigado por un largo viaje, abrumado por su carga. Al llegar al pie de la cruz sobrecogido, cae de rodillas. Una melodía se acerca y se aleja después. Al cesar la música, Peregrino se incorpora. Levantándose la carga cae de sus hombros.)



ESCENA 5. DE NUEVO EN LA CASA DE LA PUERTA ESTRECHA

PEREGRINO. ¡Perder la carta del Rey! ¿Cómo es posible? Insensato y miserable de mí. La noche es oscura y no sé hacia dónde dirijo mis pasos. Nunca debí dejarme dominar por el sueño en un lugar desconocido, en pleno día y en medio de tantos peligros. Llevo toda la noche andando pero no sé en qué dirección. No sé dónde me encuentro. ¡Oh sueño funesto! Tú vas a ser la causa de mi perdición. Esperaré al lado de esta casa a que amanezca. Mas… Creo reconocer esta puerta… (Llama.) ¡Abrid! ¡Abridme, por favor! (Llama con insistencia.) ¡Abrid! ¡Abridme! (Golpea la puerta con desesperación.)

FE. ¿Qué ocurre? ¿Quién llama a estas horas?

PEREGRINO. Abridme, por lo que más queráis. Soy un peregrino perdido en la noche.

FE. Pasa. ¿Adónde vas a estas horas?

PEREGRINO. Voy camino de Sión. La noche me sorprendió en el camino y he perdido la ruta. No sé dónde me encuentro.

FE. Confía. Estás en un refugio para viajeros: la casa de la Puerta Estrecha.

PEREGRINO. ¡Oh! ¿Es cierto? Entonces he desandado el trayecto de todo un día… ¡Cuánto tiempo perdido!

FE. ¿Cómo pues has vuelto atrás?

PEREGRINO. Me dejé rendir por el sueño al pie de la montaña de la Cruz, y durmiendo, no sé cómo dejé caer la carta del Rey. Al despertar en el anochecer, sobresaltado por lo avanzado de la hora, no me di cuenta de que no la llevaba conmigo. Y cuando quise orientarme con ella, constaté con pesar que la había perdido. Buscando a tientas el camino he llegado hasta aquí, y aquí me tenéis, avergonzado y rendido.

FE. Da gracias al cielo de haberte encaminado hacia esta casa. Procuraremos ayudarte.

CARIDAD. ¿Quién ha venido, hermana?

FE. Un peregrino. La noche le ha cogido en el camino y está muy fatigado. Como se encuentra extraviado pregunta si se le podrá dar hospedaje aquí.

CARIDAD. Siempre podemos arreglarnos para darle un lugar. Un momento… (Mirando fijamente a Peregrino.) Creo reconocerte. ¿No estuviste aquí ya, hace unos días?

PEREGRINO. Así es, en verdad. Pero me ha ocurrido una gran desgracia. Un descuido imperdonable, más bien. Perdía la carta del Rey, y no sé cómo seguir. Y ya sabes que mis horas están contadas. ¡Tengo que llegar cuanto antes!

CARIDAD. Grande ha sido tu negligencia, en efecto. Pero no temas. No todo está perdido. Para orientar a los viajeros ha sido edificada esta casa. Te hospedaremos lo mejor que podamos, y en cuanto amanezca, te mostraremos el camino a seguir. Ayer pasó por aquí un joven que decía conocerte. Le pregunté su nombre y me dijo que se llamaba Fiel.

PEREGRINO. ¡Oh, le conozco! Viene de mi misma ciudad. Es vecino y amigo mío. Me alegro tanto de poder encontrarlo en el País de la Vida. Y dime, ¿cuánto me habrá adelantado? ¿Me será posible alcanzarlo?

CARIDAD. Debe estar pasando el Valle de Sombra de Muerte…

PEREGRINO. ¿Qué dices? ¿Qué lugar es ése, con tan siniestro nombre? ¿También yo tendré que pasar por él?

FE. El camino que lleva al País de la Vida no es un camino fácil. El enemigo de nuestro rey se ha esforzado por rodearlo de peligros para que nadie se le escape. Pero no temas, si realmente quieres llegar al final de tu viaje, nada ni nadie te lo podrá impedir. Peligroso es sin duda atravesar el Valle Sombra de Muerte. Y muy difícil pasarlo sin tropiezo. Por eso, será conveniente que te protejas con armas a toda prueba. Sólo así estarás seguro de salir indemne en caso de ser atacado. Ayudadme, hermanas. Traedle todas las armas que necesita.

PEREGRINO. No sé cómo agradeceros cuanto hacéis por mí…

FE. No hacemos más que cumplir con nuestro deber. Recuerda que la lucha más dura tendrás que enfrentarla contra ti mismo, contra tu temor, contra tus propias debilidades. Y para esa lucha, tienes que procurarte tú mismo tus propias armas… Aquí tienes un escudo para defenderte de los ataques del enemigo. Al Gran Enemigo le gusta atacar de lejos, y por sorpresa. Estate bien alerta pues muchos de sus dardos son invisibles. Y quizá alguno te alcance…

CARIDAD. Toma la espada del Espíritu. Cuando te encuentres en peligro, agredido por alguien que creas superior a tus fuerzas, ten por seguro que si la usas bien serás invencible. Pero no la pierdas como perdiste la carta. Sería tu ruina definitiva…

ESPERANZA. Si llevas puesto este yelmo, ningún golpe, por fuerte que sea, te podrá derribar. Es quizá la clave de tu salvación…

PEREGRINO. ¡Esperanza! ¡Qué sorpresa, encontrarte de nuevo aquí!

FE. Recuerda que no tienes ninguna protección en la espalda, y por lo tanto, volverla ante el enemigo sería tu perdición segura. Tienes que enfrentarlo siempre de cara. Si tienes valor y te mantienes firme, en el Valle de Sombra de Muerte no tendrás nada que temer.

CARIDAD. Está amaneciendo.

ESPERANZA. ¿Quieres descansar un poco o te encuentras dispuesto para seguir?

PEREGRINO. Vuestra ayuda me ha devuelto la confianza. Creo que no me faltará valor para continuar mi camino, aunque tenga que enfrentarme con el Gran Enemigo en persona. Quiero partir cuanto antes.

FE. Está bien. Me satisface ver recobrada tu ánimo. Pero no confíes demasiado en tus fuerzas ni olvides a quién te las da.

CARIDAD. No te detengas más, pues te queda un largo viaje y el tiempo es corto. Nuestras oraciones te seguirán adonde vayas.

PEREGRINO. Gracias, Caridad. Dios os pague a cada una con creces vuestra bondad para conmigo.

ESPERANZA. Él te acompañe.

(Sale Peregrino y telón.)



ESCENA 6. EN EL VALLE DE SOMBRA DE MUERTE

ENEMIGO. ¡Hola, amigo! ¿Qué haces tú por aquí?

PEREGRINO. He abandonado la ciudad de Destrucción y me dirijo al País de la Vida.

ENEMIGO. Lo cual quiere decir que eres uno de mis súbditos, porque tu ciudad me pertenece y yo, sábelo bien, soy tu rey. ¿Cómo tienes la osadía de abandonar tu patria? Si no fuera porque confío que me vas a servir mucho tiempo aún, te aplastaría en el acto, por prófugo y desertor.

PEREGRINO. Es verdad que he sido tu siervo hasta hace muy poco; pero tu servicio era tan pesado y tu paga tan miserable que he decidido salir de allí. El Rey del País de la Vida se ha ofrecido para darme asilo y librarme así de la pena de muerte que me espera si sigo a tus órdenes. Además, ¿cómo quieres que me quede en tu ciudad sabiendo que va a ser muy pronto destruida?

ENEMIGO. ¡Oh, sabes muchas cosas! Pero no creas que voy a conformarme tan fácilmente a perder mis súbditos, por poco que valgan. Y particularmente has de saber que no estoy dispuesto a perderte a ti. Puesto que te quejas del servicio y de la paga, te prometo, si te vuelves otra vez bajo mi mando, mejorar mucho tu condición y darte todo lo que me pidas.

PEREGRINO. Tú no me puedes dar lo que yo busco. Nada de lo que me puedes ofrecer me interesa. Estoy al servicio de un Rey más poderoso que tú, y no quiero por nada del mundo volver a ser tu esclavo.

ENEMIGO. Has obrado neciamente cambiando un mal por otro peor. Pero no le temo en absoluto a tu Rey. Sucede de ordinario que los que un día aceptaron ser sus siervos, como es tan exigente, al poco tiempo se le escapan, y vuelven a servirme con mayor sumisión que antes. Hazlo tú también, desde ahora y saldrás ganando.

PEREGRINO. Sé lo que me espera a tu servicio, ¡gran engañador!: La muerte. Sabes muy bien que la ciudad va a ser destruida y te esfuerzas porque nadie se escape para que todos perezcamos contigo.

ENEMIGO. ¡Qué ingenuo eres, Peregrino! No quiero discutir sobre ese asunto, que veo ignoras. Pero si temes esas supuestas amenazas de destrucción, te aconsejo que no les prestes oídos: son cosas de tu Rey, para llevarse a mis súbditos haciéndoles miedo. Y ahora, dejemos el asunto. Vuélvete enseguida y no me hagas perder la paciencia.

PEREGRINO. He dado palabra al Rey de la Vida de cumplir fielmente todas sus órdenes. Y no me volveré atrás por nada del mundo, y menos aún para servirte a ti, maldito farsante.

ENEMIGO. Un momento, no te exaltes. A mí también me juraste fidelidad y me has traicionado. Y sin embargo estoy dispuesto a perdonarte si entras en razón.

PEREGRINO. No insistas. Prefiero al Rey de la Vida. Su servicio, su paga, su gobierno, sus súbditos y su compañía me gustan más que los tuyos. Y por si fuera poco, le debo mi vida. No pierdas pues el tiempo intentando persuadirme: he tomado el camino de su Reino y lo seguiré hasta el final.

ENEMIGO. ¡Necio! Escucha bien lo que vas a encontrar si sigues por donde vas: dificultades, esfuerzos, peligros, necesidad, obstáculos, soledad. Todos los que lo siguen son unos desgraciados. Muchos incluso son víctimas de una muerte atroz. Y ninguno ha vuelto para contar las excelencias de ese Reino, ninguno. Además, si el servicio de ese rey es mejor que el mío, ¿por qué nunca hasta el día de hoy, ha salido de dónde está para rescatar de mis manos a los suyos? Yo, por el contrario ¡cuántas veces, según puede atestiguar el mundo entero, sea por la fuerza, sea por astucia, sea por fraude, o sea por engaño, a los míos caídos en sus manos, los he librado de su poder! ¡Y si tú quieres, también te libraré a ti!

PEREGRINO. El único fin desgraciado que me puede esperar es el de quedarme a tu lado. Lo que tú llamas una muerte desgraciada en los seguidores del Rey de la Vida, no ha sido más que el principio de una vida gloriosa. Y tú lo sabes bien, porque la vida que ellos pierden no es comparable a la que ganan. Y en cuanto a la liberación que me ofreces… bien sabes que hasta tú mismo estás condenado a muerte por el Gran Rey, a causa de tus muchos crímenes, y que tu ejecución no tardará.

ENEMIGO. Cállate. Te prohíbo que me hables de eso. Y no me menciones más a ese rey. Soy su enemigo mortal. Aborrezco su persona, sus leyes, su pueblo, y sobre todo a su hijo… He salido a tu encuentro con el propósito de impedirte el paso y lo conseguiré.

PEREGRINO. Mira bien lo que haces. Estoy armado.

ENEMIGO. ¡Ja, ja, ja, ja, ja! ¿Vas a creer que puedo tener miedo de esas bagatelas? Está bien. Tú lo has querido con tu tozudez. Prepárate para morir, porque te juro que del Valle de Sombra de Muerte no has de salir. (Ataca a Peregrino, quien se defiende con el escudo. Al principio parece que gana Peregrino, pero un golpe del Enemigo le tira al suelo la espada. Se entabla una lucha cuerpo a cuerpo. Enemigo derriba a Peregrino al suelo, saca un puñal y va a clavárselo, pero en esto Peregrino encuentras en el suelo su espada.)

PEREGRINO. ¡Dios mío, mi espada!

ENEMIGO. Ya eres mío.

(Peregrino ataca al Enemigo con la espada.)

PEREGRINO. ¡Gracias, señor!

ENEMIGO. ¡Maldición! ¡Maldita espada, maldito peregrino y maldito rey! (Huye.) Me has vencido esta vez, pero prepárate. Me las arreglaré para destruirte…

PEREGRINO. (De rodillas.) ¡Oh, Señor! ¿Qué extraño poder tiene mi espada? Ahora empiezo a comprender las palabras que en la Casa de la Puerta Estrecha me enseñaron a orar: “Aunque ande en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo”.

(Telón.)



ESCENA 7: ENCUENTRO CON FIEL

(Peregrino y Fiel conversan, sentados al borde del camino.)

PEREGRINO. Fiel, amigo mío, no sabes cuánto me alegro de haberte alcanzado y de que Dios me haya concedido la gracia de poder andar contigo el resto del camino. Saliste después que yo, y me has adelantado.

FIEL. Y ahora eres tú el que me alcanzas. Mejor hubiera sido venir juntos desde Destrucción, pero tú me ganaste en decisión, saliste antes y he tenido que venir solo.

PEREGRINO. Creo que este viaje lo hacemos todos solos… Y dime, ¿cuánto tiempo permaneciste en la ciudad antes de ponerte en ruta?

FIEL. Hasta que no pude aguantar más. Desde que saliste, la ciudad no ha cesado de hablar de la hecatombe que se avecina. ¿Sabes? Tus palabras y tu salida causaron gran revuelo…. Ellas me animaron a venir a mí…

PEREGRINO. Aun así, sólo tú has venido…

FIEL. Tengo la impresión de que aunque todos hablan del fin que se avecina, muy pocos lo creen de veras. O quizá piensen que aún hay tiempo para escapar más tarde, como creía yo…

PEREGRINO. ¿Sabes algo de Voluble?

FIEL. Sí. Sé que se fue detrás de ti. Y aunque no quiso decir nada del porqué de su regreso, todos vimos que volvía encenegada, como si hubiera caído dentro de un pantano. Desde su vuelta ha sido objeto de burla y de desprecio. Como es tan variable, nadie le tiene confianza. Ahora está sombría, como presa de una angustia, de una carga o de una culpa, que la abruma.

PEREGRINO. ¿Hablaste con ella?

FIEL. Cuando decidí emprender mi viaje, fui a verla. Era nuestra amiga y tenía esperanzas de que me siguiera. Ella había tenido siempre muchos amigos, pero ahora todos la desprecian. Y ¡cosa extraña! En cuanto le dije que había decidido seguir tu ejemplo y huir de la ciudad de destrucción, se puso a sollozar, como desesperada, pronunciando tu nombre. Y se alejó sin contestar a mis preguntas. Hice lo que pude para convencerla, sin ningún resultado: perecerá en la ruina de la ciudad. No tiene la fuerza de voluntad suficiente para aguantar frente al peligro. Su amistad con Mundano acabará por hundirle en la perdición. Por seguir la corriente…

PEREGRINO. ¡Dios se ampare de ellos!

FIEL. Y pensar que Mundano casi me convenció a mí también para que me quedase…

PEREGRINO. ¿A ti también?

FIEL. Al principio casi le creí. Me decía que para un hombre es vergonzoso, bajo y mezquino abandonar su ciudad, dejando en ella a los suyos, aunque fuera cierto lo de la amenaza de destrucción. Después empezó a hacerme dudar acerca de los propósitos del Rey de la Vida, diciendo que hacer caso a esas alarmas anunciadas por carta por un rey al que nadie en la ciudad ha visto jamás, ni nadie conoce, es hacer prueba de pobreza de espíritu y de una Credulidad impropia de un hombre inteligente. Objetó también, que ninguno de los poderosos, ricos y sabios del país es de nuestra opinión, y que ninguno de ellos se ha arriesgado a perderlo todo por seguir un camino que lleva a algo que nadie sabe lo que es.

PEREGRINO. Y, ¿qué le contestaste?

FIEL. No sabía qué decir. Empecé recordándole cómo el Hijo del Rey había dado su vida por nosotros, en manos de los crueles esbirros del Gran Enemigo, por venir personalmente a avisarnos de sus malvados planes. Habiendo hecho eso por nosotros, no puede por menos que merecer nuestra confianza y nuestra gratitud. Por eso le dije a Mundano que pensaba seguir las instrucciones del Gran Rey, aunque yo fuera el único en el mundo. No puedo despreciar su sacrificio por mí, sobre todo, sabiendo que si lo hago, lo que me espera es una muerte segura.

PEREGRINO. Así es, amigo mío. Mundano, y todos los que son como él, no sólo son unos ingratos, sino, en el fondo, unos suicidas. ¡Y sin embargo, con cuanto empeño se esfuerzan en que nadie se marche de la ciudad! Yo mismo, tuve muchas dificultades para deshacerme de Mundano. Y aun después de salir, me persiguió molestándome con sus insinuaciones, y hablándome mal de las flaquezas de los que un día decidieron obedecer al Rey de la Vida. Cuando vio que conmigo perdía el tiempo, me dejó, no sin antes maldecirme con soeces blasfemias.

FIEL. Hiciste bien en no escucharle, Peregrino. Lástima que convenza a otros más débiles, como a nuestra amiga Voluble.

PEREGRINO. Hicimos todo lo que pudimos para convencerla… Y dime, ¿tuviste algún contratiempo en tu viaje?

FIEL. No demasiados, por ahora. Lo más peligroso, el Valle de Sombra de Muerte, lo recorrí a la luz del sol, y por lo tanto, no me encontré con el Gran enemigo. Parece que él ataca de preferencia en la oscuridad.

PEREGRINO. ¡Dichoso tú! Yo me lo encontré cara a cara. El combate fue tan duro y tan reñido que pensé que acabaría muriendo en sus garras. No sé cómo encontré fuerzas suficientes para coger mi espada y ahuyentarlo. Aún me duelen las heridas. Pero gracias al cielo, estoy con vida, y vuelvo a recobrar mis fuerzas.

CRISTIANO. (Entrando.) La paz sea con vosotros.

FIEL. Bienvenido, Cristiano. Ideal compañía para estos pobres peregrinos.

CRISTIANO. Mucho me alegro de veros, compañeros. Veo que tras las pruebas habéis alcanzado la victoria, y que a pesar de vuestras faltas y flaquezas, habéis seguido en el camino de la vida hasta hoy. Muy cerca está ya la patria de nuestro rey. ¿Veis aquellas montañas? Sólo os falta cruzarlas para llegar al país donde estaréis seguros.

PEREGRINO. ¿Vendrás con nosotros?

CRISTIANO. Lo haría con gusto. Pero debo ayudar a otros a llegar hasta aquí. Ya casi estáis fuera del País del Enemigo. Pero tengo que advertiros que a pocas millas de este lugar, y muy cerca de la frontera, el enemigo tiene una ciudad, permanentemente en feria, que se llama Vanidad. Es seguro que allá intentarán reteneros, os instarán a que os quedéis, y si proseguís adelante, puede incluso que intenten mataros. Más de un viajero ha sellado su fidelidad y valentía con su sangre. Pero si sois fieles, si hiciera falta hasta la muerte, el rey os dará la verdadera vida. Quiero veros en la patria eterna, confío pues que os portéis como valientes y que sabréis luchar por lo que vale la pena. Defendeos con todas vuestras fuerzas. Pero confiad, Dios os protegerá.

PEREGRINO. Y, ¿no podemos evitar esa peligrosa feria?

CRISTIANO. El camino de la ciudad celestial pasa forzosamente por esa población. El enemigo la ha situado de manera que no se pueda llegar allá de otra manera. Hasta el Hijo del Rey, cuando estuvo entre nosotros, tuvo que pasar por ahí para encaminarse a vuestro país. El mismo enemigo dirigía entonces la feria, y tuvo la osadía de invitarle en persona a quedarse, o por lo menos a comprar algunas de sus vanidades. Aún más, le propuso hacerlo dueño de la feria, con sólo que aceptase hacerle una reverencia cada vez que pasara por delante del Gran Enemigo. Pero el Hijo del Rey no escuchó los ardides engañosos de ese farsante, y pasó de largo.

PEREGRINO. ¡Ojalá nosotros podamos pasar como él!

CRISTIANO. No tenéis por qué temer. Si habéis vencido al enemigo una vez, podréis vencerlo otra. Sólo puedo daros un consejo: no os entretengáis en nada. Pasad adelante, y atravesad la feria sin deteneros. Y ahora… debo marchar. Que Dios sea con vosotros.

FIEL. Que Él te acompañe.



ESCENA 8: EN LA FERIA DE VANIDAD

PEREGRINO. Asombrosa ciudad. Tentadora feria. La apariencia no es de peligro. Todo el mundo parece feliz…

FIEL. Cuidado, Peregrino. No te detengas. Recuerda el consejo de Cristiano: el peligro está en detenernos.

PEREGRINO. Estoy asombrado. No creo que nos ocurra nada sólo por ver, por mirar, por saber de qué se trata. Eso no nos va a tomar mucho tiempo…

FIEL. ¿Sabes tú acaso del tiempo de que dispones? Estando tan cerca del Reino, no debemos alargar innecesariamente nuestro viaje. Quizá una hora aquí represente el no poder entrar en el Reino nunca…

(La gente los mira, los interrumpe, les ofrece cosas.)

VANIDAD. ¿Sois extranjeros, gentiles caballeros? Mucho me asombran vuestros… modestos vestidos, y más aún me maravilla vuestro modo extraño de hablar. No hay quien os entienda. Pero si ponéis un poco de buena voluntad de vuestra parte, creo que podremos entendernos perfectamente. ¿Me permitís esta danza…?

CODICIA. Malditos peregrinos. No sé a qué habrán venido a esta feria, si no compran nada. Maldito el poco caso que hacen de mis preciosas mercancías. Ni siquiera se toman la molestia de mirarlas. ¿Qué queréis demonios comprar?

FIEL. Dejadnos, por favor. No nos interesa nada de lo que podéis ofrecernos.

CODICIA. ¡Orgullosos! ¡Imbéciles! ¡Espías! ¡A ellos la justicia!

(Vendedores, bebedores, danzarinas, intentan detenerlos y seducirlos. Ellos, especialmente Fiel, se niegan a sus invitaciones. Peregrino, a veces duda. Arrastrado un poco por Fiel, intentan avanzar y deshacerse de los feriantes.)

SOBERBIA. ¿Qué hacen aquí estos extranjeros? ¡Llamad a los guardias! No queremos intrusos.

CODICIA. ¡Que no se escapen!

VIOLENCIA. ¡Cogedlos! ¡Duro con ellos!

(Los cogen, los maltratan. Llegan los guardias, con el juez y calman a la multitud.)

JUEZ. ¡Silencio todos! Vamos a ver. Vosotros, ¿quiénes sois? ¿De dónde venís y adónde vais y qué hacéis aquí con esa facha?

FIEL. Somos peregrinos que venimos de la ciudad de Destrucción, y nos dirigimos al país de la Vida. No comprendemos el por qué de este alboroto, pues no hemos hecho ningún motivo para que vuestros súbditos nos traten así, y nos detengan en nuestro viaje.

SOBERBIA. Han venido a perturbar el orden de la fiesta.

LUJURIA. Nuestros visitantes son pacíficos y sobrios, y a lo que veo, no intentan hacer mal a nadie. ¿No los encontráis muy apuestos y agradables? Dejadlos, no les hagáis daño. Nosotras nos ocuparemos de darles posada, de cambiarles de ideas y de procurarles un lecho donde pasar la noche…

VOCES. ¡Ja, ja, ja, ja, ja!

PEREGRINO. Gracias, pero lo único que necesitamos es que nos dejéis continuar nuestro camino.

LUJURIA. ¡Ingratos! ¡Insolentes! ¿Así pagáis mi bondad desinteresada?

VOCES. ¡Ja, ja, ja, ja, ja!

JUEZ. Calmaos. ¿De qué acusáis a estos hombres?

CODICIA. Dejadme hablar a mí primero. Son perturbadores y enemigos de nuestro comercio. Alborotan la ciudad, perturban el orden público y soliviantan al pueblo en contra de nuestras leyes.

FIEL. ¿Puedo hablar?

JUEZ. Habla. Quizá sea por última vez.

FIEL. Señor, ni hemos promovido disturbios ni merecemos las acusaciones que vuestros súbditos nos hacen. Somos hombres de paz y si hemos transgredido las leyes de vuestra ciudad, sabed que fue por fidelidad a las leyes del Rey supremo, al que nosotros servimos y al que serviremos pase lo que pase.

JUEZ. Insolente. ¿Te atreves, de ese modo desafiante, a defender tu conducta delante de mí, cuando acabas de confesar que eres siervo del enemigo de nuestro rey?

LOCUAZ. Pues aún no lo sabéis todo, Señoría. Además de injuriar a nuestro rey, han insultado a importantes personajes de la ciudad. Yo misma les he oído despreciar las palabras de personas tan respetables como el Señor Codicia, o las señoras Vanidad y Lujuria…

VOCES. ¡Es verdad, es verdad…!

JUEZ. ¡Basta ya! Y tú, renegado, espía, traidor, ¿has oído lo que estos respetables señores testifican contra ti? Abjura de tus ideas y abandona el servicio de nuestro enemigo de tu propio grado porque no te vamos a dejar que te escapes a su país.

FIEL. No puedo hacerlo, señor. He jurado fidelidad al rey de la Vida, y no pienso intimidarme por vuestras amenazas.

JUEZ. ¿Así me respondes? ¡Desvergonzado!

VIOLENCIA. ¡Toma! ¡Así aprenderás a respetar a nuestro juez! (Lo golpea.)

FIEL. Deteneos. No me hagáis ningún mal. Nuestro rey os castigará si lo hacéis. Escuchadme: vuestro actual señor, el Gran Enemigo, os tiene engañados. La feria de Vanidad va a ser destruida en breve. Abandonadla y venid con nosotros al país de la Vida…

JUEZ. ¡Basta ya, embustero! ¡Malvado enemigo! No mereces vivir ni un momento más. Tú eres el que vas a ser destruido, y en el acto. Y tú también, miedoso canalla (dirigiéndose a Peregrino.)

PEREGRINO. Yo no, Señor, estáis en un error. Yo no soy como este hombre. Dejadme, os prometo que… soy como vosotros. Os lo probaré, pero no me hagáis nada. Dejadme…

FIEL. Peregrino…

JUEZ. Está bien, gallina. Vete. Y si me mientes, te juro que te descuartizo con mis propias uñas. Atad a este miserable (Fiel). Preparad los látigos… Y bien, ciudadanos. Aquí tenéis al que alborota nuestra pacífica ciudad. Acabáis de oír lo que estos dignos caballeros y damas han testificado contra él. También habéis escuchado sus propias palabras. Ahora, a vosotros os toca decidir. Hablad. ¿Alguien quiere seguirle… al País de la Vida? ¡Ja, ja, ja!

TODOS. ¡No, no, fuera, fuera!

JUEZ. Podéis condenarlo o salvarle la vida…

CODICIA. Este hombre es un enemigo peligroso para la ciudad.

VANIDAD. Fuera de aquí semejante aguafiestas.

LUJURIA. Le odio. ¿Habéis visto cómo me ha tratado?

VIOLENCIA. ¡Azotadlo! ¡Azotadlo hasta que muera!

CODICIA. Es un miserable espía. Acabemos con él cuanto antes.

JUEZ. Digno es de muerte.

TODOS. ¡Que muera! ¡Que muera!

JUEZ. Guardias, azotadlo hasta que lo hagáis pedazos. Y todos los que quieran ayudar a hacer justicia ¡duro con él!

TODOS. ¡Que muera…!

(Peregrino presencia la escena escondido. Al llegar aquí, huye desesperado.)

PEREGRINO. ¡Fiel, mi amigo…! ¡Oh, Dios mío, perdón, Dios mío…! (Sale.)




ESCENA 9: AL BORDE DEL GRAN RÍO

PEREGRINO. Miserable de mí, ¡cobarde, cobarde, traidor! Abandonar a mi amigo por miedo a la tortura… No tengo perdón. Ahora mi condena es inevitable. El rey no me perdonará nunca más. Todo mi viaje ha sido vano: en un momento de miedo, de cobardía, lo he perdido todo. Por mi cobardía, y ano podré llegar jamás al país de la Vida… NO me queda más que volverme a mi casa, a la ciudad de la Destrucción. Pero, ¿qué digo? Si no puedo llegar al país de la libertad, ¿para qué quiero llegar a mi ciudad maldita, condenada a la ruina? Lo mejor que puedo hacer es poner fin a mi vida. Bastaría con dejarme caer en lo profundo de esta sima. La muerte es mil veces preferible a vivir bajo el paso del remordimiento…
Mi lugar está ahí bajo, en el fondo la insondable sima de la Desesperación. Perdón, Señor, no quisiera ofenderte, pero te he debido defraudar tanto, que sólo desapareciendo creo que podré hacer algo para borrar mi culpa. Señor, apiádate de mi asquerosa alma…

ESPERAZA. ¡Peregrino!

PEREGRINO. Esperanza…

ESPERANZA. ¿Qué haces en este lugar? Es muy peligroso. Retírate de ahí. Bastaría muy poco para que cayeras para siempre.

PEREGRINO. Sí, bastaría muy poco para terminar de una vez…

ESPERANZA. ¿Qué dices, Peregrino? ¿Qué te pasa?

PEREGRINO. Creo que he llegado al final de mi viaje.

ESPERANZA. No has llegado aún, y tienes las horas contadas. ¿Por qué te entretienes aquí?

PEREGRINO. No puedo seguir adelante. Puesto que insistes, te lo contaré todo. Hace unas horas, en la Feria de Vanidad…

ESPERANZA. No hace falta que hables. Lo sé todo. Vengo de allí también, y sé lo que ha ocurrido con Fiel y contigo.

PEREGRINO. Entonces comprenderás por qué termino aquí mi viaje…

ESPERANZA. ¡Detente!

PEREGRINO. Aléjate de mí. No me toques. No soy digno ni siquiera de que me mires. Soy un cobarde, un traidor, un apóstata. He luchado mi última batalla y la he perdido, mejor dicho, me he rendido cobardemente al enemigo. No debo seguir viviendo. Mi viaje ya no tiene sentido. Salí en busca de libertad y perdón para conseguir la vida, pero yo mismo me he acarreado otra vez la condena y la muerte. Adiós, Esperanza. Cuando vuelvas a la Casa de la Puerta Estrecha, cuéntales a todos mi historia, para que nadie repita nunca mi experiencia. Tú misma vas a ser el único testigo de cómo terminó el viaje de un Peregrino que salió de su tierra buscando el país de la vida, pero que nunca llegó por cobarde…

ESPERANZA. Peregrino. No sabes lo que dices. ¡Qué poco conoces a nuestro Rey! ¿No fue él quién te llamó de Destrucción para librarte de la muerte? ¿Has olvidado que siempre envió a alguien en tu ayuda cuando estabas en peligro? El Rey quiere que vivas. No pudo vencerte el gran enemigo en el valle de sombra de muerte, ¿y te dejarás vencer por tu propio desaliento? Perder una batalla no es perder la guerra. Vuelve a emprender tu camino. Yo sé que tu arrepentimiento es sincero, y el Rey, me consta, te perdonará. Al otro lado de este río, ahí mismo, empieza su reino. No abandones la vida cuando la tienes al alcance de tu mano. Sólo un esfuerzo más. El tiempo apremia, y el Rey nos espera.

PEREGRINO. Jamás podré entrar. He caído tan bajo que no puedo aspirar a ningún perdón. No puedo apartar de mis ojos la mirada que me dirigió Fiel en el momento de su muerte… Era como si el Rey en persona me estuviese mirando…

ESPERANZA. ¿Y qué viste en esa mirada, viste acaso odio, hostilidad, repulsión…?

PEREGRINO. No. Sólo vi tristeza: una tristeza indescriptible, como un reproche mezclado de decepción y de amor. Y al mismo tiempo una paz…

ESPERANZA. Tú puedes tener también esa paz que aspiras, sin necesidad de tronchar tu vida. He caminado muchas leguas sin descanso para alcanzarte, y para decirte que el Rey puede perdonarte con tal que cruces el Gran Río antes de la noche.

PEREGRINO. ¿Es verdad cuanto me dices? Pero, ¿cómo podrá perdonarme otra vez el Rey cuando sepa lo miserablemente que me he portado?

ESPERANZA. Lo sabe ya. Y lo deplora, es cierto. Pero sabe que tú también detestas tu conducta, y que ahora, si el caso se volviese a presentar, jamás volverías a ser un cobarde como lo fuiste. Aquí estoy como prueba de tu perdón.

PEREGRINO. No puedo creerlo. Sería demasiado hermoso. ¿Has venido expresamente por mí?

ESPERANZA. No sabría decirlo. Yo también quiero llegar al País de la Vida. A mí también, como a ti, sólo me falta cruzar el Río. El Gran Río es profundo, frío y turbulento. Me da miedo cruzarlo sola…

PEREGRINO. Tú debes llegar al otro lado. Yo no. Los seres como yo no pueden vivir en la otra orilla. Adiós. Que alcances muy pronto la felicidad que mereces…

ESPERANZA. ¿Vas a dejar el camino cuando falta tan poco? Tu cobardía última sería peor que las anteriores. Me duele en el alma oírte hablar así. Yo estaba segura de pasar contigo el río. ¿Podrás dejarme sola? ¿Permitirás que me arrastre la corriente?

PEREGRINO. ¡Oh, no, Esperanza! Tú debes llegar a la otra orilla. Tienes que llegar, aunque tenga yo que acompañarte para asegurarme de que nada te ocurre hasta que estés a salvo. Y si es necesario, daré mi vida para salvar la tuya. Y si el río me arrastra en mi esfuerzo por llevarte al otro lado, aceptaré feliz esa muerte.

ESPERZA. Pasaremos el río, estoy segura, con tu ayuda. Démonos prisa. Ya cae la tarde y el río es ancho y turbio. El tiempo se acaba…

PEREGRINO. Esperanza, quiero que llegues. Llegarás a salvo.

ESPERANZA. Llegaremos juntos, Peregrino.

PEREGRINO. Vamos, entremos ya en el agua.

ESPERANZA. ¿Sabes? Ya no tengo miedo.

PEREGRINO. Veo la otra orilla, y no está lejos. Mira, ¿qué es ese resplandor que se acerca hacia nosotros?

ESPERANZA. ¡Es el hijo del Rey que viene a nuestro encuentro!

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