45 Minutos y 11 Personajes + Extras. Hamar es un joven betlehemita que por ventura ha heredado el mesón de sus padres, negocio que con mucho esmero administra para tener un buen pasar en la vida.
Él desea conquistar el corazón de Juana a quien ama, pero el empeño en las cosas materiales se convierten para él en una obsesión que lo vuelve avaro y ciego.
Juana es todo lo opuesto a Hamar. Ella es capaz de discernir el lado romántico y espiritual de la vida. La joven disfruta contemplando la floración silvestre y el suave olor de las florecitas de Belén.
Pronto se presagia la venida del mesías, pronto vendría al mundo el salvador prometido.
“El profeta” ha venido personalmente a darle esta nueva a Hamar. Le recomienda que lo acoja en su mejor cuarto y de esta manera será bendecido por tener el alto privilegio de tenerlo en su mesón. El joven se alegra por esta noticia porque piensa para él que este príncipe le hará ganar mucho dinero y riquezas. Esto acrecienta cada vez más su materialismo y avaricia. Cegado por esta obsesión de poseer oro, al conocer a María la madre de Jesús, no sólo le niega su cuarto vacante sino que groseramente la expulsa a la calle. Nada puede hacer Juana para evitarlo a pesar de sus ruegos quien debe, a su pesar, acompañarla a la puerta para despedirla.
Pasan los días y Hamar no comprende porque su supuesto Mesías no aparece. Un noble de Capernaún le explica que el Mesías no es un príncipe fastuoso sino un enviado de Dios que nacería en humildad. El joven mesonero se niega a creer esto. Finalmente, después de que todos los que se alojan en el mesón van a las montañas a un viejo pesebre a adorar al Mesías, Hamar llevado solamente por la duda decide ir a ver a este humilde príncipe. Cuando regresa a su hogar, Hamar ya no es el mismo. Llorando comprende su terrible error y lamenta de corazón no haber acogido en su mesón al príncipe de paz, al hijo de Dios. Hamar arrepentido pide perdón al cielo. Al instante es transformado y de la mano de Juana que reconoce como su amado, se hacen promesas junto a las hermosas florecitas de Belén.
Él desea conquistar el corazón de Juana a quien ama, pero el empeño en las cosas materiales se convierten para él en una obsesión que lo vuelve avaro y ciego.
Juana es todo lo opuesto a Hamar. Ella es capaz de discernir el lado romántico y espiritual de la vida. La joven disfruta contemplando la floración silvestre y el suave olor de las florecitas de Belén.
Pronto se presagia la venida del mesías, pronto vendría al mundo el salvador prometido.
“El profeta” ha venido personalmente a darle esta nueva a Hamar. Le recomienda que lo acoja en su mejor cuarto y de esta manera será bendecido por tener el alto privilegio de tenerlo en su mesón. El joven se alegra por esta noticia porque piensa para él que este príncipe le hará ganar mucho dinero y riquezas. Esto acrecienta cada vez más su materialismo y avaricia. Cegado por esta obsesión de poseer oro, al conocer a María la madre de Jesús, no sólo le niega su cuarto vacante sino que groseramente la expulsa a la calle. Nada puede hacer Juana para evitarlo a pesar de sus ruegos quien debe, a su pesar, acompañarla a la puerta para despedirla.
Pasan los días y Hamar no comprende porque su supuesto Mesías no aparece. Un noble de Capernaún le explica que el Mesías no es un príncipe fastuoso sino un enviado de Dios que nacería en humildad. El joven mesonero se niega a creer esto. Finalmente, después de que todos los que se alojan en el mesón van a las montañas a un viejo pesebre a adorar al Mesías, Hamar llevado solamente por la duda decide ir a ver a este humilde príncipe. Cuando regresa a su hogar, Hamar ya no es el mismo. Llorando comprende su terrible error y lamenta de corazón no haber acogido en su mesón al príncipe de paz, al hijo de Dios. Hamar arrepentido pide perdón al cielo. Al instante es transformado y de la mano de Juana que reconoce como su amado, se hacen promesas junto a las hermosas florecitas de Belén.
EL CUARTO VACANTE
ESCENA I
REBECA
HAMAR
SIRVIENTE
NOBLE
HIJA DEL NOBLE
JUANA
PROFETA
MARÍA
PASTOR 1
PASTOR 2
PASTOR 3
(Escenario: Un cuarto en el viejo mesón de Belén. Tapices colgados de las paredes; divanes o bancos entapizados con telas de colores, imitando el estilo oriental. Al fondo una puerta que conduce al patio. Es de noche.)
(Por la puerta del patio entra Hamar con paso firme; se fija en su derredor para estar seguro de que nadie lo ve, luego saca de su cinturón una bolsa de cuero. Se para detrás de una puerta, desata la bolsa, saca unas cuantas monedas y las deja caer entre los dedos de una mano a otra. Al entrar Rebeca, aprisa vuelve a meter la bolsa a su cinturón.)
HAMAR. (Severamente.) ¡Madre! ¡Me asustaste! ¿Qué hay? ¿Vienen más forasteros?
REBECA. Sí, hay una multitud en las puertas. Se necesitan dos guardas para imponer el orden en el patio. A mí no me agrada esto. El alboroto es demasiado. No parece ésta la ciudad de nuestros padres.
HAMAR. (Con entusiasmo.) No hables así, madre. ¿No es esta una magnífica oportunidad para ganar mucho dinero? ¿No están las provincias de Galilea, Judea, y aun el país más allá del Jordán, derramando sobre nosotros sus riquezas? ¡Mira! (Saca la bolsa y se la enseña a su madre; ésta se asoma para ver su contenido). Tú nunca viste tanto dinero durante todos los años que vivió mi padre.
REBECA. (Moviendo la cabeza) A mí no me importa el oro. Y este tumulto de gente... ¡Me llena de espanto!
HAMAR. ¡Ah, madre! A ti no te llama la atención el oro porque ya has dejado atrás los anhelos y deseos de la juventud. Pero a Juana, ¡cómo hará brillar sus ojos negros! Quizá ahora accederá a mis ruegos de que sea mi esposa.
REBECA. (Con temor.) No, hijo mío, tú no puedes ganar el corazón puro de tu prima por medio del oro. No la tientes con promesas de riqueza, o la perderás para siempre.
HAMAR. (Con impaciencia.) Tú hablas palabras necias. ¿Qué mujer hay que no sea atraída por los encantos del oro? (Entra el sirviente y se para respetuosamente a un lado. Hamar, con entusiasmo, al sirviente.) ¿Qué nuevas me traes? ¿Hay algunos marchantes más afuera?
SIRVIENTE. Sí, mi señor, llegó un noble de Capernaum que desea hospedaje para él y su hija. Suplica con insistencia.
HAMAR. Debemos tener mucho cuidado. Quedan solamente dos cuartos. Déjame pensar un momento. (Pausa.) Está bien, dale el pase.
(Entra el noble de Capernaum, un hombre de rico atavío y de regio porte junto a su hija. Se muestra muy inquieto.)
NOBLE. ¿Es usted el dueño de este mesón?
HAMAR. Yo soy Hamar de Belén, dueño de este mesón.
NOBLE. ¿Le quedan a usted cuartos? Dicen que todas las casas del pueblo están completamente llenas. Mi hija y yo debemos hallar hospedaje.
HAMAR. (Con precaución.) El hospedaje en Belén esta noche es caro. Tengo un cuarto en el lado sur, más allá del patio. Es suyo... por buen precio.
NOBLE. Le ofrezco Diez piezas de oro por su cuarto.
HAMAR. (Moviendo la cabeza.) ¡No! No, mi Señor, me temo que me debe ofrecer un poco más.
NOBLE. (Mirando a su hija angustiado como buscando alguna respuesta.)
HIJA. Padre... No vale la pena, vámonos de aquí.
NOBLE. ¡Espera, hija! (A Hamar.) Le ofrezco veinte piezas de oro por ese cuarto… ¡nada más!
HAMAR. (Satisfecho.) Muy bien, es suyo el cuarto. Yo mismo iré para ver que lo alisten Pronto. (Se va Hamar, seguido por el noble y por el sirviente.)
REBECA. (Caminando de un lado a otro del cuarto.) Todo esto me abruma sobremanera. La sombra de Roma cubre como un espíritu maligno, las tranquilas montañas de la ciudad de David. ¿Que no prohibió Jehová mismo al gran rey, nuestro padre David, que contara a su pueblo? ¡Y no se ha oído la voz de Jehová por tanto tiempo! (Se sienta y recarga la cabeza en la pared). Tengo temor. ¡Quizá Jehová guarda enojo para con su pueblo! Mi corazón me dice que en estos días algo muy extraño y trascendental va a acontecer.
(Entra Juana, sonriendo felizmente. Se detiene repentinamente cuando ve a Rebeca y luego se acerca y la abraza.)
JUANA. No hay nada que temer, Rebeca querida. Esta gente que ha venido a nuestro pequeño pueblo, lo ama como tú y yo. Como nosotros, ellos también honran la memoria de nuestro padre David, y también aman los campos verdes en donde él pastoreaba sus ovejas.
REBECA. ¡Juana, al fin has regresado a casa. Me tenías con cuidado! ¿En dónde has estado, hija mía?
JUANA. He estado allá junto a las montañas ayudando a las mujeres que tienen que pasar la noche en el campo sin abrigo. Muchas no tienen carpas, ni alimento, y los niños tienen frío y hambre. Volví para ver si podía llevarles alimento y cobijas. Necesito ver a Hamar. ¿En dónde está?
REBECA. No, no le pidas nada a Hamar. Temo que él no esté dispuesto a ayudarte.
JUANA. (Pensativa.) Quizá dices bien. No es el mismo Hamar de antes que reía tan alegremente, el Hamar que hubiera compartido todo lo que tenía para ayudar a otros.
(Sin ser vista por Juana, sale Rebeca, y después de un momento, entra Hamar.)
HAMAR. (Extendiendo los brazos.) ¡Juana!
JUANA. (Sacando una flor de su blusa.) ¡Mira, Hamar, mira! Ya están en flor las estrellitas blancas de Belén, allá en la falda de las montañas, junto al viejo establo. ¿No te acuerdas cómo amábamos estas estrellitas blancas?
HAMAR. (Con menosprecio.) Pero, ¡mira! Ahora yo tengo algo que darte mucho mejor que flores, Juana. Por años lo he soñado y ahora los cielos se han abierto y lo han derramado sobre mí a manos llenas. (Abre la bolsa, saca unas cuantas monedas y las tiende hacia ella.) Mira, ¿verdad que es más brillante y más hermoso que la flor más bella? Seguramente ahora me escucharás porque, ¿qué hay que se desee más que el oro?
JUANA. (Volviendo el rostro.) Pero el oro no me llama la atención, Hamar. Todo lo que a mí me atrae del oro es su color dorado como el del brillante sol sobre el rocío de las flores, y como el de las estrellas que iluminan la nebulosa obscuridad.
HAMAR. (Mostrando impaciencia.) Pero tú no entiendes, Juana. El oro te dará todo lo que puedas desear en la vida. Tendrás trajes delicados de color carmesí; de los tesoros del oriente tendrás brazaletes y collares, como los que adornan a las esposas de los ricos mercaderes que acabo de ver en el patio exterior. Tendrás rubíes y zafiros para adornar tu suave y hermosa cabellera, y anillos de oro para tus blancos dedos. Y dentro de poco tiempo... tendremos una magnífica casa en Jerusalén con patios hermosos, con jardines, y fuentes de mármol finísimo.
JUANA. (Tranquila.) Sí, Hamar, todo eso es hermoso. Pero las joyas que a mí me agradan y me llenan de contento, son las gentiles florecitas blancas que cubren las faldas de las montañas. Ningún jardín podría ser tan hermoso como el suave verdor de los valles y las montañas, en donde los pastores vigilan sus rebaños.
HAMAR. (Volteando desesperado.) ¡Oh, ya entiendo! Es porque no tengo bastante. Algún día, cuando tenga más oro, me escucharás.
(Juana se sienta sobre el diván, y voltea su rostro tristemente. Entra el sirviente.)
SIRVIENTE. El extraño anciano está afuera, señor... al que llaman el "profeta", que pasa su tiempo soñando en el desierto. Yo le dije que usted estaba ocupado; pero él insiste mucho en verlo. Los otros sirvientes le tienen miedo y no lo echan fuera. ¿Qué hago, señor?
HAMAR. ¿El profeta, dices? No hay nada que temer. Ha sido amigo mío desde una vez que me extravié en el desierto cuando era niño. Dale el pase.
SIRVIENTE. Dicen las gentes que nunca aparece en el pueblo a menos que algo vaya a suceder. (El sirviente sale, y después de un momento vuelve a entrar seguido del profeta.)
HAMAR. (Se arrodilla ante el profeta.) Bienvenido, padre mío. (Se levanta.) ¿Qué es lo que se te ofrece?
PROFETA. (Poniendo su mano sobre la cabeza de Hamar.) Hijo, que las bendiciones del Señor sean contigo. Aquel que habla a los hombres en el silencio del desierto y la quietud de las estrellas, ha hablado un mensaje a su siervo.
HAMAR. Pero, seguramente ese mensaje no tiene nada que ver conmigo.
PROFETA. (Alzando las manos en actitud de súplica). Escucha, hijo mío, las palabras que he recibido en el desierto: “Antes del amanecer llegará un Príncipe a la ciudad de David, a la casa de Hamar el Betlehemita. La bendición del Altísimo sea sobre aquel que lo reciba”.
HAMAR. (Con sorpresa.) ¡Un príncipe! ¿Un príncipe viene a Belén? ¿Y a mi casa? Si es verdad, debo hacer los preparativos para recibirlo. Sólo un cuarto me queda.
PROFETA. He aquí, los caminos de Jehová son extraños y llenos de misterio. He buscado su presencia en el sol poniente, solamente para hallar su Espíritu brillando en las arenas del desierto. El que tiene oídos, oiga. Volveré al desierto.
JUANA. (Siguiéndole.) Voy a prepararle algo para su viaje.
HAMAR. (Parado en donde el profeta lo dejó, muestra sorpresa e interés.) ¡Un príncipe va a venir! (Va a la puerta y llama con voz fuerte.) ¡David! (Entra el sirviente.) Prepara el cuarto del poniente. Y no permitas que nadie entre allí sin mi consentimiento. Saca los más finos tapices y las sábanas de lino fino de Damasco. Además, prepara una comida con los más ricos manjares.
SIRVIENTE. Sí, señor mío.
HAMAR. (Entusiasmado.) Un gran príncipe viene esta noche y debemos hacer los preparativos propios para su llegada. El profeta me lo ha revelado, y sus revelaciones raras veces yerran.
SIRVIENTE. ¡Un príncipe! (Hablando solo, con expresión de asombro.)
HAMAR. Permanece en el patio y vigila. Si llega alguien de categoría ilustre dale el pase. Puede ser que llegue con traje humilde por temor al pueblo; pero traerá oro, y esto es lo que me interesa sobre todo. Ten mucho cuidado, ¿me entiendes?
SIRVIENTE. (Alborozado.) ¡Un príncipe! ¡Cuánto he soñado ver a un príncipe! Cuidaré bien, mi señor. (El sirviente sale y al ratito entra Juana.)
JUANA. Ya se fue el profeta. Nadie sabe cómo desapareció tan pronto.
HAMAR. Así es él… Viene y se va silenciosamente como la noche; pero siempre trae buenas nuevas, Juana. (Extiende sus manos hacia ella.) ¿Oíste lo que dijo el profeta? La suerte nos favorece. La recámara del poniente está todavía desocupada; les he encargado a mis criados que la arreglen con el mobiliario más fino de la casa.
JUANA. (Con entusiasmo.) Ha de ser un príncipe noble que trae una misión celestial, de otro modo, el profeta no hubiera venido a anunciar su llegada. A él le interesan solamente las cosas de Jehová. Oh, Hamar, ¡qué maravilloso sería si nosotros pudiéramos tener parte en alguna obra gloriosa para el levantamiento de Israel!
HAMAR. ¡Qué cosas tan extrañas hablas, Juana! ¿Qué no entiendes? El príncipe nos traerá oro. La recámara del poniente es la única que queda vacante en todo el pueblo, y él pagará reglamente por ella. Seremos ricos, Juana. ¡Quizá tú y yo podremos pronto ir juntos a Jerusalén!
JUANA. (Suspirando.) ¡Oh, Hamar! Pensé por un momento que tú también habías entendido la visión del profeta; pero no, no la entiendes.
(Entra el sirviente.)
SIRVIENTE. (Con entusiasmo.) Ya está aquí, mi señor, afuera, en el patio. Ya vino. Estoy seguro que él es.
HAMAR. ¿Quién vino? ¿El profeta?
SIRVIENTE. ¡No, no! ¡El príncipe! Estoy seguro que es él. Tiene la apariencia de un rey, y su semblante es de verdadera nobleza. Venid y ved, mi señor.
HAMAR. ¿Viene con elegancia, acompañado de muchos sirvientes? Y sus vestidos, ¿son semejantes a los de los príncipes?
SIRVIENTE. No, mi señor, viene solamente con su esposa, cuya belleza, ni la más humilde vestidura de las campesinas podría ocultar. Pero, como usted dijo, mi señor, él podría ocultar su verdadera identidad y posición bajo un humilde disfraz.
HAMAR. Es verdad. Invita a la esposa a pasar mientras yo voy a hablar con él. (Sale Hamar seguido por el sirviente.)
(Juana se sienta con la cabeza inclinada como en profunda meditación. Al ratito aparece María al fondo. Si se quiere, una luz suave puede alumbrar sobre ella, mientras camina despacio hacia adelante y Juana voltea y la ve. Intempestivamente Juana extiende sus brazos hacia ella.)
JUANA. ¡Usted es la princesa! ¡Qué hermosa es!
María (sonriendo dulcemente): No, niña, no me llames hermosa. Si notas alguna hermosura en mi semblante, es la luz de la dicha que gozo... y quizá un reflejo del amor de Dios, porque él ha estado cerca de mí durante todos los días de nuestra larga jornada.
JUANA. (Con asombro.) ¡Un reflejo del amor de Dios! Yo he pensado en la justicia y misericordia de Dios, pero nunca en su amor. Querida princesa, usted se siente fatigada, ¿no? Debe haber viajado desde muy lejos.
MARÍA. Sí, es algo lejos de donde vinimos. Pero hemos viajado despacio, descansando durante las horas del calor más intenso del día. Así es que hemos tardado algunos días en llegar. Vinimos de Nazaret de Galilea.
JUANA. ¡Nazaret! ¡Un príncipe de Nazaret!
MARÍA. No un príncipe, no, niña. Mi esposo, José, es solamente un humilde carpintero. Hemos venido por mandato de César para ser empadronados en nuestro propio suelo. Somos del linaje de David.
JUANA. Me alegro mucho de que hayan venido.
MARÍA. Quisiéramos hospedaje por esta noche. Podemos pagar sólo unas cuantas piezas de plata. Ojalá tengan lugar para nosotros.
JUANA. Sí, sólo nos queda un cuarto, y es sumamente elegante. Lo hemos reservado para ustedes (Entra Hamar, con expresión de enfado. Juana se vuelve hacia él repentinamente). ¡Qué gusto tengo que hayas reservado el cuarto del poniente! ¡Los llevaré para que vayan a descansar!
HAMAR. (Con expresión de contrariedad.) ¿Qué quieres decir? Este no es príncipe. El sirviente cometió un error necio e imperdonable al juzgarlo un príncipe. ¡Tomar por príncipe a un rústico carpintero de Nazaret! ¡Bah! ¡Y de todos los lugares, Nazaret! ¿Qué cosa buena puede venir de Nazaret? ¡Y tuvo la osadía de ofrecerme cinco piezas de plata por el último cuarto que me queda!
JUANA. ¡Calla, Hamar! ¿Qué vale el oro cuando dos compatriotas nuestros necesitan de nuestro auxilio? Seguramente el cuarto vacante está disponible para estas dos buenas personas.
HAMAR. (Apartando la mano de Juana de su brazo. Se dirige a María.) Señora, su esposo la está esperando afuera. No tenemos lugar para ustedes. ¿Lo oye? ¡No hay lugar!
JUANA. (Se acerca a María y la abraza, y se dirige a Hamar.) ¡Hamar, tú no podrás ser tan cruel! Tú no debes obligar a estas personas a que vayan a las montañas a pasar la noche a la intemperie. Hace bastante frío. Primero iría yo.
MARÍA. Yo no temo las montañas, niña. Las estrellas son más bondadosas que algunos techos, y el Espíritu de Jehová está en todas partes. El cuidará de los suyos. Solamente por ti, amiga mía, quisiera que nos pudieran servir, dándonos hospedaje por esta noche. Porque sé que es la voz del Señor que te inspira a hablar por nosotros.
(Hamar está parado medio vuelto de espaldas. Juana se le acerca con súplica.)
JUANA. Oh, Hamar, ¿no me permites llevarlos al cuarto vacante?
HAMAR. (Levantando el brazo con enojo.) ¡No! ¡Nunca! La palabra del profeta nunca se cumplirá. Si tú quieres complacer a estos nazarenos, llévalos al viejo establo que está en la falda de la montaña, en donde se guarecen los animales. El techo de un establo, y paja para su lecho, es bastante bueno para gente como ellos.
(Juana sale con María del cuarto, con el brazo alrededor de sus hombros. Hamar se queda parado, pensativo por un momento. Saca la bolsa de su cinturón, pero al oír pasos, la vuelve a guardar. Entra el sirviente).
SIRVIENTE. Hay un gentío en el patio, mi señor. Están ofreciendo vastas sumas de oro por el cuarto vacante. Un mercader de Cesárea ofrece cincuenta piezas de oro.
HAMAR. (Los ojos muy abiertos expresando gran sorpresa.) ¿Cincuenta? Esto es más de lo que vale la cosecha de fruta de todo el año.
SIRVIENTE. El príncipe no ha venido. ¿Lo rentamos al mercader, señor?
HAMAR. (Pensativo.) No, eso no es bastante. Quizá habrá alguien que ofrezca cien piezas de oro. No... Esperaremos mejor al príncipe. Me conviene más. El vendrá. Quizá no tarda.
ESCENA II
(Es de noche. Casi al alborear el día. Las luces muy débiles.)
(Hamar está sentado ante una mesa, con su bolsa de oro enfrente. Hay monedas sobre la mesa y él las está contando. Repentinamente se levanta, pone las monedas en la bolsa y se dirige a la puerta del patio, al llegar a ésta se asoma hacia afuera, se vuelve caminando despacio hacia el centro del cuarto y se para con la cabeza inclinada dando el frente al auditorio, las manos oprimiendo la bolsa. Se oyen voces en el patio. Levanta la cabeza repentinamente y escucha. Estas voces pueden ser de los mismos que tienen parte. Estando ocultos pueden leer sus partes; pero claro y despacio.)
1ª VOZ. ¡Callen! No despierten al vecindario. Vamos a ver si es verdad.
2ª VOZ. ¡Qué obscuro está el patio! Vengo casi ciego por esa luz que vimos.
3ª VOZ. Vámonos. No hay pesebre cerca de esta casa. Hay que buscar en otra parte.
1ª VOZ. ¡Miren! ¿Qué no ven una luz algo extraña en la falda de aquella montaña?
2ª VOZ. ¿Y si es algún ardid para engañarnos? Siento miedo. Las piernas me tiemblan. Volvámonos con nuestras ovejas que dejamos en el campo.
3ª VOZ. ¡No seas cobarde! Sigamos buscando antes de que amanezca y todo el pueblo despierte.
(Cesan las voces. Con una expresión de temor, Hamar se dirige al patio, en la puerta cuchichea en voz audible.)
HAMAR. ¡David! (Entra el sirviente silenciosamente.) ¿Quiénes andan por allí? Se oyen voces en el patio.
SIRVIENTE. (Temblando.) Señor mío, yo no sé. Cosas extrañas están sucediendo esta noche. Siento mucho miedo.
HAMAR. (Cogiendo fuertemente su bolsa.) ¿Qué cosas? No te estés allí como un tonto, temblando. ¡Habla!
SIRVIENTE. (Los dos mirando hacia afuera y el sirviente apuntando hacia las montañas.) ¿No ve usted algo extraño allá?
HAMAR. (Haciéndose sombra a los ojos con la mano.) No veo más que las lumbres campestres de los pastores; pero seguramente no hay nada extraño en eso.
SIRVIENTE. Se está opacando más y más. Ya no se ve tan brillante.
HAMAR. ¿Qué no se ve tan brillante?
SIRVIENTE. La luz. Le digo que había una luz allá más brillante que la luz de pleno día. Parecía como si de los cielos descendiera una luz dorada y brillante sobre las montañas.
HAMAR. ¡Qué luz dorada ni qué nada! Ahora sé que estabas soñando. Es que hoy has visto demasiado oro.
SIRVIENTE. No, mi señor, era una luz... una luz tan brillante que pude distinguir a los pastores de rodillas en medio de ella. Alguien estaba parado cerca de ellos... y oí una voz... y luego muchas voces cantando...
HAMAR. (Con incredulidad y desprecio.) ¿Eso es todo? Eres un soñador. ¡Oye! ¿Qué fue eso?
SIRVIENTE. (Asomándose hacia fuera.) Son los extranjeros. Rodearon el establo y vienen de regreso.
HAMAR. (Se retira de la puerta y se dirige al sirviente.) Fíjate muy bien, a ver si los conoces. Hay gente de todas las naciones en el pueblo esta noche. ¿Y si algunos de ellos están pensando en robarme el dinero? (Pronto esconde la bolsa en su cinturón.)
SIRVIENTE. (Se retira de la puerta.) ¡Señor mío, tengo miedo!
HAMAR. (Cogiéndolo del brazo.) ¿Quiénes son? ¿Pudiste ver bien?
SIRVIENTE. Son los pastores. ¿Qué no los vio como inundados por una luz extraña? Y ¿cuándo han dejado sus rebaños en la noche? Le digo a usted, señor mío, que una calamidad ha caído sobre nosotros. (Solloza.)
HAMAR. (Con energía.) ¡No estés llorando! ¡Ve! ¡Síguelos! A ver qué hacen.
(Sale el sirviente. Hamar va hacia el centro del cuarto, se para, se acerca al diván, esconde la bolsa debajo del cojín, se detiene como indeciso y escucha. Después de un momento vuelve a quitar la bolsa de donde la puso y la coge entre las manos, como con miedo de que se la arrebaten. Al entrar Rebeca, la esconde en su cinturón.)
REBECA. ¡Hamar! ¡Hijo mío! ¡Se ha ido! He buscado en todas partes y no la puedo hallar.
HAMAR. ¿Quién se ha ido? ¿Juana?... iNo!
REBECA. (Frotándose las manos.) ¿Qué haré, Hamar? Ella no pudo haberse ido a las montarías tan noche. Los extranjeros hace mucho que se durmieron. ¡Oh, Hamar! (Coge el manto de Hamar.) Tengo miedo. La noche está llena de misterio. Se me oprime el corazón. Es semejante a un profundísimo silencio... espera... espera que hable esa voz. Hamar... ¿qué dirá esa voz?
HAMAR. (No hace caso de las últimas palabras de Rebeca.) Juana... se ha ido. No lo entiendo. (Se sienta en el diván o silla con la cabeza inclinada.)
REBECA. Ella... la del alma más pura entre nosotros. Quizá algún poder extraño nos la ha arrancado antes que caiga sobre nosotros alguna terrible calamidad. Hamar ¿qué haremos?
HAMAR. (Sentado en el diván, pasándose la mano sobre la frente.) Madre, déjame pensar. ¿Qué no tengo ya bastantes penas y dificultades sin que venga esto también? El príncipe no ha venido y mi oro está en peligro de ser robado, y luego esto... (Se levanta y camina nerviosamente de un lado a otro). Puede ser que haya ido a traer algún mandado... pero, ¿salir sabiendo que tanto peligro nos rodea? No... Creo que no. Sin embargo, no la podremos buscar hasta que amanezca. (Entra el sirviente, respirando fatigosamente. Hamar, como asustado, voltea a verlo). ¡David! ¿Qué ha sucedido?
SIRVIENTE. Señor mío, los seguí. Fueron a la falda de la montaña, hasta el establo. Me fui hasta la puerta, pero no me atreví a entrar. Se oían voces extrañas y había una luz muy tenue. Tuve miedo y me vine luego.
HAMAR. Yo voy allá. Esto es muy extraño en verdad. No comprendo lo que significa. (Sale con el sirviente).
REBECA. (Siguiéndolos apresuradamente.) ¡Hamar, no me dejes sola! ¡Hamar! (Se devuelve y se sienta sobre el diván. Entra suavemente Juana, una luz de gozo reflejada en su rostro. Como asustada, Rebeca la ve y extiende sus brazos hacia ella.) ¡Juana!
JUANA. (Oprimiendo las manos contra su pecho.) ¡Oh, Rebeca, nunca he sentido tanta felicidad en mi vida!
REBECA. Hija mía, ¿en dónde has estado? Me has causado mucha angustia y temor. Creí que algún mal te había pasado, con tantas cosas extrañas que suceden en el pueblo en esta noche.
JUANA. Rebeca querida, siento mucho haberte causado intranquilidad. (Se arrodilla ante Rebeca). Pero, no hay nada que temer. Sentí al caminar por donde quiera que iba como si las estrellas estuvieran muy cerca alumbrando mi senda.
REBECA. Juana, ¿qué ha sucedido? ¿Qué ha traído a tus ojos ese brillo tan extraño? Temo que...
JUANA. Oh, Rebeca, yo sabía que algo hermoso iba a acontecer. Lo supe esta mañana cuando encontré floreciendo las estrellas de Belén. Ahora comprendo que florecieron por su venida.
REBECA. (Con asombro.) Juana, me parece que has estado escuchando la voz suave de algún rico extraño. No des importancia a sus promesas, niña. Son, quizá tan pasajeras como el viento.
JUANA. (Tiernamente.) Tú no entiendes, querida Rebeca. Permíteme decirte. Es un niño pequeñito, hermoso, que ha nacido esta noche.
REBECA. (Olvidando su temor.) ¿Un niño... nacido en medio de todo este alboroto? ¿En dónde está? Seguramente perecerá si no está bien abrigado.
JUANA. Tiene el abrigo de un establo en donde la fragancia del heno fresco llena el aire, y en donde las "estrellitas de Belén" se extienden como en una vereda hasta sus pies. Ella me permitió cogerlo en mis brazos.
REBECA. (Suspirando.) ¡Qué dicha sería para mí, arrullar otra vez un niño en mis brazos! ¡Hamar, mi hijito Hamar!
JUANA. Te digo, Rebeca, que el mundo está lleno de luz esta noche... irradiaciones de luces extrañas envuelven las montañas en misterio celestial. Y se oyen músicas lejanas como el dulce cantar de los ángeles.
REBECA. (Volviendo a su temor.) Ya lo sabía. Sentí que la noche abrigaba cosas extrañas. Luces... voces... y ahora un niño que ha nacido. ¡Quizá estemos para oír la voz de Jehová otra vez anunciando la venida de algún castigo! Temo que el niño haya venido de Dios.
JUANA. (Con regocijo.) Rebeca, ¿qué no sería por eso que mi corazón palpitaba con tanta alegría cuando lo cogí en mis brazos? ¡Oh, qué maravilloso sería si verdaderamente el niño hubiera venido de Dios! Ven, vamos las dos a verlo.
REBECA. (Tímidamente.) Tengo miedo.
JUANA. (En la puerta.) Entonces debo ir sola.
REBECA. No, no me dejes sola: iré contigo. (Salen. Casi inmediatamente entra Hamar, seguido por el sirviente. Hamar está muy pensativo.)
SIRVIENTE. ¿No le dije que estaban sucediendo cosas extrañas? ¿Qué haré, mi señor? ¿Llamaré a los otros sirvientes y echaremos a esta gente de aquí?
HAMAR. (Enérgicamente.) No, no despiertes a los huéspedes. No hay nada que temer porque unos cuantos viejos se hayan juntado por la curiosidad de un niño recién nacido.
SIRVIENTE. Pero, mi señor, usted no vio la luz sobre las montañas. Le digo que es bastante para hacer temblar a cualquiera. Y lo veían como si fuera un dios.
HAMAR. (Sarcásticamente.) ¡Bah! ¡Un dios! ¡El hijo de un carpintero de Nazaret! ¡Vaya! ¡Pues el nombre de ese noble de Capernaum que está hospedado en ese cuarto sería inscrito en bronce cuando el nombre de ese campesino fuera inscrito en el polvo de la tierra! Ve al patio y espera al príncipe. Puede ser que aún venga. (Sale el sirviente. Hamar anda para allá y para acá, pensativo). ¡Qué extraño que lo adoraran! Estoy convencido de que lo estaban adorando. (Repentinamente se fija en la "estrellita de Belén" que trae en la mano.) ¿De dónde cogí esta flor? Debo haberla arrancado cuando estuvimos escondidos en la entrada de la vieja cueva. (Saca la bolsa, la retiene en la mano derecha y la flor en la otra, como si las estuviera pesando.) Yo, que antes amaba más una flor que todo el oro del mundo. ¡Vaya! ¡Gustos insensatos de la juventud! (Tira la flor cuando aparece en la puerta el noble de Capernaum. Se vuelve repentinamente.) ¡David! ¿El príncipe ha.... (muestra que se da cuenta de su equívoco)? ¿Mi señor, lo han molestado a usted en algo? No deseo que sufra ninguna incomodidad. Llamaré a mi sirviente.
NOBLE. (Levantando su mano en señal de protesta.) Le ruego que no se preocupe usted por mí. Me sentí algo inquieto, la atmósfera parece oprimirme. Pero quizá esto sea porque cuando uno está viejo y cansado de la vida, todo le molesta, y es difícil hallar un descanso que satisfaga.
HAMAR. (Con sorpresa.) ¡Cansado de la vida y con tanta riqueza! ¿Cómo puede la vida ser una carga así?
NOBLE. ¡Riqueza! Ah, sí, tengo muchas riquezas. Tengo joyas propias para adornar a los reyes. Tengo cofres de oro con que podría comprar mil caravanas. Pero, ¿eso qué? ¿Con esos cofres de oro se podría comprar un momento de felicidad? ¡No! ¡Mil veces, no!
HAMAR. Señor, sin duda usted habla en broma. ¿Qué cosa hay que no se pueda comprar con el oro?
NOBLE. Hijo, con el oro no se puede comprar el amor, ni la felicidad... ni a Dios.
HAMAR. (Sosteniendo un poco alto su bolsa.) Esta noche llega un príncipe. La recámara vacante está preparada y espera su venida. Cuando el oro que me dé por su hospedaje llene esta bolsa, yo le mostraré que sí se puede comprar el amor y la felicidad.
NOBLE. (Se inclina y levanta la flor que Hamar ha tirado.) Yo también tuve sueños tan bellos y hermosos como esta flor. Quisiera yo poseer, en cambio de todo el oro que tengo, el conocimiento de Dios y la pureza de esta sencilla flor.
HAMAR. Se expresa de un modo extraño, señor. No le entiendo…
(Entra el sirviente.)
SIRVIENTE. Alborea el día, señor. Ya el cielo se esclarece y los extranjeros del campo se están levantando.
HAMAR. ¿Que no ha venido? ¿No has visto a nadie que parezca un príncipe?
SIRVIENTE. A nadie, mi señor.
HAMAR. Quién sabe si te hayas dormido un rato en tu puesto y él haya venido y se haya vuelto a ir.
SIRVIENTE. Le aseguro, mi señor, que mis ojos no se han cerrado ni por un momento. Mire, todavía estoy temblando a causa de la tensión de esta noche extraña. ¿Cree usted que podría dormir así?
HAMAR. (Volteando hacia un lado.) Así que el profeta me ha engañado. No vendrá tal príncipe.
SIRVIENTE. ¡Oiga! Vuelven ya. ¿Que no terminará esta terrible noche?
(Se oyen voces afuera como antes. El noble escucha atentamente.)
1ª VOZ. Es verdad. Esa luz brillará en nuestros corazones para siempre.
2ª VOZ. ¡Y qué raro que el Señor nos lo revelara a nosotros, humildes pastores!
3ª VOZ. ¡Un Salvador, que es Cristo el Señor! ¡Al fin el sueño de Israel se ha realizado!
1ª VOZ. Vamos a extender las nuevas por toda la comarca, para que otros sientan también este gozo.
NOBLE. ¿Qué es lo que están diciendo? Hablan de una luz, un gozo, un Salvador. Voy a seguirlos para saber de qué se trata.
HAMAR. Espere usted, mi señor. No dé usted importancia a eso. Son unos cuantos pastores tras una vana ilusión.
(Sale el noble sin hacerle caso a Hamar.)
SIRVIENTE. ¿Oyó usted lo que estaban diciendo? Dijeron que el Señor se lo había revelado a ellos. Esto me turba mucho.
HAMAR. (No hace caso de las palabras del sirviente.) Ese comerciante rico de Cesárea me hubiera dado cincuenta piezas de oro. ¡Qué necio he sido! ¿Pudo el profeta haberse equivocado respecto al tiempo en que había de venir el príncipe? ¿O quizá vino, y entre tanta confusión, fue devuelto de la puerta? He tenido una suerte ingrata. Juana se ha ido... y he perdido la oportunidad de mi vida.
(Aparece Juana en la puerta.)
JUANA. (Con voz suave). Sí, Hamar, la has perdido; pero quizá... aún hay tiempo.
HAMAR. (Volviendo repentinamente al oír la voz de Juana. Extiende sus brazos hacia ella.) ¡Juana! ¡Has vuelto!
JUANA. ¿Verdad que es maravilloso, Hamar? Vamos a traerlos aquí, al cuarto vacante, no es demasiado tarde.
HAMAR. ¿Y tú también? ¿Qué se ha vuelto loco todo el pueblo por un niño recién nacido? ¿Qué hay de raro en que nazca un niño?
JUANA. Pero ese niño ha venido de Dios, Hamar. ¿Qué no oíste decir cómo los ángeles anunciaron a los pastores que el Cristo había nacido?
HAMAR. ¿Y tú crees esa fábula?
JUANA. ¿Los traeré, Hamar?
(Hamar hace un gesto de oposición. Entra con alborozo el noble.)
NOBLE. Ya ha venido. Dios se ha revelado a los hombres. (Camina de un lado a otro, pensativo.) ¡Quién hubiera pensado que lo haría por medio de un niño! Y sin embargo... ¿De qué otro modo sería más propio? Una vida pura y blanca... como una flor; pero, dicen que está acostado en un pesebre. Esto no debe ser. (Con entusiasmo.) ¡Su cuarto vacante, Hamar! Permita usted que lo traigamos aquí. Mire usted. ¡Cien piezas de oro por su cuarto vacante! (Deja caer una bolsa sobre la mesa.)
HAMAR. (Mirando con interés dentro de la bolsa, fijándose en su contenido; una luz de satisfacción embarga su rostro, saca las monedas y las deja caer de una mano a la otra.) Cien piezas de oro... ¿Por el cuarto vacante? ¡Rentado!
NOBLE. (Al sirviente.) Llévame con él. Deseo con anhelo verlo y traerlo aquí.
(Salen los dos. Hamar se sienta sobre el diván y cambia el oro de la bolsa que le dio el noble a la suya. Juana lo ve tristemente.)
HAMAR. (Levantando y extendiendo sus brazos hacia ella.) ¡Juana, mira! Todo es tuyo. Seguramente que ahora no me rechazarás. Tendrás joyas para adornar tu cuello y trajes de terciopelo carmesí... ¿Que todavía no es suficiente?
JUANA. (Tristemente.) Oh, ¿qué no entiendes? El Hamar a quien yo amaba fue el Hamar que esperaba con anhelo que florecieran las silvestres estrellitas de Belén, aquel que hubiera creído con todo su corazón el mensaje de los ángeles dado a los pastores. ¿Ya has olvidado cómo platicábamos acerca de esta noche, cuando las profecías se habrían de cumplir? Oh, Hamar, ¿no te acuerdas cómo soñábamos y pensábamos acerca de Dios?
(Hamar está parado en silencio, con la bolsa en la mano. Ella lo ve tristemente, y sale con la cabeza inclinada.)
HAMAR. (Hablando despacio.) El noble de Capernaum habló la verdad. Con el oro no se compra el amor.... ni la felicidad... ni a Dios.
ESCENA III
(Es de noche, una semana más tarde.)
(Rebeca está sentada cosiendo una tela blanca. Entra Juana.)
REBECA. Mira, Juana, le estoy haciendo un vestido para cuando sea más grandecito.
JUANA. (Tocándolo suavemente.) Ese es un vestido hecho de una sola pieza, ¿verdad? Y lo estás haciendo de una tela fina de Damasco que has estado atesorando por tanto tiempo.
REBECA. Sí, voy a hacerle vestidos durante todos los días de su vida... a lo menos mientras puedan trabajar estas manos. Seguramente ellos vendrán algunas veces a Jerusalén a la Pascua y entonces se los puedo llevar. Y cuando yo me muera, se los puedes hacer tú, ¿verdad, Juana? Pero también, puede ser que llegue a ser un gran rey y no use más que vestidos de seda y terciopelo.
JUANA. (Suavemente.) ¿Que no nació en un pesebre y fue revelado por los ángeles primeramente a los humildes pastores? No, hay algo que me indica que él querrá siempre usar estos humildes trajes.
REBECA. Me he sentido muy feliz en estos días. He sido tan dichosa de poder coger a un niño en mis brazos otra vez. ¿No crees tú, Juana, que Hamar llegará a creer también la historia de los pastores?
JUANA. (Volteando a un lado tristemente.) No sé. Ha estado tan cabizbajo y callado en estos días que parece haber perdido toda esperanza e interés en la vida. Anda como en la obscuridad.
REBECA. (Mirando hacia el patio.) Allá viene con el noble de Capernaum. Quizá deseen entrar aquí. Vámonos antes de que lleguen.
(Salen e inmediatamente después entran Hamar y el noble. Hamar anda de allá para acá; se para en actitud pensativa.)
NOBLE. Tengo que salir mañana. He retardado mi estancia aquí, gozando de la nueva paz que he encontrado y esperando con anhelo que mi hija la encuentre también.
HAMAR. ¿Ella no la ha encontrado?
NOBLE. No, ella no la ha encontrado. Ojalá y se verificara alguna otra señal milagrosa para convencerla... y a ti también.
HAMAR. (Con desaliento.) No puedo concentrar mi mente. Siempre que procuro pensar en él, aparece delante de mis ojos una visión de oro. (Toca la bolsa que está en su cinturón.) Lo veo cuando alzo la vista para mirar a las estrellas, cuando veo la luz del sol, o las flores. Ha llegado a ser para mí un peso inmenso que me está arrastrando hacia abajo. No sé que me pasa.
NOBLE. Ya lo entiendo. Y sin embargo, ¿no podría la dulzura del canto de los ángeles traer paz a su corazón como al mío?
HAMAR. ¿Cómo puedo yo saber que hubo tal coro de ángeles? Ya confié en las palabras del profeta, pero el príncipe prometido no vino. ¿Por qué había yo de creer en un cuento de pastores? Me gustaría creer. Daría cuanto poseo por creer, porque quizá creyendo, ella volvería a mi lado.
(Entra el sirviente.)
SIRVIENTE. Vienen otros extranjeros, mi señor. Traen riquezas en joyas y una caravana de camellos y criados.
HAMAR. ¿Por qué no los invitaste a entrar? ¿Buscan hospedaje?
SIRVIENTE. No, señor, están buscando a un rey.
HAMAR. ¿Buscando a un rey... aquí?
SIRVIENTE. (Señalando hacia el patio.) Mire usted. Están esperando allá en aquella puerta.
HAMAR. (Mirando y cogiendo el brazo del noble.) ¡Mire usted, señor! Esos hombres son ricos. Los adornos de sus camellos brillan como joyas. Sus vestidos son de finísimo terciopelo, de color carmesí y azul celeste. ¡David! (Con entusiasmo.) Ve y prepara las más elegantes recámaras. Estos huéspedes son de la verdadera nobleza. Ellos pagarán bien... (Repentinamente se voltea, anda hacia un lado, como si recordara algo.) Ah, se me olvidaba. ¿Para qué quiero yo su oro? ¡Otra carga más!
SIRVIENTE. ¿Qué debo decirles? Buscan a un rey. Yo les dije que el rey de los judíos estaba en Jerusalén; pero ellos dicen que una estrella los ha conducido a este lugar.
NOBLE. (Extendiendo sus brazos hacia Hamar.) Hamar, eso es, ¿qué no comprendes? Están buscando al niño. Esta es la otra señal. Dios la ha mandado.
HAMAR. (Volviendo despacio.) ¿El niño? ¿Están buscando al niño del carpintero?
NOBLE. Quizá querrán ir a adorarlo como los pastores. Vamos nosotros con ellos a ver.
HAMAR. Puede ser que sea verdad. David, acompáñalos a donde está el niño en el cuarto vacante. ¡Qué extraño! No veo más que el oro relumbrar ante mis ojos. (Talla los ojos como si sintiera que algo le estorba.)
(Salen el sirviente y el noble. Pronto entra el profeta.)
PROFETA. (Levantando sus brazos en acción de gracias.) Lo he visto. He visto al Cristo. Bendito tú, Hamar, que el mensajero del Altísimo mora dentro de tus puertas.
HAMAR. ¿Por qué he de creer lo que tú me dices? Me dijiste que vendría un príncipe, y lo esperé toda la noche. Esa fue una patraña tuyo para engañarme.
PROFETA. Oh, hijo, no digas eso. ¿No te dije que buscaras a Dios en el polvo del desierto así como en el ardiente sol poniente? Hay coronas de oro y coronas de estrellas. Escucha las palabras del Altísimo: "Porque un niño nos es nacido, hijo nos es dado... y llamarás su nombre Admirable, Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno, Príncipe de paz". (Sale el profeta.)
HAMAR. ¿El príncipe... de paz? El príncipe... (Inclina la cabeza.) Oh, Dios mío, ha venido y yo no lo recibí. Nació en un pesebre cuando yo tenía un lugar vacante. ¡Perdón, Padre mío!
(Entra el noble.)
NOBLE. Hamar... ¡Lo están adorando y ofreciéndole mirra, incienso y oro!
HAMAR. ¿Oro... dice usted que le están ofreciendo oro?
NOBLE. Uno de los magos le presentó un cofre del oro más fino de ofir.
(Hamar toca la bolsa que trae en el cinturón, y asume una expresión de arrepentimiento.)
HAMAR. (Mirando hacia arriba, teniendo la bolsa en alto.) Dios mío, ¿querrías convertir esto que me ha sido una carga, en bendición? ¿Cree usted que lo aceptará Señor?
NOBLE. Por supuesto que sí, Hamar, ve y adóralo... Jehová mismo te bendecirá.
HAMAR. (Después de vacilar un poco.) ¡Sí, mi Señor, iré donde el niño!
(Entra Juana.)
JUANA. ¡Hamar! ¿En dónde estás?
NOBLE. Ha ido a poner su oro a los pies del Salvador.
JUANA. ¡Oh, alabado sea Dios! (Junta sus manos, y mira hacia arriba en actitud de dar gracias. Luego se vuelve hacia el noble.) Su hija, señor, lo está esperando entre las estrellitas de Belén que crecen en la falda de las montañas. Y se nota en su rostro una mirada de nuevas esperanzas.
NOBLE. (Reverentemente.) ¡Gracias a Dios! (Sale.)
REBECA. (Entrando aprisa.) ¡Juana! Hamar lo está adorando también. ¿Verdad que es una bendición? ¡Y pensar que yo temía que Jehová hablara otra vez, cuando su voz es una voz de amor!
JUANA. ¿Se han marchado los extranjeros, Rebeca?
REBECA. No. Esta noche se van a quedar en el mesón. Iré a ver que todo esté arreglado para que estén cómodamente. (Sale.)
(Entra Hamar, con una expresión de contento.)
HAMAR. (Al ver a Juana.) ¡Juana! ¡Todo ha pasado! La carga que sentía ya no la siento. Todo lo he puesto a sus pies, y sé que soy perdonado.
JUANA. ¡Hamar!
HAMAR. Juana, (al auditorio) mira, florecen las estrellitas de Belén, y otra estrella brilla sobre nosotros... la estrella del Salvador. iLa seguiremos... juntos para siempre!
JUANA. Sí, querido Hamar, y ella nos conducirá hacia el verdadero amor... hacia la eterna felicidad...
HAMAR. (Inclinando su cabeza.) Y hasta Dios.
REBECA
HAMAR
SIRVIENTE
NOBLE
HIJA DEL NOBLE
JUANA
PROFETA
MARÍA
PASTOR 1
PASTOR 2
PASTOR 3
(Escenario: Un cuarto en el viejo mesón de Belén. Tapices colgados de las paredes; divanes o bancos entapizados con telas de colores, imitando el estilo oriental. Al fondo una puerta que conduce al patio. Es de noche.)
(Por la puerta del patio entra Hamar con paso firme; se fija en su derredor para estar seguro de que nadie lo ve, luego saca de su cinturón una bolsa de cuero. Se para detrás de una puerta, desata la bolsa, saca unas cuantas monedas y las deja caer entre los dedos de una mano a otra. Al entrar Rebeca, aprisa vuelve a meter la bolsa a su cinturón.)
HAMAR. (Severamente.) ¡Madre! ¡Me asustaste! ¿Qué hay? ¿Vienen más forasteros?
REBECA. Sí, hay una multitud en las puertas. Se necesitan dos guardas para imponer el orden en el patio. A mí no me agrada esto. El alboroto es demasiado. No parece ésta la ciudad de nuestros padres.
HAMAR. (Con entusiasmo.) No hables así, madre. ¿No es esta una magnífica oportunidad para ganar mucho dinero? ¿No están las provincias de Galilea, Judea, y aun el país más allá del Jordán, derramando sobre nosotros sus riquezas? ¡Mira! (Saca la bolsa y se la enseña a su madre; ésta se asoma para ver su contenido). Tú nunca viste tanto dinero durante todos los años que vivió mi padre.
REBECA. (Moviendo la cabeza) A mí no me importa el oro. Y este tumulto de gente... ¡Me llena de espanto!
HAMAR. ¡Ah, madre! A ti no te llama la atención el oro porque ya has dejado atrás los anhelos y deseos de la juventud. Pero a Juana, ¡cómo hará brillar sus ojos negros! Quizá ahora accederá a mis ruegos de que sea mi esposa.
REBECA. (Con temor.) No, hijo mío, tú no puedes ganar el corazón puro de tu prima por medio del oro. No la tientes con promesas de riqueza, o la perderás para siempre.
HAMAR. (Con impaciencia.) Tú hablas palabras necias. ¿Qué mujer hay que no sea atraída por los encantos del oro? (Entra el sirviente y se para respetuosamente a un lado. Hamar, con entusiasmo, al sirviente.) ¿Qué nuevas me traes? ¿Hay algunos marchantes más afuera?
SIRVIENTE. Sí, mi señor, llegó un noble de Capernaum que desea hospedaje para él y su hija. Suplica con insistencia.
HAMAR. Debemos tener mucho cuidado. Quedan solamente dos cuartos. Déjame pensar un momento. (Pausa.) Está bien, dale el pase.
(Entra el noble de Capernaum, un hombre de rico atavío y de regio porte junto a su hija. Se muestra muy inquieto.)
NOBLE. ¿Es usted el dueño de este mesón?
HAMAR. Yo soy Hamar de Belén, dueño de este mesón.
NOBLE. ¿Le quedan a usted cuartos? Dicen que todas las casas del pueblo están completamente llenas. Mi hija y yo debemos hallar hospedaje.
HAMAR. (Con precaución.) El hospedaje en Belén esta noche es caro. Tengo un cuarto en el lado sur, más allá del patio. Es suyo... por buen precio.
NOBLE. Le ofrezco Diez piezas de oro por su cuarto.
HAMAR. (Moviendo la cabeza.) ¡No! No, mi Señor, me temo que me debe ofrecer un poco más.
NOBLE. (Mirando a su hija angustiado como buscando alguna respuesta.)
HIJA. Padre... No vale la pena, vámonos de aquí.
NOBLE. ¡Espera, hija! (A Hamar.) Le ofrezco veinte piezas de oro por ese cuarto… ¡nada más!
HAMAR. (Satisfecho.) Muy bien, es suyo el cuarto. Yo mismo iré para ver que lo alisten Pronto. (Se va Hamar, seguido por el noble y por el sirviente.)
REBECA. (Caminando de un lado a otro del cuarto.) Todo esto me abruma sobremanera. La sombra de Roma cubre como un espíritu maligno, las tranquilas montañas de la ciudad de David. ¿Que no prohibió Jehová mismo al gran rey, nuestro padre David, que contara a su pueblo? ¡Y no se ha oído la voz de Jehová por tanto tiempo! (Se sienta y recarga la cabeza en la pared). Tengo temor. ¡Quizá Jehová guarda enojo para con su pueblo! Mi corazón me dice que en estos días algo muy extraño y trascendental va a acontecer.
(Entra Juana, sonriendo felizmente. Se detiene repentinamente cuando ve a Rebeca y luego se acerca y la abraza.)
JUANA. No hay nada que temer, Rebeca querida. Esta gente que ha venido a nuestro pequeño pueblo, lo ama como tú y yo. Como nosotros, ellos también honran la memoria de nuestro padre David, y también aman los campos verdes en donde él pastoreaba sus ovejas.
REBECA. ¡Juana, al fin has regresado a casa. Me tenías con cuidado! ¿En dónde has estado, hija mía?
JUANA. He estado allá junto a las montañas ayudando a las mujeres que tienen que pasar la noche en el campo sin abrigo. Muchas no tienen carpas, ni alimento, y los niños tienen frío y hambre. Volví para ver si podía llevarles alimento y cobijas. Necesito ver a Hamar. ¿En dónde está?
REBECA. No, no le pidas nada a Hamar. Temo que él no esté dispuesto a ayudarte.
JUANA. (Pensativa.) Quizá dices bien. No es el mismo Hamar de antes que reía tan alegremente, el Hamar que hubiera compartido todo lo que tenía para ayudar a otros.
(Sin ser vista por Juana, sale Rebeca, y después de un momento, entra Hamar.)
HAMAR. (Extendiendo los brazos.) ¡Juana!
JUANA. (Sacando una flor de su blusa.) ¡Mira, Hamar, mira! Ya están en flor las estrellitas blancas de Belén, allá en la falda de las montañas, junto al viejo establo. ¿No te acuerdas cómo amábamos estas estrellitas blancas?
HAMAR. (Con menosprecio.) Pero, ¡mira! Ahora yo tengo algo que darte mucho mejor que flores, Juana. Por años lo he soñado y ahora los cielos se han abierto y lo han derramado sobre mí a manos llenas. (Abre la bolsa, saca unas cuantas monedas y las tiende hacia ella.) Mira, ¿verdad que es más brillante y más hermoso que la flor más bella? Seguramente ahora me escucharás porque, ¿qué hay que se desee más que el oro?
JUANA. (Volviendo el rostro.) Pero el oro no me llama la atención, Hamar. Todo lo que a mí me atrae del oro es su color dorado como el del brillante sol sobre el rocío de las flores, y como el de las estrellas que iluminan la nebulosa obscuridad.
HAMAR. (Mostrando impaciencia.) Pero tú no entiendes, Juana. El oro te dará todo lo que puedas desear en la vida. Tendrás trajes delicados de color carmesí; de los tesoros del oriente tendrás brazaletes y collares, como los que adornan a las esposas de los ricos mercaderes que acabo de ver en el patio exterior. Tendrás rubíes y zafiros para adornar tu suave y hermosa cabellera, y anillos de oro para tus blancos dedos. Y dentro de poco tiempo... tendremos una magnífica casa en Jerusalén con patios hermosos, con jardines, y fuentes de mármol finísimo.
JUANA. (Tranquila.) Sí, Hamar, todo eso es hermoso. Pero las joyas que a mí me agradan y me llenan de contento, son las gentiles florecitas blancas que cubren las faldas de las montañas. Ningún jardín podría ser tan hermoso como el suave verdor de los valles y las montañas, en donde los pastores vigilan sus rebaños.
HAMAR. (Volteando desesperado.) ¡Oh, ya entiendo! Es porque no tengo bastante. Algún día, cuando tenga más oro, me escucharás.
(Juana se sienta sobre el diván, y voltea su rostro tristemente. Entra el sirviente.)
SIRVIENTE. El extraño anciano está afuera, señor... al que llaman el "profeta", que pasa su tiempo soñando en el desierto. Yo le dije que usted estaba ocupado; pero él insiste mucho en verlo. Los otros sirvientes le tienen miedo y no lo echan fuera. ¿Qué hago, señor?
HAMAR. ¿El profeta, dices? No hay nada que temer. Ha sido amigo mío desde una vez que me extravié en el desierto cuando era niño. Dale el pase.
SIRVIENTE. Dicen las gentes que nunca aparece en el pueblo a menos que algo vaya a suceder. (El sirviente sale, y después de un momento vuelve a entrar seguido del profeta.)
HAMAR. (Se arrodilla ante el profeta.) Bienvenido, padre mío. (Se levanta.) ¿Qué es lo que se te ofrece?
PROFETA. (Poniendo su mano sobre la cabeza de Hamar.) Hijo, que las bendiciones del Señor sean contigo. Aquel que habla a los hombres en el silencio del desierto y la quietud de las estrellas, ha hablado un mensaje a su siervo.
HAMAR. Pero, seguramente ese mensaje no tiene nada que ver conmigo.
PROFETA. (Alzando las manos en actitud de súplica). Escucha, hijo mío, las palabras que he recibido en el desierto: “Antes del amanecer llegará un Príncipe a la ciudad de David, a la casa de Hamar el Betlehemita. La bendición del Altísimo sea sobre aquel que lo reciba”.
HAMAR. (Con sorpresa.) ¡Un príncipe! ¿Un príncipe viene a Belén? ¿Y a mi casa? Si es verdad, debo hacer los preparativos para recibirlo. Sólo un cuarto me queda.
PROFETA. He aquí, los caminos de Jehová son extraños y llenos de misterio. He buscado su presencia en el sol poniente, solamente para hallar su Espíritu brillando en las arenas del desierto. El que tiene oídos, oiga. Volveré al desierto.
JUANA. (Siguiéndole.) Voy a prepararle algo para su viaje.
HAMAR. (Parado en donde el profeta lo dejó, muestra sorpresa e interés.) ¡Un príncipe va a venir! (Va a la puerta y llama con voz fuerte.) ¡David! (Entra el sirviente.) Prepara el cuarto del poniente. Y no permitas que nadie entre allí sin mi consentimiento. Saca los más finos tapices y las sábanas de lino fino de Damasco. Además, prepara una comida con los más ricos manjares.
SIRVIENTE. Sí, señor mío.
HAMAR. (Entusiasmado.) Un gran príncipe viene esta noche y debemos hacer los preparativos propios para su llegada. El profeta me lo ha revelado, y sus revelaciones raras veces yerran.
SIRVIENTE. ¡Un príncipe! (Hablando solo, con expresión de asombro.)
HAMAR. Permanece en el patio y vigila. Si llega alguien de categoría ilustre dale el pase. Puede ser que llegue con traje humilde por temor al pueblo; pero traerá oro, y esto es lo que me interesa sobre todo. Ten mucho cuidado, ¿me entiendes?
SIRVIENTE. (Alborozado.) ¡Un príncipe! ¡Cuánto he soñado ver a un príncipe! Cuidaré bien, mi señor. (El sirviente sale y al ratito entra Juana.)
JUANA. Ya se fue el profeta. Nadie sabe cómo desapareció tan pronto.
HAMAR. Así es él… Viene y se va silenciosamente como la noche; pero siempre trae buenas nuevas, Juana. (Extiende sus manos hacia ella.) ¿Oíste lo que dijo el profeta? La suerte nos favorece. La recámara del poniente está todavía desocupada; les he encargado a mis criados que la arreglen con el mobiliario más fino de la casa.
JUANA. (Con entusiasmo.) Ha de ser un príncipe noble que trae una misión celestial, de otro modo, el profeta no hubiera venido a anunciar su llegada. A él le interesan solamente las cosas de Jehová. Oh, Hamar, ¡qué maravilloso sería si nosotros pudiéramos tener parte en alguna obra gloriosa para el levantamiento de Israel!
HAMAR. ¡Qué cosas tan extrañas hablas, Juana! ¿Qué no entiendes? El príncipe nos traerá oro. La recámara del poniente es la única que queda vacante en todo el pueblo, y él pagará reglamente por ella. Seremos ricos, Juana. ¡Quizá tú y yo podremos pronto ir juntos a Jerusalén!
JUANA. (Suspirando.) ¡Oh, Hamar! Pensé por un momento que tú también habías entendido la visión del profeta; pero no, no la entiendes.
(Entra el sirviente.)
SIRVIENTE. (Con entusiasmo.) Ya está aquí, mi señor, afuera, en el patio. Ya vino. Estoy seguro que él es.
HAMAR. ¿Quién vino? ¿El profeta?
SIRVIENTE. ¡No, no! ¡El príncipe! Estoy seguro que es él. Tiene la apariencia de un rey, y su semblante es de verdadera nobleza. Venid y ved, mi señor.
HAMAR. ¿Viene con elegancia, acompañado de muchos sirvientes? Y sus vestidos, ¿son semejantes a los de los príncipes?
SIRVIENTE. No, mi señor, viene solamente con su esposa, cuya belleza, ni la más humilde vestidura de las campesinas podría ocultar. Pero, como usted dijo, mi señor, él podría ocultar su verdadera identidad y posición bajo un humilde disfraz.
HAMAR. Es verdad. Invita a la esposa a pasar mientras yo voy a hablar con él. (Sale Hamar seguido por el sirviente.)
(Juana se sienta con la cabeza inclinada como en profunda meditación. Al ratito aparece María al fondo. Si se quiere, una luz suave puede alumbrar sobre ella, mientras camina despacio hacia adelante y Juana voltea y la ve. Intempestivamente Juana extiende sus brazos hacia ella.)
JUANA. ¡Usted es la princesa! ¡Qué hermosa es!
María (sonriendo dulcemente): No, niña, no me llames hermosa. Si notas alguna hermosura en mi semblante, es la luz de la dicha que gozo... y quizá un reflejo del amor de Dios, porque él ha estado cerca de mí durante todos los días de nuestra larga jornada.
JUANA. (Con asombro.) ¡Un reflejo del amor de Dios! Yo he pensado en la justicia y misericordia de Dios, pero nunca en su amor. Querida princesa, usted se siente fatigada, ¿no? Debe haber viajado desde muy lejos.
MARÍA. Sí, es algo lejos de donde vinimos. Pero hemos viajado despacio, descansando durante las horas del calor más intenso del día. Así es que hemos tardado algunos días en llegar. Vinimos de Nazaret de Galilea.
JUANA. ¡Nazaret! ¡Un príncipe de Nazaret!
MARÍA. No un príncipe, no, niña. Mi esposo, José, es solamente un humilde carpintero. Hemos venido por mandato de César para ser empadronados en nuestro propio suelo. Somos del linaje de David.
JUANA. Me alegro mucho de que hayan venido.
MARÍA. Quisiéramos hospedaje por esta noche. Podemos pagar sólo unas cuantas piezas de plata. Ojalá tengan lugar para nosotros.
JUANA. Sí, sólo nos queda un cuarto, y es sumamente elegante. Lo hemos reservado para ustedes (Entra Hamar, con expresión de enfado. Juana se vuelve hacia él repentinamente). ¡Qué gusto tengo que hayas reservado el cuarto del poniente! ¡Los llevaré para que vayan a descansar!
HAMAR. (Con expresión de contrariedad.) ¿Qué quieres decir? Este no es príncipe. El sirviente cometió un error necio e imperdonable al juzgarlo un príncipe. ¡Tomar por príncipe a un rústico carpintero de Nazaret! ¡Bah! ¡Y de todos los lugares, Nazaret! ¿Qué cosa buena puede venir de Nazaret? ¡Y tuvo la osadía de ofrecerme cinco piezas de plata por el último cuarto que me queda!
JUANA. ¡Calla, Hamar! ¿Qué vale el oro cuando dos compatriotas nuestros necesitan de nuestro auxilio? Seguramente el cuarto vacante está disponible para estas dos buenas personas.
HAMAR. (Apartando la mano de Juana de su brazo. Se dirige a María.) Señora, su esposo la está esperando afuera. No tenemos lugar para ustedes. ¿Lo oye? ¡No hay lugar!
JUANA. (Se acerca a María y la abraza, y se dirige a Hamar.) ¡Hamar, tú no podrás ser tan cruel! Tú no debes obligar a estas personas a que vayan a las montañas a pasar la noche a la intemperie. Hace bastante frío. Primero iría yo.
MARÍA. Yo no temo las montañas, niña. Las estrellas son más bondadosas que algunos techos, y el Espíritu de Jehová está en todas partes. El cuidará de los suyos. Solamente por ti, amiga mía, quisiera que nos pudieran servir, dándonos hospedaje por esta noche. Porque sé que es la voz del Señor que te inspira a hablar por nosotros.
(Hamar está parado medio vuelto de espaldas. Juana se le acerca con súplica.)
JUANA. Oh, Hamar, ¿no me permites llevarlos al cuarto vacante?
HAMAR. (Levantando el brazo con enojo.) ¡No! ¡Nunca! La palabra del profeta nunca se cumplirá. Si tú quieres complacer a estos nazarenos, llévalos al viejo establo que está en la falda de la montaña, en donde se guarecen los animales. El techo de un establo, y paja para su lecho, es bastante bueno para gente como ellos.
(Juana sale con María del cuarto, con el brazo alrededor de sus hombros. Hamar se queda parado, pensativo por un momento. Saca la bolsa de su cinturón, pero al oír pasos, la vuelve a guardar. Entra el sirviente).
SIRVIENTE. Hay un gentío en el patio, mi señor. Están ofreciendo vastas sumas de oro por el cuarto vacante. Un mercader de Cesárea ofrece cincuenta piezas de oro.
HAMAR. (Los ojos muy abiertos expresando gran sorpresa.) ¿Cincuenta? Esto es más de lo que vale la cosecha de fruta de todo el año.
SIRVIENTE. El príncipe no ha venido. ¿Lo rentamos al mercader, señor?
HAMAR. (Pensativo.) No, eso no es bastante. Quizá habrá alguien que ofrezca cien piezas de oro. No... Esperaremos mejor al príncipe. Me conviene más. El vendrá. Quizá no tarda.
ESCENA II
(Es de noche. Casi al alborear el día. Las luces muy débiles.)
(Hamar está sentado ante una mesa, con su bolsa de oro enfrente. Hay monedas sobre la mesa y él las está contando. Repentinamente se levanta, pone las monedas en la bolsa y se dirige a la puerta del patio, al llegar a ésta se asoma hacia afuera, se vuelve caminando despacio hacia el centro del cuarto y se para con la cabeza inclinada dando el frente al auditorio, las manos oprimiendo la bolsa. Se oyen voces en el patio. Levanta la cabeza repentinamente y escucha. Estas voces pueden ser de los mismos que tienen parte. Estando ocultos pueden leer sus partes; pero claro y despacio.)
1ª VOZ. ¡Callen! No despierten al vecindario. Vamos a ver si es verdad.
2ª VOZ. ¡Qué obscuro está el patio! Vengo casi ciego por esa luz que vimos.
3ª VOZ. Vámonos. No hay pesebre cerca de esta casa. Hay que buscar en otra parte.
1ª VOZ. ¡Miren! ¿Qué no ven una luz algo extraña en la falda de aquella montaña?
2ª VOZ. ¿Y si es algún ardid para engañarnos? Siento miedo. Las piernas me tiemblan. Volvámonos con nuestras ovejas que dejamos en el campo.
3ª VOZ. ¡No seas cobarde! Sigamos buscando antes de que amanezca y todo el pueblo despierte.
(Cesan las voces. Con una expresión de temor, Hamar se dirige al patio, en la puerta cuchichea en voz audible.)
HAMAR. ¡David! (Entra el sirviente silenciosamente.) ¿Quiénes andan por allí? Se oyen voces en el patio.
SIRVIENTE. (Temblando.) Señor mío, yo no sé. Cosas extrañas están sucediendo esta noche. Siento mucho miedo.
HAMAR. (Cogiendo fuertemente su bolsa.) ¿Qué cosas? No te estés allí como un tonto, temblando. ¡Habla!
SIRVIENTE. (Los dos mirando hacia afuera y el sirviente apuntando hacia las montañas.) ¿No ve usted algo extraño allá?
HAMAR. (Haciéndose sombra a los ojos con la mano.) No veo más que las lumbres campestres de los pastores; pero seguramente no hay nada extraño en eso.
SIRVIENTE. Se está opacando más y más. Ya no se ve tan brillante.
HAMAR. ¿Qué no se ve tan brillante?
SIRVIENTE. La luz. Le digo que había una luz allá más brillante que la luz de pleno día. Parecía como si de los cielos descendiera una luz dorada y brillante sobre las montañas.
HAMAR. ¡Qué luz dorada ni qué nada! Ahora sé que estabas soñando. Es que hoy has visto demasiado oro.
SIRVIENTE. No, mi señor, era una luz... una luz tan brillante que pude distinguir a los pastores de rodillas en medio de ella. Alguien estaba parado cerca de ellos... y oí una voz... y luego muchas voces cantando...
HAMAR. (Con incredulidad y desprecio.) ¿Eso es todo? Eres un soñador. ¡Oye! ¿Qué fue eso?
SIRVIENTE. (Asomándose hacia fuera.) Son los extranjeros. Rodearon el establo y vienen de regreso.
HAMAR. (Se retira de la puerta y se dirige al sirviente.) Fíjate muy bien, a ver si los conoces. Hay gente de todas las naciones en el pueblo esta noche. ¿Y si algunos de ellos están pensando en robarme el dinero? (Pronto esconde la bolsa en su cinturón.)
SIRVIENTE. (Se retira de la puerta.) ¡Señor mío, tengo miedo!
HAMAR. (Cogiéndolo del brazo.) ¿Quiénes son? ¿Pudiste ver bien?
SIRVIENTE. Son los pastores. ¿Qué no los vio como inundados por una luz extraña? Y ¿cuándo han dejado sus rebaños en la noche? Le digo a usted, señor mío, que una calamidad ha caído sobre nosotros. (Solloza.)
HAMAR. (Con energía.) ¡No estés llorando! ¡Ve! ¡Síguelos! A ver qué hacen.
(Sale el sirviente. Hamar va hacia el centro del cuarto, se para, se acerca al diván, esconde la bolsa debajo del cojín, se detiene como indeciso y escucha. Después de un momento vuelve a quitar la bolsa de donde la puso y la coge entre las manos, como con miedo de que se la arrebaten. Al entrar Rebeca, la esconde en su cinturón.)
REBECA. ¡Hamar! ¡Hijo mío! ¡Se ha ido! He buscado en todas partes y no la puedo hallar.
HAMAR. ¿Quién se ha ido? ¿Juana?... iNo!
REBECA. (Frotándose las manos.) ¿Qué haré, Hamar? Ella no pudo haberse ido a las montarías tan noche. Los extranjeros hace mucho que se durmieron. ¡Oh, Hamar! (Coge el manto de Hamar.) Tengo miedo. La noche está llena de misterio. Se me oprime el corazón. Es semejante a un profundísimo silencio... espera... espera que hable esa voz. Hamar... ¿qué dirá esa voz?
HAMAR. (No hace caso de las últimas palabras de Rebeca.) Juana... se ha ido. No lo entiendo. (Se sienta en el diván o silla con la cabeza inclinada.)
REBECA. Ella... la del alma más pura entre nosotros. Quizá algún poder extraño nos la ha arrancado antes que caiga sobre nosotros alguna terrible calamidad. Hamar ¿qué haremos?
HAMAR. (Sentado en el diván, pasándose la mano sobre la frente.) Madre, déjame pensar. ¿Qué no tengo ya bastantes penas y dificultades sin que venga esto también? El príncipe no ha venido y mi oro está en peligro de ser robado, y luego esto... (Se levanta y camina nerviosamente de un lado a otro). Puede ser que haya ido a traer algún mandado... pero, ¿salir sabiendo que tanto peligro nos rodea? No... Creo que no. Sin embargo, no la podremos buscar hasta que amanezca. (Entra el sirviente, respirando fatigosamente. Hamar, como asustado, voltea a verlo). ¡David! ¿Qué ha sucedido?
SIRVIENTE. Señor mío, los seguí. Fueron a la falda de la montaña, hasta el establo. Me fui hasta la puerta, pero no me atreví a entrar. Se oían voces extrañas y había una luz muy tenue. Tuve miedo y me vine luego.
HAMAR. Yo voy allá. Esto es muy extraño en verdad. No comprendo lo que significa. (Sale con el sirviente).
REBECA. (Siguiéndolos apresuradamente.) ¡Hamar, no me dejes sola! ¡Hamar! (Se devuelve y se sienta sobre el diván. Entra suavemente Juana, una luz de gozo reflejada en su rostro. Como asustada, Rebeca la ve y extiende sus brazos hacia ella.) ¡Juana!
JUANA. (Oprimiendo las manos contra su pecho.) ¡Oh, Rebeca, nunca he sentido tanta felicidad en mi vida!
REBECA. Hija mía, ¿en dónde has estado? Me has causado mucha angustia y temor. Creí que algún mal te había pasado, con tantas cosas extrañas que suceden en el pueblo en esta noche.
JUANA. Rebeca querida, siento mucho haberte causado intranquilidad. (Se arrodilla ante Rebeca). Pero, no hay nada que temer. Sentí al caminar por donde quiera que iba como si las estrellas estuvieran muy cerca alumbrando mi senda.
REBECA. Juana, ¿qué ha sucedido? ¿Qué ha traído a tus ojos ese brillo tan extraño? Temo que...
JUANA. Oh, Rebeca, yo sabía que algo hermoso iba a acontecer. Lo supe esta mañana cuando encontré floreciendo las estrellas de Belén. Ahora comprendo que florecieron por su venida.
REBECA. (Con asombro.) Juana, me parece que has estado escuchando la voz suave de algún rico extraño. No des importancia a sus promesas, niña. Son, quizá tan pasajeras como el viento.
JUANA. (Tiernamente.) Tú no entiendes, querida Rebeca. Permíteme decirte. Es un niño pequeñito, hermoso, que ha nacido esta noche.
REBECA. (Olvidando su temor.) ¿Un niño... nacido en medio de todo este alboroto? ¿En dónde está? Seguramente perecerá si no está bien abrigado.
JUANA. Tiene el abrigo de un establo en donde la fragancia del heno fresco llena el aire, y en donde las "estrellitas de Belén" se extienden como en una vereda hasta sus pies. Ella me permitió cogerlo en mis brazos.
REBECA. (Suspirando.) ¡Qué dicha sería para mí, arrullar otra vez un niño en mis brazos! ¡Hamar, mi hijito Hamar!
JUANA. Te digo, Rebeca, que el mundo está lleno de luz esta noche... irradiaciones de luces extrañas envuelven las montañas en misterio celestial. Y se oyen músicas lejanas como el dulce cantar de los ángeles.
REBECA. (Volviendo a su temor.) Ya lo sabía. Sentí que la noche abrigaba cosas extrañas. Luces... voces... y ahora un niño que ha nacido. ¡Quizá estemos para oír la voz de Jehová otra vez anunciando la venida de algún castigo! Temo que el niño haya venido de Dios.
JUANA. (Con regocijo.) Rebeca, ¿qué no sería por eso que mi corazón palpitaba con tanta alegría cuando lo cogí en mis brazos? ¡Oh, qué maravilloso sería si verdaderamente el niño hubiera venido de Dios! Ven, vamos las dos a verlo.
REBECA. (Tímidamente.) Tengo miedo.
JUANA. (En la puerta.) Entonces debo ir sola.
REBECA. No, no me dejes sola: iré contigo. (Salen. Casi inmediatamente entra Hamar, seguido por el sirviente. Hamar está muy pensativo.)
SIRVIENTE. ¿No le dije que estaban sucediendo cosas extrañas? ¿Qué haré, mi señor? ¿Llamaré a los otros sirvientes y echaremos a esta gente de aquí?
HAMAR. (Enérgicamente.) No, no despiertes a los huéspedes. No hay nada que temer porque unos cuantos viejos se hayan juntado por la curiosidad de un niño recién nacido.
SIRVIENTE. Pero, mi señor, usted no vio la luz sobre las montañas. Le digo que es bastante para hacer temblar a cualquiera. Y lo veían como si fuera un dios.
HAMAR. (Sarcásticamente.) ¡Bah! ¡Un dios! ¡El hijo de un carpintero de Nazaret! ¡Vaya! ¡Pues el nombre de ese noble de Capernaum que está hospedado en ese cuarto sería inscrito en bronce cuando el nombre de ese campesino fuera inscrito en el polvo de la tierra! Ve al patio y espera al príncipe. Puede ser que aún venga. (Sale el sirviente. Hamar anda para allá y para acá, pensativo). ¡Qué extraño que lo adoraran! Estoy convencido de que lo estaban adorando. (Repentinamente se fija en la "estrellita de Belén" que trae en la mano.) ¿De dónde cogí esta flor? Debo haberla arrancado cuando estuvimos escondidos en la entrada de la vieja cueva. (Saca la bolsa, la retiene en la mano derecha y la flor en la otra, como si las estuviera pesando.) Yo, que antes amaba más una flor que todo el oro del mundo. ¡Vaya! ¡Gustos insensatos de la juventud! (Tira la flor cuando aparece en la puerta el noble de Capernaum. Se vuelve repentinamente.) ¡David! ¿El príncipe ha.... (muestra que se da cuenta de su equívoco)? ¿Mi señor, lo han molestado a usted en algo? No deseo que sufra ninguna incomodidad. Llamaré a mi sirviente.
NOBLE. (Levantando su mano en señal de protesta.) Le ruego que no se preocupe usted por mí. Me sentí algo inquieto, la atmósfera parece oprimirme. Pero quizá esto sea porque cuando uno está viejo y cansado de la vida, todo le molesta, y es difícil hallar un descanso que satisfaga.
HAMAR. (Con sorpresa.) ¡Cansado de la vida y con tanta riqueza! ¿Cómo puede la vida ser una carga así?
NOBLE. ¡Riqueza! Ah, sí, tengo muchas riquezas. Tengo joyas propias para adornar a los reyes. Tengo cofres de oro con que podría comprar mil caravanas. Pero, ¿eso qué? ¿Con esos cofres de oro se podría comprar un momento de felicidad? ¡No! ¡Mil veces, no!
HAMAR. Señor, sin duda usted habla en broma. ¿Qué cosa hay que no se pueda comprar con el oro?
NOBLE. Hijo, con el oro no se puede comprar el amor, ni la felicidad... ni a Dios.
HAMAR. (Sosteniendo un poco alto su bolsa.) Esta noche llega un príncipe. La recámara vacante está preparada y espera su venida. Cuando el oro que me dé por su hospedaje llene esta bolsa, yo le mostraré que sí se puede comprar el amor y la felicidad.
NOBLE. (Se inclina y levanta la flor que Hamar ha tirado.) Yo también tuve sueños tan bellos y hermosos como esta flor. Quisiera yo poseer, en cambio de todo el oro que tengo, el conocimiento de Dios y la pureza de esta sencilla flor.
HAMAR. Se expresa de un modo extraño, señor. No le entiendo…
(Entra el sirviente.)
SIRVIENTE. Alborea el día, señor. Ya el cielo se esclarece y los extranjeros del campo se están levantando.
HAMAR. ¿Que no ha venido? ¿No has visto a nadie que parezca un príncipe?
SIRVIENTE. A nadie, mi señor.
HAMAR. Quién sabe si te hayas dormido un rato en tu puesto y él haya venido y se haya vuelto a ir.
SIRVIENTE. Le aseguro, mi señor, que mis ojos no se han cerrado ni por un momento. Mire, todavía estoy temblando a causa de la tensión de esta noche extraña. ¿Cree usted que podría dormir así?
HAMAR. (Volteando hacia un lado.) Así que el profeta me ha engañado. No vendrá tal príncipe.
SIRVIENTE. ¡Oiga! Vuelven ya. ¿Que no terminará esta terrible noche?
(Se oyen voces afuera como antes. El noble escucha atentamente.)
1ª VOZ. Es verdad. Esa luz brillará en nuestros corazones para siempre.
2ª VOZ. ¡Y qué raro que el Señor nos lo revelara a nosotros, humildes pastores!
3ª VOZ. ¡Un Salvador, que es Cristo el Señor! ¡Al fin el sueño de Israel se ha realizado!
1ª VOZ. Vamos a extender las nuevas por toda la comarca, para que otros sientan también este gozo.
NOBLE. ¿Qué es lo que están diciendo? Hablan de una luz, un gozo, un Salvador. Voy a seguirlos para saber de qué se trata.
HAMAR. Espere usted, mi señor. No dé usted importancia a eso. Son unos cuantos pastores tras una vana ilusión.
(Sale el noble sin hacerle caso a Hamar.)
SIRVIENTE. ¿Oyó usted lo que estaban diciendo? Dijeron que el Señor se lo había revelado a ellos. Esto me turba mucho.
HAMAR. (No hace caso de las palabras del sirviente.) Ese comerciante rico de Cesárea me hubiera dado cincuenta piezas de oro. ¡Qué necio he sido! ¿Pudo el profeta haberse equivocado respecto al tiempo en que había de venir el príncipe? ¿O quizá vino, y entre tanta confusión, fue devuelto de la puerta? He tenido una suerte ingrata. Juana se ha ido... y he perdido la oportunidad de mi vida.
(Aparece Juana en la puerta.)
JUANA. (Con voz suave). Sí, Hamar, la has perdido; pero quizá... aún hay tiempo.
HAMAR. (Volviendo repentinamente al oír la voz de Juana. Extiende sus brazos hacia ella.) ¡Juana! ¡Has vuelto!
JUANA. ¿Verdad que es maravilloso, Hamar? Vamos a traerlos aquí, al cuarto vacante, no es demasiado tarde.
HAMAR. ¿Y tú también? ¿Qué se ha vuelto loco todo el pueblo por un niño recién nacido? ¿Qué hay de raro en que nazca un niño?
JUANA. Pero ese niño ha venido de Dios, Hamar. ¿Qué no oíste decir cómo los ángeles anunciaron a los pastores que el Cristo había nacido?
HAMAR. ¿Y tú crees esa fábula?
JUANA. ¿Los traeré, Hamar?
(Hamar hace un gesto de oposición. Entra con alborozo el noble.)
NOBLE. Ya ha venido. Dios se ha revelado a los hombres. (Camina de un lado a otro, pensativo.) ¡Quién hubiera pensado que lo haría por medio de un niño! Y sin embargo... ¿De qué otro modo sería más propio? Una vida pura y blanca... como una flor; pero, dicen que está acostado en un pesebre. Esto no debe ser. (Con entusiasmo.) ¡Su cuarto vacante, Hamar! Permita usted que lo traigamos aquí. Mire usted. ¡Cien piezas de oro por su cuarto vacante! (Deja caer una bolsa sobre la mesa.)
HAMAR. (Mirando con interés dentro de la bolsa, fijándose en su contenido; una luz de satisfacción embarga su rostro, saca las monedas y las deja caer de una mano a la otra.) Cien piezas de oro... ¿Por el cuarto vacante? ¡Rentado!
NOBLE. (Al sirviente.) Llévame con él. Deseo con anhelo verlo y traerlo aquí.
(Salen los dos. Hamar se sienta sobre el diván y cambia el oro de la bolsa que le dio el noble a la suya. Juana lo ve tristemente.)
HAMAR. (Levantando y extendiendo sus brazos hacia ella.) ¡Juana, mira! Todo es tuyo. Seguramente que ahora no me rechazarás. Tendrás joyas para adornar tu cuello y trajes de terciopelo carmesí... ¿Que todavía no es suficiente?
JUANA. (Tristemente.) Oh, ¿qué no entiendes? El Hamar a quien yo amaba fue el Hamar que esperaba con anhelo que florecieran las silvestres estrellitas de Belén, aquel que hubiera creído con todo su corazón el mensaje de los ángeles dado a los pastores. ¿Ya has olvidado cómo platicábamos acerca de esta noche, cuando las profecías se habrían de cumplir? Oh, Hamar, ¿no te acuerdas cómo soñábamos y pensábamos acerca de Dios?
(Hamar está parado en silencio, con la bolsa en la mano. Ella lo ve tristemente, y sale con la cabeza inclinada.)
HAMAR. (Hablando despacio.) El noble de Capernaum habló la verdad. Con el oro no se compra el amor.... ni la felicidad... ni a Dios.
ESCENA III
(Es de noche, una semana más tarde.)
(Rebeca está sentada cosiendo una tela blanca. Entra Juana.)
REBECA. Mira, Juana, le estoy haciendo un vestido para cuando sea más grandecito.
JUANA. (Tocándolo suavemente.) Ese es un vestido hecho de una sola pieza, ¿verdad? Y lo estás haciendo de una tela fina de Damasco que has estado atesorando por tanto tiempo.
REBECA. Sí, voy a hacerle vestidos durante todos los días de su vida... a lo menos mientras puedan trabajar estas manos. Seguramente ellos vendrán algunas veces a Jerusalén a la Pascua y entonces se los puedo llevar. Y cuando yo me muera, se los puedes hacer tú, ¿verdad, Juana? Pero también, puede ser que llegue a ser un gran rey y no use más que vestidos de seda y terciopelo.
JUANA. (Suavemente.) ¿Que no nació en un pesebre y fue revelado por los ángeles primeramente a los humildes pastores? No, hay algo que me indica que él querrá siempre usar estos humildes trajes.
REBECA. Me he sentido muy feliz en estos días. He sido tan dichosa de poder coger a un niño en mis brazos otra vez. ¿No crees tú, Juana, que Hamar llegará a creer también la historia de los pastores?
JUANA. (Volteando a un lado tristemente.) No sé. Ha estado tan cabizbajo y callado en estos días que parece haber perdido toda esperanza e interés en la vida. Anda como en la obscuridad.
REBECA. (Mirando hacia el patio.) Allá viene con el noble de Capernaum. Quizá deseen entrar aquí. Vámonos antes de que lleguen.
(Salen e inmediatamente después entran Hamar y el noble. Hamar anda de allá para acá; se para en actitud pensativa.)
NOBLE. Tengo que salir mañana. He retardado mi estancia aquí, gozando de la nueva paz que he encontrado y esperando con anhelo que mi hija la encuentre también.
HAMAR. ¿Ella no la ha encontrado?
NOBLE. No, ella no la ha encontrado. Ojalá y se verificara alguna otra señal milagrosa para convencerla... y a ti también.
HAMAR. (Con desaliento.) No puedo concentrar mi mente. Siempre que procuro pensar en él, aparece delante de mis ojos una visión de oro. (Toca la bolsa que está en su cinturón.) Lo veo cuando alzo la vista para mirar a las estrellas, cuando veo la luz del sol, o las flores. Ha llegado a ser para mí un peso inmenso que me está arrastrando hacia abajo. No sé que me pasa.
NOBLE. Ya lo entiendo. Y sin embargo, ¿no podría la dulzura del canto de los ángeles traer paz a su corazón como al mío?
HAMAR. ¿Cómo puedo yo saber que hubo tal coro de ángeles? Ya confié en las palabras del profeta, pero el príncipe prometido no vino. ¿Por qué había yo de creer en un cuento de pastores? Me gustaría creer. Daría cuanto poseo por creer, porque quizá creyendo, ella volvería a mi lado.
(Entra el sirviente.)
SIRVIENTE. Vienen otros extranjeros, mi señor. Traen riquezas en joyas y una caravana de camellos y criados.
HAMAR. ¿Por qué no los invitaste a entrar? ¿Buscan hospedaje?
SIRVIENTE. No, señor, están buscando a un rey.
HAMAR. ¿Buscando a un rey... aquí?
SIRVIENTE. (Señalando hacia el patio.) Mire usted. Están esperando allá en aquella puerta.
HAMAR. (Mirando y cogiendo el brazo del noble.) ¡Mire usted, señor! Esos hombres son ricos. Los adornos de sus camellos brillan como joyas. Sus vestidos son de finísimo terciopelo, de color carmesí y azul celeste. ¡David! (Con entusiasmo.) Ve y prepara las más elegantes recámaras. Estos huéspedes son de la verdadera nobleza. Ellos pagarán bien... (Repentinamente se voltea, anda hacia un lado, como si recordara algo.) Ah, se me olvidaba. ¿Para qué quiero yo su oro? ¡Otra carga más!
SIRVIENTE. ¿Qué debo decirles? Buscan a un rey. Yo les dije que el rey de los judíos estaba en Jerusalén; pero ellos dicen que una estrella los ha conducido a este lugar.
NOBLE. (Extendiendo sus brazos hacia Hamar.) Hamar, eso es, ¿qué no comprendes? Están buscando al niño. Esta es la otra señal. Dios la ha mandado.
HAMAR. (Volviendo despacio.) ¿El niño? ¿Están buscando al niño del carpintero?
NOBLE. Quizá querrán ir a adorarlo como los pastores. Vamos nosotros con ellos a ver.
HAMAR. Puede ser que sea verdad. David, acompáñalos a donde está el niño en el cuarto vacante. ¡Qué extraño! No veo más que el oro relumbrar ante mis ojos. (Talla los ojos como si sintiera que algo le estorba.)
(Salen el sirviente y el noble. Pronto entra el profeta.)
PROFETA. (Levantando sus brazos en acción de gracias.) Lo he visto. He visto al Cristo. Bendito tú, Hamar, que el mensajero del Altísimo mora dentro de tus puertas.
HAMAR. ¿Por qué he de creer lo que tú me dices? Me dijiste que vendría un príncipe, y lo esperé toda la noche. Esa fue una patraña tuyo para engañarme.
PROFETA. Oh, hijo, no digas eso. ¿No te dije que buscaras a Dios en el polvo del desierto así como en el ardiente sol poniente? Hay coronas de oro y coronas de estrellas. Escucha las palabras del Altísimo: "Porque un niño nos es nacido, hijo nos es dado... y llamarás su nombre Admirable, Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno, Príncipe de paz". (Sale el profeta.)
HAMAR. ¿El príncipe... de paz? El príncipe... (Inclina la cabeza.) Oh, Dios mío, ha venido y yo no lo recibí. Nació en un pesebre cuando yo tenía un lugar vacante. ¡Perdón, Padre mío!
(Entra el noble.)
NOBLE. Hamar... ¡Lo están adorando y ofreciéndole mirra, incienso y oro!
HAMAR. ¿Oro... dice usted que le están ofreciendo oro?
NOBLE. Uno de los magos le presentó un cofre del oro más fino de ofir.
(Hamar toca la bolsa que trae en el cinturón, y asume una expresión de arrepentimiento.)
HAMAR. (Mirando hacia arriba, teniendo la bolsa en alto.) Dios mío, ¿querrías convertir esto que me ha sido una carga, en bendición? ¿Cree usted que lo aceptará Señor?
NOBLE. Por supuesto que sí, Hamar, ve y adóralo... Jehová mismo te bendecirá.
HAMAR. (Después de vacilar un poco.) ¡Sí, mi Señor, iré donde el niño!
(Entra Juana.)
JUANA. ¡Hamar! ¿En dónde estás?
NOBLE. Ha ido a poner su oro a los pies del Salvador.
JUANA. ¡Oh, alabado sea Dios! (Junta sus manos, y mira hacia arriba en actitud de dar gracias. Luego se vuelve hacia el noble.) Su hija, señor, lo está esperando entre las estrellitas de Belén que crecen en la falda de las montañas. Y se nota en su rostro una mirada de nuevas esperanzas.
NOBLE. (Reverentemente.) ¡Gracias a Dios! (Sale.)
REBECA. (Entrando aprisa.) ¡Juana! Hamar lo está adorando también. ¿Verdad que es una bendición? ¡Y pensar que yo temía que Jehová hablara otra vez, cuando su voz es una voz de amor!
JUANA. ¿Se han marchado los extranjeros, Rebeca?
REBECA. No. Esta noche se van a quedar en el mesón. Iré a ver que todo esté arreglado para que estén cómodamente. (Sale.)
(Entra Hamar, con una expresión de contento.)
HAMAR. (Al ver a Juana.) ¡Juana! ¡Todo ha pasado! La carga que sentía ya no la siento. Todo lo he puesto a sus pies, y sé que soy perdonado.
JUANA. ¡Hamar!
HAMAR. Juana, (al auditorio) mira, florecen las estrellitas de Belén, y otra estrella brilla sobre nosotros... la estrella del Salvador. iLa seguiremos... juntos para siempre!
JUANA. Sí, querido Hamar, y ella nos conducirá hacia el verdadero amor... hacia la eterna felicidad...
HAMAR. (Inclinando su cabeza.) Y hasta Dios.
1 comentario:
Un Clasico de los dramas
Cristianos. Exelente. Dios los bendiga.
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