10 Minutos y 6 Personajes + Doncellas. La obrita presenta los precedentes y el desarrollo del edicto de matar a los judíos en los tiempos de la Reina Ester. La Reina jugó un papel primordial para salvar a su pueblo.
LA HISTORIA DE ESTER
© Ilva
Monsalvo Peña
PERSONAJES
ESTER
MARDOQUEO
AMÁN
SIERVO
SERVIDOR
REY ASUERO
DONCELLAS
(Están
sentados en el trono el rey y la reina. En un extremo de la sala están de pie
el siervo, el servidor y Mardoqueo.)
NARRADOR. Esta
historia aconteció en los días del rey Asuero, que reinó hace mucho tiempo desde
la India hasta Etiopía, sobre ciento veintisiete provincias. Ester, la reina,
de origen judío, había sido elegida entre muchísimas doncellas, por su gracia y
hermosura.
(Sale
paseando por la sala Amán. El siervo y el servidor se postran ante él –menos Mardoqueo-
y luego sale.)
En esa
época, el rey había elegido como primer ministro a un hombre llamado Amán, pero
el rey no había hecho una buena elección, ya que Amán era un hombre hábil, orgulloso,
cruel y despiadado. A Amán le gustaba que todos se postraran ante su presencia
y todos lo hacían menos Mardoqueo que, aunque era en realidad primo de Ester,
la había adoptado como su hija.
SERVIDOR.
(Advirtiéndole
a Mardoqueo.) Mardoqueo, te verás en dificultades si no te postras ante Amán;
es una orden del rey y no te conviene contradecirlo.
MARDOQUEO. ¡No
puedo, mi conciencia no me lo permite!
NARRADOR. Pasaron
los días y el asunto seguía igual. Amán estaba lleno de furia con esta situación.
AMÁN. ¡Siervos!
SIERVO. Ordene,
mi señor.
AMÁN. ¿Qué
habéis podido averiguar de aquel hombre que no se postra ante mí?
SIERVO. Lo
primero decirle, oh Señor, que su nombre es Mardoqueo y que es de origen judío.
AMÁN. Conque
esas tenemos… (Se pasea por la sala.) ¡Ya sé lo que voy a hacer…! No solo voy a
castigar a ese tal Mardoqueo, ¡sino que haré eliminar a todos los judíos sobre
la faz de la tierra!
NARRADOR.
Para asegurarse del éxito de su plan, Amán pensó involucrar al rey para que
nada, ni nadie, se interpusiera en su plan malvado haciendo parecer, claro, que
su proyecto iba en beneficio del rey y de su país. Para cumplir con sus planes, Amán llega a
palacio y pide audiencia con el rey.
AMÁN. Como
venía diciendo, su alteza, hay en las provincias de tu reino un pueblo que
tiene leyes diferentes a los otros pueblos y que no guarda las leyes del rey.
No conviene a sus intereses dejarlos en paz. Si a su majestad le parece bien,
escriba una orden para exterminarlos…
ASUERO. Pero,
Amán, un proyecto tan abarcante puede costar mucho dinero al tesoro real…
AMÁN. Ya he
pensado en eso, ¡oh rey! No debéis preocuparos pues me ofrezco a pagar todos
los gastos.
ASUERO. Pues
aquí tienes mi anillo. Escribe tú mismo el decreto y fírmalo a mi nombre.
NARRADOR. Amán
estaba feliz. Sus planes marchaban mejor de lo que había soñado. Inmediatamente
llamó a sus escribas y les dictó el decreto:
AMÁN. “Yo,
rey de este país, ordeno destruir, hacer perecer y matar a todos los judíos,
jóvenes y viejos, niños y mujeres en un solo día, el día trece del duodécimo
mes… y que sus bienes sean dados al pillaje”.
NARRADOR. ¡Aquella era una orden terrible! Significaba
el exterminio de toda la raza judía, pero Amán no había tenido en cuenta que el
Dios de Israel siempre cuidaba a su pueblo, ni sabía que el Señor tenía una
brillante estrella que resplandecía en el palacio. Pronto, la noticia corrió
por todo el país y llegó a oídos de Mardoqueo.
SERVIDOR. Siento
mucho lo que está pasando, Mardoqueo. Di en qué te podemos ayudar en estos
momentos tan difíciles. Aunque vemos que el decreto es real y no hay nada que
podamos hacer para ayudarte.
MARDOQUEO.
Sí, amigo mío, en cada ciudad y aldea hay gran desolación entre los judíos.
Sólo nos queda ayunar, llorar y clamar a nuestro Dios para que nos socorra.
Necesito que le entregues esta carta a la reina Ester. ¡Date prisa!
NARRADOR.
Mardoqueo le contó a la reina Ester lo que pasaba y le envió copia del edicto. También
le rogó que fuera a ver al rey para pedirle que revocara el decreto.
ESTER. (Dirigiéndose
al servidor que trajo la carta.) Dile a mi tío que no se me permite ver al rey
a menos que me llame. Si desobedezco, ¡me pueden castigar con la muerte!
NARRADOR. Cuando
Mardoqueo supo la respuesta de Ester, le mandó decir que si el decreto se
cumplía, ella tampoco se salvaría y, ¿quién sabría si no era precisamente para
un tiempo como éste para lo que ella había llegado a ser reina?
NARRADOR. Habían
pasado muchos días y Ester no dejaba de pensar en cómo hacer para que el rey la
recibiera y poderle pedir ayuda. Luego, se le ocurrió una brillante idea: mandó
a sus doncellas preparar un banquete especial en su casa. Después se puso sus
vestiduras reales con las que se veía más hermosa que nunca y, así, se dirigió
hacia el palacio. Al llegar allí se encontró con Mardoqueo.
MARDOQUEO.
Hola, hija, ¿cómo estás siendo tratada aquí? ¿Te tratan bien?
ESTER. Sí,
padre. ¿Sabes? Desde que llegué, he sido de las mejores atendidas: tengo a
siete doncellas que me ayudan en todo; nunca me hace falta nada; me dan todo
hasta que me sobreabunde, pues he hallado gracia en los ojos del jefe de las
doncellas.
NARRADOR. Cuando
llegó allí, Ester se colocó en un lugar donde el rey pudiera verla y aguardó
con impaciencia, esperando a ver qué iba a hacer el rey cuando la viera… ¿Le
tendería el cetro indicándole que era bienvenida o la ignoraría enviándola así
a la muerte?
Después de
unos segundos que a Ester le parecieron horas, por fin el rey Asuero vio a
Ester y, en seguida, le extendió el cetro.
ASUERO. (Sonriendo
y tendiendo el cetro. Ester se acerca y toca el extremo del cetro). ¿Qué deseas,
mi bella Ester? Algo te ha hecho venir a verme. Pero, anda, pide lo que
quieras, ¡que hasta la mitad de mi reino te daría!
ESTER. Gracias,
mi rey. Si he hallado gracia ante tus ojos, ven esta noche con Amán al banquete
que les he preparado. Allí podremos hablar mejor.
ASUERO. Iremos,
¡por supuesto!
NARRADOR. Ester
se retira y, en seguida, el rey avisó a Amán de la invitación. Este no cabía en
sí de satisfacción, pues ir a comer a solas con los reyes era un honor con el
que no había soñado.
AMÁN. ¡Hoy
voy a comer con el rey y la reina! Sería el hombre más feliz, ¡si no fuera por
ese judío Mardoqueo! Pero no va a arruinar mi felicidad. (Llamando a un siervo.)
Les ordeno que construyan una horca muy alta. ¡Mañana mismo pienso pedirle al
rey que me permita ahorcar en ella a ese tal Mardoqueo!
NARRADOR. Pasó
el día y llegó la hora del banquete. Ester estaba un poco nerviosa pero
confiaba en obtener el favor del rey. Amán, por su parte, comía alegremente,
sin sospechar siquiera lo que se le avecinaba… Luego de un rato, el rey le
preguntó:
ASUERO. Y,
bien, reina Ester, ¿cuál es tu petición? ¿Qué es lo que deseas?
ESTER. Te
ruego por mi vida y la de mi pueblo porque ¡estamos condenados a morir!
ASUERO. ¿Quién
es? Y, ¿dónde está el que eso se propone hacer?
ESTER. El
opresor, el enemigo, no es otro que Amán, ¡este malvado! (señalando a Amán.)
NARRADOR. Rojo
de ira, el rey se levantó y se alejó del banquete, mientras que Amán sintiendo
el peligro que corría su vida, se arrodilló al lado de la reina Ester.
AMÁN. (Abrazando
las piernas de Ester.) Por favor, reina Ester, ¡perdóname! Dile al rey que no
me envíe a la muerte, todo esto tiene una explicación… por favor, ¡¡¡lo
suplico!!!
NARRADOR. En
ese mismo instante el rey entra en el salón y, al ver la escena, pensó que Amán
quería hacerle daño a Ester y se enfurece aún más:
ASUERO. ¡Siervo!
¡Quiten a este malvado de mi vista! ¡Llévenselo de aquí inmediatamente!
SIERVO. ¿Qué
quiere que hagamos con él, majestad? Si está pensando en castigarlo, déjeme
decirle que en casa del propio Amán hay una horca que él mandó preparar para
Mardoqueo.
ASUERO. ¡Pues
que cuelguen en ella a Amán!
NARRADOR. Y
Amán fue colgado en la horca que él mismo había mandado hacer. Tal fue el fin
del hombre que había planeado eliminar a todos los hijos de Israel en un solo
día. Pero no contaba con que Dios, en su infinito amor, había hecho planes para
que Ester estuviera en el lugar indicado, en el momento indicado y de ese modo,
protegió una vez más a su pueblo de los malvados que planeaban su destrucción.
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