12 Minutos y 4 Personajes. Caín mata a su hermano Abel cuando su sacrificio no es aceptado por Dios. Obrita para ilustrar un sermón sobre la lucha de Satanás con la simiente. El final es abierto y depende de una explicación posterior. Inspirada en Génesis 3:15 y en el siguiente sermón (aquí).
EL PRIMER ASESINATO
loidasomo@gmail.com
PERSONAJES
AYUDANTE
SATANÁS
ABEL
CAÍN
(Es una obra en la que los personajes de Caín y Abel no hablan sino que van realizando de forma mímica, todo lo que Satanás y el Ayudante dicen de ellos. Se han obviado, por tanto, todas las referencias mímicas de su parte.)
AYUDANTE. ¿Has observado a los dos jóvenes?
SATANÁS. Sí, al milímetro.
AYUDANTE. ¿Has visto su actitud?
SATANÁS. ¿De quién?
AYUDANTE. De Abel.
SATANÁS. Sí, he puesto especial énfasis en él.
AYUDANTE. ¿Crees que podría ser él?
SATANÁS. Es posible.
AYUDANTE. Se deleita en hacer el bien, además, obedece a sus padres en todo lo que le piden y ofrece sinceros sacrificios a Dios.
SATANÁS. Sí, Abel ha resultado un joven muy difícil de persuadir.
AYUDANTE. No así su hermano…
SATANÁS. (Sonrisa irónica.) No, Caín es muy manejable.
AYUDANTE. Tanto como la tierra que ara.
SATANÁS. Habéis hecho un trabajo muy bueno con él.
AYUDANTE. Gracias, ha sido muy fácil: desde joven ya apuntaba maneras. Cuando sus padres trataban de explicarles lo que sucedió en Edén y de prevenirles de nuestros ataques, siempre lográbamos distraerle con cualquier cosa: un gusanillo juguetón, los aleteos de una mariposa, el canto de un pájaro…
SATANÁS. ¡Qué bien os han servido las criaturas de Ése! ¡Alabadas sean las criaturas del Señor!
(Los dos se ríen.)
AYUDANTE. Se esmera bastante en su trabajo.
SATANÁS. Sí, ¿os habéis fijado en el brillo de sus ojos cuando mira su huerto?
AYUDANTE. No, nos habíamos percatado.
SATANÁS. Por eso hay que estar siempre al tanto. Ese brillo bien encaminado puede derivar en orgullo. Mira, observa… (Se acerca a Caín que está labrando la tierra y le habla al oído.)
SATANÁS. Pasa la mano por los frutos. ¡Qué buen color tienen! ¡Qué aroma! ¡Y cómo pesan…! No hay otro huerto como el tuyo. Tu padre no sabe tanto como tú. ¡Claro! Él no lo ha aprendido de niño, lo ha tenido que hacer como un castigo y ha perdido la ilusión del Edén. ¡Prueba uno! ¡Hum! ¡Qué bien sabe! Seguro que son tan buenos como los que comían tus padres en el Jardín. Míralo otra vez. ¡No, no! Este es mucho mejor que los del Edén… ¡Seguro!
(Caín se queda extasiado y con cara de orgullo.)
SATANÁS. Ya está.
AYUDANTE. ¡Ahí viene Abel!
(Entra Abel; habla con su hermano, observa sus frutos.)
AYUDANTE. De todos los hijos de la pareja, éste es el único que se ajusta a la profecía de Dios.
SATANÁS. Abel, Abel, ¿vas a aplastarme tú la cabeza? Ya veremos quién aplasta a quién el qué.
AYUDANTE. Dios dijo que sería un descendiente de la mujer: su simiente y éste es el que…
SATANÁS. (Le corta enfadado.) De este me encargo yo.
AYUDANTE. ¡Mira! Están construyendo unos altares.
SATANÁS. Perfecto para mis planes… (Se acerca a Caín y le habla al oído mientras construye el altar.) Ya sabes que a Dios hay que ofrecerle lo mejor y qué mejor que tus frutos, ¿verdad? Sí, esos frutos que superan a los del Edén.
(Caín se queda pensativo a medida que escucha las palabras de Satanás.)
SATANÁS. Seguro que Dios se enorgullece de ti y le das una lección al santurrón de tu hermano. ¡Qué poco original es este Abel!
(Los hermanos terminan de construir los altares y cada uno coloca sus ofrendas. Cuando Abel ve la ofrenda de Caín se acerca a él para intentarle convencer de su error.)
AYUDANTE. Abel, Abel, ahórrate el discursito, ¿no ves que el brillito de sus ojos le impide ver la realidad? ¿Le estás contando otra vez la experiencia de vuestro padre?
SATANÁS. Abel, que no, que no se acuerda del sufrimiento de vuestro padre cuando tuvo que degollar a esa pobre ovejita, ni de cómo le escurría la sangre por sus manos y sentía la inercia del cuerpo muerto. No, tampoco recuerda cómo experimentó por primera vez las lágrimas, ni de cómo, sorprendido, al sentírselas brotar se tocó la cara y se la cubrió de sangre. No, Abel, no, no se acuerda… Ahora solo ve gusanillos y maripositas… ¡Que canten todos los pájaros ahora!
(Se escuchan cantos de pájaros y Abel desiste de convencer a su hermano. Realizan el sacrificio y el sacrificio de Abel es aceptado porque desciende fuego del cielo y lo consume. No ocurre nada con el de Caín y el semblante de Caín se desvanece.)
SATANÁS. Lo que pensabas: que Dios es poco agradecido con tus ofrendas… ¡Con lo que has trabajado en la Tierra! Y Abel… Con esa carita de ángel… Pero bien que se ríe de ti. No es tan santito como parece.
(Abel se acerca a su hermano e intenta consolarlo. Le empieza a explicar la cuestión del sacrificio.)
AYUDANTE. ¡Hombre, Caín! Aunque no quieras reconocerlo, tu hermano tiene razón y sin derramamiento de sangre no hay perdón de los pecados.
SATANÁS. Tenías que saber que el pecado no es algo para tomárselo a la ligera y que éste desagrada a Dios.
AYUDANTE. Sí, id a dar un paseo, a ver si de una vez por todas se calla Abel…
(Van caminando y Abel sigue hablando.)
SATANÁS. ¡Qué pesado es tu hermano, verdad? Y además, ¿no eres tú el mayor? Tú tendrías que estar al mando y no él. ¿Qué se ha pensado?
AYUDANTE. Y ahora te dice que te sientes, que va a buscarte un poco de agua fresca.
SATANÁS. ¡Basta ya! ¡Que no eres un muñeco! ¡Levántate! Que se entere de quién eres tú… Aquí y ahora… ¡TÚ DECIDES!
(Caín enfadado y alterado, agarra una piedra y golpea a su hermano que cae muerto al suelo. Aún con la piedra en la mano…)
SATANÁS. Perfecto, Caín, yo no lo habría hecho tan bien. ¿Quién iba a aplastarle la cabeza a quién?
AYUDANTE
SATANÁS
ABEL
CAÍN
(Es una obra en la que los personajes de Caín y Abel no hablan sino que van realizando de forma mímica, todo lo que Satanás y el Ayudante dicen de ellos. Se han obviado, por tanto, todas las referencias mímicas de su parte.)
AYUDANTE. ¿Has observado a los dos jóvenes?
SATANÁS. Sí, al milímetro.
AYUDANTE. ¿Has visto su actitud?
SATANÁS. ¿De quién?
AYUDANTE. De Abel.
SATANÁS. Sí, he puesto especial énfasis en él.
AYUDANTE. ¿Crees que podría ser él?
SATANÁS. Es posible.
AYUDANTE. Se deleita en hacer el bien, además, obedece a sus padres en todo lo que le piden y ofrece sinceros sacrificios a Dios.
SATANÁS. Sí, Abel ha resultado un joven muy difícil de persuadir.
AYUDANTE. No así su hermano…
SATANÁS. (Sonrisa irónica.) No, Caín es muy manejable.
AYUDANTE. Tanto como la tierra que ara.
SATANÁS. Habéis hecho un trabajo muy bueno con él.
AYUDANTE. Gracias, ha sido muy fácil: desde joven ya apuntaba maneras. Cuando sus padres trataban de explicarles lo que sucedió en Edén y de prevenirles de nuestros ataques, siempre lográbamos distraerle con cualquier cosa: un gusanillo juguetón, los aleteos de una mariposa, el canto de un pájaro…
SATANÁS. ¡Qué bien os han servido las criaturas de Ése! ¡Alabadas sean las criaturas del Señor!
(Los dos se ríen.)
AYUDANTE. Se esmera bastante en su trabajo.
SATANÁS. Sí, ¿os habéis fijado en el brillo de sus ojos cuando mira su huerto?
AYUDANTE. No, nos habíamos percatado.
SATANÁS. Por eso hay que estar siempre al tanto. Ese brillo bien encaminado puede derivar en orgullo. Mira, observa… (Se acerca a Caín que está labrando la tierra y le habla al oído.)
SATANÁS. Pasa la mano por los frutos. ¡Qué buen color tienen! ¡Qué aroma! ¡Y cómo pesan…! No hay otro huerto como el tuyo. Tu padre no sabe tanto como tú. ¡Claro! Él no lo ha aprendido de niño, lo ha tenido que hacer como un castigo y ha perdido la ilusión del Edén. ¡Prueba uno! ¡Hum! ¡Qué bien sabe! Seguro que son tan buenos como los que comían tus padres en el Jardín. Míralo otra vez. ¡No, no! Este es mucho mejor que los del Edén… ¡Seguro!
(Caín se queda extasiado y con cara de orgullo.)
SATANÁS. Ya está.
AYUDANTE. ¡Ahí viene Abel!
(Entra Abel; habla con su hermano, observa sus frutos.)
AYUDANTE. De todos los hijos de la pareja, éste es el único que se ajusta a la profecía de Dios.
SATANÁS. Abel, Abel, ¿vas a aplastarme tú la cabeza? Ya veremos quién aplasta a quién el qué.
AYUDANTE. Dios dijo que sería un descendiente de la mujer: su simiente y éste es el que…
SATANÁS. (Le corta enfadado.) De este me encargo yo.
AYUDANTE. ¡Mira! Están construyendo unos altares.
SATANÁS. Perfecto para mis planes… (Se acerca a Caín y le habla al oído mientras construye el altar.) Ya sabes que a Dios hay que ofrecerle lo mejor y qué mejor que tus frutos, ¿verdad? Sí, esos frutos que superan a los del Edén.
(Caín se queda pensativo a medida que escucha las palabras de Satanás.)
SATANÁS. Seguro que Dios se enorgullece de ti y le das una lección al santurrón de tu hermano. ¡Qué poco original es este Abel!
(Los hermanos terminan de construir los altares y cada uno coloca sus ofrendas. Cuando Abel ve la ofrenda de Caín se acerca a él para intentarle convencer de su error.)
AYUDANTE. Abel, Abel, ahórrate el discursito, ¿no ves que el brillito de sus ojos le impide ver la realidad? ¿Le estás contando otra vez la experiencia de vuestro padre?
SATANÁS. Abel, que no, que no se acuerda del sufrimiento de vuestro padre cuando tuvo que degollar a esa pobre ovejita, ni de cómo le escurría la sangre por sus manos y sentía la inercia del cuerpo muerto. No, tampoco recuerda cómo experimentó por primera vez las lágrimas, ni de cómo, sorprendido, al sentírselas brotar se tocó la cara y se la cubrió de sangre. No, Abel, no, no se acuerda… Ahora solo ve gusanillos y maripositas… ¡Que canten todos los pájaros ahora!
(Se escuchan cantos de pájaros y Abel desiste de convencer a su hermano. Realizan el sacrificio y el sacrificio de Abel es aceptado porque desciende fuego del cielo y lo consume. No ocurre nada con el de Caín y el semblante de Caín se desvanece.)
SATANÁS. Lo que pensabas: que Dios es poco agradecido con tus ofrendas… ¡Con lo que has trabajado en la Tierra! Y Abel… Con esa carita de ángel… Pero bien que se ríe de ti. No es tan santito como parece.
(Abel se acerca a su hermano e intenta consolarlo. Le empieza a explicar la cuestión del sacrificio.)
AYUDANTE. ¡Hombre, Caín! Aunque no quieras reconocerlo, tu hermano tiene razón y sin derramamiento de sangre no hay perdón de los pecados.
SATANÁS. Tenías que saber que el pecado no es algo para tomárselo a la ligera y que éste desagrada a Dios.
AYUDANTE. Sí, id a dar un paseo, a ver si de una vez por todas se calla Abel…
(Van caminando y Abel sigue hablando.)
SATANÁS. ¡Qué pesado es tu hermano, verdad? Y además, ¿no eres tú el mayor? Tú tendrías que estar al mando y no él. ¿Qué se ha pensado?
AYUDANTE. Y ahora te dice que te sientes, que va a buscarte un poco de agua fresca.
SATANÁS. ¡Basta ya! ¡Que no eres un muñeco! ¡Levántate! Que se entere de quién eres tú… Aquí y ahora… ¡TÚ DECIDES!
(Caín enfadado y alterado, agarra una piedra y golpea a su hermano que cae muerto al suelo. Aún con la piedra en la mano…)
SATANÁS. Perfecto, Caín, yo no lo habría hecho tan bien. ¿Quién iba a aplastarle la cabeza a quién?
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