40 Minutos y 12 Personajes. Historia de David desde que es ungido rey hasta que vence a Goliat. Se trata de una obra en la que se interactúa con una audiencia de niños. DAVID Y GOLIAT
Adaptado de La Biblia, por Ángel Israel Barrós Vargas
PERSONAJES
NARRADOR
SAMUEL
SOLDADO
ISAÍ
ELIAB
ABINADAD
SAMA
VOZ EN OFF
DAVID
LEON
GOLIAT
REY SAÚL
NARRADOR. Esta historia que les voy a contar, ocurrió hace mucho tiempo, es una historia que habla de una de las más grandes aventuras que haya tenido un joven en su vida: la historia del niño que le enseñó a su pueblo cómo matar un gigante… (Diálogo con los niños.) ¿Saben cómo se llamaba este niño? Muy bien, se llamaba David y esta es su historia...
SAMUEL. Creo que por aquí se va, sí, creo que sí. Ha pasado tanto tiempo que no visito Belén y eso que es una ciudad muy bonita: hay árboles por todos lados, las frutas son deliciosas y la gente muy hospitalaria. Vamos a ver, (dirigiéndose al público) Oh, hola amiguitos, mi nombre es Samuel, discúlpenme que no los haya visto antes, es que estoy buscando el camino que lleva a Belén y ¿saben por qué estoy yendo a Belén? ¿No...? Pues Dios me ha enviado para ungir a un nuevo rey que gobierne Israel porque Saúl no ha obedecido a Dios y por tanto, lo ha descartado como rey. (Volviéndose misterioso.) Pero debo tener cuidado porque si Saúl se entera es capaz de arrestarme o lo que es peor aún, me puede (mirando hacia ambos lados) asesinar. ¡Ah! Pero Dios me dijo también que tomara conmigo una becerra y la llevara a sacrificar y que cuando alguien me preguntara a que había venido a Belén, le dijera que “he venido a ofrecer sacrificio a Jehová” así que, amiguitos, si alguien les pregunta a qué he venido, ustedes le dirán que soy un anciano llamado Samuel, que ha venido de muy lejos para hacer un sacrificio a Jehová, ¿entendido? Ustedes no estarán mintiendo porque eso es verdad ¿no es así? (El público responde que sí.)
SOLDADO. (Apareciendo en escena.) ¡Alto!
SAMUEL. (A los niños.) Ya saben amiguitos lo que tienen que decir...
SOLDADO. Le dije que se detenga.
SAMUEL. ¿A mí se me habla, señor soldado?
SOLDADO. Sí, a ti, dime quién eres, identifícate.
SAMUEL. Pues mi nombre es Samuel.
SOLDADO. Samuel el profeta.
SAMUEL. Bueno, me conformo con que me digan Samuel a secas, señor soldado.
SOLDADO. No se me haga el graciosito y dígame ¿a qué ha venido a Belén?
SAMUEL. He venido a sacrificar una becerra a Jehová.
SOLDADO. No te creo nada de lo que me dices, será mejor notificarle al rey de tu venida, a mí más bien me parece que vienes para hablar en contra del Rey.
SAMUEL. Ho... Yo no hablo mal de nadie, señor, sólo digo lo que Dios me ordena que diga, nada más.
SOLDADO. Como te dije, no te creo nada de lo que me has dicho.
SAMUEL. Pues si no me cree, pregúntele a los niños, ellos le dirán la verdad...
SOLDADO. ¿Cuales niños?
SAMUEL. A los que están allí (señala al público.)
SOLDADO. ¡Oh! Perdónenme, niños, no me había dado cuenta de que estaban allí. ¿Ustedes me pueden decir para que ha venido este hombre a Belén? (Los niños responden que ha venido a sacrificar a Jehová.) Bueno, yo les creo.
SAMUEL. Sí, porque los niños no mienten y yo tampoco.
SOLDADO. Bueno, Samuel, entonces puedes seguir tu camino, pero te advierto que te voy a estar vigilando, así que mucho cuidado, ya sabes...
SAMUEL. El que anda con Dios no tiene de qué cuidarse ni por qué temer y gracias amiguitos por ayudarme, adiós, hasta pronto...
SOLDADO. Ya casi termina mi guardia. Saliendo del servicio me iré a casa para visitar a mi mamita y de allí donde mi enamorada para llevarla al teatro. (Suspira.) ¡Ah…! El amor, el amor... (Saliendo de escena.) ¡Oh, no! Mi reloj de arena se ha malogrado; ahora tendré que llevarlo al relojero.
NARRADOR. Así fue como Samuel llegó a Belén, porque Dios lo había enviado, y ofreció holocausto tal y como Dios también le había ordenado, y se encontró con Isaí, el padre de David y se pusieron a conversar de muchas cosas.
ISAÍ. ¿Qué te parece, Samuel? Ahora los sacrificios ya no son como los de antes.
SAMUEL. Sí, pues, es que como estamos en guerra, le gente últimamente o bien está en el campo de batalla o escondida por ahí...
ISAÍ. Antes, para un sacrificio se reunía toda la familia y se mataba lo mejor del ganado; no sólo era un deber sino también un orgullo sacrificar a Dios lo mejor de nuestros animales.
SAMUEL. Pero de todos modos el sacrificio estuvo muy bueno.
ISAÍ. ¡Oh, sí! Eso ni negarlo.
SAMUEL. Pero Isaí, tengo que decirte algo muy importante.
ISAÍ. ¿Y qué será, mi buen amigo?
SAMUEL. Pues que Dios me ha enviado para ungir a uno de tus hijos para que en un futuro sea el nuevo rey de Israel.
ISAÍ. (Asombrado.) ¡No te creo!
SAMUEL. Pues es la verdad y necesito que todos tus hijos vengan inmediatamente.
ISAÍ. Alabado sea Dios, los llamaré ahora mismo. (Sale.)
SAMUEL. ¡Ay, Dios mío! Aún recuerdo cuando era un niño y estaba en el templo sirviéndote día y noche, Señor, porque mi madre hizo un juramento contigo, que si tú le dabas un hijo, ella lo entregaría al templo para que sirviera a Dios… Y ahora estoy aquí, cumpliendo la promesa que te hizo mi madre. (Sale.)
NARRADOR. (Cambiando la escenografía.) Ahora, veamos lo que sucede en el campo donde se encuentran los hijos de Isaí.
(En el campo. Se encuentran recostados los hijos de Isaí.)
ELIAB. (Roncando.) Oye, Abinadad, Abinadad...
ABINADAD. (Medio despierto.) ¿Eh? ¿Quién me habla?
ELIAD. Soy yo: Eliab.
ABINADAD. ¿Qué quieres? ¿No ves que estoy descansando?
ELIAB. ¿Ah, sí? ¿Y de qué estás descansando?
ABINADAD. ¿Que no lo ves? De descansar, ¿que acaso no sabes que mi trabajo consiste en descansar por todos ustedes?
ELIAB. Déjate de tonterías y dime dónde está David.
ABINADAD. No lo sé, ¿acaso soy su hermano para que me preguntes por él?
ELIAB. Pues claro que lo eres.
ABINADAD. Verdad no... Déjame preguntarle a Sama... Oye, Sama, despierta...
SAMA. Déjame mamá, no me gusta levantarme temprano.
ABINADAD. Sama, despierta ya...
SAMA. No, mamá, no me gusta la sopa… Dile a papá que estoy enfermo para que no me lleve al campo a trabajar...
ABINADAD. (Gritando.) ¡Sama, despierta!
SAMA. ¿Qué pasa, Abinadad? ¿Por qué haces tanta bulla?
ABINADAD. Despierta ya y dime dónde está David.
SAMA. Espérate, déjame recordar... ¡Ah, sí! Ya me acuerdo... Lo envié al que apaciente las ovejas...
ABINADAD. Oye, Eliab...
ELIAB. ¿Qué pasa?
ABINADAD. Dice Sama que ha enviado a David para que apaciente las ovejas...
ELIAB. Bien hecho.
ABINADAD. Sí, que trabaje duro…
SAMA. Para eso es el hermano menor, él tiene que hacer todo lo que le digamos...
ELIAB. Oye, Sama...
SAMA. ¿Qué pasa?
ELIABA. Sería bueno que vayas a echarle una miradita a David, no vaya a ser que ese flojo se haya quedado dormido y los leones se coman las ovejas...
SAMA. ¿Y por qué no va Abinadad? Eso es trabajo para los hermanos mayores, yo no tengo nada que ver en eso...
ABINADAD. Oye Sama, no te metas conmigo porque si me levanto, soy capaz de... de...
SAMA. (Levantándose.) ¿De qué?
ABINADAD. De volverme a dormir, y quiero evitar la fatiga de levantarme por gusto.
ELIAB. Tienes que obedecernos, Sama, porque tú eres el menor.
SAMA. ¿Y por qué no van este par de flojos que son menores que yo?
ABINADAD. Porque ellos se han pasado todo el día recogiendo el trigo en el campo y tienen derecho a descansar.
SAMA. Pero yo no quiero ir...
ELIAB. Pero tienes que ir.
SAMA. ¡No!
ISAÍ. (Ingresando.) ¿Qué pasa aquí?
ELIAB. (Levantándose rápidamente.) A ver, todos a trabajar.
ABINADAD. (Repitiendo la misma acción de Eliab.) ¡Vamos haraganes, ya dejen de dormir y vamos a trabajar!
ISAÍ. Hijos, vengan conmigo pronto.
SAMA. ¿Qué pasa, Padre? ¡Dinos!
ISAÍ. Nos ha visitado Samuel, un profeta de Dios y quiere conocerlos a ustedes para ungir a uno y convertirlo en el próximo rey de Israel.
ELIAB. Seguramente Samuel me ungirá a mí, por ser el mayor y el más guapo de todos.
ABINADAD. No te hagas ilusiones porque papá no ha dicho que el profeta ungirá al primogénito sino a uno de nosotros.
SAMA. Si entre nosotros hay alguien a quién ungir, seguramente será a mí, porque yo soy el más inteligente de todos.
ISAÍ. ¡Ya! Dejen de pelear y vámonos. ¿Dónde está David?
ABINADAD. Está en el campo haciendo pastar a las ovejas.
ISAÍ. Bueno, no creo que haga falta, es el menor de todos mis hijos, así que no creo que Dios lo haya escogido a él... Vamos rápido, rápido. (Salen de escena.)
NARRADOR. (Va cambiando la escenografía.) ¡Qué tales hijos! ¿No? Unas joyitas, pero no todos seguramente. Recuerden que dos de ellos estaban descansando porque habían trabajado todo el día recogiendo el trigo y David que se encontraba en el campo apacentando las ovejas. Veamos qué sucede…
(En la casa de Isaí.)
SAMUEL. Bueno, vamos a ver a cuál de ustedes ha escogido Dios para que sea el nuevo rey de Israel en el futuro. Que se acerque el primogénito.
ELIAB. Aquí estoy, listo para ser ungido...
SAMUEL. Parece que este joven es el ungido...
VOZ EN OFF. (Voz con efecto de eco.) No mires su parecer, ni lo grande de su estatura, porque yo lo desecho, porque Jehová no mira lo que mira el hombre, el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero Jehová mira el corazón.
ELIAB. ¿Qué espera para ungirme? Ya estoy agachado...
SAMUEL. Lo siento mucho, jovencito, pero Dios no te ha escogido a ti.
ELIAB. Pero eso no es posible.
SAMUEL. Ya te dije que lo siento. El que sigue...
ABINADAD. ¡Qué pena, hermanito! Pero cuando sea rey, te nombraré mi escudero. (A Samuel.) Únjame Señor.
SAMUEL. Lo siento mucho, pero tampoco a ti te ha escogido Dios.
SAMA. Parece que voy a tener dos escuderos en mi palacio de Rey.
SAMUEL. Lo siento, pero a éste tampoco lo ha escogido Dios, el siguiente. (Pasan los otros cuatro hermanos y el texto que usa es el mismo para todos.) Lo siento pero el Señor tampoco te ha escogido a ti. ¿Isaí?
ISAÍ. ¿Sí, Samuel?
SAMUEL. ¿Estos son todos tus hijos?
ISAÍ. Bueno, todavía falta David, el menor de todos, pero todavía es un chiquillo...
SAMUEL. Pues tráelo, por favor, es necesario que también esté presente para ver si Dios lo ha escogido a él.
ISAÍ. Se hará como tú digas, Abinadad.
ABINADAD. ¿Sí, padre?
ISAÍ. Ve por David y tráelo aquí.
ABINADAD. Pero papi, el campo está muy lejos y además él es el menor y no creo que Dios lo haya escogido a él.
ISAÍ. Pero, hijo...
ABINADAD. Además, yo soy el más alto y (poniendo gruesa la voz) el más fuerte...
ISAÍ. Lo sé, hijo, pero esa es la voluntad de Dios y no la nuestra, ahora anda, rápido.
ABINADAD. Pero papá...
SAMUEL. No nos sentaremos en la mesa hasta que él venga aquí.
ABINADAD. (Mirando a Samuel.) En ese caso ¡Voy volando! (Sale.)
ISAÍ. Un poquito desobediente, pero es porque su madre lo ha engreído un poco.
SAMUEL. Ya veo.
ISAÍ. Es que los hijos de ahora ya no son como los de antes, pero ven por aquí, Samuel, hay algo que quiero mostrarte, lo he separado para el próximo sacrificio... (Salen.)
(David y el león.)
LEÓN. (Rugiendo desde fuera de escena.) Estoy tan hambriento que me comería un león... Pero, ¿qué estoy diciendo? Si yo soy un león… (Oliéndose) Y como comida no huelo muy bien, ¿será porque hace un mes que no me baño? No lo creo porque uso un buen desodorante. ¡Rexona, no te abandona! (Esto lo puede hacer levantando un desodorante.) ¡Oh!, pero, ¿qué veo allí? Un inocente niñito apacentando sus ovejitas. ¡Hum! Me daré un buen banquete, con lo que me gusta la carne... (Se dirige hacia otro lateral pero lo intercepta David ingresando a escena.)
DAVID. Disculpe la curiosidad, señor león, pero me gustaría saber a dónde va, si no es mucha molestia.
LEÓN. (Mirando hacia el público.) Se me tiene que ocurrir algo (volteando hacia David e imitando a un viejito.) Hijito, soy un pobre león viejo que de tanto comer carne se le han gastado los dientes y ha tenido que volverse vegetariano, ¿me dejarías un ratito comer pasto junto a tus ovejitas? Se ven buenitas, y gorditas y blanditas, permiso hijo, permiso que tengo hambre. (Trata de pasar ágilmente pero David se lo impide.)
DAVID. Un momento, si usted fuera un león viejo, tendría canas y no caminaría tan ágil, me parece que usted está mintiendo.
LEÓN. Yo nunca miento, jovencito, (dejando de fingir la voz de anciano) y ya déjame pasar porque tengo hambre, ¡Ejem...! (Imitando al viejito. Tengo hambre, hijito, no he comido en días.)
DAVID. (Interrumpiéndolo.) Déjeme primero preguntarle a los niños...
LEÓN. Ellos no saben, mejor déjalos tranquilos, ellos han venido a ver la función y no para que les estés preguntando cosas.
DAVID. De todas formas les voy a preguntar, ¿verdad niños que este león está viejito y que sólo come pasto?
(Los niños responden que no y que está mintiendo.)
LEÓN. (Les hace señas para que se callen.) Cállense...
DAVID. Los niños dicen que me estás mintiendo...
LEÓN. (Rugiendo.) Muy bien, se acabaron los modales, sí estoy mintiendo y soy un león muy malo y he venido a comerme tus ovejitas ¡y qué!
DAVID. ¡Que yo no te voy a dejar que te comas mis ovejas! (Se lanza al ataque, el león ruge y también ataca.)
LEÓN. En la cara no, en la cara no...
(David lo agarra por el cuello y lo vence.)
LEÓN. Ya no, ya no, basta.
DAVID. Tienes que decir: “me rindo”.
LEÓN. Me rindo, me rindo, chepa...
DAVID. Ahora tienes que prometer que no volverás por estos lugares.
LEÓN. Lo prometo, lo prometo, palabra de león, ahora suéltame y déjame ir, por favorcito.
DAVID. ¿Ustedes qué dicen, niños? ¿Lo suelto para darle una oportunidad?
(Los niños opinan.)
LEÓN. Ahora sí, niñitos, les prometo que me voy a portar bien, se los prometo. ¡Ay David! Me duele mucho esa llave, ¡ay!
DAVID. Los niños opinan que debo soltarte, sólo por eso lo voy a hacer.
LEÓN. ¡Ay, gracias niñitos! Les prometo a ustedes y a David que ya no volveré más por estos lugares, adió. (Sale de escena.)
DAVID. ¿Qué les parece, amiguitos? Ese león se quería pasar de vivo, pero no se imaginaba que yo me sé de memoria todas sus mañas… ¡Ja! Lo que sucede es que siempre vienen por aquí osos y leones para tratar de comerse las ovejas de mi padre y yo ya me sé sus mentiras de memoria, además de eso yo soy muy fuerte… Miren, miren mis músculos… Bueno, todavía no salen porque aún soy chiquito, pero ahí están.
ABINADAD. David, David, ¿dónde te has metido?
DAVID. Ese parece mi hermano Abinadad...
ABINADAD. David, David...
DAVID. Aquí estoy, hermano.
ABINADAD. (Ingresando a escena.) Te estuve buscando por todas partes.
DAVID. Es que estuve peleando con un león que se quería comer las ovejas de nuestro padre.
ABINADAD. Sí, ¿como no?
DAVID. Pero, es la verdad, ¿no es así, niños?
(Los niños responden.)
ABINADAD. Bueno, no tengo tiempo para andar preguntando, además nuestro padre quiere verte inmediatamente.
DAVID. Está bien, nos vemos amiguitos.
(Salen de escena.)
(En casa de Isaí.)
ISAÍ. (Apareciendo seguido de Samuel.) Y como te venia diciendo, este asunto de los impuestos, y los filisteos insolentes que amenazan con invadirnos siempre...
ABINADAD. Padre, padre, aquí vengo trayendo a David.
ISAÍ. Buen trabajo, hijo.
DAVID. ¡Hola padre!
ISAÍ. Pasa rápido hijo, que este señor quiere conocerte.
SAMUEL. ¡Oh! Tú debes ser David, ¿no es así?
DAVID. Sí, Señor.
SAMUEL. Ven aquí conmigo, hijo, Dios me ha enviado a ungirte con aceite pues tú serás el nuevo rey de Israel, pero eso ocurrirá más adelante todavía. (Lo unge con aceite.) Bien, ahora que mi misión ha terminado, tengo que retirarme.
ISAÍ. ¡Que Dios este contigo, Samuel!
SAMUEL. Gracias por todo y que Dios los bendiga.
(Sale Samuel y después todos.)
NARRADOR. Así fue como David fue ungido por Samuel para que fuera el nuevo rey de Israel, pero la historia no termina aquí, pues hubo guerra en Israel y sus enemigos de siempre, los Filisteos, se disponían a invadir Israel con sus tropas. El rey ordenó que todo hombre que ya tuviera la fuerza suficiente para empuñar un arma se enlistara en el ejército y fue así que los tres hijos mayores de Isaí se enlistaron para seguir en la guerra a Saúl, el rey de Israel.
(Sale el narrador e ingresa Goliat.)
(Goliat sale como de casualidad, también uno de los hermanos de David muy distraído y cuando ve a Goliat grita y sale disparado.)
GOLIAT. ¿Para qué os habéis puesto en orden de batalla? ¿No soy yo filisteo y vosotros los siervos de Saúl? ¡Escoged entre vosotros un hombre que venga contra mí! Y si él me vence, nosotros seremos sus esclavos; pero si yo lo venzo, ustedes serán nuestros esclavos y nos servirán… ¿Me han escuchado? Hoy yo he desafiado a los guerreros de Israel, dadme un hombre que pelee conmigo.
NARRADOR. ¡Dios mío, este gigante es tremendo! Ya van cuarenta días que sale por la mañana y por la tarde desafiando a los escuadrones de Israel, y hasta ahora nadie ha osado aceptarle el reto. Dicen que Saúl y sus generales tienen mucho miedo y ya no saben qué hacer...
ISAÍ. (Llamando.) ¡David, David, hijo...! ¿Dónde se habrá metido este chico? ¡Caramba! Si parece un venado… Anda todo el día saltando de aquí para allá... ¡David...!
DAVID. (Aparece por la espalda.) ¿Sí, padre?
ISAÍ. Caramba hijo, que me has asustado...
DAVID. Perdóneme es que venía a toda prisa y no me di cuenta de que estaba cerca de la puerta...
ISAÍ. Quiero que les lleves a tus hermanos este grano tostado y estos diez panes. Llévalo pronto al campamento y fíjate si están todos bien.
DAVID. Sí, papá.
ISAÍ. Y no te demores, no te distraigas por el camino.
DAVID. No, padre, descuide. (Al público.) ¿Saben amiguitos? Mis hermanos están peleando contra los filisteos, voy a llevarles esta comida y de paso veo si están bien, ¡ojalá que pronto termine esta guerra porque extraño a mis hermanos! Aunque a veces son un poco fastidiosos pero los quiero mucho y no deseo que nada malo les suceda.
(Sale David e ingresan sus hermanos. Están recostados en una posición parecida a la del campo.)
ELIAB. (Roncando.) ¡Oye, Abinadad! ¡Abinadad...!
ABINADAD. (Medio despierto.) ¿Eh...? ¿Quién me habla?
ELIAB. Soy yo, Eliab.
ABINADAD. ¿Qué quieres? ¿No ves que estoy descansando…?
ELIAB. ¡Ah, sí! ¿Y de qué estás descansando?
ABINADAD. ¿Que no lo ves? De descansar...
ELIAB. Déjate de tonterías y anda a ver si ya llegó David porque tengo hambre.
ABINADAD. Ya llegará hombre, no te preocupes.
ELIAB. Pues claro que me preocupo: tengo hambre.
ABINADAD. Verdad no... Déjame despertar a Sama. Oye, Sama, despierta...
SAMA. ¡Hey, ya, dejen dormir! ¡No hagan bulla!
ABINADAD. Sama, despierta ya...
SAMA. No, mamá, no me gusta la sopa, dile a papá que estoy enfermo para que no me lleve al campo a trabajar...
ABINADAD. (Gritando.) ¡Sama despierta!
SAMA. ¿Qué pasa, Abinadad? ¿Por qué haces tanta bulla?
ABINADAD. Despierta ya y ve a ver si ha llegado David.
SAMA. Espérate un ratito más, déjame descansar bien...
ABINADAD. Ya has descansado lo suficiente, anda, ve...
SAMA. ¡Oh...! Está bien... (Levantándose.)
DAVID. (Entrando.) ¡Hola hermanos!
ELIAB, ABINADAD y SAMA. (Se levantan bruscamente pensando que es el capitán.) ¡Siempre listos!
DAVID. No es necesario que se emocionen tanto por mi llegada.
ELIAB. David, eres tú.
ABINADAD. Pensamos que era el capitán.
SAMA. ¡Qué susto nos has dado!
DAVID. Perdónenme, es que no me di cuenta que estaban descansando…
SAMA. Es que estar en la guerra cansa mucho.
ELIABA. La próxima vez ten más cuidado.
DAVIDA. Lo haré… Papá quiere saber si se encuentran bien.
ABINADAD. A ver qué nos has traído…
(Rebuscan en la canasta desesperados.)
DAVID. Sólo un poco de pan y grano tostado.
SAMA. ¿No hay miel?
DAVID. No, lo siento...
GOLIATA. (Voz en off.) ¡Escoged entre vosotros un hombre que venga contra mí! Y si él me vence, nosotros seremos sus esclavos; pero si yo lo venzo, ustedes serán nuestros esclavos y nos servirán, ¿me han escuchado? Hoy yo desafío a los guerreros de Israel, dadme un hombre que pelee conmigo.
SAMA. (Temeroso.) Otra vez él... No quiero verlo, no quiero verlo, no... (Se esconde detrás de David.)
DAVID. ¿Quién es ese hombre?
ABINADAD. No es un hombre, es un gigante… Voy a ver si alguien se atreve a enfrentársele, aunque lo dudo mudo mucho. (Sale.)
ELIAB. Y todos los días se adelanta para provocar a Israel.
DAVID. ¿Qué harán al hombre que venza a este filisteo y quite la vergüenza de Israel?
SAMA. Ya te lo dijo Abinadad, no es un hombre, es un gigante, pero al que lo venza el rey le dará grandes riquezas, le dará también la mano de su hija y exonerará de tributos a la casa de su padre.
DAVID. ¿Qué se habrá creído este filisteo malvado, para que provoque a los escuadrones del Dios viviente?
ELIAB. (Enojado.) Ya es hora de que regreses al lado de nuestro padre y le digas que estamos bien, además, tú deber es cuidar las pocas ovejas que nos quedan.
ABINADAD. (Alarmado.) ¡David! ¡David!...
DAVID. ¿Qué sucede?
ABINADAD. El Rey ha escuchado tus palabras y quiere hablar contigo.
ELIAB. Seguramente piensa que eres uno de sus mejores soldados y que has decidido pelear contra Goliat.
DAVID. Pues sea soldado o no lo venceré.
(Salen todos por un lateral.)
NARRADOR. David ha sido llamado por el rey y no sabemos para qué, ¡ojalá que no sea nada malo! pero veamos...
(Por el lateral contrario al que salieron ingresa el rey seguido de David.)
REY SAÚL. Ya te he dicho que tú no podrás pelear contra ese filisteo porque aún eres un muchacho, mientras que él es un hombre de guerra desde su juventud.
DAVID. Pero mi Rey, tu siervo era pastor de ovejas de su padre y cuando venía un león o un oso y se llevaba algún cordero de la manada, salía yo tras él, lo hería y se lo arrancaba de la boca y si me atacaba pues lo mataba. Así también este filisteo será como uno de ellos...
REY SAÚL. Bueno, pues ve, y que Dios esté contigo.
DAVID. Ya verá mi rey que todo va a salir bien. (Sale.)
REY SAÚL. Eso espero, David, eso espero... ¿Ustedes creen amiguitos que ese muchachito pueda vencer al gigantón de Goliat? ¿¡Sí!? Pues eso espero. (Sale.)
NARRADOR. Ambos ejércitos ya se han puesto en orden de batalla, muy pronto comenzará la guerra, pero antes de esto...
GOLIAT. (Voz en off.) ¡Escoged entre vosotros un hombre que venga contra mí!
NARRADOR. Sí, el Gigante Goliat está retando nuevamente al ejército de Israel...
GOLIAT. Si él me vence, nosotros seremos sus esclavos; pero si yo lo venzo, ustedes serán nuestros esclavos y nos servirán, ¿me han escuchado? Hoy yo desafío a los guerreros de Israel, dadme un hombre que pelee conmigo.
NARRADOR. Mejor veamos, porque parece que este gigante está impaciente por pelear y para serles franco, yo también le tengo algo de temor, veamos...
GOLIAT. (Aparece en escena.) Escoged entre vosotros un hombre que venga contra mí. (Viendo a David.) ¿Qué es esto? ¿Acaso soy yo un perro para que un miserable chiquillo venga contra mí? ¡Yo te maldigo en nombre de mis dioses! ¡Ven hacia mí, y daré tu carne a las aves del cielo y a las bestias del campo!
DAVID. Tú vienes contra mí con espada, lanza y jabalina, pero yo voy contra ti en el nombre del Dios de los ejércitos, a quién tú has provocado y Él te entregará hoy en mis manos, así toda la tierra que hay un único Dios en Israel.
GOLIAT. (Comienza la batalla.) ¡Te voy a destrozar!
DAVID. (Esquivando la espada.) Dios no salva con espada ni con lanza.
GOLIAT. Toma.
DAVID. (Esquivando.) De Dios es la batalla. (Dispara con su honda.)
(Goliat gritando cae y sale de escena.)
DAVID. Lo vencí, amiguitos, vencí al gigante, ahora tengo que presentarme ante el rey y darle la noticia.
NARRADOR. Así como David venció a Goliat y los filisteos al ver derrotado a su paladín huyeron despavoridos y llenos de temor, Israel ganó la guerra y también se libraron sus habitantes de ser esclavos de gente muy mala.
(Se escuchan rumores “Saúl hirió a sus miles, David a sus diez miles”.)
NARRADOR. “Saúl hirió a sus miles y David a sus diez miles”. Así aclamaron a David aquel día y después de un tiempo se hizo rey. Todos tenemos la oportunidad de ser algo útil y bueno en la vida, amiguitos, sólo es cuestión de esforzarse, así como David. ¡Ah! Casi me olvido: Goliat no fue el único gigante que vivía por ese entonces, hubo muchos, pero también nacieron hombres de guerra en Israel que inspirados por las proezas de David, aprendieron a matar gigantes, bueno eso es todo y hasta la próxima amiguitos, Chau…