8 Minutos y 3 Personajes. Una madre le ruega a su hijo que la acompañe en Nochevieja, que no vaya de fiesta con sus amigos y la acompañe a una reunión para adorar al Salvador. El hijo se debatirá entre su madre y sus tendencias.
LA NOCHE DE FIN DE AÑO
PERSONAJES
NARRADOR
MADRE
HIJO
NARRADOR. Al caer la tarde la madre le ha dicho:
MADRE. Esta noche Ernesto, ¿no vendrás conmigo?
HIJO. Hoy es imposible, no puedo, me esperan, mamá, los amigos.
MADRE. Pensé que esta noche, la última noche del año, hijo mío, podarías pasarla junto a mí, querido.
HIJO. No puedo, no, madre, no insistas, te pido, no creas por eso que no me afliges… Sí me gustaría pasar contigo la última noche, de veras lo digo. Pero la corriente me arrastra con brío, no puedo, me esperan los amigos, mamá.
MADRE. ¿Tan fuerte te atan? ¿Tanto es su dominio?
HIJO. Cuando uno resbala por un mal camino que va cuesta abajo le atrae el abismo, y yo he resbalado, mamá y he caído.
MADRE. Tu madre lo sabe, tu madre lo ha visto, por eso esta noche Ernesto, te pido que lo dejes todo y vengas conmigo.
HIJO. ¿Para ir a dónde?
MADRE. Verás, hijo mío, Jesús, Dios amante y Señor bendito es desde hace poco mi mejor amigo, te llevaré dónde mujeres y niños, hombres pecadores salvados por Cristo, esperan la hora en que exhala el suspiro, la última noche del año vivido.
NARRADOR. Y el hijo responde muy entristecido.
HIJO. Quisiera ir, aunque fuera ir un ratito, respirar un poco de ese aire bendito, pero no, no puedo. Resbalé y me esperan los amigos, mamá.
NARRADOR. Es el tic tac del reloj el que acompaña el respiro de la iglesia silenciosa que está esperando el suspiro final de la última noche del año que está vivido. La madre está en un rincón, los ojos humedecidos, una oración en los labios y en el corazón latidos. Es que resbaló su Ernesto y ya está con sus amigos. La hora por fin llegó, el reloj ya ha decidido con lentitud y amargura, desgranar el sonido de las doces campanadas, y que son doce quejidos. Es que fue tan bello el año; es que a tantos salvó Cristo, pero ya ha llegado el otro año nuevo bienvenido. La gente se levanta ya se terminó el suspiro, ahora besos y abrazos desean feliz camino, que Dios te bendiga hermano, que el Señor sea contigo, doce lágrimas brotaron de aquellos ojos queridos, los ojos de aquella madre que ya no está con su hijo.
MADRE. ¡Ay, reloj Grutic! ¿Por qué has dado campanadas de martirio? Ernesto ya habrá llegado, quién sabe al fin del abismo.
NARRADOR. En el rincón gime y llora, nadie su llanto ha advertido, todos están contentos por el año que ha venido, de pronto siente en su hombro una mano y un cariño, parece que es el afecto, se da vuelta y es su hijo, su hijo que no ha llegado hasta el fondo del abismo.
HIJO. Era tan triste la noche mamá con tantos amigos, era tan lindo tu rostro cuando esta tarde me has dicho que Jesús es desde hace poco tu mejor amigo, estos saludos y abrazos, estos deseos sentidos que aquí se están repartiendo, son, ay mamá, tan distintos. No son los del fingimiento, no son los del compromiso; parece que son del cielo, parece que son benditos. ¡Ay! Cómo me quedaría con vosotros si el abismo no me arrastrara a su fondo, mamá, cuando ya he caído.
MADRE. ¿De veras que te quedarás Ernesto, pequeño mío?
HIJO. Sí, mamá, siento deseos, mas creo que no es mi sino...
NARRADOR. Y con su voz temblorosa de emoción y de cariño de esperanza y de ternura la madre gritando ha dicho:
MADRE. Hermanos, venid bien cerca y orad, orad por mi hijo que ésta ha sido una llama que crece en el precipicio.
NARRADOR. La oración ha sido breve, el corazón se ha sentido, palabras han sido pocas y lágrimas se han vertidos, Amén han dicho los hombres, Amén la mujer ha dicho, Amen ha exclamado el joven, y Amén ha llorado el hijo.
MADRE. ¿Lloras Ernesto, pequeño mío?
NARRADOR. Ernesto ya no soporta tendiendo en el precipicio cae, pero de rodilla cae a los pies de Cristo, por las calles pasan hombres vitoreando el propio vicio y en la quietud de la iglesia un hombre que ya no es un niño dice abrazado a su madre:
HIJO. No llores, yo te lo pido si no podrán alejarme de ti, mamá, los amigos.
NARRADOR
MADRE
HIJO
NARRADOR. Al caer la tarde la madre le ha dicho:
MADRE. Esta noche Ernesto, ¿no vendrás conmigo?
HIJO. Hoy es imposible, no puedo, me esperan, mamá, los amigos.
MADRE. Pensé que esta noche, la última noche del año, hijo mío, podarías pasarla junto a mí, querido.
HIJO. No puedo, no, madre, no insistas, te pido, no creas por eso que no me afliges… Sí me gustaría pasar contigo la última noche, de veras lo digo. Pero la corriente me arrastra con brío, no puedo, me esperan los amigos, mamá.
MADRE. ¿Tan fuerte te atan? ¿Tanto es su dominio?
HIJO. Cuando uno resbala por un mal camino que va cuesta abajo le atrae el abismo, y yo he resbalado, mamá y he caído.
MADRE. Tu madre lo sabe, tu madre lo ha visto, por eso esta noche Ernesto, te pido que lo dejes todo y vengas conmigo.
HIJO. ¿Para ir a dónde?
MADRE. Verás, hijo mío, Jesús, Dios amante y Señor bendito es desde hace poco mi mejor amigo, te llevaré dónde mujeres y niños, hombres pecadores salvados por Cristo, esperan la hora en que exhala el suspiro, la última noche del año vivido.
NARRADOR. Y el hijo responde muy entristecido.
HIJO. Quisiera ir, aunque fuera ir un ratito, respirar un poco de ese aire bendito, pero no, no puedo. Resbalé y me esperan los amigos, mamá.
NARRADOR. Es el tic tac del reloj el que acompaña el respiro de la iglesia silenciosa que está esperando el suspiro final de la última noche del año que está vivido. La madre está en un rincón, los ojos humedecidos, una oración en los labios y en el corazón latidos. Es que resbaló su Ernesto y ya está con sus amigos. La hora por fin llegó, el reloj ya ha decidido con lentitud y amargura, desgranar el sonido de las doces campanadas, y que son doce quejidos. Es que fue tan bello el año; es que a tantos salvó Cristo, pero ya ha llegado el otro año nuevo bienvenido. La gente se levanta ya se terminó el suspiro, ahora besos y abrazos desean feliz camino, que Dios te bendiga hermano, que el Señor sea contigo, doce lágrimas brotaron de aquellos ojos queridos, los ojos de aquella madre que ya no está con su hijo.
MADRE. ¡Ay, reloj Grutic! ¿Por qué has dado campanadas de martirio? Ernesto ya habrá llegado, quién sabe al fin del abismo.
NARRADOR. En el rincón gime y llora, nadie su llanto ha advertido, todos están contentos por el año que ha venido, de pronto siente en su hombro una mano y un cariño, parece que es el afecto, se da vuelta y es su hijo, su hijo que no ha llegado hasta el fondo del abismo.
HIJO. Era tan triste la noche mamá con tantos amigos, era tan lindo tu rostro cuando esta tarde me has dicho que Jesús es desde hace poco tu mejor amigo, estos saludos y abrazos, estos deseos sentidos que aquí se están repartiendo, son, ay mamá, tan distintos. No son los del fingimiento, no son los del compromiso; parece que son del cielo, parece que son benditos. ¡Ay! Cómo me quedaría con vosotros si el abismo no me arrastrara a su fondo, mamá, cuando ya he caído.
MADRE. ¿De veras que te quedarás Ernesto, pequeño mío?
HIJO. Sí, mamá, siento deseos, mas creo que no es mi sino...
NARRADOR. Y con su voz temblorosa de emoción y de cariño de esperanza y de ternura la madre gritando ha dicho:
MADRE. Hermanos, venid bien cerca y orad, orad por mi hijo que ésta ha sido una llama que crece en el precipicio.
NARRADOR. La oración ha sido breve, el corazón se ha sentido, palabras han sido pocas y lágrimas se han vertidos, Amén han dicho los hombres, Amén la mujer ha dicho, Amen ha exclamado el joven, y Amén ha llorado el hijo.
MADRE. ¿Lloras Ernesto, pequeño mío?
NARRADOR. Ernesto ya no soporta tendiendo en el precipicio cae, pero de rodilla cae a los pies de Cristo, por las calles pasan hombres vitoreando el propio vicio y en la quietud de la iglesia un hombre que ya no es un niño dice abrazado a su madre:
HIJO. No llores, yo te lo pido si no podrán alejarme de ti, mamá, los amigos.
Está hermosa historia mi.madre la tenía en un disco crecí escuchandola y hoy me gustaría rescatarla haciendola con mi hijo en mi congregación.
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