Navidad

30 Minutos y 13 Personajes. Los personajes que intervienen son llamados a testificar del nacimiento del Mesías y dialogan entre ellos a instancias del presentador. Cada personaje es caracterizado sobriamente pero lo suficiente para ser reconocidos por el público.

NAVIDAD


PERSONAJES

PRESENTADOR
MARÍA
JOSÉ
VOZ ÁNGEL
VOZ DE DIOS
ELIUD SARA
MESONERA
ENCARGADO
ADRIEL
ELIEL
SIMEÓN

SACERDOTE
HERODES

(En ciertos lugares los actores quedan fijados en cuadros plásticos e interviene el coro con sus cantos.)


OBRA

(Entra en escena María después de haber sido solicita por el presentador.)

MARÍA. Soy María de Nazaret. En esta noche estoy llamada a dar testimonio del nacimiento de mi hijo Jesús. El nacimiento de Jesús fue de la manera siguiente: Estaba yo desposada con un varón de la casa de David, llamado José. Un día, cuando estaba sola, habiendo terminado las labores de la casas, me puse en oración pensando en las grandes promesas de Dios sobre aquellos que le son fieles cuando se hizo en la casa una gran luz (música suave) y en medio de la claridad un ángel del Señor me apareció diciendo:

VOZ. “Dios te salve, llena de gracia: el Señor es contigo...

MARÍA. Estaba turbada. No comprendía la salutación del mensajero celestial ni el porqué de su visita. El corazón empezó a latir fuertemente en mi pecho y mis manos temblaron. El ángel vio mi turbación y me dijo:

VOZ. “No temas María, porque has hallado gracia a los ojos de Dios... Has de saber que concebirás en tu seno y darás a luz un hijo a quien pondrás por nombre Jesús. Éste será muy importante y será llamado Hijo del Altísimo al cual el Señor le dará el trono de su Padre David y reinará en la casa de Jacob eternamente y su reino no tendrá fin. (Música “Ave María”).

MARÍA. Tuve un momento de reflexión. Había meditado muchas veces sobre la Venida del Mesías y en lo dichosa qué sería la mujer que fuera su madre pero no comprendía cómo podía ser este anuncio una realidad para mí. Temblorosa pregunté al ángel: “¿Cómo ha de ser esto? Pues no conozco varón”.

VOZ. “El Espíritu Santo descenderá sobre ti y la virtud del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por cuya causa, lo santo que de ti nacerá será llamado Hijo de Dios.

MARÍA. De pronto comprendí la grandeza del privilegio que iba a alcanzar. Acostumbrada a leer las promesas de Dios las cuales están llenas los relatos sagrados, sabía que para Dios no hay nada imposible, pero... y me puse a considerar en las consecuencias. ¿Creería la gente en el anuncio del Ángel o se ensañaría conmigo y me apedrearían como a mujer pecadora? ¿Y José? ¿Qué pensaría mi buen José? Porque, aunque es bueno y espiritual, ¿comprendería el mensaje del Ángel y la voluntad del Señor? El Ángel estaba mudo delante de mí. Esperaba una respuesta... ¡Mi decisión! “Estoy para hacer la voluntad de Dios. He aquí la sierva del Señor... Hágase conforme a tu palabra”. (Música.)

JOSÉ. Yo soy José, carpintero de oficio, hombre rudo a causa del duro trabajo pero con sentimientos nobles. La felicidad llamó a mi puerta cuando conocí a María. Me gustaba vivir a la sombra de María. Su mirada, su sonrisa, su respiración bastaban a mi amor... Pero tuve que ausentarme para ir a trabajar en el puerto de Capernaún. A la víspera del día de fiesta volví a casa. Encontré a María seria. Me dijo:

MARÍA. José, acércate. Todo se ha confirmado.

JOSÉ. ¿Qué es lo que se ha confirmado?

MARÍA. ¡Estoy por tener un hijo!

JOSÉ. ¿Cómo? Pero, ¿qué es lo que dices? No te encuentras bien... tú deliras.

MARÍA. Sí, José; estoy por tener un hijo.

JOSÉ. Pensé que la mente de María desvariaba. La primavera se anunciaba y a veces actúa sensiblemente sobre las personas.

MARÍA. No, José, no estoy enferma. Convéncete. Voy a tener un hijo.

JOSÉ. ¿Y esta es la recompensa a mi fe, a mi amor y a mi fidelidad? Pero, ¿en qué has convertido mi casa? ¡No puedo permanecer un momento más en ella!

MARÍA. ¡José! Te suplico José, te imploro. ¡No me dejes! Tienes que tener fe; deja que te explique. ¡José, José!

JOSÉ. Estaba decidido a no poner más los pies en mi casa. Entonces fui a mi habitación, medité cómo podía abandonar secretamente a María, sin dar escándalo. Quedé dormido y en el sueño (música) se me apareció una figura humana resplandeciente como una visión que me dijo:

VOZ. “Cometes un error al dudar de tu esposa. María traerá a luz un hijo por voluntad de Dios. Lo llamarás Jesús. Él será el Salvador de tu pueblo”.

JOSÉ. Me desperté y fui a María y le dije: “María, bendita tú entre las mujeres y bendito será el hijo que de ti nazca. Su nombre será Jesús”. Música.

(José y María se cogen de las manos mirándose a los ojos y sonriéndose.)

PRESENTADOR. Ahora tenemos que entrevistar a un personaje que tuvo mucho que ver en las circunstancias del nacimiento de Jesús. Este personaje es el encargado del censo nacional, del empadronamiento en Judea.

ENCARGADO. Todos saben que en Roma había un nuevo emperador que se llamaba César Augusto. El imperio romano era muy extenso y el César quiso saber de cuántos millones de habitantes disponía su reino. Hacía mucho tiempo que no se hacía un censo semejante. Cirino, gobernador de Siria, nos dio la orden de proclamar el empadronamiento. No sé exactamente el motivo o los motivos que le movieron a esto. Algunos nos dijeron que era una soberbia del monarca para saber sobre cuántas cabezas reinaba e imponía su autoridad. Otros dijeron que era para saber con cuántos hombres contaba en caso de rebelión y finamente otros opinaban que era para reforzar la guarnición romana acuartelada en Palestina, cosa que sucedió. Pues yo fui encargado de pregonar el edicto del empadronamiento con mi propia voz y por escrito. Cada cual estaba obligado a dirigirse a su lugar de nacimiento. Me dirigí a Belén, que era el distrito que me correspondía, y allí aguanté durante días la afluencia de todos los que venían a cumplir con la orden.

PRESENTADOR. ¿Se dio usted cuenta en su tarea de registrar en el censo de Belén la presencia de esta pareja?

ENCARGADO. Había tantos, es tan difícil. Es imposible recordar a todos. ¿Sabe? En esta profesión se embrutece uno. La masa lo envuelve todo. Se hacen tantas preguntas. Hay tantos nombres que registrar: ¿De dónde eres? ¿De qué familia vienes? ¿Dónde vives? ¿Estás casado? ¿Cuántos hijos tienes? Y vienen algunos que no saben ni los años que tienen. Pues, la verdad, no me di cuenta de nada. Para mí, este señor y esta señora no tenían nada para llamar mi atención. Supongo que usted no se va a enfadar conmigo por no haberme fijado en esta pareja. Uno cumple con su deber sin fijarse en los pequeños detalles. Ya sabe usted que la administración es así y en estos tiempos en que el trabajo es tan difícil hay que conservar el empleo. Y así sucede que a fuerza de tratar con los administrativos, los burócratas nos hemos materializado por todo el formalismo del papeleo. Fíjese usted un poco: es necesario hacer los informes por triplicado. Uno lo enviamos al César en Roma, otro se queda en la región, en poder del gobernador, y el tercero, se queda en el archivo de la localidad. ¡Con lo pequeña que es Belén! ¡No se puede usted hacer idea de la gente que ha nacido aquí! (Música.)

MESONERA. Que me lo digan a mí que llevo ocho días que no duermo, que no descanso, que no paro de barrer, de cocinar, de trabajar como una bestia de carga.

PRESENTADOR. Y, ¿quién es usted que tanto trabaja?

MESONERA. Me llamo Marta y soy la mesonera de Belén. ¡Nunca he visto tanta gente! Mi casa estaba llena. Había camas en todos los rincones de las habitaciones, en la bodega y en la buhardilla. Hice todas las compras necesarias para alimentar a una tribu entera. Y de la cocina... ¡No me hable! Dar de comer a tanta gente, matar gallinas y corderos, asarlos. No queda tiempo para nada. Terminaba el día cansadísima. Sin tiempo siquiera para abrir la ventana y respirar aire puro.

PRESENTADOR. Se podría decir a Marta, la Mesonera, lo que se dijo a otra Marta. Que los afanes y cuidados de la vida la tenían preocupada y le impedían realizar mejores servicios. Si Marta hubiera abierto la ventana y mirado al cielo hubiera visto que una extraña estrella brillaba en el firmamento.

MESONERA. Y no es que me queje del trabajo. A mí me gusta trabajar, y ahora que había en abundancia, había que aprovechar. Lo que más me molesta son las personas que venían a pedir posada. Abrir la puerta, decirles amablemente que no, que no tengo un solo rincón... Nada, ni en el corral. Todo está lleno. Pensaba escribir un cartel que dijera: “Completo”. Tanto me molestaban las llamadas. Pagarían cualquier suma con tal de tener un sitio donde pasar la noche. Los más previsores habían reservado sus hospedajes. Tengo en mi casa una familia que reservó una habitación diez días antes del empadronamiento. Esos sí que saben viajar.

ELIUD. Nosotros vivimos al norte de la región. Salimos muy temprano en la madrugada para llegar a mitad de la tarde y tener tiempo de instalarnos confortablemente en la habitación que habíamos reservado. Preveía todo este barullo y me dije: “A mí no me dejan en la calle. Prefiero pagar doble y estar confortablemente alojado. El dinero es para gastarlo y gastarlo bien. Yo no soy como otros que esperan al último momento.”

PRESENTADOR. ¿Y no se dieron cuenta de la llamada de José y María?

SARA. Sí, yo me di cuenta porque aquí el señor José, creo que se llama, discutía con el dueño de la posada para que alojase por lo menos a su esposa. ¡La pobre parecía tan cansada! Me dio lástima verla así y en tal estado. A nadie se le ocurre ponerse en camino estando en esos trances. Mi marido me miró, así como para decirme que apretándonos un poco, la habitación era grande, pero yo no quise. Los hombres son así de bonachones pero, ¿por qué habría yo de sacrificarme por unos desconocidos? Además, uno no sabe nunca de quién se trata... meter en casa a unos extranjeros. ¿Qué me tocan a mí esos forasteros? ¿No podrían, lo mismo que nosotros, prever lo que iba a pasar y tomar disposiciones para no llegar los últimos?

PRESENTADOR. No olvidéis de la hospitalidad que algunos sin saberlo hospedaron ángeles. “Que nadie busque lo suyo propio sino lo que es del prójimo”. El Dios del cielo hubiera nacido en medio de vosotros si le hubieseis dado un rincón en vuestra habitación. A causa de vuestro egoísmo, perdisteis ese gran privilegio y honor.

MESONERA. Yo también vi a esa pareja. Ella tan joven y tan cansada, con las mejillas rojas de fiebre. Él más viejo y apurado. Me dieron lástima pero, ¿qué podía yo hacer si todas las habitaciones y los cuartos estaban ya ocupados? Cuando mi marido les dijo que no había sitio para ellos, lentamente se dieron la vuelta y comenzaron a caminar. Entonces salí detrás de ellos y a unos pasos los alcancé y les dije que fueran a ver si se podían acomodar en un viejo pesebre en ruinas que perteneció a una vieja tía mía y que estaba a la salida del pueblo. Pensé que, aunque en mal estado podía remediarles en algo.

MARÍA. Y se lo agradecemos mucho. Los pobres como nosotros nos contentamos con poco. Aunque me hubiera gustado que mi niño hubiera nacido en un palacio y el pobrecito no tuvo lugar dónde reclinar su sien.

JOSÉ. Nos arreglamos muy bien. Junté un poco de leña en un rincón, encendí fuego que nos dio calor y luz. Recogí ramas y paja e hice un lecho donde María pudo recostarse y allí nació el hijo de María ¡El Redentor del Mundo!

(Música – Cuadro plástico – Himno “Noche de Paz”.)

MESONERA. No sabía si ustedes habían aprovechado el albergue en el pesebre que les indiqué. Fue solamente cuando los pastores alborotaron la aldea que me enteré que ustedes tenían un niño. Se va.

ADRIEL. Estábamos guardando nuestros ganados cuando llegó el momento de comer un poco. Nos sentamos al abrigo de unas rocas y después de terminar nuestras provisiones, Eliel, como de costumbre, nos cantó unos salmos. Luego hablamos de la esperanza del pueblo de Israel y del Mesías prometido y de cómo cambiaría nuestras vidas si tuviéramos la suerte de que viniera en nuestros días.

ELIEL. Y hablamos también de los tiempos agitados en los cuales vivimos, del constante y alarmante paso de las legiones y del barullo ocasionado por el empadronamiento. Hacía tiempo que había oscurecido cuando oímos así como rumores (música), como voces confusas de cantos en los cielos.

ADRIEL. Entonces en la noche se hizo una claridad y en medio de una luz cegadora, un ser resplandeciente se puso entre nosotros. Espantados nos tapamos los rostros, pero se nos dijo:

VOZ. No temáis, pues vengo a daros una nueva de grandísimo gozo para todo el pueblo y es que hoy os ha nacido en la ciudad de David el Salvador, que es el Cristo, el Señor.

ADRIEL. Nos quedamos atónitos, mirándonos los unos a los otros, mas el Ángel añadió:

VOZ. Y para que lo encontréis con facilidad os doy esta señal y le reconoceréis: “Hallaréis al niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre.”

ELIEL. El Ángel se fue mas el rumor aumentó haciéndose claras las voces que decían: “Gloria a Dios en las alturas y paz, buena voluntad para los hombres”. (

Música: Himno “Se oye un canto en alta esfera”.)

ELIEL. Cuando las voces se hubieron callado, Adriel entusiasmado empezó a decir:

ADRIEL. ¡Vayamos hasta Belén y veamos lo que ha acontecido! Veamos lo que el Señor nos ha manifestado. ¡Venid, vamos todos, vamos a ver al Mesías que ha nacido! ¡El Mesías ha nacido!

ELIEL. Y encontramos allí a María y a José y al niño reclinado en un pesebre. Le ofrecimos algo de lo que teníamos. Toda la gente de la aldea vino a ver al niño. Había mucha alegría en el pueblo.

(Música. Himno: “Suenen dulces himnos.”)

PRESENTADOR. Y unos días después también había mucha alegría en el templo. Allí en Jerusalén había un hombre justo y temeroso de Dios, llamado Simeón, el cual esperaba la consolación de Israel y el Espíritu Santo moraba en él.

SIMEÓN. Es el Espíritu Santo el que me había revelado que no había de morir antes de ver al Cristo, el Señor. Aquella mañana fui muy temprano al templo. Estuve mucho tiempo en oración hasta que fui movido a salir hacia la puerta de las ofrendas y allí para sumo gozo de mi alma encontré al niño Jesús con sus padres que venían a ofrecer un par de tórtolas como está ordenado en la ley del Señor. Os podéis imaginar mi emoción al tomar en mis brazos al niño Jesús, mi Redentor. ¡Aquel que esperaba! Aquel que se me prometió ver antes de bajar a la sepultura. Acaricié aquel niño y elevé esta oración:

(Música y cuadro plástico. José y María se arrodillan.)

SIMEÓN. “Ahora, Señor, ya puedo morir en paz, conforme a tu promesa porque mis ojos han visto tu salvación. La salvación que has preparado a la vista de todos los pueblos. Para que sea luz que ilumine a los gentiles y para que sea la gloria de tu pueblo de Israel. (Música. Devuelve el niño a María.) Y para vosotros, recibid mi más querida bendición. Que el Señor os bendiga y os guarde. ¡Que el Señor ponga en vosotros sus ojos y os dé su paz! Se levantan José y María. Mucha bendición de Dios necesitarás tú, oh María, pues habrás de sufrir a causa de este hijo ya que está profetizado que el Mesías ha de ser tropiezo para muchos. Para los impíos ruina, mas recompensa y resurrección para los que creen. (Música. Salen.)

PRESENTADOR. Pero a pesar del gozo que embargaba la vida del viejo Simeón, las gentes y sobre todo los sacerdotes lo tomaron como un alucinado y visionario. Lo mismo ocurrió con una santa mujer que vivía en el templo entregada al ayuno y a la oración. Esta santa mujer, profetisa del Señor se llamaba Ana. Ella alababa al Señor y hablaba a todos de Jesús. Pero ni Simeón ni Ana hallaron crédito en los sacerdotes de aquellos tiempos y si preguntásemos a uno de ellos nos contestaría:

SACERDOTE. No hubo mala voluntad por nuestra parte. Nosotros los sacerdotes no supimos reconocer en ese niño tan pequeño de tan oscura y humilde familia al Mesías de las Escrituras. Nosotros con toda la sinceridad de nuestra vocación esperamos con anhelo la venida del Mesías. Es la esperanza capital de nuestro pueblo. El Mesías había de iluminar a todos por la fuerza de su poder. Sus enemigos huirán aterrados y la libertad reinaría de nuevo en nuestro pueblo. Los romanos huirían vencidos y nosotros reinaríamos con él sobre toda la tierra. El Mesías quebrantaría a sus enemigos y repartirá despojos. Pero ese niño que anunciaron los pastores y las buenas gentes de Belén no podría, según nuestras concepciones, ser el Mesías. Además, nosotros no somos fáciles de engañar por relatos de pastores y ancianos visionarios y por las algazaras de un pueblo y si Dios había de revelarse mandando un mensaje, es a nosotros, los sacerdotes o al sumosacerdote del templo, que ha de remitirse y no a gente sin cultura como a los que se reveló.

PRESENTADOR. Ustedes los sacerdotes teniendo diariamente las escrituras cantándolas y enseñándolas en el templo no comprendieron el sentido de ellas. Es como aquel herrero que a fuerza de machacar se le olvidó el oficio. El hecho de nacer en esta época y en Belén debiera hacerles reflexionar y buscar con más diligencia en las Escrituras si las cosas eran así y si había la posibilidad de ser. Podrían haber estudiado el libro del profeta Daniel así como el libro del profeta Miqueas. Daniel da la fecha exacta del advenimiento del Mesías y Miqueas habla del lugar exacto del nacimiento: “Y tú, Belén Éfrata, pequeña aldea entre las ciudades de Judá de ti saldrá el que ha de ser Señor de Israel”. Y también habrían podido encontrar significado en las palabras inspiradas del profeta mesiánico. Isaías: “He aquí que la Virgen concebirá y dará a luz un hijo”. Pues ha nacido un hijo para nosotros. Hijo se nos ha dado, el cual lleva sobre sus hombros el principado y tendrá por nombre Admirable, Consejero, Dios fuerte, Padre Eterno, Príncipe de Paz. Su imperio será grande y la paz no tendrá fin.

SACERDOTE. Pero no se nos debe condenar. En esta ocasión no causamos ninguna molestia al niño, ni a José, ni a María. Es verdad que no fuimos a adorarle en ese oscuro pesebre como lo hicieron los pastores y otros pero no le hicimos ni deseamos ningún mal. El que quiso hacerle daño fue Herodes.

HERODES. Hacía muy poco que estaba como Rey de Palestina. Me costó trabajo hacerme respetar y restablecer la calma en el país. Había habido revueltas y sediciones. Recelábamos de los judíos y había malas caras y descontentos por todos los lugares. Estábamos como sobresaltados temiendo que en cualquier momento surgiese una insurrección. Reforzamos la vigilancia sobre todo con ese ir y venir de gentes al lugar del empadronamiento. No pasó nada. Lo único que llegó a mis oídos fue que hacia Belén, a las afueras, según los bulos que corrían de boca en boca, había nacido el Mesías. Pero el bulo se desvaneció y no le di importancia. Unos días más tarde vinieron a mi palacio unos hombres muy importantes a ofrecer sus respetos y a preguntarme donde estaba el rey de los judíos que había nacido. Me dijeron que venían a adorarle guiados por una estrella. Esto me interesó enormemente. Por fin tenía la evidencia de una conspiración. ¡Los judíos tenían un rey, otro rey que el impuesto por Roma! Por respeto a los ilustres viajeros no demostré mi enfado. Mandé investigar y nadie supo decirme nada en concreto sobre el rey, ni sobre la extraña estrella. Mis astrólogos me explicaron la posibilidad del paso de un cometa que únicamente traería felicidad y abundancia en mi reino. Los visitantes se fueron tras la dirección que indicaba la estrella y quedamos de acuerdo que cuando hubieran dado con el paradero del Mesías, Rey de Israel, vendrían a decírmelo y yo iría también a adorarle. Pero todos se confabularon contra mí. Los ricos extranjeros nunca volvieron a pasar, la estrella ya no apareció y cuando investigué en Belén, ¡Jesús había desaparecido!

JOSÉ. Una vez que los magos de Oriente se hubieron marchado, aquel que lee los pensamientos y las intenciones de los hombres, sabiendo que Herodes no venía para adorar al niño sino para matarle, me envió en sueños un mensaje por medio de un ángel que me dijo:

VOZ. “Levántate, toma al niño y a su madre y huye a Egipto y quédate allí hasta que yo te avise porque Herodes ha de buscar al niño para matarle”.

HERODES. Ahora comprendo por qué no lo pude encontrar por mucho que lo busqué.

PRESENTADOR. Y también comprendemos por qué, investigando sobre la posible edad del niño Jesús, mandó matar a todos los niños menores de dos años.

HERODES. Sí, esto me enfureció. Se habían reído todos de mí. Tomé esa decisión porque era la única que podía tomar. Cuando uno está en el poder uno debe conservarlo con todas las fuerzas que posee y caiga quien caiga. (Música.)

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