20 Minutos y 15 Personajes + Extras. Un preso judío consigue salir de prisión para coincidir con el nacimiento de Jesús
LA NAVIDAD DE UN PRESO
PERSONAJES
PRESO
SOLDADO
MARTA
RABÍ
NOEMÍ
ANA
MADRE
MELCHOR
GASPAR
BALTASAR
PASTOR 1
PASTOR 2
PASTOR 3
PASTORCILLO
JOVENCITA
(La acción se desarrolla en una cárcel. Aparece un preso detrás de las rejas, tomado de los barrotes, con la cabeza inclinada sobre los brazos, en una actitud de profunda tristeza. Las vestimentas deben ser las del tiempo de Jesús. Se pueden obtener ideas al respecto en Las Bellas Historias de la Biblia.)
PRESO. ¡Qué vida más triste la mía! ¡La muerte es mil veces preferible a esto! Humedad, oscuridad, cadenas y hambre, y todo por no tener dinero con qué pagar el tributo al odiado imperio de Roma. Algún día la ira de Jehová descenderá sobre César, ese ser miserable despreciable.
SOLDADO. ¿Qué dices, perro judío? Te he dicho que no quiero oírte hablar. Un judío no tiene derecho a nada.
PRESO. Olvidas, soldado, que mi pueblo no estará siempre sometido al poder de Roma. Llegará el día en que Jehová librará a su pueblo, y todos los demás pueblos le serán sometidos.
SOLDADO. ¡Calla, judío despreciable! ¿Cómo te atreves a decir eso? ¿Cuándo se ha atrevido un vil gusano a desafiar al águila poderosa? Ustedes siempre serán lo que son: gusanos asquerosos. Todos ustedes deberían estar en la cárcel.
PRESO. Soldado: tengo hambre. ¡Me darás hoy algo de comer? El hambre y el frío acabarán conmigo.
SOLDADO. Hoy sólo tendrás pan y agua, y eso en menor cantidad que otras veces, pues en esta cárcel tenemos más ladrones como tú, que le roban su tributo al divino César… y el pan está escaso, ¿sabes? Además, si dependiera de mí, te podrías morir de hambre. Es lo único que merecen los judíos. (Al decir esto, se va.)
PRESO. Quizás tenga razón… Mejor sería morir. ¡Parece que Jehová no se acuerda de su pueblo!
SOLDADO. (Entrando.) ¡Toma! Aquí está tu ración. Es una comida digna de príncipes. ¡Ja, ja, ja! (El preso extiende la mano para tomarla, pero el soldado se la retira por un momento.) ¡Ten cuidado! ¡No me toques! Podrías ensuciarme. Toma tu comida por este lado y cómetela pronto, porque tienes visitas. Es una de esas mujeres que nunca te miran, y cuando lo hacen parece que te van a morder. ¡Líbrenme los dioses de una fiera como esta!
PRESO. (Mientras mira la comida con desprecio.) ¡Pan y agua! ¡Agua y pan! ¿Hasta cuándo, Señor? (Detrás del soldado entra una joven hebrea.)
SOLDADO. Ven por aquí. Ahí lo tienes, se está dando un banquete. (Dirigiéndose a ambos.) Tienen sólo unos minutos para hablar, pronto volveré.
MARTA. ¡Oh, Natán! ¡Cuánto debes sufrir! Se me rompe el alma al verte así. ¡Hermano mío! ¡Si con mi vida pudiera librarte de este sufrimiento, lo haría gustosamente!
PRESO. No sufras, hermanita, tu cariño y tus cuidados me ayudan a olvidar el cruel trato de los romanos. ¿Conseguiste el dinero para pagar mi tributo?
MARTA. No, mi querido hermano. Aunque lloré y le supliqué, ese usurero no ha querido ayudarnos. Quise vender nuestro caballo, pero nadie lo quiso. ¡Está tan flaco el pobre!
PRESO. No te aflijas. Creo que todo se arreglará. No quiero que llores. ¡Pidámosle a Jehová que nos ayude!
MARTA. Mi fe en las promesas de Dios vacila cuando te veo aquí preso; yo sé que tú eres tan bueno y tan noble.
PRESO. No te desesperes. Habla con nuestros hermanos de raza. Es posible que ellos te puedan ayudar para poder librarme de este sufrimiento.
MARTA. ¡Claro que iré! No quedará nadie en Belén sin escuchar mi súplica.
SOLDADO. (Mientras entra.) Bueno, se acabó el tiempo. (Dirigiéndose a Marta.) Es hora de que te vayas. Me parece que les he dado bastante tiempo, ¿no? ¡Me estoy volviendo complaciente! ¡Vamos! (Le dice, mientras la empuja con la lanza.)
MARTA. ¡Adiós, hermano mío!
PRESO. ¡Que Jehová te bendiga, querida hermanita!
SOLADO. (Dirigiéndose a Marta.) ¡Vete de una vez! (Dirigiéndose al preso.) ¡No digas más tonterías!
PRESO. ¡Otra vez solo! Ahora sí que tengo frío. (Al decir esto se sienta en la banqueta cubriéndose el rostro con las manos.)
ACTO SEGUNDO
(Escenografía, una casa hebrea, la del rabí.)
MARTA. (Suplicando.) ¿No puede usted hacer algo por mi afligido hermano?
RABÍ. No te aflijas, Marta. Todavía no hemos podido conseguir dinero, pero no hemos perdido las esperanzas. Jehová sin duda no nos abandonará.
ANA. Yo he puesto en venta mi casita. Espero que me la compren para poder librar de la cárcel a mi padre y a tu hermano. ¡Los días son tan largos que me parecen eternos! ¡Cuánta aflicción y tristeza han caído sobre nuestro pobre pueblo!
RABÍ. No nos desesperemos. ¿Acaso no disponemos de las promesas de Jehová? Con seguridad Israel disfrutará de días de felicidad, que no han de tardar. Estas aflicciones nos indican que esos días están próximos. Están sucediendo cosas muy extrañas.
NOEMÍ. Así es, lo he notado. Además del empadronamiento a que se está sometiendo a nuestro pueblo, están ocurriendo cosas anormales. Yo no los vi pero me contaron que pasaron por Belén unos magos que venían del Oriente.
ANA. ¡Yo los vi! Me dijeron que seguían una estrella que los conduciría hasta donde está el Rey de los judíos.
RABÍ. Todas estas cosas nos dicen que debemos estar preparados para ver el cumplimento de las promesas del Altísimo. El día de la liberación de Israel está cercano.
MARTA. Mi alma está llena de esperanza, y experimento en mí sentimientos encontrados: alegrías y tristezas. Siento tanto que llegue el Mesías prometido y que mi pobre hermano no lo pueda recibir.
RABÍ. Ve a descansar, Marta. Con seguridad mañana tu hermano estará libre. Haremos nuevos esfuerzos.
MARTA. Tiene razón, rabí. Estoy muerta de cansancio, las piernas ya no me sostienen más. Iré a descansar, y depositaré mis cargas en Jehová.
NOEMÍ. Es verdad, Marta. Recuerdo que las Escrituras dicen: “Espera en él, y él hará”. Descansa y confía.
MARTA. ¡Hasta mañana!
RABÍ. Adiós, Marta. ¡Que Jehová te bendiga! (Sale Marta.) ¡Pobre chica! ¡Tan buena que es y tanto que tiene que sufrir! Estos romanos realmente no tienen corazón.
NOEMÍ. ¡Muy pronto cesarán nuestros sufrimientos!
ANA. ¿No les parece que deberíamos averiguar todo lo relacionado con esos magos de Oriente y con el motivo de su viaje?
NOEMÍ. Sí, no nos separemos. La compañía del rabí nos alienta, puesto que nos instruye en las cosas del Señor.
RABÍ. ¡Vamos, pues!
TERCER ACTO
(Escenografía: otra vez la celda. Es de noche. Junto al preso hay una lamparita. Parece que está dormido. Se oye la voz del carcelero.)
SOLDADO. ¡Maldita sea! ¡Si me dejaran dormir siquiera! Parece que estos judíos creen que lo único que tengo que hacer es atenderlos. (Entra seguido por una mujer de edad, pobremente vestida.) Vamos (le dice), entre, aquí está el preso. Ahí lo tiene. (Abre la reja y hace salir al preso.) ¡Sal de una vez! ¡Ya estás libre! (Dice hablando para sí mismo.) ¡Estos judíos tienen mucha suerte! (Dirigiéndose de nuevo a ellos.) ¡Me voy! Cuando quieran pueden marcharse. ¡Lástima que no se los lleve un ciclón! (Al decir esto, el soldado sale.)
MADRE. (Llama con temor al hijo a quien aún no ha visto.) ¡Natán!
PRESO. (Se levanta y se echa en brazos de su madre.) ¡Madre mía! ¿Tú aquí?
MADRE. ¡Natán, hijo querido! ¡Cómo he llorado, cómo he sufrido! Pero por fin te veo y te puedo abrazar.
NATÁN. ¿Cómo llegaste, madre? ¿Cómo pudiste liberarme? No lo puedo entender.
MADRE. Algún día lo comprenderás, hijo. Tal vez cuando seas padre y sepas lo mucho que se ama a un hijo.
NATÁN. Yo sé que me amas mucho, madre. Pero, ¿qué has hecho para conseguir el dinero del tributo?
MADRE. El Señor me ayudó a conseguirlo. Pero estaba decidida a hacer cualquier cosa con tal de no verte sufrir más aquí, pasando hambre y frío. ¿Cómo te sientes?
NATÁN. Me siento bien, madre, y ahora estoy inmensamente feliz.
MADRE. Yo también me siento muy feliz, Natán. Te veo, y me parece mentira. He pasado horas muy tristes, hijo. Me quedé medio dormida y soñé que te daban muerte, que ese soldado romano te estrangulaba. Pero ahora todo pasó.
NATÁN. Explícame, ¿cómo pudiste hacer tú lo que nadie pudo hacer?
MADRE. Para una madre no hay nada imposible, hijo mío. Aún a costa de mi vida habría logrado tu libertad.
NATÁN. ¡Gracias, madre mía! (En ese momento se escucha el himno “Venid pastorcillos”.) ¿Escuchas esos cánticos, madre? ¿Quiénes son los que cantan? ¡Es música divina!
MADRE. ¡Sin duda algo sobrenatural está sucediendo! (En ese momento entra un ángel.)
ÁNGEL. No teman. Los ángeles del cielo están entonando los cánticos que ustedes escuchan. Les están anunciando a los pastores que ha nacido el Mesías prometido a Israel. ¡Jesús ha nacido! El sol de justicia está alumbrando a la humanidad. Este lóbrego lugar ha sido testigo del gran amor de una madre que vino a salvar a su hijo. Vengan rápidamente para que vean al Hijo de Dios que nació para salvar a los hombres de sus pecados. Vayan al pesebre a contemplar la gloria del Señor.
CUARTO ACTO
(Escenografía: Un camino en el campo. Entran los magos siguiendo la estrella.)
MELCHOR. No debe de estar lejos el lugar del nacimiento, parece que la estrella se ha detenido.
GASPAR. Así es, allí se ve una humilde cabaña. Pero, indudablemente no puede ser ése el lugar donde se produjo tan portentoso acontecimiento…
BALTASAR. Tal vez la estrella se ha detenido para indicarnos un cambio de dirección. Pero, ¿qué es ese resplandor? Apresurémonos.
MELCHOR. ¡No hay duda de que ése es el lugar! Durante nuestro viaje hemos visto cosas extrañas, y todo ha estado lleno de misterios. Esta puede ser una de esas cosas.
GASPAR. Tienes razón, Melchor. Sólo un Dios poderoso podría hacer el milagro de guiarnos hasta aquí conducidos por una estrella.
BALTASAR. No perdamos más tiempo. Ardo en deseos de ver al Rey recién nacido. (Los reyes salen del escenario, y entran los pastores.)
PASTOR 1. ¡Miren! ¿Serán esos los magos de quienes hemos oído hablar?
PASTOR 2. Seguramente. Sus vestiduras lo demuestran, y el séquito que los acompaña, tan espléndido, lo confirma.
PASTOR 3. Tienes razón. Esto es mucho para unos pobres mortales como nosotros.
PASTOR 2. De pura alegría nos olvidamos de nuestro pastorcillo.
PASTOR 3. Estoy seguro de que nos seguirá, y como es joven, nos alcanzará pronto. Si cortamos camino llegaremos antes que los magos.
PASTOR 1. ¡Miren! Brilla una estrella sobre ese pesebre.
PASTOR 2. ¡Corramos! ¡Se está manifestando la gloria del Altísimo!
(En ese momento los pastores salen del escenario. Entra el pastorcillo, cojeando, con un corderito en los brazos.)
PASTORCILLO. Me parece que no llegaré nunca, y para colmo, se me ha roto el tobillo. Los pastores me dejaron atrás, pero yo no puedo faltar. Tengo que ver al Mesías que ha nacido.
(El pastorcillo sale del escenario. Entran el rabí, Noemí y Ana, seguidos de una jovencita.)
RABÍ. ¡Apúrense, hijas mías, ya estamos llegando! Observen la estrella y ese sublime resplandor.
NOEMÍ. Demos gracias al Señor porque se ha acordado de su pueblo. ¡Miren! Natán está libre, allí está junto a su madre y Marta. (Los llama) ¡Vengan! Tenemos buenas noticias que compartir con ustedes. Vayamos juntos a adorar al Rey de Israel. (Entran Natán, su madre y Marta.)
MARTA. ¡Por fin se ha cumplido la esperanza de Israel!
NATÁN. Verme libre es para mí algo extraordinario, pero adorar al libertador de Israel es lo más grande que me podía suceder. ¡Apurémonos!
MARTA. ¡Jehová se ha acordado de su pueblo! Quiero llegar pronto para adorar al Rey de reyes.
JOVENCITA. ¿El Mesías que ha nacido será Rey de Israel? ¿Será como el emperador romano?
ANA. No, Judith. No sabemos todavía cómo será, pero las Escrituras dicen que será nuestro Libertador.
JOVENCITA. No comprendo. ¿Cómo se sabe que será Rey si acaba de nacer?
RABÍ. Él es Rey por derecho propio, nació siendo rey.
JOVENCITA. Todavía no lo puedo entender del todo. Pero tengo tantos deseos de verlo que voy delante de ustedes para llegar primero. (Sale rápidamente del escenario.)
RABÍ. ¡Vamos!
QUINTA ESCENA
(Escenografía: El pesebre, lo más completo posible, y todos los personajes que intervinieron en la representación. La escena es muda, con música de fondo. Puede ser “Noche de paz” o alguna otra música alusiva.)
PRESO
SOLDADO
MARTA
RABÍ
NOEMÍ
ANA
MADRE
MELCHOR
GASPAR
BALTASAR
PASTOR 1
PASTOR 2
PASTOR 3
PASTORCILLO
JOVENCITA
(La acción se desarrolla en una cárcel. Aparece un preso detrás de las rejas, tomado de los barrotes, con la cabeza inclinada sobre los brazos, en una actitud de profunda tristeza. Las vestimentas deben ser las del tiempo de Jesús. Se pueden obtener ideas al respecto en Las Bellas Historias de la Biblia.)
PRESO. ¡Qué vida más triste la mía! ¡La muerte es mil veces preferible a esto! Humedad, oscuridad, cadenas y hambre, y todo por no tener dinero con qué pagar el tributo al odiado imperio de Roma. Algún día la ira de Jehová descenderá sobre César, ese ser miserable despreciable.
SOLDADO. ¿Qué dices, perro judío? Te he dicho que no quiero oírte hablar. Un judío no tiene derecho a nada.
PRESO. Olvidas, soldado, que mi pueblo no estará siempre sometido al poder de Roma. Llegará el día en que Jehová librará a su pueblo, y todos los demás pueblos le serán sometidos.
SOLDADO. ¡Calla, judío despreciable! ¿Cómo te atreves a decir eso? ¿Cuándo se ha atrevido un vil gusano a desafiar al águila poderosa? Ustedes siempre serán lo que son: gusanos asquerosos. Todos ustedes deberían estar en la cárcel.
PRESO. Soldado: tengo hambre. ¡Me darás hoy algo de comer? El hambre y el frío acabarán conmigo.
SOLDADO. Hoy sólo tendrás pan y agua, y eso en menor cantidad que otras veces, pues en esta cárcel tenemos más ladrones como tú, que le roban su tributo al divino César… y el pan está escaso, ¿sabes? Además, si dependiera de mí, te podrías morir de hambre. Es lo único que merecen los judíos. (Al decir esto, se va.)
PRESO. Quizás tenga razón… Mejor sería morir. ¡Parece que Jehová no se acuerda de su pueblo!
SOLDADO. (Entrando.) ¡Toma! Aquí está tu ración. Es una comida digna de príncipes. ¡Ja, ja, ja! (El preso extiende la mano para tomarla, pero el soldado se la retira por un momento.) ¡Ten cuidado! ¡No me toques! Podrías ensuciarme. Toma tu comida por este lado y cómetela pronto, porque tienes visitas. Es una de esas mujeres que nunca te miran, y cuando lo hacen parece que te van a morder. ¡Líbrenme los dioses de una fiera como esta!
PRESO. (Mientras mira la comida con desprecio.) ¡Pan y agua! ¡Agua y pan! ¿Hasta cuándo, Señor? (Detrás del soldado entra una joven hebrea.)
SOLDADO. Ven por aquí. Ahí lo tienes, se está dando un banquete. (Dirigiéndose a ambos.) Tienen sólo unos minutos para hablar, pronto volveré.
MARTA. ¡Oh, Natán! ¡Cuánto debes sufrir! Se me rompe el alma al verte así. ¡Hermano mío! ¡Si con mi vida pudiera librarte de este sufrimiento, lo haría gustosamente!
PRESO. No sufras, hermanita, tu cariño y tus cuidados me ayudan a olvidar el cruel trato de los romanos. ¿Conseguiste el dinero para pagar mi tributo?
MARTA. No, mi querido hermano. Aunque lloré y le supliqué, ese usurero no ha querido ayudarnos. Quise vender nuestro caballo, pero nadie lo quiso. ¡Está tan flaco el pobre!
PRESO. No te aflijas. Creo que todo se arreglará. No quiero que llores. ¡Pidámosle a Jehová que nos ayude!
MARTA. Mi fe en las promesas de Dios vacila cuando te veo aquí preso; yo sé que tú eres tan bueno y tan noble.
PRESO. No te desesperes. Habla con nuestros hermanos de raza. Es posible que ellos te puedan ayudar para poder librarme de este sufrimiento.
MARTA. ¡Claro que iré! No quedará nadie en Belén sin escuchar mi súplica.
SOLDADO. (Mientras entra.) Bueno, se acabó el tiempo. (Dirigiéndose a Marta.) Es hora de que te vayas. Me parece que les he dado bastante tiempo, ¿no? ¡Me estoy volviendo complaciente! ¡Vamos! (Le dice, mientras la empuja con la lanza.)
MARTA. ¡Adiós, hermano mío!
PRESO. ¡Que Jehová te bendiga, querida hermanita!
SOLADO. (Dirigiéndose a Marta.) ¡Vete de una vez! (Dirigiéndose al preso.) ¡No digas más tonterías!
PRESO. ¡Otra vez solo! Ahora sí que tengo frío. (Al decir esto se sienta en la banqueta cubriéndose el rostro con las manos.)
ACTO SEGUNDO
(Escenografía, una casa hebrea, la del rabí.)
MARTA. (Suplicando.) ¿No puede usted hacer algo por mi afligido hermano?
RABÍ. No te aflijas, Marta. Todavía no hemos podido conseguir dinero, pero no hemos perdido las esperanzas. Jehová sin duda no nos abandonará.
ANA. Yo he puesto en venta mi casita. Espero que me la compren para poder librar de la cárcel a mi padre y a tu hermano. ¡Los días son tan largos que me parecen eternos! ¡Cuánta aflicción y tristeza han caído sobre nuestro pobre pueblo!
RABÍ. No nos desesperemos. ¿Acaso no disponemos de las promesas de Jehová? Con seguridad Israel disfrutará de días de felicidad, que no han de tardar. Estas aflicciones nos indican que esos días están próximos. Están sucediendo cosas muy extrañas.
NOEMÍ. Así es, lo he notado. Además del empadronamiento a que se está sometiendo a nuestro pueblo, están ocurriendo cosas anormales. Yo no los vi pero me contaron que pasaron por Belén unos magos que venían del Oriente.
ANA. ¡Yo los vi! Me dijeron que seguían una estrella que los conduciría hasta donde está el Rey de los judíos.
RABÍ. Todas estas cosas nos dicen que debemos estar preparados para ver el cumplimento de las promesas del Altísimo. El día de la liberación de Israel está cercano.
MARTA. Mi alma está llena de esperanza, y experimento en mí sentimientos encontrados: alegrías y tristezas. Siento tanto que llegue el Mesías prometido y que mi pobre hermano no lo pueda recibir.
RABÍ. Ve a descansar, Marta. Con seguridad mañana tu hermano estará libre. Haremos nuevos esfuerzos.
MARTA. Tiene razón, rabí. Estoy muerta de cansancio, las piernas ya no me sostienen más. Iré a descansar, y depositaré mis cargas en Jehová.
NOEMÍ. Es verdad, Marta. Recuerdo que las Escrituras dicen: “Espera en él, y él hará”. Descansa y confía.
MARTA. ¡Hasta mañana!
RABÍ. Adiós, Marta. ¡Que Jehová te bendiga! (Sale Marta.) ¡Pobre chica! ¡Tan buena que es y tanto que tiene que sufrir! Estos romanos realmente no tienen corazón.
NOEMÍ. ¡Muy pronto cesarán nuestros sufrimientos!
ANA. ¿No les parece que deberíamos averiguar todo lo relacionado con esos magos de Oriente y con el motivo de su viaje?
NOEMÍ. Sí, no nos separemos. La compañía del rabí nos alienta, puesto que nos instruye en las cosas del Señor.
RABÍ. ¡Vamos, pues!
TERCER ACTO
(Escenografía: otra vez la celda. Es de noche. Junto al preso hay una lamparita. Parece que está dormido. Se oye la voz del carcelero.)
SOLDADO. ¡Maldita sea! ¡Si me dejaran dormir siquiera! Parece que estos judíos creen que lo único que tengo que hacer es atenderlos. (Entra seguido por una mujer de edad, pobremente vestida.) Vamos (le dice), entre, aquí está el preso. Ahí lo tiene. (Abre la reja y hace salir al preso.) ¡Sal de una vez! ¡Ya estás libre! (Dice hablando para sí mismo.) ¡Estos judíos tienen mucha suerte! (Dirigiéndose de nuevo a ellos.) ¡Me voy! Cuando quieran pueden marcharse. ¡Lástima que no se los lleve un ciclón! (Al decir esto, el soldado sale.)
MADRE. (Llama con temor al hijo a quien aún no ha visto.) ¡Natán!
PRESO. (Se levanta y se echa en brazos de su madre.) ¡Madre mía! ¿Tú aquí?
MADRE. ¡Natán, hijo querido! ¡Cómo he llorado, cómo he sufrido! Pero por fin te veo y te puedo abrazar.
NATÁN. ¿Cómo llegaste, madre? ¿Cómo pudiste liberarme? No lo puedo entender.
MADRE. Algún día lo comprenderás, hijo. Tal vez cuando seas padre y sepas lo mucho que se ama a un hijo.
NATÁN. Yo sé que me amas mucho, madre. Pero, ¿qué has hecho para conseguir el dinero del tributo?
MADRE. El Señor me ayudó a conseguirlo. Pero estaba decidida a hacer cualquier cosa con tal de no verte sufrir más aquí, pasando hambre y frío. ¿Cómo te sientes?
NATÁN. Me siento bien, madre, y ahora estoy inmensamente feliz.
MADRE. Yo también me siento muy feliz, Natán. Te veo, y me parece mentira. He pasado horas muy tristes, hijo. Me quedé medio dormida y soñé que te daban muerte, que ese soldado romano te estrangulaba. Pero ahora todo pasó.
NATÁN. Explícame, ¿cómo pudiste hacer tú lo que nadie pudo hacer?
MADRE. Para una madre no hay nada imposible, hijo mío. Aún a costa de mi vida habría logrado tu libertad.
NATÁN. ¡Gracias, madre mía! (En ese momento se escucha el himno “Venid pastorcillos”.) ¿Escuchas esos cánticos, madre? ¿Quiénes son los que cantan? ¡Es música divina!
MADRE. ¡Sin duda algo sobrenatural está sucediendo! (En ese momento entra un ángel.)
ÁNGEL. No teman. Los ángeles del cielo están entonando los cánticos que ustedes escuchan. Les están anunciando a los pastores que ha nacido el Mesías prometido a Israel. ¡Jesús ha nacido! El sol de justicia está alumbrando a la humanidad. Este lóbrego lugar ha sido testigo del gran amor de una madre que vino a salvar a su hijo. Vengan rápidamente para que vean al Hijo de Dios que nació para salvar a los hombres de sus pecados. Vayan al pesebre a contemplar la gloria del Señor.
CUARTO ACTO
(Escenografía: Un camino en el campo. Entran los magos siguiendo la estrella.)
MELCHOR. No debe de estar lejos el lugar del nacimiento, parece que la estrella se ha detenido.
GASPAR. Así es, allí se ve una humilde cabaña. Pero, indudablemente no puede ser ése el lugar donde se produjo tan portentoso acontecimiento…
BALTASAR. Tal vez la estrella se ha detenido para indicarnos un cambio de dirección. Pero, ¿qué es ese resplandor? Apresurémonos.
MELCHOR. ¡No hay duda de que ése es el lugar! Durante nuestro viaje hemos visto cosas extrañas, y todo ha estado lleno de misterios. Esta puede ser una de esas cosas.
GASPAR. Tienes razón, Melchor. Sólo un Dios poderoso podría hacer el milagro de guiarnos hasta aquí conducidos por una estrella.
BALTASAR. No perdamos más tiempo. Ardo en deseos de ver al Rey recién nacido. (Los reyes salen del escenario, y entran los pastores.)
PASTOR 1. ¡Miren! ¿Serán esos los magos de quienes hemos oído hablar?
PASTOR 2. Seguramente. Sus vestiduras lo demuestran, y el séquito que los acompaña, tan espléndido, lo confirma.
PASTOR 3. Tienes razón. Esto es mucho para unos pobres mortales como nosotros.
PASTOR 2. De pura alegría nos olvidamos de nuestro pastorcillo.
PASTOR 3. Estoy seguro de que nos seguirá, y como es joven, nos alcanzará pronto. Si cortamos camino llegaremos antes que los magos.
PASTOR 1. ¡Miren! Brilla una estrella sobre ese pesebre.
PASTOR 2. ¡Corramos! ¡Se está manifestando la gloria del Altísimo!
(En ese momento los pastores salen del escenario. Entra el pastorcillo, cojeando, con un corderito en los brazos.)
PASTORCILLO. Me parece que no llegaré nunca, y para colmo, se me ha roto el tobillo. Los pastores me dejaron atrás, pero yo no puedo faltar. Tengo que ver al Mesías que ha nacido.
(El pastorcillo sale del escenario. Entran el rabí, Noemí y Ana, seguidos de una jovencita.)
RABÍ. ¡Apúrense, hijas mías, ya estamos llegando! Observen la estrella y ese sublime resplandor.
NOEMÍ. Demos gracias al Señor porque se ha acordado de su pueblo. ¡Miren! Natán está libre, allí está junto a su madre y Marta. (Los llama) ¡Vengan! Tenemos buenas noticias que compartir con ustedes. Vayamos juntos a adorar al Rey de Israel. (Entran Natán, su madre y Marta.)
MARTA. ¡Por fin se ha cumplido la esperanza de Israel!
NATÁN. Verme libre es para mí algo extraordinario, pero adorar al libertador de Israel es lo más grande que me podía suceder. ¡Apurémonos!
MARTA. ¡Jehová se ha acordado de su pueblo! Quiero llegar pronto para adorar al Rey de reyes.
JOVENCITA. ¿El Mesías que ha nacido será Rey de Israel? ¿Será como el emperador romano?
ANA. No, Judith. No sabemos todavía cómo será, pero las Escrituras dicen que será nuestro Libertador.
JOVENCITA. No comprendo. ¿Cómo se sabe que será Rey si acaba de nacer?
RABÍ. Él es Rey por derecho propio, nació siendo rey.
JOVENCITA. Todavía no lo puedo entender del todo. Pero tengo tantos deseos de verlo que voy delante de ustedes para llegar primero. (Sale rápidamente del escenario.)
RABÍ. ¡Vamos!
QUINTA ESCENA
(Escenografía: El pesebre, lo más completo posible, y todos los personajes que intervinieron en la representación. La escena es muda, con música de fondo. Puede ser “Noche de paz” o alguna otra música alusiva.)
Este drama me gusta mucho. Ya lo hemos dramatizado dos veces y ha sido de grande bendicion.
ResponderEliminarExcelente drama
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